jueves, 9 de agosto de 2012

Por qué odio Saturno por Kyle Baker


Ante ciertas obras uno duda a la hora de escribir sobre ellas entre hacerlo de una manera entusias­ta, remarcando lo mucho que se ha disfrutado con su lectura o por el contrario trazar un gélido análi­sis ex post ensañándose en de­fectos marginales, puntos flacos en cuya presencia lo más seguro es que, en un primer momento, ni siquiera habiamos reparado. De ahí que pecar de hipercrítico con un producto tan agradecido como Why I Hate Saturn se me antoje no ya una injusticia sino casi un signo de ingratitud. Cierto es que no se trata de una obra por com­pleto lograda (sobre todo en lo que de autocomplaciente ejercicio de ingenio tiene), más sí resulta de sobra uno de los tebeos más inteligentemente lúdicos que el que subscribe ha tenido ocasión de llevarse a los ojos en las últi­mas fechas.

Y es que apoyándose con bri­llantez en un argumento nimio (la trama apenas comienza a avan­zar transcurridas la treintena de páginas) y sirviéndose de un con­tinuo (casi apabullante) retruéca­no verbal, Kyle Baker ha com­puesto una enloquecida e inclasi­ficable pieza que excava con luci­dez y mucha guasa en el absurdo cotidiano.

Al arrancar la historia accede­mos al monólogo interior del personaje central, una desquiciada pero deliciosa periodista de éxito que se encuentra en unos mo­mentos especialmente pasados de rosca. Su feroz misantropía (una de las grandes bazas cómi­cas del album) está devorando te­rreno a su vida social hasta el punto de reducirla a intermitentes salidas con un amigo, con el que además acaba enzarzada una vez sí y otra también, en ácidos intercambios de opiniones. Esta primera parte desprende un tufillo a films como (por ejemplo) los de Jim Jarmush o El Declive del Im­perio Americano de Denys Ar­cand, que diseccionan con obli­cuo sentido del humor y espumosa verborrea determinados veles de las relaciones humanas. Se percibe también en dichas pági­nas algún que otro guiño soterrado al universo de Doris Dorre, en parti­cular en ciertas peroratas de la pro­tagonista (algunas, por cierto, dig­nas de aplauso). Será la entrada en escena y ulterior desaparición de una hermana de la protagonista (más chiflada todavía e igual de en­cantadora) lo que infundirá un giro copernicano al argumento hasta convertirlo en un extraño pastiche de psycho killerpersecutorio y road movie (con homenajes bastante explícitos a Planes, Trains and Au­tomoviles de John Hughes y True Stories de David Byrne, culminado con una disparatada conclusión po­co menos que rámbica, desenlace genial de puro descabellado.
No obstante, el principal rasgo de la novela gráfica es que en ella se habla y habla sin parar, ahora bien estos diálogos son tan chispeantes y agudos que poco le acaba impor­tando al lector la acción en sí o lo que les suceda a los personajes, mientras estos prosigan con su desbocada cháchara. El problema reside en que tanta conversación resulta muy complicada de soste­ner gráficamente, ya que el fragmento de guión que en una película apenas ocuparía unos pocos minu­tos de cinta, en historieta se con­vierte en varias planchas de perso­nas hablando y mirándose, hecho poco común en este medio y a la vez bastante indigesto. Aun así el autor peca de monótono en la reso­lución de estas secuencias, limitándose en la mayoría a encadenar una sucesión de planos cortos de rostros con las bocas muy abiertas, lo cual deviene en tedioso el seguimiento gráfico y termina induciendo al lector a obviar el dibujo y concentrarse tan sólo en los textos que, para más inri, se incluyen (parece que con esa in­tención) al margen de las viñetas. Este, quizá, excesivo sesgo literario (factor que momia en gran medida el aprovechamiento de las posibilida­des del medio) sólo resulta perdona­ble, en este caso, por la calidad poco usual de los propios diálogos.
En lo que al apartado gráfico res­pecta, nos topamos con un Baker algo más estilizado (delicado inclu­so por momentos) que en otros tra­bajos, renunciando a anteriores pi­rotecnias (Justice Inc.) y sin hundir demasiado la pluma en lo grotesco (Dick Tracy) aunque conservando intacta cierta tendencia al exceso, presente en casi toda su trayectoria.
Por otra parte si buscáramos simi­litudes (no necesariamente influen­cias) en su trazo y aparte de las ya apuntadas por Jesús Palacios en estas páginas (Krazy número 10) habría que añadir, tomando como referente la obra que estamos con­siderando los nombres de algunos artistas europeos de tono intimista como Loustal o el mismo Federico Del Barrio.
Nos hallamos, en suma, ante una pepita de la nueva historieta, impo­sible de ignorar tal y como está el patio del comic yankee. Una obra de inexcusable lectura para todo aquel que persiga estímulo en las viñetas, que sin constituir otra co­sa que un mero divertimento ico­noclasta no por ello cae en el fan­go creativo y la simpleza de plan­teamientos a que se agarran el 90% de los profesionales con la excusa de ... entretener.
Antonio Trashorras

Revista Krazy Comics nº 14.  Noviembre 1990







Por qué odio Saturno. Guión y dibujo de Kyle Baker  (Colección Vertigo nº 115) Marzo de 2000, publicado por Norma Editorial

Título original : Why I hate Saturn publicada por Piranha Press (D.C.)

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