Hugo en el refectorio,
del Museo de Bellas Artes de Sevilla.
El Museo del Prado exhibe hasta el 31 de julio la gran exposición de Francisco de Zurbarán, tras causar sensación en el Metropolitan Museum de Nueva York y en el Grand Palais de París. Por su parte, el Museo Picasso de Barcelona acoge hasta el 14 de julio el mítico y revolucionario óleo de Pablo Picasso Les demoiselles d'Avignon (1907), propiedad del Museum of Modern Art de Nueva York. Con ello, la obra picassiana realiza su último viaje transatlántico.
texto: José María de Areilza
Cómo sería la villa de Fuente de Cantos a finales del siglo XVI? Era lugar de tradición romana conocida y rico subsuelo arqueológico, y su vinculación con la Orden de Santiago le daba un enlace de hermandad con las villas cercanas. Había en el casco de la población dos conventos de monjas: el de la Concepción y el de las carmelitas. Y otro de frailes franciscanos. La espléndida iglesia parroquial estaba consagrada a la Virgen de la Granada. Buen número de ermitas señalaban el contorno del caserío urbano. Y en una de las dehesas de labor y pastos circundantes se alzaban las ruinas de un antiguo convento templario. En ese ambiente de religiosidad de la pequeña aglomeración rural nació Francisco de Zurbarán y Marqués en 1598.
Un tema que ha interesado a los investigadores de Zurbarán y de su obra ha sido la insistencia que manifestó en varias ocasiones el pintor, para firmar "Zurbarán Salazar", queriendo denominarse con ese apellidocompuesto. María Luisa Caturla, la figura cimera de nuestros zurbaranistas, no logró aclarar los motivos de esa tesonera actitud. Acaso entendiera el genial artista que ambos linajes, de notoria prosapia vizcaína, le daban un realce individual superior a su modesta condición originaria de proceder de una familia de merceros locales. Zurbarán fue durante siglos un apellido de relieve en la Villa de Bilbao, donde hace 100 años se alzaba todavía la oscura y almenada torre de
San Pedro Tomás, del Museo de Boston
San Cirilo de Constantinopla, del Museo de Boston.
Ángel turiferario, del Museo de Bellas Artes de Cádiz.
¿De dónde brotó la inspiración artística y el regusto estético en el alma de este zagal de ovejas de Badajoz? Se puede suponer que, dada la profunda religiosidad de la familia, el adolescente frecuentaría las iglesias y conventos locales, familiarizándose con imágenes, pinturas y retablos, así como el trato con los frailes franciscanos, cuyos hábitos contemplaría con curiosa familiaridad. Los Zurbarán se trasladaron a Llerena, la próxima e importante ciudad amurallada envuelta en torreones, residencia de los maestres de Santiago. que tenía dos soberbias parroquias cuyos cultos eran, por el número de beneficiados, capellanes y diáconos que las servían, comparables al de una catedral. En esos templos y en los ocho conventos de clausura que había en Lleréna siguió observando el joven artista los mil y un detalles de la vida monástica que iba a traducir al mudo y supremo lenguaje de sus lienzos soberanos. Mientras que su época de pastor habla impregnado su retina clarividente con la silueta apagada, humilde y las trabadas patas de los corderillos que se enviaban al mercado pascual. Imagen que luego iba a resucitar en sus insuperables corderos místicos dotados de perfecta y lanosa envoltura.
Pedro Díaz de Villanueva, "pintor de imaginería", admitió, bajo contrato notarial "como aprendiz", en su taller de Sevilla al joven de 16 años durante un trienio. De allí salió Zurbarán con su lección aprendida y su asentada vocación. Un año después firmaba su primer contrato profesional para realizar los Quince misterios del rosario, con destino a la parroquia de su pueblo natal. Retablo del que no han quedado rastros.
Empezaron muy pronto los encargos importantes que se reflejaban en contratos muy precisos. Los dominicos de Sevilla le pidieron 21 obras para San Pablo el Real, con plazo de entrega de ocho meses. Los franciscanos contrataron tres. Los mercedarios calzados, 22 lienzos. La Sevilla floreciente del primer tercio del seiscientos acogió gozosa al nuevo maestro
y le propuso que abandonase su domicilio de Llerena y se instalase en la capital andaluza con su familia. Se había casado ya dos veces con mujeres de más edad que la suya. Tenía varios hijos. Y clientes importantes en número creciente.
¿Cómo sor-
San Juan Bautista, del Museo de Bellas Artes de Cádiz.
San Marcos, del Museo de Bellas Artes de Cádiz.
San Hugo, obispo de Lincoln, del Museo de Bellas Artes de Cádiz.
Visión de san Pedro Nolasco, del Museo del Prado.
Hércules, del Museo del Prado.
La Anunciación, del Museo del Prado.
comercial de su trabajo. Al fin y al cabo no había en esos años lugar grande o pequeño de las Extremaduras que no tuviese algunos vecinos metidos de lleno en las fabulosas hazañas de la conquista americana. Más debió halagarle todavía recibir el encargo de pintar 12 grandel lienzos para el llamado Salón de los Reinos del palacio de Buen Retiro madrileño.
En 1644 se casa por tercera vez Zurbarán con Leonor de Tordera, viuda, de 28 años, de conocido linaje de orfebres. Le dio al pintor seis hijos, que murieron todos prematuramente.
Ya en el mediodía de su vida y de su creatividad se instaló er Madrid. Es interesante conocer documentalmente el proceso de los cobros, muchas veces retrasados, de sus grandes clientes contractuales. Zurbarán era un minucioso y tenaz administrador. Tendría seguramente muchos gastos familiares. A los 64 años se sintió poco a poco desfallecer en su vitalidad. Poco después otorgó testamento en Madrid, cuyo texto va precedido de una fervorosa afirmación de su fe y de su esperanza en el abrazo de Dios. El 27 de agosto de 1664 falleció en Madrid. El inventario de sus bienes es detallado, y dentro de su nivel social medio aparecen muebles, telas y objetos de rara y valiosa calidad, así como cierto número de lienzos suyos. Se ha dicho y escrito que había muerto en la
pobreza, en contraste con otros pintores españoles de esa época. Sin embargo, de sus particiones testamentarias se trasluce que no dejó deudas, sino créditos pendientes a su favor.
Enumerar este prosaico relato de la trayectoria vital del artista encierra, a mi juicio, bastante interés. Zurbarán aparece como un completísimo profesional, dominador de las formas, mágico combinador de colores y poseedor inmanente de los más remotos secretos de la luz. Junto a esa panoplia de atributos excelsos que se manifiestan a través de su pincel y su paleta hay siempre un hálito misterioso que envuelve en lirismo la egregia sobriedad de su pintura.
Jesús entre los doctores, del Museo de Sevilla.
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