domingo, 14 de octubre de 2012

MISTER WONDERFUL Daniel Clowes

CUARENTÓN BUSCA PAREJA 

Por Héctor Márquez



Traducción Rocío de la Maya 

Mondadori

80 páginas | 15,90 euros


Daniel Clowes —sí, el autor de Gosth World, aquel cómic de dos niñas adolescentes que llevó al cine Terry Zwigoff y por el que el propio Clowes sacó una nominación al mejor guión adaptado en los Oscar— ha decidido ser magnánimo con sus personajes. En el último cómic publicado en España de quien puede ser considerado uno de los diez más influyentes autores de cómic de las tres últimas décadas, continúa con el recurso de cambiar de estilo dibujístico dentro de una misma historieta. Un estilo que ya había llevado al cénit en su anterior novela gráfica, Wilson, donde, al contrario que en esta, acababa, como era marca de la casa, dejando a sus protagonistas convertidos en himnos de ruindad moral. Pero en Mister Wonderful, parece de repente mostrar cierta piedad hacia su criatura, un tipo tímido y apocado, nada seguro de sí mismo, con la cuarentena bien rebasada, que espera el encuentro con una mujer con la que se ha citado a ciegas.

Clowes, que se destacó en la escena del cómic independiente norteamericano en los años ochenta desde su revista Bola Ocho, había sido celebrado por toda una generación tan X como la suya, que de alguna manera se reconfortaba con la capacidad que el narrador tiene de permitir al lector excluirse de su visión vitriólica de la clase media norteamericana al identificarse con la inteligencia sarcástica del autor de David Boring. En esta obra, Clowes utiliza como gran experimento formal el contraste entre el monólogo interior incesante del protagonista y lo que “realmente sucede”. Con lo que, en puridad, y si nos ponemos a hilar muy fino —algo que Clowes siempre hace— obliga al lector a situarse del lado del personaje para aparentemente concluir que si Clowes comienza a sentir piedad de sus creaciones, nosotros, los de entonces, podemos permitirnos menos crueldad con respecto a los perdedores de antaño.


Pero nada es lo que parece. Lo que a Marshall le sucede durante la tarde noche en la que tiene
su primera cita de solterón con Natalie, amañada por una pareja de amigos comunes, no es ni
más ni menos que un tratado de desesperación y un inteligente diálogo cruzado entre lo que ocurre de veras —dos personas de quebrada autoestima y carácter cambiante que buscan pareja desesperadamente— y lo que Marshall imagina que sucede o puede suceder. Así las cosas, ese final abierto a la esperanza del amor puede resultar reconfortante para los que se hayan vestido con la piel del protagonista cuyas dudas, deseos y proyecciones se superponen gráficamente a los diálogos reales y acciones del resto de los personajes. Pero si nos atenemos a la historia de Marshall y Natalie, admitiremos que lo más lógico sería no dar un duro por esa pareja. Así que Clowes nos la ha pegado una vez más: si somos Marshall, somos tan inseguros, mentirosos y perdedores como él. Aunque personalmente pienso que en el fondo Clowes es un moralista posmoderno. Alguien capaz de mostrar a las personas desde todos sus puntos de vista, convertidas en seres imperfectos, donde todos ganan y pierden simultáneamente porque los partidos en la vida real nunca acaban y los árbitros se sustituyen y solapan de continuo. Alguien que no se relaciona con sus personajes en términos bipolares (bueno/ malo), sino que nos recuerda que todos —él, el primero— somos carne de cañón y de compasión. Criaturas susceptibles de ser tanto un esbozo caricaturesco infantil como un minucioso y fiel retrato hiperrealista siempre esperando, en cualquier caso, hallar esas grietas en otros por donde una pequeña luz sea capaz de conectarnos con la esperanza.


MERCURIO OCTUBRE 2012

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