Ante ciertas obras uno duda a la hora de escribir sobre ellas entre hacerlo de una manera entusiasta, remarcando lo mucho que se ha disfrutado con su lectura o por el contrario trazar un gélido análisis ex post ensañándose en defectos marginales, puntos flacos en cuya presencia lo más seguro es que, en un primer momento, ni siquiera habiamos reparado. De ahí que pecar de hipercrítico con un producto tan agradecido como Why I Hate Saturn se me antoje no ya una injusticia sino casi un signo de ingratitud. Cierto es que no se trata de una obra por completo lograda (sobre todo en lo que de autocomplaciente ejercicio de ingenio tiene), más sí resulta de sobra uno de los tebeos más inteligentemente lúdicos que el que subscribe ha tenido ocasión de llevarse a los ojos en las últimas fechas.
Y es que apoyándose con brillantez en un argumento nimio (la trama apenas comienza a avanzar transcurridas la treintena de páginas) y sirviéndose de un continuo (casi apabullante) retruécano verbal, Kyle Baker ha compuesto una enloquecida e inclasificable pieza que excava con lucidez y mucha guasa en el absurdo cotidiano.
Al arrancar la historia accedemos al monólogo interior del personaje central, una desquiciada pero deliciosa periodista de éxito que se encuentra en unos momentos especialmente pasados de rosca. Su feroz misantropía (una de las grandes bazas cómicas del album) está devorando terreno a su vida social hasta el punto de reducirla a intermitentes salidas con un amigo, con el que además acaba enzarzada una vez sí y otra también, en ácidos intercambios de opiniones. Esta primera parte desprende un tufillo a films como (por ejemplo) los de Jim Jarmush o El Declive del Imperio Americano de Denys Arcand, que diseccionan con oblicuo sentido del humor y espumosa verborrea determinados veles de las relaciones humanas. Se percibe también en dichas páginas algún que otro guiño soterrado al universo de Doris Dorre, en particular en ciertas peroratas de la protagonista (algunas, por cierto, dignas de aplauso). Será la entrada en escena y ulterior desaparición de una hermana de la protagonista (más chiflada todavía e igual de encantadora) lo que infundirá un giro copernicano al argumento hasta convertirlo en un extraño pastiche de psycho killerpersecutorio y road movie (con homenajes bastante explícitos a Planes, Trains and Automoviles de John Hughes y True Stories de David Byrne, culminado con una disparatada conclusión poco menos que rámbica, desenlace genial de puro descabellado.
No obstante, el principal rasgo de la novela gráfica es que en ella se habla y habla sin parar, ahora bien estos diálogos son tan chispeantes y agudos que poco le acaba importando al lector la acción en sí o lo que les suceda a los personajes, mientras estos prosigan con su desbocada cháchara. El problema reside en que tanta conversación resulta muy complicada de sostener gráficamente, ya que el fragmento de guión que en una película apenas ocuparía unos pocos minutos de cinta, en historieta se convierte en varias planchas de personas hablando y mirándose, hecho poco común en este medio y a la vez bastante indigesto. Aun así el autor peca de monótono en la resolución de estas secuencias, limitándose en la mayoría a encadenar una sucesión de planos cortos de rostros con las bocas muy abiertas, lo cual deviene en tedioso el seguimiento gráfico y termina induciendo al lector a obviar el dibujo y concentrarse tan sólo en los textos que, para más inri, se incluyen (parece que con esa intención) al margen de las viñetas. Este, quizá, excesivo sesgo literario (factor que momia en gran medida el aprovechamiento de las posibilidades del medio) sólo resulta perdonable, en este caso, por la calidad poco usual de los propios diálogos.
En lo que al apartado gráfico respecta, nos topamos con un Baker algo más estilizado (delicado incluso por momentos) que en otros trabajos, renunciando a anteriores pirotecnias (Justice Inc.) y sin hundir demasiado la pluma en lo grotesco (Dick Tracy) aunque conservando intacta cierta tendencia al exceso, presente en casi toda su trayectoria.
Por otra parte si buscáramos similitudes (no necesariamente influencias) en su trazo y aparte de las ya apuntadas por Jesús Palacios en estas páginas (Krazy número 10) habría que añadir, tomando como referente la obra que estamos considerando los nombres de algunos artistas europeos de tono intimista como Loustal o el mismo Federico Del Barrio.
Nos hallamos, en suma, ante una pepita de la nueva historieta, imposible de ignorar tal y como está el patio del comic yankee. Una obra de inexcusable lectura para todo aquel que persiga estímulo en las viñetas, que sin constituir otra cosa que un mero divertimento iconoclasta no por ello cae en el fango creativo y la simpleza de planteamientos a que se agarran el 90% de los profesionales con la excusa de ... entretener.
Antonio Trashorras
Revista Krazy Comics nº 14. Noviembre 1990
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