FRANCISCO CALVO SERRALLER
El 16 de junio de 1599 nació Diego Rodríguez de Silva y Velázquez en Sevilla, por lo que en el presente año corresponde celebrar el cuarto centenario de su nacimiento. Ya sé que las conmemoraciones centenarias son aleatorias y que, a veces, encima, se fuerzan con excusas poco o nada convincentes, con lo que se crea desconcierto y saturación. En todo caso, la rueda del tiempo marca las pautas para nuestra cultura moderna y resulta dificil imaginar un sistema alternativo para suscitar la atención colectiva sobre algo que se considera memorable. Como nadie puede negar que Velázquez se halla entre lo más memorable, no digo ya del arte español, sino del europeo, creo que a la postre es más útil requerir el mejor aprovechamiento posible de la efeméride que discutir si es oportuno regirse o no por lo que dicta el anónimo calendario. Esto último viene a cuento porque, como casi todo el mundo guardará en su memoria, hace nueve años, en 1990, se organizó, en nuestro país, un más que dudoso espectáculo a costa de una más que discutible exposición sobre Velázquez, que, en cierta manera, cegó la posibilidad de que ahora tenga lugar una gran retrospectiva del genial pintor. La iniciativa entonces no fue española, fue a remolque de la del Museo Metropolitano de Nueva York, para el que sí era imprescindibleadelantarse a la fecha centenaria, probablemente pensando que el Museo del Prado, sin cuya colaboración resulta imposible montar ninguna muestra velazqueña aceptable, la programaría para 1999.
Sea como sea, lo que, con certeza, se prepara ahora en nuestro país es una exposición monográfica sobre la etapa sevillana de Velázquez, que tendrá lugar el próximo otoño en su ciudad natal. Con este mismo tema tuvo lugar, en 1996, una excelente muestra en la Galería Nacional de Escocia, el mismo año, por cierto, quese pudo contemplar, en el Prado, el soberbio retrato velazqueño del papa Inocencio X. O sea, que no se puede decir que no se haya movido, en lo que se refiere al siempre espinoso asunto de las muestras temporales, lo velazqueño en la presente década. Fuera del mismo, tampoco se puede ignorar la serie de abundantes publicaciones que han aparecido en este mismo periodo o, en fin, el ciclo de conferencias que, organizado por la Fundación de Amigos del Museo del Prado, se está celebrando el presente curso, no sólo en la propia sede del museo, sino visitando a continuación las del Museo de Bellas Artes de Bilbao y la Fundación Barrie de la Maza de A Coruña.
Al margen del valor que se le conceda o merezcan cualquiera de las recientes o inminentes iniciativas en homenaje a Velázquez que acabamos de citar, o si han sido ejecutadas con la calidad o en el momento precisos, de lo que no cabe duda es del incomparable prestigio que ha alcanzado la obra del pintor español dentro y fuera de nuestro país. Desde luego, no fue siempre así, en parte a causa del desprestigio del arte español antes de su reivindicación entre los románticos europeos, pero también, caso específico de Velázquez, porque su obra no fue visible públicamente hasta la fundación del Museo del Prado. De hecho, muy escasos aficionados destacaban la pintura velazqueña antes de la década
"Vieja freindo huevos", de la National Gallery of Scotland, de Edimburgo, estará en la muestra sevillana.
de 1860, que fue cuando Manet la vio en el Prado y la calificó como la mejor realizada jamás por pintor alguno. Es cierto que, en su entusiasmada correspondencia escrita desde Madrid, Manet lo elogió como "pintor de pintores", que es lo que dice un pintor de otro cuando está convencido de que la excelencia de éste resultará difícil de comprender por la gran mayoría no cualificada. A juzgar por la pasión colectiva que suscitó la obra velazqueña a partir de 1880, se podría pensar que la reserva manetiana respecto al crecimiento futuro de la fama del pintor sevillano estaba equivocada, y que el pintor francés quizá se dejó llevar por el aire suficiente de un vanguardista que desconfía visceralmente de las masas. Sin embargo, en un célebre ensayo sobre Velázquez que Ortega escribió en 1954 se podía leer lo siguiente: "El brillo plenario de Velázquez dura de 1880 a 1920. Sorprende que figura tan ingente de la historia de la pintura haya permanecido tan breve tiempo en el cenit". Un poco más adelante añadía, insisto que desde 1954, que "es el presente el momento más inadecuado para hablar de Velázquez, porque su obra ha entrado recientemente en la zona de menor favorable visibilidad".
