miércoles, 8 de agosto de 2012

SIR LAWRENCE ALMA-TADEMA


Una evocación de la antigüedad soñada
Jesús Tablate Miquis

Dedicado a Idili Lizcano conocedor de los secretos de las flores
y de los arquetipos de la belleza


La creencia en una idealizada edad dorada, en una sociedad más armoniosa y bella reglada por los arquetipos platónicos, estarán a partir de ese momento siem­pre presentes en su obra, que buscará infatigablemente reflejar esa dimensión, más sutil que la realidad, en la que reina la belleza como valor atemporal, eterno.
Los tiempos cambian, pero la esencia de los hombres es siempre la misma.




Pandora, 1881. Acuarela (Royal Watercolour Society, Londres)



Desde sus inicios Álbum Letras Artes ha prestado una especial atención a este excepcional pintor que es Alma-Tade­ma. Éramos en aquellos lejanos años de la década de los ochenta unos precursores. Pues no hay que olvidar, que pese a los intentos de la Royal Academy, que organizó todavía una gran retrospec­tiva de su obra al año siguiente al de su muerte, durante el siglo XX la obra de aquel que en vida había gozado de tanta fama y tanta estima fue con­denada al olvido. Y habría que esperar a finales de la década de los años sesenta para ver a algunos audaciosos críticos norteamericanos iniciar la recu­peración de este gran maestro de la época victoria‑


Esquina panorámica, 1895
(Museo J. Paul Getty, Malibú)




na. Pero aun entonces, admirar a Tadema continua­ba considerándose una perversión esteticista. Noso­tros osamos. Y lo hicimos porque éramos conscien­tes de que el interés por el arte y la belleza, pero también por el mundo de la antigüedad, su histo­ria y filosofía, que aparecen de manera tan eviden­te en los cuadros de Alma Tadema, eran precisa­mente la pasión y el interés que nos inspiraba.
Lawrence Alma-Tadema (1836-1912), a pesar de lo que se suele creer, no era inglés, sino holan­dés. Había nacido en un pequeño pueblo cercano a Leeuwarden, la capital de la Frisia, donde su padre, notario, terminó instalándose. Aunque desde muy niño se mostró interesado por el dibujo, obede­ciendo los deseos de su madre, que quería que su hijo fuese abogado y no artista, el joven Laurens —que así es como se escribía todavía su nombre-intentó durante algún tiempo estudiar Derecho sin abandonar su pasión por el dibujo, pero la ten­sión y el esfuerzo terminaron haciéndole enfermar. El diagnóstico de los médicos fue terrible: el ado­lescente estaba tuberculoso y le quedaba muy poco



Primavera, (detalle), 1894 (Museo J. Paul Getty, Malibú)




tiempo de vida. Así es que la familia, siguiendo el consejo de los médicos, decidió permitir que el adolescente gastase el tiempo que le quedaba en aquello que más le gustaba. Pero lo curioso es que a partir de ese momento, como por arte de magia, el joven se restableció y se convirtió en el hombre robusto y vigoroso que sería el resto de su vida.
En 1852, con dieciséis años, consigue ingresar en la entonces muy prestigiada Academia de Amberes que dirigía Gustave Wappers, maestro del pintor prerrafaelista Ford Maddox Brown entre otros. Alma-Tadema inicia sus estudios en un momento en que el mundo del arte se haya agita­do por un debate que opone a los continuadores del estilo neoclásico de David, que había muerto en Bruselas en 1824, todos aquellos que, siguien­do las enseñanzas de Wappers, optaban por el entonces innovador estilo romántico. Es en este periodo cuando comienza a pintar algunos cuadros que, como su autorretrato de 1852, dejan ya ver su enorme talento. Es también durante esos años
cuando recibe influencias que serán para él funda­mentales, la del profesor de arqueología de la Aca­demia Louis de Taye, que le incitará a estudiar la historia antigua, y la del ya famoso egiptólogo Georg Ebers, que le inculcaría la pasión por la civi­lización y misterios del milenario Egipto. Son estas relaciones las que van a abrir al artista los círculos



 En la cuna de afrodita, 1908
(Dr & Mrs Irving Warner, California)




