lunes, 6 de agosto de 2012

Lágrimas de Eros


Por
Joaquín Lledó

Endimión dormido, 
1822, Antonio Cánova

Una vez más -la decimotercera ocasión desde el año 2003- la Fundación Colec­ción Thyssen-Bornemisza y la Funda­ción Caja Madrid programan y exhiben conjuntamente una exposición. Lágrimas de Eros nos ofrece un fascinante recorrido por la diversa expresión artística de un tema siempre recurrente, el erotismo, y se articula a través de la dialéctica amor y muerte, placer y dolor. El comisario de la exposición, que es el propio director artístico del Museo Thyssen-Bonermisza, Guillermo Solana, ha seleccionado más de un centenar de obras proce­dentes de más de noventa prestadores internacio­nales. Como él mismo dice: "El título de la expo­sición procede del último libro publicado en vida por Georges Bataille, Les larmes d'Eros, 1961. Aquella fue la aportación final del autor sobre un problema que había indagado a fondo en su obra El erotismo (1957): la íntima relación de Eros y Tánatos, entre la pulsión sexual y el instinto de muerte. El punto de partida de Bataille es la cer­teza de que en la petite mort del orgasmo experi­mentamos un avant goût, una anticipación de la muerte definitiva. El recurso a imágenes de la ago‑


Andrómeda
1869, Gustave Doré

Lot embriagado por sus hijas
1635, Francisco Furini


nía para expresar el clímax amoroso y el lenguaje del éxtasis para representar la muerte no es desde luego una invención de Bataille. Lo encontramos en Wagner, en la poesía romántica, en Bernini y en Miguel Ángel, en los místicos españoles y en la lírica griega arcaica. Lo que Bataille cree haber hallado es un fundamento para la identificación entre Eros y Tánatos: tanto en la muerte como en la consumación erótica regresamos, desde la dis­continuidad de la vida individual, a la continuidad originaria del Ser".
Para explorar la íntima relación entre Eros y Tánatos la exposición dispone las figuras mitoló­gicas en un itinerario casi narrativo que avanza de la inocencia a la tentación, de la tentación a los suplicios de la pasión, y de ellos a la expiación y a la muerte. La primera figura, Nacimiento de Venus, es la diosa de la belleza y del amor en su estado prístino, todavía virgen. Tal como la vieronlos neoplatónicos del Renacimiento, Venus ana­diómena encarna la Humanitas pura. Su belleza intacta rechaza los impulsos animales y por eso mismo los despierta, los excita. "La belleza, escri­be Bataille en El erotismo, importa en primer lugar porque la fealdad no puede ser mancillada y por­que la esencia del erotismo es la mancha. La huma­nidad, significativa del interdicto, es transgredida en el erotismo. Es transgredida, profanada, manci­llada. Cuanto mayor es la belleza, mayor es la man­cha". El maculado origen de Venus es la castración de Urano por su hijo Cronos, la extrema trasgre­sión que cabe imaginar. Junto a las brillantes interpretaciones del tema de William-Adolphe Bouguereau y Eugéne-Emmanuel Amaury-Duval, figuran en este apartado la interpretación escultó­rica de Rodin, pero también algunas interesantes versiones modernas del mito, como la del nortea­mericano John Currin.



