domingo, 14 de octubre de 2018

Roberto Fontanarrosa. Juegos de palabras y humor.


Es un personaje. Argentino, de Rosario, de 60 años, amante del fútbol y de las mujeres, y de los amigos, de ojos oscuros y grandes, directos. Nada más verle parece que acaba de venir de un estadio, de animar a los suyos. En Argentina, Fontanarrosa es tan famoso como Maradona, y en Rosario, su pueblo, es un ídolo, hemos tenido ocasión de comprobarlo. Lleva 30 años publicando en Clarín un chiste diario; podría hacer lo que quisiera, pero se pliega a la actualidad, y sobre lo que pasa versan sus viñetas. Y es además un escritor, sobre todo de cuentos, celebradísimo en Argentina y cada día más conocido fuera de allí. Hace poco apareció por Madrid, con compatriotas suyos, también cuentistas, y en la Casa de América le pusieron delante del micrófono, en medio de las solemnidades habituales en conciliábulos así. La gente no paró de reír escuchándole: habló, con una seriedad que se parece corresponder con el carácter de los buenos humoristas (por cierto, la mirada de Fontanarrosa se parece a la de Buster Keaton), sobre la literatura. Empezó con esta frase, Puto el que lee esto, que no escribieron "ni Joyce, ni Faulkner, ni Jean-Paul Sartre, ni Tennessee Williams, ni el pelotudo de Góngora", sino que él leyó "en un baño público en una estación de la ruta". Con esa frase (que culmina con una declaración de principios: "Puto el que lee esto... Eso es literatura") con la que comenzó su desternillante intervención de Madrid empieza precisamente su último libro de cuentos, Usted no me lo va a creer (Ediciones de La Flor. Argentina). Según él, ese principio es más impactante que cualquier principio de la historia de los libros, desde Cervantes hasta Gabo... Le vimos de nuevo en Rosario, con motivo del reciente Congreso de la Lengua Española, del que fue un invitado estrella, y allí hablamos con él, sentados en el rincón oscuro del hotel donde se habían alojado los Reyes de España. Llegó con una bolsa ligera, en mangas de camisa, caminando como un interior izquierda. Durante la conversación recibió algunas llamadas, una de las cuales fue de los directivos de Rosario Central, el equipo de fútbol por el que se partiría la cara: habían sabido que Ernesto Sábato (presente en Rosario) quería lucir una camiseta del equipo y le pedían a él que fuera quien se la entregara en la propia cancha. Después de la entrevista tenía que ir a rehabilitación, pues una complicación cerebral que felizmente está detenida le dejó inhábil su brazo izquierdo, y mientras cruzaba luego en su coche las calles de su ciudad (le adoran porque nunca se fue, el más famoso de los rosarinos actuales y no ha tenido la tentación de irse del sitio donde nació) nos estuvo hablando de las dentelladas que dejan en el cuerpo y en el alma los avatares de la salud; lo hacía con solidaridad y melancolía, hablando con una ternura sin límites, también, de su gran amigo Joan Manuel Serrat, a quien dedicaría un especial homenaje durante su intervención en el congreso y que en ese momento estaba siendo operado en Barcelona. Es interesante recordar esa aparición suya en el congreso que revolucionó Rosario, porque le retrata como es, el hombre del extremo, solitario y sonriendo. Estaba sentado en el extremo de la mesa, en mangas de camisa, vestido de blanco, en contraste abierto con la oscuridad de los trajes de todos sus compañeros de panel. Nada más ocupar su sitio, una ovación lo recibió como si fuera una estrella de rock o un jugador de fútbol. Su compañero de mesa, el mexicano Federico Reyes Heroles, diría luego que se sentía muy feliz de ver un auditorio tan lleno de mujeres. Y ahí se la puso en bandeja para que rematara Fontanarrosa: "Rosario se distingue por sus mujeres y por el buen fútbol. ¿Qué más puede pedir un intelectual?". No fue un comentario machista, él no lo es: fue un comentario de Fontanarrosa, y el estadio, perdón, el teatro, se levantó en una ovación. Cualquier cosa que dijera ( reivindicaba las malas palabras, nada menos) desataba la simpatía del público, porque además cualquier cosa que dijo estuvo llena de la simpatía que convirtió su intervención en un espectáculo de humor. Como en Madrid, pero con los suyos. Basta leer sus libros, El mundo ha vivido equivocado, por ejemplo, para entender que Fontanarrosa no simula el humor: él es humor en estado puro. Aunque aquí hable en serio de él, de su país.