El beso de la despedida, 1882 (Colección privada)


europeos en los que en estos años centrales del siglo XIX se cultiva y transmite la llamada filosofía perenne. La creencia en una idealizada edad dorada, en una sociedad más armoniosa y bella reglada por los arquetipos platónicos, estarán a partir de ese momento siempre presentes en su obra, que buscará infatigablemente reflejar esa dimensión, más sutil que la realidad, en la que reina la belleza como valor atemporal, eterno.
En 1862 viaja por primera vez a Londres para visitar la Exposición Internacional. Visita el Bri­tish Museum y los mármoles del Partenón que acaba de traer Elgin le impresionan profundamen­te. Como lo hacen las fabulosas antigüedades egip­cias de este museo, que de alguna manera le inspi­rarán su segundo gran cuadro de esta temática, Diversiones en el Egipto antiguo hace 3000 dos, que
obtendrá la medalla de oro en el Salón de París del año siguiente.
En 1864 se casa con Marie Pauline Gressin, la hija de un periodista francés de ascendencia real que vivía en Bruselas. Sus vínculos con la familia de Dumoulin de Boisgirard permi­tirían ampliar sus relaciones con la sociedad francesa. Pero de momento realiza con su esposa un viaje a Italia que le llevará a Florencia, Roma, Nápoles y Pompeya. Este viaje sería de gran importancia, pues le lleva a la fuente de inspiración de los temas clásicos que iban a hacerle célebre. Poco después, en París, encuentra a un personaje poco estudiado pero de gran impor­tancia para la historia del arte, Ernest Gambart, cónsul general de España, que era en definitiva quien en aquellos momentos tiraba de los hilos del mundo del arte occidental, pues compraba y vendía pintura en todas las ciu­dades europeas importantes. Gambart firma un contrato con Tadema, por el que el pintor se compromete a pintar veinticua­tro cuadros, de los que al menos la mitad debían tener como tema el mundo clásico. E inmediata­mente después de que el pintor finaliza esta primera serie, Gambart renueva el contrato, esta vez por cuarenta y ocho nuevos cuadros.
Pero en medio del éxito profesional la desgracia le golpea. En 1865 muere su único hijo varón y tres
años más tarde fallece su joven esposa.
En Londres no permanecerá mucho tiempo viudo. El 29 de julio de 1871 vuelve a contraer matrimonio con una de sus jóvenes alumnas, Laura Therese Epps, hija de un rico fabricante de cacao. En el mundo del arte que Alma-Tadema encuentra en Londres se enfrentan, varias corrientes. Aunque algunos prerrafaelistas, como John L. Millais, eran ya académicos, el grupo se consideraba antiacadé­mico y acusaba a la Institución de falta de proyec­to moral. Y también se consideraban antiacadémi­cos los simbolistas y los estetas, Whistler, Beardsley, Moore, Wilde, etc. E incluso al interior



Una adelfa, 1882 (Colección particular)



Los baños de Caracalla, 1899 (Colección privada)


de la Academia existían corrientes. Lord Leighton, por ejemplo, impulsaba en esos años un movi­miento neoclásico tardío que acogió con agrado la llegada de Tadema.
Sin embargo, aunque con afinidades con todas y cada una de estas corrientes londinenses, Alma­Tadema continúa siendo en gran medida un inde­pendiente. Su idea de que los tiempos cambian, pero que los hombres son siempre los mismos, le llevaría a pintar los romanos como si fuesen victo­rianos, personajes de su cotidianidad. Las mujeres
que retrata son al mismo tiempo de una sorprendente modernidad y de una belleza atemporal, mujeres reales y arquetipos idea­les. La perfección y suntuosidad de sus mármoles, muy presentes en sus maravillosas ensoñaciones del mundo greco-romano, y el tratamiento magistral y elegante que hace de las flores, también muy presentes, afianzan su fama.
Pintor de éxito que acumuló a lo largo de su carrera numerosos títulos y honores, hombre de gran cultura que dominaba seis lenguas. Su pecado, en definitiva, no fue otro que el de dar la espal­da a la realidad de su tiempo, el Londres sucio y lleno de humo de la revolución industrial, para crear un mundo de atmósfera mediterránea, lleno de sol y sen­sual belleza, que, lógicamente, fascinaba a los londinenses.
El pintor adquirió una resi­dencia más grande y lujosa. Había sido el domicilio y el taller de Jean-Jacques Tissot hasta finales de 1882, cuando la muerte de su amante, Kathleen Newton, el artista, muy afecta­do, había decidido abandonar Londres y regresar a Francia. Alma-Tadema, entonces en la cumbre de su carrera y su cotiza­ción, gastó una auténtica fortuna en la transformación de la casa. Durante aquellos años, en los artículos que se publicaban sobre Alma-Tadema se hablaba más de su mansión que de su pintura. Se
la llamaba "la Mansión Tadema" o "El Palacio de la Belleza". De alguna manera era como Townshend House, pero a una escala mucho más grande. Puertas de bronce, que eran copia de de las de la
mansión Eumactia de Pompeya, fuentes, muros de mármol verde marino, un atrio con mosaico y suelos de mármoles exquisitos. Entre las cosas verdaderamente originales de la mansión estaba su entrada, sobre cuyo umbral estaba escrita la palabra Salve, y que conducía a un vestíbulo cubierto
por cuarenta y cinco paneles que habían sido pin‑


