jueves, 17 de julio de 2008

La romanización II

Pero la explotación no se ceñía a llevar continuamente al erario cifras elevadas de oro y plata, que fomentaban la formación y el desarrollo del capitalismo, sino que abarcaba los más diversos aspectos. Ya se aludió a que lógicamente las minas andaluzas y de Carthago Nova debieron ser explotadas a un gran ritmo desde el primer momento de la conquista para evitar situaciones tan caóticas como las descritas por C. Escipión en el año 215, en que el ejército victorioso se encontraba en la indigencia. A Schulten deduce la explotación de estas minas de una inscripción que aparee en lingotes de plomo. Posidonio vio que trabajaban en ella esclavos indígenas. Se conocen otros datos en este sentido. Las explotaciones mineras hispánicas eran tan famosas en todo el Mediterráneo, que el libro primero de los Macabeos las presenta, como causa de la conquista romana de Hispania. Catón tenía a las minas de hierro y plata que se encontraban cerca del Ebro, y a una tercera de sal pura, por muy productivas.
La Península también pagaba contribuciones en especie, principalmente en trigo. En este aspecto, el tributo ascendía habitualmente al cinco por ciento de la cosecha de grano, además de las otras contribuciones; en lugar del trigo se podía cobrar su valor en dinero, pero según la estimación fijada por los pretores. Ya en el año 203 Hispania tiene que proporcionar, para la guerra en África, trigo y capas. Este mismo año exportó trigo a Roma en tal cantidad que motivó una enorme baja de precios; aportaciones en grano que eran tanto más estimables cuanto que en algunos momentos, los primeros de la conquista, el ejército de ocupación se había visto obligado a importar los víveres de Italia. Todavía en el año 180, a través de una noticia transmitida por Livio en boca de T. Menio y de L. Terencio Masaliota, se sabe que era costumbre enviar estipendio y provisión de víveres. Otros tributos de guerra exigidos frecuentemente eran de utilidad inmediata, como la entrega de sagos, muy necesarios para defenderse el ejército de un clima tan áspero y duro. También hay constancia de entregas de túnicas y togas.
Las continuas guerras hispanas favorecieron además el capitalismo romano proporcionándole grandes masas de esclavos. Estos figuran entre el botín tomado al comienzo de la conquista en Cesse; en el año 212, al liberar los Escipiones Saguntum del poder cartaginés, sometieron a los turboletas y los vendieron como esclavos; después de la batalla de Baecula (208), el Africano vendió por medio del cuestor las tropas africanas capturadas, mientras que dejó libres a los indígenas; lo mismo hizo Catón con los vergistanos en el año 195; en el 184, A. Terencio vendió a los habitantes de Corbion, en la Citerior. Esclavos figuran entre el botín que Escipión llevó a Roma. Estas citas y el derecho de guerra autorizan a admitir que la costumbre era, siempre que se hacian prisioneros, venderlos; y las cifras a ese respecto, en estos años son bastante elevadas.
Las guerras hispanas fomentaron considerablemente el desarrollo de la clase dedicada al comercio. Menciones de mercaderes en este periodo se conocen dos: una de ellas refiere que los habitantes de Astapa capturaron a los sirvientes de armas y mercaderes desperdigados por el campo; otra, que debían de ser muchos, y sus ingresos muy lucrativos, ya que eran ellos los que compraban el botín – al que se conocen tantas alusiones en las fuentes- y los esclavos. Por otra parte, las relaciones marítimas con Italia eran continuas lo que favorecía el comercio y la formación y desarrollo de compañías navieras, puesto que, como hemos dicho, el ejército romano se vio obligado en los primeros momentos de la conquista a traer las provisiones de ciudades de Italia, como Ostia y Puteoli. Los mercaderes eran los que abastecían al ejército de trigo y Catón los mandó a Roma alegando que la guerra se alimentaba ella misma.
