viernes, 10 de agosto de 2012

Superlopez

No, si al final vamos a tener que dar gracias de que los americanos no sepan que el Atlántico tiene dos orillas. S no fuese así, con lo que les gustan los juicios por plagio y esas cosas, haría tiempo que nuestro querido Jan habría tenido que abandonar a Superlópez. Probablemente, in­cluso habría tenido que dejar la historieta para dedicarse a atracar bancos o alguna otra profesión lo bastante lu­crativa como para poder pagar la demanda judicial que le pondrían las grandes compañías yanquis de superhéroes. Tampoco seria el primer caso.






Sería una pena porque si algo necesita la historieta para seguir adelante, son personajes. No nos engañemos, esto puede ser un arte, pero también es una in­dustria que exige un soporte económico. Ahí (no nos engañe­mos, repito) entra la necesidad de unos personajes que atraigan al público por sí mis­mos; que superen, o al menos igualen, la personalidad de sus autores.

Algo como Astérix o la Patru­lla-X, para entendernos. Y, por mucho que les duela a algunos, en España esos personajes sólo se dan en el terreno del humor. Aunque ya casi ni ahí. Desde hace algún tiempo, demasiado, tan sólo los del Jueves han sido capaces de crear nuevos perso­najes con gancho entre el públi­co.

Fuera de ellos sólo nos quedan los últimos coletazos de la era dorada de editorial Bruguera convertidos muchos de ellos en mala copia de lo que fueron. Y luego las excepciones; los pai­seros Mot y Goomer o, en su propia escala, Peter Pank.