No merece la pena repasar aquí las razones que aducía el filósofo para explicar la despropositada fortuna de la obra de Velázquez, o, como él decía, los "caracteres anómalos" de su fama. pero nadie se rasgó las vestiduras cuando escribió que su estrella estaba declinante a partir de 1920 y que, 30 años después, hacia 1950, todavía podía resultar menos digerible para el público. Sin duda, ni Ortega, ni, mucho menos, Manet, pudieron imaginar lo que iba a ocurrir con el fenómeno de la proyección espectacular del arte y los museos en nuestra sociedad actual, pero creo que el hecho de que Velázquez se haya convertido en uno de los objetos de mayor consumo masivo de entre los que ofrece la historia del arte, no resta un ápice de verdad a la dificultad para su cabal comprensión o, si se quiere, para romper su recalcitrante misterio. Cómo algo podía ser muy popular sin ser apropiadamente entendido fue explicado, con admirable claridad, por Ortega al tratar precisamente de Velázquez y, en general, de la buena pintura. En ésta, afirmaba, el signo es patente y el significado recóndito; esto es: lo que se ve es evidente, pero no lo que esto significa, al revés de lo que ocurre, por ejemplo, en las matemáticas.
En este sentido, al margen de la mercadotecnia política y económica que puede acarrear la celebración del cuarto centenario del pintor, ¿no será quizá un buen propósito plantearnos, no descifrar, sino adentrarnos en el misterio de Velázquez, que es, en efecto, el de la pintura? Y es que el misterio empapa de tal manera el arte velazqueño que, a la postre, todo lo que le rodea, vida y personalidad incluidas, se nos vuelve refractario. No es que no conozcamos datos suficientes sobre lo que le pasó, sino que los documentos no revelan apenas el fondo íntimo de su personalidad y temperamento. Era, cierto, de natural discreto, y, además, estaba protocolariamente obligado a serlo como el cortesano que fue: se pasó las tres cuartas partes de su vida al servicio directo de Felipe IV. Pero es otra la discreción íntima del yo y del arte.
La biografía de Velázquez, por ejemplo, nos ha seguido proporcionando sorpresas. De origen modesto, casado a los 19 años con la hija del que fue su maestro en Sevilla, Francisco Pacheco, sus 42 años de paz conyugal, entre 1618 y 1660 –murieron ambos esposos ese mismo año con apenas unos días de diferencia–, parecían exentos de cualquier sombra. Hace unos años, sin embargo, nos
"Retrato de hombre joven". Esta obra y la pregunta ¿Autorretrato? promocionará el Año de Velazquez.
enteramos que tuvo un hijo natural en su segundo viaje a Italia y que lo mantuvo hasta que éste falleció. Pero no se trata de magnificar ocasionales enredos eróticos, aunque éste en concreto quebrante un montón de teorías sobre la sobriedad, la castidad y otras especulaciones parecidas escritas al respecto, sino que, todavía hoy, sabemos bastante poco acerca de lo que, a ciencia cierta, deseaba, pensaba o creía Velázquez. Su duro ascenso escalafoneado en su carrera cortesana nos dice más sobre lo que era la vida de un pintor en la Corte española que sobre él. En esa Corte ingresó en 1623 y no dejó de servirla, en la persona de Felipe IV, hasta el día de su fallecimiento, acaecido a las tres de la tarde del 6 de agosto de 1660, poco después de regresar de la isla de los Faisanes, en el río Bidasoa, donde asistió como aposentador al definitivo pacto hispano-francés. Fue en ese ceremonial cuando, según Palomino, deslumbró a propios y extraños con su elegante vestido y garbo, lo que, dicho sea de paso, cuadra mal con lo que legendariamente se solía decir sobre su "natural modestia". Su obstinación por ser nombrado caballero de Santiago, algo que logró porque así lo impuso el monarca tras fracasar el pleito de hidalguía, implicaba rentas y no sólo honores, con lo que para el caso tampoco se puede conjeturar que le impulsaba la simple vanidad.