María Magdalena en una gruta
1876, Jules-Joseph Lefebvre



A lo largo de la exposición se alternan y se anu­dan los mitos paganos y las figuras de la tradición judeocristiana: a Venus le corresponde la Eva bíblica, Eva y la serpiente, tentada y tentadora al mismo tiempo, que encarna como ninguna otra la dialéctica prohibición/trasgresión. Como dice Solana, "Esa dialéctica, concebida por Bataille como una danza que combina un paso atrás, recul, y un salto adelante, rebondissement, domina tam­bién los capítulos siguientes, Esfinges y sirenas y Tentaciones de san Antonio. La terrible Esfinge encierra un secreto poder de seducción, mientras que las adorables ninfas y sirenas albergan la ame­naza latente de la muerte en el agua. En las prue­bas a las que es sometido san Antonio se revela de nuevo el vaivén de la Tentación, el voyeur oscila entre la resistencia y la complacencia, entre la dis­tancia visual y el acercamiento táctil".
Para ilustrar el tema de la serpiente, junto a versiones clásicas del siglo XVI y XVII y fotogra­fías modernas de Avedon (un retrato de la bellísi­ma Nastassja Kinski) y de James White, varias obras del inquietante Franz von Stuck —un pintormuy presente a lo largo de la exposición-, entre las que se encuentran sus famosos lienzos El pecado y El vicio, pero también un muy poco visto relieve en yeso procedente de la Mugrabi Collection. Esplén­didas las versiones de Gustave Moreau o Eliu Ved­der del tema de la esfinge, o el provocador Fauno y ninfa de Franz von Stuck. En el capítulo dedica­do a las tentaciones de san Antonio, una joya, la versión del tema de Paul Cézanne, y entre otras muchas, en las que no falta la lasciva visión de Franz von Stuck, las dos maravillosas y festivas versiones del tema de Antonio Saura
"Con los capítulos siguientes, El martirio de San Sebastián y Andrómeda encadenada, entramos en la consumación erótica, que entraña, como el sacri­ficio, una violencia ritualizada. San Sebastián y Andrómeda son dos versiones, masculinas y feme­nina, cristiana y pagana, de un erotismo de la dominación y la sumisión, en cuyas contorsiones se confunden suplicio y delicia. La culminación amo­rosa en la pareja, en el capítulo El beso, es un bon­dage o esclavitud mutua, donde los amantes luchan por superar los límites individuales para fundirse en un solo ser. Pero esa fusión no se producirá sin violencia, sin la pasión caníbal por devo­rar al otro o vampirizarlo".
Para san Sebastián y Andrómeda, esculturas de Bernini, óleos de Bronzano, Ribera, Rubens, Millais, Moreau, Doré , Dalí, junto a algunas obras nunca vistas, como la Octavia del marido de Lee Millar, Roland Penrose, o la alucinante Máquina de coser electrosexual de Oscar Domínguez. Y para El beso, también obras espléndidas, entre ellas, El vampiro de Munch y esa maravilla que es el Cristo y la Magdalena de Rodin.
Si la primera parte de la exposición, en el Museo Thyssen-Bornemisza, explora los peligros mortales de Eros, en la segunda parte, en la Sala de Alhajas de la Fundación Caja Madrid, es la muer­te misma la que se ve erotizada. "La muerte consi­derada en el doble aspecto: o bien suavizada y embellecida como la hermana del sueño, o bien presentada con rasgos terroríficos. En su versión eufemística, la muerte, como el sueño, posee el poder de infundir o intensificar el atractivo eróti­co. La muerte dulce desarma al cuerpo, le arrebata su resistencia y lo convierte en un pasivo objeto de


Salomé
1896, Lucien-Lévy-Dhurmer


deseo, Apolo y Jacinto y Endimión dormido. En la muerte de Jacinto, la mirada deseante es masculina; en el sueño de Endimión, la mirada es femenina, pero puede ser desplazada por el deseo homosexual masculino. Los efectos estéticos y eróticos de la muerte sobre el cuerpo de la mujer están ilustrados por las figuras de dos bellas suicidas, Cleopatra y Ofe­lia, cada una de ellas destinada a una aniquilación diferente: Cleopatra, a la petrificación marmórea, y Ofelia, a la disolución en el agua. En con­trate con la imagen eufemística de la muerte como un sueño, en los últi­mos capítulos de la exposición, Mag­dalena penitente y Cazadores de cabezas, entra en escena otra visión, alegórica y macabra, encarnada en la calavera y en la cabeza cortada. La calavera per­tenece a María Magdalena, imagen viva de la confusión entre la penitencia y la sensualidad, entre el dolor extremo y el éxtasis. En las historias bíblicas de Judit y Holo­fernes, Salomé y el Bautista, David y Goliat, la cabeza cortada adquiere una variedad de usos: como trofeo de caza, objeto de meditación, reli­quia sagrada y fetiche sexual". La lista de las obras que se exhiben en la Sala de Alhajas es verdadera­mente impactante, porque el acierto de esta expo­sición es el haber sabido ejemplarizar todos y cada uno de estos capítulos que jalonan el recorrido por estas Lágrimas de Eros, con obras procedentes de todas las épocas y estilos, y realizadas con las téc­nicas más diversas, pero todas ellas de excelente calidad –y entre las que, además, no faltan algunas de las más emblemáticas y famosas obras del géne­ro, que hasta esta ocasión nunca habían sido exhi­bidas en nuestra ciudad.



Los amantes
1928, René Magritte

Sin título
2004, James White


Album Letras-Artes nº98

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