Así que el mundo ha vivido equivocado. 
Sí, a grandes rasgos se puede decir que el mundo ha vivido equivocado, aunque yo no me siento autorizado para contestar a eso. Claro que hay algunos datos preocupantes, sobre todo en lo que se refiere a la ecología; ahí ves a Estados Unidos, la mayor potencia, ¿y si ella no firma los protocolos para defender el medio ambiente, qué carajo vamos a hacer? Y está el armamentismo, el control de la natalidad de modo que no se produzca una superpoblación que después sería muy difícil de manejar. .. Pero yo soy un dibujante humorístico, no soy un sociólogo ni un estadista...

Parece obvio que Argentina ha vivido equivocada...
Pero al menos ha demostrado una vez más el poder de recuperación que tiene. Yo creo que el último golpazo que nos pegamos a nivel económico ha servido bastante para que se rebaje aquella soberbia de los chistes argentinos, en los que por cierto hay mucho de verdad. Mi viejo decía que cuando en el barrio dicen que un tipo está loco algo loco debe estar, así que cuando nos tratan de soberbios es que algo de soberbios debemos tener. Pues debía ser que no éramos ni tan inteligentes ni tan listos, ni tan rápidos, y por eso nos pasó aquello. Pero ahora parece que hay una tendencia positiva, y eso se advierte en la gente.

¿Y con qué estado de ánimo ha seguido usted la reciente historia de Argentina?
Yo siempre soy moderadamente optimista, porque el pesimismo paraliza. Nosotros pertenecíamos a la clase media-media, la famosa clase media argentina, mi viejo vendía seguros de vida y trabajaba sólo en casa. Alquilamos un departamento aquí, en el centro de Rosario, yo iba a la escuela y mi hermana aprendía inglés y declamación. .. Eran los años sesenta de Argentina. Una vez me sorprendió la respuesta que Manuel Puig [el autor de Boquitas pintadas] dio a una encuesta sobre el momento y el sitio donde él situaba el paraíso; dijo que era en Argentina en los años sesenta. Yo no me había percatado de eso, pero es cierto: el tipo de clase media tenía un trabajo seguro, vivía sin mayores sobresaltos; pero se podía dar el gusto de salir a comer afuera una vez a la semana, podía ir al cine, ese tipo de cosas. Después vinieron las dictaduras militares, y eso se vivió muy mal, con mucho temor.

¿Cómo soportó usted esa situación?
Yo creo que a mí me atemorizaba aún más irme que quedarme. Y digamos que en esa época jugamos con las cartas con las que podíamos jugar, publicamos lo que se podía publicar. Así y todo, el humor tiene esa característica que te permite decir en broma lo que no se puede decir en serio. Los que empujaron los límites fueron los de la revista Humor, que empezó con un pequeño tiraje y por eso la permitieron seguir; cuando se dieron cuenta estaba ya en 250.000 ejemplares. Y después sobrevino la guerra de las Malvinas. ¿Cómo hacer humor sin parecer que uno está haciendo una prédica belicista o que aprobaba la guerra? Cuando terminó la guerra cambiaron las cosas y se abrió bastante la posibilidad de publicar.

¿Cómo sería hoy la caricatura de aquel régimen?
Es difícil hacer esa caricatura. Fíjate que algunas veces uno se pregunta hasta dónde puede llegar el humor. Nuestros países siempre han estado en crisis. Y cuando hay crisis, controversia y polémica el periodista está en su salsa, y el humorista también. El problema es cuando la crisis se torna en tragedia. Y entre nosotros hubo muchas tragedias. Como la guerra de las Malvinas, como la dictadura, con los desaparecidos... Ninguno de nosotros hizo chistes sobre desaparecidos.

¿Se preguntó en algún momento qué hago yo aquí?
Pues no. Hay un lugar común que dice que el dibujante puede trabajar en cualquier parte porque la imagen es universal. Quizá eso sirve para el dibujante, pero no sirve para el humorista que hace un humor editorial o que sigue la noticia. Me voy a España, ¿y qué hago? Acá comparto códigos comunes, si alguien canta algo sobre el tipo que se asoma al balcón yo sé que está hablando de Perón... Yo voy a España y durante un tiempo haría chistes, chistes de toros, hasta empaparme del sentir de la gente de allá, de sus complicidades, y eso yo creo que me llevaría mucho tiempo... Nací en Rosario y sigo en Rosario. Siento que es mi lugar, mi gente. Nunca me ha movilizado mucho conocer ciudades que son deslumbrantes. A mí la curiosidad me dio para viajar y volver, siempre tengo que tener la fecha de regreso, ¿viste?