La explotación de la Península fue total, continua, despiadada, y ello originó las continuas guerras y sublevaciones indígenas hasta la llegada de T. Sempronio Graco, que, gracias a su política de ecuanimidad, logró que Hispania disfrutase de veinticinco años de paz. Baste citar dos hechos que confirman la dureza de la explotación por parte del capitalismo romano. Ya dijimos que al rendirse Gades en el 206, se estipuló que no residiría en el ciudad prefecto cuyo objeto fuese obtener dinero; pero no se cumplió esta clausula hasta que en el año 199 los gaditanos se quejaron a Roma, lo que prueba también el poco caso que los romanos hacían de los tratados; y lo mismo se vuelve a confirmar con la defección, en el año 197, de las antiguas ciudades fenicias de Malaka y Sexi. Hispania provoca la introducción del tribunal jurado, en el año 171, para los excesos en la provincia; se trataba de la acción judiciaria contra tres pretores: M. Titino, de la Citerior (170-166), P. Furio Filón, igualmente de la Citerior (174-173), y M. Matiello, de Ulterior (173). Patronos de los iberos fueron Catón, Escipión y Paulo I. Esta creación indica que, si los excesos eran frecuentes, también hubo algunos gobernantes de los que los indígenas conservaron buen recuerdo. Los hispanos lograron que las autoridades romanas no fijaran el precio del trigo y que no se colocaran recaudadores en las ciudades para cobrar los tributos.
En particular, la Península contribuyó valiosamente al lucro de la clase ecuestre, que era la que tomaba en arriendo, como en el resto del Imperio, las aduanas establecidas con motivo de la creación de las dos provincias en el año 197, la contribución sobre el trigo, la recaudación de los tributos y la explotación de las minas. De este modo Hispania aportó mucho al crecimiento y vigor de esta auténtica oligarquía plutocrática, que ahora se encontraba en proceso de formación.
El impacto de la conquista de Hispania alcanzó además, hasta las mismas instituciones civiles y militares, que se vieron obligadas a evolucionar rápidamente. El poder militar sufría, al comienzo de la conquista de la doble traba de la anualidad y de la colegialidad que la constitución imponía a su ejército. Las guerras sostenidas en la Península obligaron a cambiar la constitución porque las operaciones imponían la permanencia en el mando por más tiempo. Ya al principio de la conquista, con la muerte de los Escipiones, se dio un caso verdaderamente revolucionario para la mentalidad del Senado: el ejército reunido en comicios militares sin esperar el envío de nuevos generales desde Roma, entregó el mando supremo a un simple caballero, L. Marcio Séptimo, que por sus éxitos, arrojo, y decisión, se había hecho digno de tal honor.
La intervención de los soldados, aunque atenuada por las caóticas circunstancias en que el ejército se encontraba, constituía un acto sin precedentes en el Estado romano; el Senado no ratificó la elección y se apresuró a enviar un general,
Pero el año siguiente se produjo otro hecho más significativo todavía, de grandes consecuencias en la carrera del protagonista: P. Escipión, hijo de uno de los generales muertos, joven de apenas veinticinco años, que no había desempeñado más cargo que el de edil, ante la falta de hombres que quisieran hacerse cargo del ejército en Hispania se presentó al pueblo y solicitó el mando. El pueblo se lo otorgó con el título de procónsul y de forma excepcional. Escipión es , pues, primer priuatus investido con el imperium proconsular. En el año 210 desembarca en Hispania y, gracias a la forma legal de la prórroga, ya documentada durante la Segunda Guerra Púnica (su tío Cn. Escipión había mantenido el poder en Hispania durante ocho años seguidos: 218-211), retiene el mando a lo largo de cinco años consecutivos. Cónsul en el año 205, P. Escipión es el primer general que quiere contar con el apoyo del ejército que ha servido a sus órdenes para obtener el consulado, lo que prefigura ya el mando, sostenido por el ejército, de Mario, Sila y César. Conquista Sicilia después y prepara el ataque a Cartago. Desde el año 204 al 202 dirige al ejército en África y el año 201 entra triunfante en Roma. La duración de este mando era un hecho insólito en la historia romana y significa, como ha visto L. Homo, que el poder militar romano avanzaba a pasos agigantados hacia la dictadura. Escipión el Africano es también el primer romano que fue aclamado como rey varias veces en la Península. Los sucesores de Escipión iban a ser nombrados con el mismo poder que él (205-198) y por el mismo procedimiento.
