jueves, 16 de diciembre de 2010

Batman: El Regreso del Señor de la Noche por Frank Miller, Klaus Janson y Lynn Varley



DARK KNIGHT

D.K. es un comic polémico. Sin duda pasa­rá a la historia, junto con «Watchmen», como una de las obras de superhéroes que ha con­seguido captar al público de otros tipos de co­mics. El prestigio de estas dos obras ha abo­gado, de hecho, al de muchas otras de alto nivel («Born Again», «Spiderman vs.Kraven», etc.) y ha derivado incluso hacia una triste co­mercialización. (La Batmanía tuvo probablemente su comienzo en D.K.). D.K. ha sido acu­sado de fascista y cosas semejantes, e incluso, con Watchmen, de ser «subversión domesticada» (en el Diari de Barcelona, creo). Vamos a tratar de aclarar alguno de estos pun­tos, empezando por referirnos a uno de los maestros del comic de nuestros días: Frank Miller.

EL GRAN NARRADOR

Miller no escatimó medios para el D.K. Algunos han que­rido darle un excesivo significa­do político y moral a esta obra que es, ante todo, una narra­ción épica y también psicológi­ca. Como en «Daredevil: Born Again», Miller bucea en la men­te del superhombre, sacando a la luz sus pesadillas, obsesio­nes y debilidades. A pesar de la gran importancia que tiene el texto dentro de esta obra, y al elevadísimo nivel literario de éste, D.K. es ante todo una na­rración visual, casi cinemato­gráfica. El dibujo, a pesar de haber sido «embellecido» por la paleta de Lynn Varley, es sen­cillo y esquemático, pero muy potente.

Quizá lo más admirable en Miller sea su asombrosa capa­cidad de síntesis, tanto en la síntesis guión-dibujo como la capacidad de transmitir gran cantidad de ideas en muy po­cas de imágenes. Ocho peque­ñas viñetas bastan para el cara-a-cara entre Batman y Dent. En dos pág. nos define los carác­teres contrapuestos de Super­man y Batman. En una sola pá­gina nos hace «sentir» la durísima vida que ha arrastra­do Margaret Corcoran.

Miller introduce además la TV. La pequeña pantalla apare­ce 333 veces a lo largo de la obra, y, como el coro de la tra­gedia griega, comenta conti­nuamente la acción. En la TV la deshumanización de la socie­dad en la cual se mueve Bat­man: «mujer explota en la esta­ción del metro... vídeo a las once».

Al mismo tiempo, es un vehí­culo para la aparición de la gran cantidad de personajes secun­darios que aparecen en el D.K., cuya personalidad nos traza Mi­ller en, a veces, 2 ó 3 viñetas. Estos personajes «de fondo», que constituyen una especie de «extracto» de la sociedad en la cual se mueve Batman, son uno de los logros fundamenta­les de la miniserie. Por poner sólo un ejemplo, fijémonos en el tripulante del satélite artificial que aparece bastante de pasa­da en pág. 13 L.4 y que con­mueve en su única y breve rea­parición en la pág. 16, cuando escribe una última carta de amor sabiendo que su muerte se aproxima.

BATMAN:

LA AMBIGÜEDAD DEL MITO

Miller ha hecho personas de sus personajes. No «tal como son» realmente las personas, sino «tal como deberían ser» para protagonizar grandes his­torias, lo cual no es obstáculo 1 para que tengan vida propia.

Tal vez ninguno sea tan com­plejo como este Batman. Miller parece haber evitado delibera­damente una definición clara de personaje.

Así pues, en D.K. vemos a Batman bajo, por lo menos, cuatro puntos de vista. En pri­mer lugar el Comisario Gordon, Carde, Selina Kyle e incluso Oli­ver Queen ven en Batman a la «fuerza» de la que la sociedad está tan necesitada. Y Miller pa­rece confirmar en diversas oca­siones esta opinión. La compa­ración establecida entre Batman y Roosevelt en pag. 40 L.2 es admitida por una enemi­ga encarnizada de Batman en pág. 24 L4. La lucha final de Batman contra el incendio de Gotham y contra Superman tie­ne tintes mesiánicos. En segun­do lugar, Batman es para Alfred una «obsesión en un hombre maduro». Y toda la evolución del personaje desde el L.1 has­ta las primeras págs. del L.4 pa­rece confirmarlo. Batman rea­parece con las palabras «pero soy de nuevo un hombre de treinta... de veinte años» (pág. 25 L.1). Sin embargo, más tar­de se considerará un «viejo con suerte» (pág. 6 L.4). En tercer lugar, la comisario Yindel, el doctor Wolper y otros conside­ran a Batman un psicópata fas­cista, un problema social. Qui­zá. En pág. 32 y 37 Batman tortura a sendos criminales. Su reaparición provoca (confirman­do las teorías del por otra parte ridículo Dr. Wolper) el regreso del Joker y la aparición de los «Hijos de Batman». Sin embar­go, ninguno de estos tres pun­tos de vista nos dan una ima­gen de lo que verdaderamente es Batman. Convergen, sin em­bargo, en la manera como Bat­man se ve a sí mismo; éste es el cuarto punto de vista. Sin que nadie aparte de él mismo pue­da verlo, Wayne vive la reapa­rición de Batman como una «posesión». No puede huir de su otro yo, simbolizado en un murciélago que aparece repe­tidamente: al descubrir Bruce, —todavía un niño— la Batcue­va, poco antes de ser asesina­dos sus padres, poco antes de decidir transformarse en Super­man, y, por última vez, poco an­tes de su «regreso». El Batman que surge de esta «posesión» es inhumano y terrible. En la pág. 36 L.2, al abrazarse Carrie y Bruce, contrasta el aspecto pétreo, pálido e inhumano de él con la frescura juvenil de ella. Sin embargo, Batman no pue­de escapar de su decadencia fí­sica e incluso psíquica. Sus in­tentos de perder contacto con la realidad fracasan: frases como «hoy es ayer» demues­tran cada vez ser menos cier­tas. Si D.K. terminase en el li­bro tres, hubiera quedado como la historia de la decadencia de un héroe. Sin embargo, sor­prendentemente, Batman vuel­ve a tomar las riendas en el L.4. ¿Qué ha sucedido? Al parecer, Batman toma consciencia de sus propias limitaciones y aban­dona su cruzada personal. Tras el incendio de Gotham su primera reacción no es lanzarse él solo a imponer orden y resca­tar a los aterrorizados ciudada­nos de las llamas, sino reunir un ejército. Esta es la clave de la nueva manera en que Bat­man se ve a sí mismo. Escon­dido en la «cueva sin fin« pla­neará su retorno al frente de un ejército para «traerle sentido a un mundo plagado de algo peor que ladrones y asesinos». En esta transformación está implí­cito un retorno a las raíces: Bat­man reniega de las armas de fuego, que había utilizado al principio de la historia. Ya lo ha­bía hecho durante su última lu­cha con el Joker, durante la cual expresa el deseo de verse frente al hecho de matar a al­guien con las manos desnudas. Es sabido que el odio hacia las armas de fuego es una de las características tradicionales del personaje, que Miller ignora en los primeros libros (quizá para resaltar el hecho de que en su reaparición Batman sigue el ca­mino equivocado).