¿Qué huella ha dejado esta historia argentina en usted, en sus amigos?
Depende mucho de la edad. Mi hijo no vivió la guerra de las Malvinas. Yo le cuento de la dictadura, porque tengo muchos amigos desaparecidos, le cuento de aquella época, y me doy cuenta de que sí, dejó una cicatriz muy profunda en casi todos los argentinos, que eso no, que eso no...

Que esa cicatriz no se toca...
Ya lo pasamos, fue durísimo, ya quedó demostrado qué son esos Gobiernos de mano dura. Hay un consenso general de que a eso no volvemos.

A lo mejor por eso la última crisis no se saldó con un problema mayor.
Desde la recuperación de la democracia ha habido como un cuidado mayor, incluso en la prensa, con respecto a lo que habíamos conquistado; el Gobierno del presidente Alfonsín fue tratado con mucho cuidado y con mucha mesura, porque se sabía que era un Gobierno frágil. Pero yo ahora no vislumbro una situación de vuelta atrás.
 
En épocas democráticas también ha habido sacudidas fuertes...
Sí, también nos ha marcado la época menemista. Argentina fue con Menem un país de fantasías. Nos beneficiamos de esa especie de ficción que nos llevó a creer que, en efecto, un peso era igual a un dólar. Y día a día iba desapareciendo la producción argentina, que se iba cayendo a pedazos. Todos los días cerraban fábricas y cerraban talleres. Había servicios, no producción. Y uno decía: ¿qué está fallando? Hasta que llegó el día en que nos dejaron de prestar dinero, se acabó la fiesta.

¿Cómo afronta usted las cosas que no le hacen reír?
Yo agarro el diario, leo, me ocupo de las noticias de las que es factible sacar algo. Pero cuando viene la gran crisis económica, la desocupación, los datos de mortalidad infantil, los atentados, las Torres Gemelas, ¿cómo tratas eso humorísticamente?

En España sorprendieron muchísimo las noticias sobre las muertes por hambre.
Sí, eso parece inconcebible en países como éste. Lo que sucede es que se ha dado, y todavía existe, una acumulación de riqueza absolutamente desproporcionada e irritante. Ahora ha vuelto a aparecer el dinero, aunque el famoso derrame todavía no aparece. Pero, francamente, que haya mortandad o hambre es inconcebible. Y esa crisis vino aparejada con niveles de corrupción desorbitados. Lo desaforado de la corrupción se asoció a la falta de pudor de los corruptos, que hasta entonces se habían retraído un poquito. Pero esta vez no se recataron: mostraron sus mansiones en las revistas del corazón, como diciendo: "Esta es la casa que me hice con el dinero que les afané a todos". Eso pasó en el menemismo, se colmó la medida.

Hay ahora Gobiernos progresistas en el Cono Sur de América. ¿Es un espejismo?
Es como si se estuvieran probando distintos modelos. Después de la caída del muro se intentó imponer una sola política económica, y eso no funcionó. Ahora parece que se dirige la cosa hacia un
punto intermedio que parece más razonable. No es la idea de la revolución de izquierda de los sesenta y los setenta, pero tampoco es la cosa ultraderechista. Y se está produciendo un efecto de contagio,
porque para la llegada de Kirchner influyó mucho que Lula resultara elegido en Brasil, y Tabaré Vázquez usufructúa en Uruguay que esté Kirchner acá, y además está Lagos en Chile, y parece que
son tipos moderados y con criterio.

¿Cómo son los latinoamericanos?
¡Oh, no, esa es una pregunta íntima! ¡Somos 35 millones de argentinos! Lo único que me atrevería a decir es que hablamos la misma lengua. Hay de todo: somos buenos, malos, corruptos, soberbios, nostálgicos, hay de todo. Quizá en América Latina hay un denominador común de calidez.

Puesto que no podemos hablar de 35 millones de argentinos, díganos quién es el ciudadano Fontanarrosa.
Yo creo que hay elementos que me hacen sentirme a gusto conmigo mismo, y eso ayuda mucho en mi relación con los demás. ¿Que por qué estoy a gusto? Porque disfruto mucho con mi trabajo, y esa es una fortuna muy grande. De chico yo tenía las características de todo dibujante; era muy tímido, extremadamente tímido. Si vos conoces a Quino [el creador argentino de Mafalda] también te vas a dar cuenta de que es un tipo callado, muy observador, y porque somos tímidos y callados, muy observadores, dibujamos: nos resulta más fácil dibujar a la gente que ponernos a hablar con ella. Y me di cuenta de que esa era mi vocación cuando dejé la escuela, porque yo no terminé la secundaria.