Las guerras de la Península eran de unas características tan peculiares que los casos de mando ejercido durante muchos años, y contra la costumbre de prolongarlo a los procónsules y propretores por un año o a lo sumo dos, no fueron sólo los de Cn. Escipión y su sobrino; P. Cornelio Léntulo y L. Manlio Acidino retuvieron el gobierno respectivamente durante cinco (205-201) y seis (205-200) años. En 200 tuvo lugar otro hecho nuevo y opuesto a la costumbre establecida: el Senado, por unanimidad y contra la oposición del tribuno Tito Sempronio Longo, concedió el triunfo con ovación al procónsul Cornelio Léntulo a pesar de que no era ni dictador, ni cónsul, ni pretor. En la Península lo normal es, pues, la excepción; así se concede el mando a simples particulares con poder proconsular, como se indicó (P. Cornelio Escipión, C. Léntulo, L. Manlio Acidino, C. Cornelio Cetego, Cn. Cornelio Blasio, L. Estertinio). En el año 197 se aumentó el número de pretores de cuatro a seis a causa de las dos provincias hispanas, que a partir de este año se encontraron mandadas por pretores proconsulares. A estos pretores acompañaban doce lictores en lugar de los seis que seguían a sus colegas de otras partes. La división en dos provincias impidió que funcionara la colegialidad de los pretores, designados individualmente como gobernadores de cada provincia. La costumbre que el Senado seguía con respecto a las provincias de Hispania fue la de prolongar el mando (en virtud de la lex Baebia) a los pretores. A. Schulten ha podido escribir con toda exactitud que “en la historia de la administración provincial, Hispania marca una época”, y Oman que “la primera ocasión en que se hubo de contrastar el arcaico sistema municipal de gobierno, como sistema aplicable a la administración de lejanas provincias, fue con la adquisición de los dominios cartagineses en Hispania […]. Estos territorios separados de Italia por los de la costa meridional de las Galias aun no sometidos al Imperio, no eran accesibles para llegar a la Península Ibérica sino mediante una larga travesía marítima […] que en ciertas épocas del año era evitada a toda costa. Por esta causa los procónsules tuvieron en Hispania desde el principio, una libertad de acción que ningún gobernador había tenido hasta entonces”.
En lo militar también el impacto de la conquista de Hispania fue grande. Ante todo, Roma necesita por vez primera un grueso ejército de ocupación permanente. Entre los años 186 y 179 residieron cuatro legiones. Se ha dicho que los romanos muy probablemente copiaron el vestido, el sagum, de los indígenas, que llegó a ser el “uniforme militar romano por excelencia”. También adoptaron armas como el gladius hispaniensis, que los macedonios conocieron por primera vez en el año 200, y el pilum, cuya descripción coincide con la de la falárica ibérica. Con toda razón ha podido escribir Schulten que “puede decirse que forma época para los romanos la guerra en Hispania en cuanto a trajes y equipo de guerra”. Por otra parte, los romanos frecuentemente impusieron a los indígenas un tributo en tropas, y en la Península por primera vez admitieron mercenarios en sus ejércitos: celtíberos en el año 212.
La Península contribuyó al embellecimiento de Roma: en el año 197, L. Estertinio, con el producto del saqueo, levantó dos arcos en el Foro Boario, delante del templo de la Fortuna y del de la diosa Mater Matuta, y un tercero en el Circo Máximo, y sobre ellos erigió estatuas doradas. Años después (172), Fulvio Flaco levantó, en cumplimiento de un voto hecho durante su lucha contra los celtíberos un templo consagrado a la Fortuna ecuestre.
El impacto de la conquista de la Península fue también para Roma de signo negativo: las continuas bajas del ejército y los frecuentes reclutamientos autorizados por el Senado contribuyeron, ya en los comienzos del siglo II a. de C., a la ruina y desaparición de la clase media, como después de las guerras celtíberas y la numantina. Ya Tito Livio nos informa de que en el año 180 era difícil encontrar, en la corporación ciudadana, los elementos necesarios para completar las legiones.



Del libro "Ciclos y temas de la Historia de España: La Romanización" autor- José María Blázquez

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