miércoles, 1 de julio de 2020

VIDA MOSTRENCA: ¡No descubrir torso!

EL PAÍS DE LAS TENTACIONES
VIERNES 2 DE FEBRERO DE 2001

Texto: Jordi Costa Ilustración: Darío Adanti


1Si la ciudad ha sido el escenario central de la novela del siglo XX, el primer desafío de la literatura del nuevo siglo deberá consistir en la disección de su sucesor evolutivo: el simulacro de ciudad, o sea, el parque temático, las grandes estructuras del ocio. Y sus homólogos: el megacentro comercial, el complejo residencial... El lector inquieto ya puede ir haciendo su lista de la compra para empezar a entender esta profunda transformación del entorno que nos conduce, inevitablemente, a un futuro de aspecto feliz y médula atroz: a La caverna, de José Saramago, no tardarán en sumarse en las librerías las traducciones de la última novela de J. G. Ballard -Super-Cannes- y de las dos colecciones de relatos del norteamericano George Saunders -Pastoralia y Civil War Land in bad decline.

Los relatos que dan título a las antologías de Saunders, autor de quien me habló por primera vez mi compinche Darío Adanti, se ambientan, cómo no, en parques temáticos: en Pastoralia, una pareja, que ejerce de familia cavernícola en un parque sobre la historia de la humanidad, desarrolla su aberrante vida cotidiana durante las pausas de 15 minutos que la organización del complejo les concede para fumar; en Civil War Land in bad decline, los espectros de los muertos de la guerra civil americana se manifiestan en el escenario de un parque lúdico que reproduce ese episodio histórico. El parque temático es el instrumento de la disneyización de nuestro pasado, nuestra historia, nuestros referentes culturales y nuestra vida cotidiana: es el pienso del espíritu que esponjará nuestro cerebro colectivo, nuestra esencia convertida en harina deglutible, el desencadenante del síndrome de los humanos locos. Los parques temáticos son la punta del iceberg de una gran conspiración cuyo fin último es la sustitución integral: la transformación de lo que hemos sido y somos en su simulacro dirigido.

En Super-Cannes, variación sobre el tema de Noches de cocaína, un matrimonio se muda a Eden-Olympla -neo-ciudad consagrada a la tecnología y los negocios (o sea, un parque temático "para entrar a vivir"), modelada a imagen y semejanza de la existente Sophia Antipolis- y acaba descubriendo que las válvulas de escape de la élite social que allí reside son la pederastía y el crimen racista. Para Ballard, esta sustitución de la vida no logrará acabar con nuestra barbarie intrínseca.

En Japón, algunos parques temáticos se erigen en sucedáneo de la experiencia turística. El japonés medio tiene dos opciones para ocupar su escueta ración de ocio anual: 1) dar la vuelta al mundo cámara en mano en un tiempo récord; o 2) dar la vuelta al mundo sin salir de Japón. Existe un par¬que temático dedicado a España poblado de figurantes españoles: ¿qué debe sentir un español ejerciendo de español en un parque temático japonés?


Hace poco visité el más flamante parque temático de nuestro país: Terra Mítica, el sitio idóneo para averiguar qué queda de la españolidad -de lo que hemos sido, de lo que somos- a las puertas del nuevo milenio. Me fijo en un rótulo insólito, sin precedentes en el resto de parques temáticos que he tenido ocasión de visitar: "No descubrir torso". Primer indicio inquietante: la prohibición de la muy sanguínea y mediterránea costumbre de quedarse en pecho bajo el sol levantino. Por las calles (falsas) de Terra Mítica discurren filas de Moros y Cristianos. Segundo Indicio inquietante: el folclor ha dejado de ser folclor para convertirse en figuración, en animación de parque temático. La franja inferior izquierda de Terra Mítica se llama Iberia, La Orilla Cálida: en ella me subo a la atracción El tren bravo, montaña rusa recorrida por lo que se anuncia como "el tren más bravo de la península Ibérica". Acaba el viaje y llego a la conclusión de que se ha trata¬do de una experiencia suave, escasa¬mente brava: quizá sea una buena metáfora del machismo ibérico, fatuo por naturaleza. El parque temático se convierte, así, en un instrumento para la autocrítica: un mecanismo aparatoso concebido para decirnos que no somos lo que pretendemos ser. Que no somos nadie. Que, dentro de nada, todos sere¬mos figurantes de parque temático.

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