LOS ROSTROS DEL MAL

El descubrimiento por parte de Batman de su propia debili­dad no es espontáneo. El enve­jecido héroe va transformándo­se en contacto con los enemigos a los que tiene que enfrentarse. La persecución en el «Túnel del Amor» es en cier­to modo un viaje al interior del propio Batman. Sin embargo, el «viaje» ha empezado mucho antes.

El primer enemigo al que se enfrenta Batman es Harvey Dent. Como más tarde explicó Miller en «Batman: Year One», éste fue aliado de Batman du­rante el primer año de su carre­ra. En cierto modo, Dent es el «otro yo» de Batman, un espíri­tu justiciero e inconformista como él, pero retorcido por el trágico accidente que desfigu­ró su cara. Vuelve al crimen al reaparecer Batman, por «seguir su juego». Batman aparece po­deroso y terrible frente a Dent. Dent pertenece al pasado de Batman, a la época en la que la existencia de Batman todavía tenía sentido. cuando los criminales aún se sentían .culpa­bles» y enfermos. antes de matar a alguien. Los matones que sirven a Dent son también hu­manos, parecidos a los del «Da­redevil» de Miller.

Los mutantes encarnan los nuevos tipos. Son un «raza más pura» que el hombre que mató a los padres de Batman. Miller nos deshumaniza incluso en su aspecto físico: su líder es un ser deforme, y todos ellos parecen personajes casi de dibujos ani­mados ataviados con una esté­tica punk bastante horrible. No buscan dinero, son crueles por naturaleza. Batman fracasa frente a ellos. La derrota del lí­der sólo servirá para que sigan cometiendo crímenes bajo otras denominaciones (p. ej. Hijos de Batman).

Por fin, el Joker. Su degene­ración abarca todas las áreas. Según declaró Miller a un fan­zine americano, violó a Janson Todd antes de asesinarlo. Re­cluido en estado catatónico, vuelve a la consciencia al rea­parecer Batman, al que parece amar enfermizamente. Signifi­cativamente, su última lucha tiene lugar en un «Túnel del Amor». Su muerte, al romperse el Joker su propia columna ver­tebrarla con su sola fuerza, le hace parecerse a una criatura infernal. Batman es impotente ante él. No puede impedir que masacre al público de un estu­dio de TV primero y a los niños asistentes a una feria poco des­pués. Ni siquiera tiene valor para matarlo con las manos desnudas. Ante la fuente de maldad que es el Joker, Bat­man se ve completamente im­potente. Después de su última confrontación, el héroe toca fondo.

El último enfrentamiento será con Superman. El tratamiento que da Miller a este personaje también es ambiguo. En la pág. 28 L.2. la «S» de su pecho es identificable con la bandera americana. Sin embargo, pare­ce una ironía de Miller. Super­man no aparece en la obra rei­vindicando los valores americanos tradicionales, sino simplemente como un merce­nario del gobierno USA. Miller dijo en una entrevista que D.C. ha (re)creado con Superman y Batman a dos mitos fundamen­tales: la luz y las tinieblas. Su­perman piensa, mientras masa­cra soldados rusos, «que no debemos recordarles (a los hu­manos) que los gigantes cami­nan sobre la Tierra» (¿Nietzsche de segunda mano?) y que es bueno poder «salvar vidas» des­de el anonimato. Y, en dos de las más bellas páginas del D.K., Superman, moribundo en el centro de una explosión nu­clear, eleva sus plegarias a la «Madre Tierra» y al Sol «que nos nutre a ambos». Superman representa, pues, las fuerzas po­sitivas de la Naturaleza, la luz, la tierra, en contraposición al ambiguo, siniestro y misterioso Batman. Sin embargo, ha esta­do degradado por la sociedad en la cual vive, más si cabe que Batman, que en su último en­frentamiento le increpa dicién­dole: «podríamos haber cam­biado el mundo... míranos ahora... yo me he convertido en un problema político... y tú... tú eres una broma.»

Joan Josep Musarra

Krazy Comics Nº1 Octubre 1989

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