Y Superlópez, que no es que sea precisamente nuevo pero sí mantiene unas características especiales que le separan del resto de los personajes Brugue­ra, aunque desdichadamente sí haya compartido con ellos su decadencia. Poco importa ya que siga siendo el único super-héroe del mundo más preocupa­do por el partido del domingo que por las andanzas del malva­do de turno y probablemente también el único que se encuen­tra con que la novia (o lo que sea) de su personalidad secreta le desprecia. No es que le odie o le tema, es que no le traga. Poco importa ya eso porque, en el fondo poco importa ya que ten­ga superpoderes. Pero vamos a parar un momento que me pare­ce que me voy a liar más de lo necesario en un artículo como éste. Que ya es bastante.
Vamos a ver, estábamos con que Superlópez es el único superhéroe de aquí. Aunque ahora que lo pienso, ¿no ha­bía por alguna serie marvel de tercera fila un tipo, que era espa­ñol y se llamaba Aguila Españo­la o algo así? Bueno, aún así es probable que en la España del tipo este los atascos de la Gran Vía se deban más a los burros que se paran a abrevar en doble fila que a los que dejan el coche atravesado en los semáforos, así que es perfectamente obvia­ble, lo que nos dejaría de nuevo a Superlópez como el único su­per (y van...) en una España (o Fespaña o como se llame), pa­recida a la nuestra. En un país en que sigue interesando el re­sultado del Parchelona-Tilbao por encima de cualquier otra co­sa, Cristal, Hacienda y el precio de la gasolina aparte, claro.
Pero antes de entrar en dis­quisiciones demasiado pesimis­tas, es obligatorio hacer un poco de historia. Superlópez nace en 1973 en Editorial Eurodit como parodia de Supermán a través de chistes mudos de 3-4 viñetas cada uno. No es que fuera nada del otro mundo pero dado lo es­trecho del planteamiento no es­taba mal. Jan lograba suplir la falta de diálogo con un dibujo muy expresivo que era lo aue le
daba gracia al asunto.
El siguiente paso en Bruguera. Desde que apareció por allí en 1974, desarrolla una extensa obra que llega hasta hoy con to­das las vicisitudes que ha pasa­do la editorial en estos años y que yo me voy a permitir dividir en tres etapas: Hasta su colabo­ración con Pérez Navarro, su obra conjunta y la desarrollada desde la marcha de éste.
Sus inicios en Bruguera vie­nen marcados por la imposición editorial de amoldarse al estilo de la casa para lo cual le asig­nan guionistas veteranos de plantilla que convierten a Super­lópez en un personaje que osci­la entre lo gris y lo estúpido, re­pitiendo hasta la saciedad los mismos chistes.
La segunda etapa es la que para muchos es su época dorada: Su trabajo junto al guionista Fran­cisco Pérez Navarro (Efepé). Ahora las cosas son muy distin­tas. Ha cambiado el formato siendo las historias de entre 6 y 10 páginas lo que permite desa­rrollar otro tipo dé argumentos. Además, Efepé aporta un cono­cimiento mucho mayor del parti­cular mundillo de los superhéro­es, algo de lo que siempre había carecido el personaje. Retoma el rumbo de la serie y decide volver a empezar desde cero, dándole hasta un origen, algo de lo que nunca se había preocupado Jan. Con ello logra además eliminar los lastres que tenía el persona­je, como el que estuviera casado o estupideces del tipo de que tu­viera que esconder su personali­dad secreta de un señor que le ha llamado a su domicilio para pedirle ayuda.
Asimismo, este nuevo comien zo permite a Efepé introducir a héroe en un mundillo muchc más cercano al original america no que se pretendía parodiar desde el principio. De este modc irán apareciendo sus compañe­ros de oficina con el jefe al tren te, su novia Luisa y su compañe­ro y amigo (¿) Jaime. Después aparecerán otros superhéroes hasta la formación final del Su pergrupo: Superlópez, el Capi­tán Hispania, El Bruto, la Chica Increíble, el Latas y el Magc componen la asociación de hombrecitos en pijama más alu­cinante que se pueda imaginar Por supuesto, dedican su tiem­po a salvar al Mundo de cuantas amenazas lo ponen en peligrc (habitualmente debido a s.u pro­pia incompetencia) y a zumbar­se de lo lindo entre ellos por ur quítame allá esta jefatura.
En definitiva, el planteamientc general y lo agudo de la sátira: hacen que esta etapa sea sir duda la más brillante del perso­naje, además de ser la única er la que realmente se puede decir
que se realiza una sátira de los superhéroes como tales. Sin ir más lejos, la visita al Superban­co es una muestra perfecta de lo que debería ser un día en la vida de cualquiera de los miles de su­pertipos que pululan por el Nue­va York marveliano.
Pero por aquello de que lo bueno suele durar poco, la cola­boración entre Jan y Efepé se deshace pronto. Sí, Superlópez deja el Supergrupoo y Efepé la serie y, según algunos, con su marcha desaparece todo lo inte­resante del personaje. A mí me parece eso muy exagerado aun­que sí es cierto que el nivel de las aventuras desciende mu­chos enteros. Desaparece el componente de sátira superhé-roes y se va reforzando progresi­vamente el de aventura pura y dura. Después de todo, ya he­mos dicho que Jan no era preci­samente un experto en superhé­roes y es difícil ironizar sobre lo que no se conoce. Sin embargo, durante los primeros álbumes en solitario, Jan aguanta el tipo perfectamente salvo algún pati­nazo esporádico pero logrando historias tan divertidas como «Los cabezicubos» o, sobre to­do, «La gran superproducción» con la que se puede decir que Superlópez entona el canto del cisne.
A partir de ahí, casi nada. Y no digo nada porque junto con la historia del «Cachabolik Blues Rock» venía también una histo­ria corta bastante divertida, «El fantasma del Museo del Prado». Todo lo demás, lo podemos divi­dir entre lo soso y lo lamentable. Y encima lleva propaganda anti­tabaco en cantidades industria­les. Y sin embargo, siempre nos queda la esperanza de que al­gún día vuelva por sus fueros.
Agustín Oliver
P.D./Me acabo de comprar (lo siento, es una debilidad perso­nal) El Periplo Búlgaro y, en fin, pueees... Bueno, que por lo me­nos si algún día me decido a vi­sitar Bulgaria no tendré que bus­car catálogos turísticos.


Revista Krazy Comics nº14 noviembre 1990

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