¿Y por qué?
No me interesaba en absoluto. No sabía muy bien qué quería hacer, y, aparte de eso, tuve la mala suerte de ir acá a una escuela que se llama El Industrial, donde les daban mucha preponderancia a las matemáticas, a la física y a la química, que son materias que yo detesto. Cuando abrí los libros al tercer año me di cuenta de que allí se había terminado todo. Y entonces me fui y estuve mucho tiempo sin hacer nada concreto, saltando de un lado para otro, siempre con el dibujo como descarga.

¿Y cómo le nació el dibujo?
Leyendo historietas, del cómic, del tebeo. Me apasionaban las revistas y ahí empecé a copiar a dibujantes. Aunque no me gustara el estilo, me apasionaban los libros del Príncipe Valiente. Me acuerdo del primer dibujante que copié, Roy Crane, que acá aparecía como Pepe Dinamita, que era un dibujo a medio camino entre lo humorístico y lo serio. Y, claro, Hugo Pratt, que vivió en Argentina. Después estuve mucho tiempo en publicidad, y cuando me di cuenta de que podía ganarme la vida con algo que me gustaba me dio cierta tranquilidad personal. Empecé a publicar más habitualmente en 1973, en una revista que se hacía en Córdoba, Hortensia, que tuvo bastante éxito. Ahí nació mi personaje El Aceitoso, y comenzó mi relación con la prensa.

Y con la actualidad...
Muchos de los de Hortensia pasamos a Clarín. Me di cuenta en seguida de que había que leer el diario para poder hacer dibujos que tuvieran que ver con las noticias. Si no te fijas en el diario terminas haciendo chistes de náufragos, que todos hemos hecho alguna vez.

Están Les Luthiers, Quino, usted... Hay, obviamente, un humor argentino.
Hay un humor latino. Algunas veces he sido jurado de algún salón internacional, y, bueno, eran totalmente distintos los dibujantes de los países socialistas, por ejemplo; me sonaban que eran más ingenuos. Un amigo mío que vive en Madrid volvió después de un tiempo y me dijo que se había olvidado de que el humor argentino era tan agresivo, siempre marcando los defectos del otro. Pero yo no sé si llamarlo argentino, porque ese es el humor de Buenos Aires. Yo no conozco a todos los humoristas, pero recuerdo que el humor de Hortensia era menos sofisticado, era menos parecido a Europa, y Buenos Aires ha estado siempre mirando a Europa y a Estados Unidos. Lo cierto es que es un oficio que se aprende copiando. Hay una tradición de revistas de sátira política y social, en Argentina y en Uruguay, y hay mucha gente: Lino Palacio, Oski, Quino; en Uruguay trabajan Tavaré, está el Menchi Sabas, Breccia... Maitena, que se hace la uruguaya porque tiene una casa en La Pedrera, pero es argentina.

¿Se llevan bien entre ustedes? ¿Hay envidia?
La disimulamos llegado el caso... Hay un elemento que favorece la buena relación. En el dibujo de humor todos hemos hecho el servicio militar de la publicidad. No tiene nada que ver con el arte, la pintura, la poesía. Así que optas entre prostituirte y prostituirte, y eso te quita divismo.

Se dice que detrás de un dibujante de humor hay un melancólico...
Eso se debe a las expectativas un poco equivocadas que hay respecto de los humoristas; se piensa que somos los animadores de la fiesta.

¿Qué le hizo ser un aficionado tan desaforado al fútbol?
Es un juego muy lindo. Y es fácil de armar, porque no se necesita mucho dinero. Está muy bien pensado; es muy divertido y además es muy caprichoso: ¿por qué tenemos que manejar el balón con el pie, cuando todo lo hacemos con la mano? Y en este país siempre hay un amigo de tu viejo que viene con el carnet para hacerte socio, y luego te regalan una camiseta, los pantalones del equipo, te hablan de los canallas y los leprosos, te haces de Rosario Central.