 Una lectura de Hornero, 1885 (Museo de Arte de Filadelfia)


tados por amigos del artista. Lord Leighton había regalado un estudio preliminar de su famosa Psiqué y había también obras de John Singer Sargent, Briton Riviére, Sir Edgard Poynter o del alumno de Tadema Jhon Collier. La mansión tenía dos talleres, uno pequeño para Laura, la esposa
de Tadema, y uno enorme para el propio pintor con una cúpula cubierta de aluminio y proporcionaba una luz intensa y plateada al taller. Cuadros como Una lectura de Hornero o Un homenaje a Baco son perfectos ejemplos de la refinada luminosidad blanca que impregnaría a partir de ese momento las obras de Alma‑Tadema.
En esta mansión el pintor desarrolló una intensa vida social. Sobre una puerta una leyenda decía: Cuando vemos a los amigos nuestro corazón se reconforta. Y sobre la chimenea podían leerse los versos Shakespeare: No conozco nada mejor que cuando mi alma recuerda sus buenos amigos. Tadema era un perfecto anfitrión y sus recepciones y veladas juga­ron un papel muy importante en la vida mundana de los artistas en Londres durante más de treinta años. Las tardes de todos los lunes recibía a sus amigos. Y también lo hacía los miércoles por la tarde, en las que ofrecía a sus íntimos una cena y un concierto. Famosas fueron estas veladas musica­les, en las que participaron artistas tan importan­tes como Tchaikovski o Caruso. Y entre los que acudieron de manera más o menos asidua a la man­sión se hallan, además de algunos miembros de la familia de la propia reina Victoria, personajes como George Eliot, Edgard y Georgina Burne­Jones, Sir Arthur Conan Doyle, Winston Chur­chill, Robert Browning, numerosos miembros de la Royal Academy, políticos que formaban parte del Gobierno, científicos, así como aristócratas y gente de la vida social de todo el mundo. Durante este periodo continúa el artista vinculándose con
los círculos intelectuales y artísticos en los que se venera la filosofía perenne y los ideales platónicos.
Dando la espalda a la fealdad del mundo, Alma-Tadema se aferraba a la belleza. Aunque, fiel a sus orígenes holandeses y burgueses, no se trataba de una belleza idealizada sino siempre evidente y real, bellas mujeres, bellas flores, bellos y paisajes y bellos objetos.
Famoso por la perfección de sus flores, muy presentes en la mayoría de sus lienzos, Alma tenía también una gran reputación como pintor y dibujante de arquitecturas (en 1909, sólo tres años antes de su fallecimiento, el Royal Institue de British Architects le concedió una medalla de oro, y convirtiéndose en el único artista no arquitec­to que recibía tal honor.
Desde los campos Eliseos, él nos contempla, inmerso en las fuentes primigenias de la luz y la armonía.

Bibliografía:
Alma-Tadema y la evocación de la antigüedad.
Vern Swanson (Editoria Chene)
Lawrence Alma-Tadema (Phaidon Editorial)


Cortejo vano, 1900. Colección privada.



Bacante, 1907 (Colección Particular)

Album Letras-Artes nº102

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