Así podríamos seguir matizando suposiciones a partir de datos indiscutidos, pero donde el misterio se ceba más es en la explicación de su arte. El asunto es, cuanto menos, curioso,porque no ha habido una obra de producción más corta, mejor inventariada y, hasta cierto punto, de intenciones más consabidas que la de Velázquez. Pero es el caso que hoy sus cuadros principales siguen suscitando polémicas sobre aspectos esenciales, como la hace poco organizada sobre Las Meninas, o se discute acaloradamente atribuciones, como ocurrió con un retrato de Olivares, de una colección privada española, o, en la actualidad, con una santa Rufina juvenil que se ofrece a la venta. Son éstos, sin duda, datos sueltos, citados un poco al azar, pero que no dejan de sorprender en un pintor que no tuvo más taller que el familiar y que se pasó casi toda su vida como un funcionario cortesano, levantándose acta de cuanto le pasaba y hacía.
¿Será entonces que el misterio Velázquez, el de su vida y el de su arte, estuvieron marcados por una discreción que va más allá de la de ser un probo y sobrio cortesano, de carácter introvertido y temperamento flemático? El varón discreto es, según Covarrubias, el que sabe distinguir y juzgar. A este mismo asunto le dedicó no pocas reflexiones Baltasar Gracián, admirador contemporáneo de Velázquez. Ortega pensó que lo mejor de Velázquez fue que logró "la retracción de la pintura a la visualidad pura", mientras que Foucault vio en Las Meninas la primera manifestación consciente de la representación. Se ha dicho también que supo pintar, no tanto la realidad de unos hombres, sino el secreto del existir, el paso del tiempo. En cualquier caso, todo lo que hizo, lo hizo significando cada vez más con menos. ¡El más hondo misterio que cabe esperar del arte!
El aguador de Sevilla y la Vieja hiendo huevos volverán a sus tierras andaluzas acompañados de otra veintena de obras de Diego Velázquez, creadas antes de irse a Madrid, y expuestas en 11 museos de todo el mundo. Estarán en Sevilla en otoño en la exposición más importante que celebrará el cuarto centenario del nacimiento del pintor, en el conjunto monumental de la Cartuja Santa María de las Cuevas, con el nombre de Velázquez y Sevilla.
"Es una muestra singular, muy interesante, porque por primera vez se ha logrado reunir la etapa sevillana de Velázquez", afirma Carmen Calvo, consejera de Cultura del Gobierno de Andalucía, y coordinadora de los actos conmemorativos. "Una exhibición", agrega, "en la que se podrá ver que ya era un artista formado cuando llega a Madrid". El comisario de la muestra fue Juan Miguel Serrera, fallecido recientemente.
¿Será entonces que el misterio Velázquez, el de su vida y el de su arte, estuvieron marcados por una discreción que va más allá de la de ser un probo y sobrio cortesano, de carácter introvertido y temperamento flemático? El varón discreto es, según Covarrubias, el que sabe distinguir y juzgar. A este mismo asunto le dedicó no pocas reflexiones Baltasar Gracián, admirador contemporáneo de Velázquez. Ortega pensó que lo mejor de Velázquez fue que logró "la retracción de la pintura a la visualidad pura", mientras que Foucault vio en Las Meninas la primera manifestación consciente de la representación. Se ha dicho también que supo pintar, no tanto la realidad de unos hombres, sino el secreto del existir, el paso del tiempo. En cualquier caso, todo lo que hizo, lo hizo significando cada vez más con menos. ¡El más hondo misterio que cabe esperar del arte!
"El aguador de Sevilla", del Wellington Museum de Londres
LA ETAPA SEVILLANA DEL PINTOR
El aguador de Sevilla y la Vieja hiendo huevos volverán a sus tierras andaluzas acompañados de otra veintena de obras de Diego Velázquez, creadas antes de irse a Madrid, y expuestas en 11 museos de todo el mundo. Estarán en Sevilla en otoño en la exposición más importante que celebrará el cuarto centenario del nacimiento del pintor, en el conjunto monumental de la Cartuja Santa María de las Cuevas, con el nombre de Velázquez y Sevilla.
"Es una muestra singular, muy interesante, porque por primera vez se ha logrado reunir la etapa sevillana de Velázquez", afirma Carmen Calvo, consejera de Cultura del Gobierno de Andalucía, y coordinadora de los actos conmemorativos. "Una exhibición", agrega, "en la que se podrá ver que ya era un artista formado cuando llega a Madrid". El comisario de la muestra fue Juan Miguel Serrera, fallecido recientemente.
La conmemoración, cuya organización se inició en 1996, empezó oficialmente el mes pasado con la declaración de 1999 como Año Velázquez por parte de la Junta de Andalucía. El año gira en torno a dos actividades: la exposición y el Simposio Internacional Velázquez, en octubre. Paralelamente, se realizará un programa con La música y el teatro en la época de Velázquez y se ha solicitado al Consejo de Europa que vincule el Año Velázquez a las Jornadas Europeas del Patrimonio 1999 en toda España.
