miércoles, 9 de marzo de 2011

El espejo deformante de François Boucq


Incisivo, provocador y lúcido son tres de los mu­chos adjetivos con los que podría calificarse la obra de un francotirador de la historieta como es el francés François Boucq (1955). El estilo hiperrea­lista de Boucq ejerce una función similar a la del retrato de Dorian Gray: refleja el alma de sus per­sonajes. A diferencia de la estandarización de ras­gos utilizada por la mayoría de historietistas, Boucq compone un laberinto de líneas que dota a los rostros de una personalidad muy definida.
Los suyos son seres grotescos y repulsivos, a los que un excesivo detallismo en el dibujo de un fo­rúnculo o una verruga aparta del ideal de belleza.
Boucq transmite esa misma sensación a los objetos y los decorados, que disfrutan de un protagonismo paralelo al de las figuras.
La riqueza de su grafismo le permite repartir su obra entre historietas cortas de humor surrealista, escritas por el propio autor, y obras más extensas y complejas. En el primer apartado, Boucq ha creado un mundo plagado de seres enloquecidos, cuya for­ma de tomarse la vida al pie de la letra provoca si­tuaciones chocantes. En estas historias, entre las que se encuentra Una perspectiva laboriosa (1991), el elemento fantástico pierde su condición utópica para fundirse con el hecho cotidiano.
El resultado es una deformación de la realidad objetiva que, como en aquellos espejos cóncavos o convexos de los parques de atracciones, nos devuel­ve una imagen distorsionada de la verdad. En cuan­to a la segunda variante de su carrera, Boucq ha ilustrado las historias entre fantásticas, oníricas y policiacas de guionistas como el norteamericano Jerome Chayrin y el chileno Alejandro Jodorowski.
Antonio Guiral
Veinte años de comic. Aula de Literatura Vicens Vives, 1993









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