sábado, 22 de octubre de 2011

El Artefacto Perverso de Felipe Hernandez Cava y Federico del Barrio


 La memoria, esa novela
Manuel Vázquez Montalbán


La memoria es una novela que todo ser humano tiene en un almacén interior de difícil ubicación. Es una novela que se ha contado a sí mismo, casi siempre con la ayuda de los demás. Del almacén de la memoria salen las narracio­nes orales o escritas y con el tiempo fraguó un género li­terario y una raza, la novela y los novelistas. Pero hay que revisar tan reductivo viaje a la vista de ofertas estéti­cas como las que nos plantean Federico del Barrio y Fe­lipe Hernández Cava en El Artefacto Perverso, una nove­la que utiliza diversos patrimonios narrativos, desde los específicamente literarios hasta los que pertenecen a la cultura audiovisual y muy especialmente al comic, espe­cialmente esa capacidad de visualizar la memoria me­diante el flash back.
Tiempos de postguerra. La memoria se ha convertido en un artefacto a la vez perverso y peligroso. Los vencidos sólo conseguirán sobrevivir si pierden la memoria o la ocultan, es decir, si pierden su identidad, si se desidenti­fican y consiguen integrarse en ese Madrid, por citar una ciudad, que Dámaso Alonso en 1945 poetizó como la ciudad "...de un millón de cadáveres". Toda la tipo­logía de los supervivientes aparece descrita, desde los que quieren resituarse a la sombra del olvido hasta los que mantienen la rabia y la idea frente al poder que se ha quedado la casa, el caballo y la pistola. Un intelec­tual menor consigue sobrevivir dibujando comics con­vencionales, en la línea Roberto Alcázar y Pedrín, que a la vez falsifican las condiciones de la realidad, pero que fa­talmente reproducen el espíritu escindido de su autor. Dentro de El Artefacto Perverso se combinan tres tiem­pos: el de la realidad, el de la historieta que el protago­nista va dibujando, y los recuerdos de los protagonistas vinculados a la reciente guerra civil, que tratan de moverse entre la ética de la resistencia y la ética de la super­vivencia que puede llevar incluso a la traición. Enrique, el dibujante protagonista, no quiere resistir pero tampo­co quiere sobrevivir gracias a la traición y desea sobre todo sobrevivir gracias al olvido, a la desmemoria. Los compañeros de los años de lucha resucitan con los bra­zos tendidos hacia él para devolverle al país de la espe­ranza, y él trata de afrontar ese riesgo sin perder la digni­dad pero también sin perder la vida.
La Literatura y el Cine han tratado frecuentemente de re­cuperar aquella atmósfera de postguerra que se integrará para siempre en una hermosa, agridulce, en claroscuro poética de la Resistencia. Con la aportación de Federi­co del Barrio y Hernández Cava, el comic se inscribe como instrumento al servicio de esa poética y con un nivel ex­traordinario tanto en lo que se refiere a los códigos espe­cíficos del género como a la coherencia del discurso reme­morativo y crítico que alienta la historieta. Hace tiempo que desconecté de los prodigios del comic español, pero me complace recuperar a Hernández Cava, pertenecien­te al colectivo El Cubri con el que coincidí en varias publi­caciones en los tiempos del transfranquismo, así como del Barrio, uno de los creadores de la movida. Quiero re­saltar el interés especial que tiene esta propuesta desde una percepción interesada por las estrategias narrativas. Junto al uso de los tiempos hay que valorar la combina­ción de las propuestas semióticas diferenciadas según el tiempo descrito: el claroscuro denso en la vida real de la ciudad en peligro, el diseño de la banalidad en el mundo del comic convencional de Pedro Guzmán y el malvado Balial, y las confusas siluetas del pasado, tres tiempos, tres miradas, tres diseños para reconstruir una sola ciudad: la de la memoria. La de los protagonistas y la nuestra.












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