Velázquez y Sevilla tendrá alrededor de cien piezas, en las que se contextualiza lo que pintaba Velázquez y lo que se hacía entonces en Sevilla; esto incluye pinturas, esculturas, dibujos, grabados, libros miniados y documentos que influyeron en la primera etapa del pintor. "Pretendemos recordar su nacimiento, su formación artística en una Sevilla esplendorosa y su relación con el resto de Andalucía", explica Carmen Calvo.
La exposición tiene tres áreas: una dedicada a los precedentes artísticos de la segunda mitad del siglo XVI, otra, a los artistas coetáneos que convivieron en el mismo ambiente, y un tercer espacio sobre las obras de Velázquez durante su etapa sevillana. Este último se recreará con 22 pinturas de 11 museos, como Escena de cocina con Cristo en Emaus (The National Gallery of Ireland, Dublín), Cristo en casa de Marta (The Trustees of the National Gallery, Londres), El almuerzo (Szépmüvészeti Müzeum, Budapest), El poeta don Luis de Góngora y Argote (Museum of Fine Arts, Boston) y La adoración de los Reyes Magos (Museo del Prado). Asistirán al simposio Jonathan Brown, Enriqueta Harris, Fernando Checa, Fernando Marías, Alfonso Gutiérrez y Francisco Calvo Serraller. El centenario empezará este mes a promocionarse en los principales aeropuertos del mundo, con carteles de obras de Velázquez con un símbolo, el anagrama DV y la Cruz de Santiago —símbolo de la Orden de Caballería a la que el pintor anheló pertenecer y que le fue concedida por el rey Felipe IV, que la mandó pintar después de la muerte de Velázquez en el autorretrato en que aparece en Las Meninas—y las fechas 1599 / 1999. / W.M.S.
SOBRE LAS MENINAS
ANTONIO PALOMINO
"El lienzo, en que está pintado, es grande, y no se ve nada de lo pintado, porque se mira por la parte posterior, que arrima al caballete. Dio muestra de su claro ingenio Velázquez en descubrir lo que pintaba con ingeniosa traza, valiéndose de la cristalina luz de un espejo, que pintó en lo último de la galería, y frontero al cuadro, en el cual la reflexión o repercusión nos representa a nuestros católicos reyes Felipe y María Ana En esta galería, que es la del cuarto del Príncipe, donde se finge, y donde se pintó, se ven varias pinturas por las paredes, aunque con poca claridad; conocese ser de Rubens, e historias de las 'metamorfosis' de Ovidio. Tiene esta galería varias ventanas, que se ven en disminución, que hacen parecer grande la distancia; es la luz izquierda, que entra por ellas, y sólo por las principales, y últimas. El pavimento es liso, y con tal perspectiva, que parece se puede caminar por él; y en el techo se descubre la misma cantidad. Al lado izquierdo del espejo está una puerta abierta, que sale a una escalera, en la cual está José Nieto, aposentadar de la reina, muy parecido, no obstante la distancia, y degradación de cantidad y luz, en que se le supone; entre las figuras hay ambiente; lo historiado es superior; el capricho nuevo; y en fin, no hay encarecimiento que iguale al gusto y diligencia de esta obra; porque es verdad, no pintura Acabóla don Diego Velázquez el años de 1656, dejando en ella mucho que admirar y nada que exceder (...). Esta pintura fue de Su Majestad muy estimada, y en tanto que se hacía asistió frecuentemente a verla pintar; y asimismo la reina nuestra señora doña María Ana de Austria bajaba muchas veces, y las señoras infantas y damas, estimándolo por agradable deleite y entretenimiento. Colocóse en el cuarto bajo de Su Majestad en la pieza del despacho, entre otras excelentes; y habiendo venido en estos tiempos Lucas Jordán, llegando a verla, preguntóle el señor Carlos II, viéndole como atónito: `Qué os parece?' Y dijo: 'Señor, ésta es la teología de la pintura': queriendo dar a entender que así como la Teología es la superior de las ciencias, así aquel cuadro era lo superior de la pintura".
Fragmento de Palomino (1655-1726), pintor y tratadista, del libro 'El museo pictórico'.
El Pais, 9 de enero de 1999
El Pais, 9 de enero de 1999
No hay comentarios:
Publicar un comentario