martes, 31 de enero de 2012

El carnaval y el fin de siglo en Goya

Los estudiosos Victor I. Stoichita y Anna María Coderch presentan Goya. The Last Carnival, uno de los últimos y más sugestivos ensayos en torno a la serie de Los Caprichos y la obra final del pintor aragonés. Un documentado y convincente texto que revela a un Goya culto y conceptual, alejado de los estereotipos castizos y abierto a las interpretaciones inteligentes.



JUAN RAMÍREZ
E1 punto de partida de este libro (Goya. The Last Carnival) está en un descubri­miento, aparentemente insignificante, pero de gran importancia, como aquí se demuestra, para la cabal compren­sión del famoso pintor aragonés: Goya eligió cuidadosamente una fecha concreta para iniciar la venta de Los Caprichos, y ésa fue el miércoles de ceniza de 1799, es decir, el día final del último carnaval de siglo XVIII. Tampoco creen casual sus autores, Victor I. Stoichita y Anna María Coderch, que el artista no anunciara la distribución de esta serie en una librería u otra tienda especializa­da del ramo, sino en una farmacia situada en la calle del Desengaño de Madrid. Subver­sión, pues, cura purgativa, farsa carnavalesca (o amarga penitencia) y sátira desengañada del mundo. Estos datos dan una idea de la habilidad performativa de un creador que se habría anticipado con tales gestos a compor­tamientos peculiares del arte de las últimas décadas del siglo XX, pero son para los dos autores de este libro el simple billete de embarque para uno de los viajes intelectuales más fascinantes de cuantos nos ha deparado la industria cultural "del milenio".
Estamos en el maremoto del fin de siglo, naturalmente, y poco importa que se trate del XVIII. La amarga ironía con la que el artista recapitulaba en sus obras, la lucidez de sus observaciones, vale para nuestro presente. Goya vio derrumbarse al ancien régime y fue un testigo privilegiado de las dramáticas consecuencias de la subversión general de las categorías que prometía la revolución. También Stoichita y Coderch (especialmente el primero, rumano exiliado, muy conocido ya entre nosotros por las traducciones españolas de algunos de sus libros, catedrático actualmente en la Univer­sidad suiza de Friburgo, pero también Coderch, catalana expatriada, que se formó en la universidad española del franquismo tardío) han visto caer el viejo absolutismodel "socialismo real" y asisten perplejos, como todos nosotros, al alejamiento perpe­tuo de la utopía. Tal vez sean estas experien­cias contemporáneas las que les hayan permitido rescatar a Goya de la prisión sociológica en la que estaba encerrado para llevarlo a un territorio más intemporal, el de la antropología y el de la historia cultural. Así es como la inversión de los valores, la crítica de sus dibujos y grabados, parecen proceder más del viejísimo mundo del carna­val que de la "lucha de clases"; la crueldad de Goya, las imágenes que "no se pueden mirar", tendrían una curiosa afinidad secreta con el Marqués de Sade (ésta es una parte especialmente sugestiva, aunque esté más cogida por los pelos que el resto del libro); muchas de sus disposiciones y elementos mostrarían, en fin, un gusto por la doble imagen, la paradoja y el juego icónico-verbal que revelarían la pervivencia en aquel fin de siglo de la cultura conceptista del barroco.
Varias cosas se desprenden de este análi­sis. Una: no es ya muy relevante ver al artista como un precursor de la moderni­dad pictórica de los impresionistas y expre­sionistas (ni una sola frase se dedica a ello en toda la obra), sino como un habilísimo manipulador de ideas; es un Goya culto y conceptual. Otra: no parece un represen­tante conspicuo de la supuesta singularidad histórica española, sino el mejor intérprete artístico de la cultura europea de su época; se diría que es un Goya globalizado, lejos de los estereotipos castizos y aislacionistas a los que nos había acostumbrado la inte­lectualidad (anti)franquista. Y finalmente (por poner un tope a estas consideracio­nes): vemos a un Goya abierto a la inter­pretación inteligente, cuyas creaciones aparecen como auténticas máquinas de generar sugerencias y matices semánticos, no tan distintas, podríamos añadir, a las estrategias puestas en práctica en la segun­da mitad del siglo XX por los numerosos herederos de Marcel Duchamp.
Fue precisamente este gran profeta de la modernidad el que más insistió en la idea de que el artista debe ser considerado como un mero instigador, y es el espectador, la poste­ridad, quien debe acabar la obra. El acto creativo está, también, en la interpretación (y viceversa). No me olvido del libro que comentamos: Stoichita y Coderch han sido consecuentes con esa idea y han escrito una verdadera obra maestra al tejer, con notable erudición y gran ingenio narrativo, una nueva interpretación, documentada y convincente, del genial artista aragonés. Cada capítulo posee una unidad temática autónoma, pero todos ellos se van revelando poco a poco como las piezas de un conjunto argumental sólidamente trabado. Aunque no todas las explicaciones y derivaciones cultu­rales sean igualmente convincentes, resultan siempre fascinantes. Yo me he quedado especialmente enganchado con algunos capí­tulos como el quinto (La farmacia de Goya), o el octavo que se refiere a la risa del artista, a su contrafigura en tanto que Demócrito, el filósofo griego que se representaba riendo. Stoichita y Coderch tratan, en fin, como todo lo que importa, de nosotros mismos. Vuelvo a mirar las dos últimas imágenes de Goya. The Last Carnival: en ambas está el artista, muy viejo (son dos versiones de hacia 1824-1828 del que fue, seguramente, su últi­mo autorretrato), balanceándose en un columpio sobre un mundo vacío (primera imagen) o vagamente entrevisto allá abajo, muy lejos (en la segunda versión). Lo más notable es que este personaje no se lamenta, ni pretende satirizar o sermonear sobre los muchos errores de la humanidad: sólo se ríe, a mandíbula batiente. Así, con el título de este capítulo final del libro, es como deberían acabar, o empezar, los siglos y los milenios: "Ja ja, jo jo, ju ju, je je".
Victor I. Stoichita y Anna María Coderch. Goya. The Last Carnival. Reaktion Books. Londres, 1999. 323 páginas. 16.95 libras.

El Pais, 12 de febrero de 2000

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