¿Los canallas y los leprosos?
Hubo acá una gran anécdota de rivalidades; el Newell's, que es nuestro contrincante histórico, quiso hacer un partido a favor de una leprosería, y por esas rivalidades profundas Rosario Central se negó a hacerlo tal como quería Newell's, y éstos llamaron a los de Rosario canallas y los de Rosario llamaron a los otros leprosos. Y así somos, canallas. Los dos equipos respondían a la división de la ciudad: los de Rosario eran los populares, provenían de los trabajadores del ferrocarril, y los otros eran de la clase alta, provenían de un colegio inglés. Yo creo que en Argentina el fútbol tiene que ver con el orgullo: nos hacían creer que éramos del Primer Mundo y donde únicamente mandábamos era en el fútbol. Acordáte de Di Stefano, de Kempes..., y no cualquier fútbol puede dar un Maradona. Pelé sale de Brasil, Maradona sale de Argentina, no es casualidad.

¿Preveía el fin de Maradona?
No, pero no me asombra, por las características personales suyas, un pibe que llega de la pobreza, se codea con todos y llega a ser un dios. Valdano lo dijo: es muy difícil que a un tipo al que siempre se le dijo que sí, y que se cree un dios...

Dice Valdano que nunca se ha podido olvidar de dos goles que usted mismo marcó en un partido en su pueblo, en Las Parejas...
¡Ja, ja! ¡Fue un hito histórico! Fue un partido amistoso, él estaba con Las Parejas, y yo fui como Rosario, todos veteranos. Marqué dos goles, sí, nadie lo verá nunca más.

Hay muchos de sus cuentos que tienen al fútbol en el centro.
Es un regodeo personal. Obviamente, lo que más me ha gustado desde siempre, aparte de algunas mujeres, es jugar al fútbol. Menotti decía que los equipos son como pequeñas sociedades. Y mi viejo, que era muy aficionado al basket, creía que jugando conocías al que es generoso, al corajudo, al egoísta, al que se asusta, al que es abnegado, ahí está todo. Creo que es una temática muy rica, que posiblemente no llega al grado de dramatismo del boxeo, lo que explica que hasta hace muy poco tiempo había más literatura de boxeo que de fútbol.

En sus cuentos usted tacha la vanidad, la solemnidad...
Yo ahí entro como lateralmente, todos esos asuntos son muy atractivos de observar. Es un poco lo que dice Daniel Samper: lo contrario del humor no es la seriedad, sino lo pomposo. Realmente poca gente tan seria para trabajar como Les Luthiers o como Woody Alien. Son tipos que laburan. Y a mí me causa gracia todo lo ceremonioso, lo académico, lo pomposo, las instituciones rígidas, los ejércitos, algunos escritores, todos aquellos que observan la vida como desde una torre de marfil. A mí me hacen mucha gracia los pensadores. ¿Y de qué trabajan? Yo hice un cuento de un pensador que iba a una universidad, se quedaba callado y los alumnos lo miraban: estaba pensando. Ahora, claro, leo a pensadores que me explican algunas cosas en un idioma que yo entiendo, como Fernando Savater, ¿no?

La sensación que dan sus personajes es que los tiene al lado...
Es lo que vos preguntabas sobre la influencia del fútbol en mi escritura: es como si pusiera una grabadora y estuviera robando diálogos y símbolos, y el fútbol me ha dado mucho en ese sentido. A veces pienso si no estoy robando lo que se dice a mi alrededor; ahora me acaba de llamar un pitufo para decirme lo de la camiseta de Sábato, pues a lo mejor hoy pongo a alguien a hablar como él en un cuento mío.

Decía un ilustre rosarino, Ernesto Guevara, que había que endurecerse, pero nunca perder la ternura. ¿Cómo anda de dureza su país?
Todos los países se han complicado, en términos de seguridad. Antes acá las puertas se dejaban abiertas. Ahora hay rejas, hay perros, hay guardia privada; eso genera otro tipo de relación con la gente, y desde ese punto de vista el país se ha endurecido. ¿Ese es el retrato del mundo? Sí, en tanto sigan esas políticas de acumulación de riqueza, que me parecen muy poco inteligentes porque el resultado es que vos tenes mucho dinero, pero estás encerrado entre rejas, al final estás preso. Es obvio que si toda la plata está en Estados Unidos y en los países desarrollados, todo el mundo querrá ir ahí. A lo mejor no es incitar a la violencia, pero la extrema desigualdad genera violencia.

Fontanarrosa, ¿por qué le llaman 'El Negro'?
Es la pregunta permanente en España: acá es muy normal, si no sos rubio, sos negro, y no es despectivo; puede ser muy cariñoso. •


El Pais Semanal Número 1.487, Domingo 27 de marzo de 2005




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