martes, 15 de febrero de 2011

Hellboy: El cadáver. Mike Mignola

Revista U #20 Junio 2000 “Los noventa de los noventa”
Cada vez parece más evidente que la mesura es una gran virtud. Lo que revaloriza la labor de un gran Mignola que, desembarazado de la esclavitud de las majors no cedió a la frecuente embriaguez de la presunta libertad creativa. Incluso el subterfugio argumental que urdió para ejercer sin freno esa querencia gráfica por lo bizarro resultó más que digno, apetecible incluso, y alejado de la vacua y previsible pirotecnia. Hellboy nace como un Dylan Dog de estirpe infernal, agente de una organización donde el investigador y parte de su equipo son engendros tan anormales como el fenómeno a resolver. Auténtica lección de corrección política. El personaje conserva, en su comportamiento y apariencia, maneras de aquellos superhéroes a los que, como compensación, Mignola consiguió arrastrar a su sombrío dominio. Lo que aporta una lúdica ironía que nos advierte de sus poco trascendentes intenciones. Es evidente que el horror climático y esencial de la serie nace como ejercicio plástico y es ahí donde Mignola precipita sus inquietudes gráficas sin limitaciones: disfruten libremente de esa síntesis casi geométrica, de esa extraña elegancia de línea estilizada y volúmenes masivos, filtrada por cierto estatismo solemne absolutamente acorde con sus ominosas y melancólicas atmósferas. Pero sobre todo, claro, de ese radical tenebrismo tan imitado como incomprendido. Una transición honrada, previsible y práctica, por tanto, con una feliz relación entre pretensiones y resultados.
Ecléctico en su reciclaje de mitologías, la evidente deuda con Lovecraft de Mignola se extiende también a lo estructural. Porque es en el relato breve donde afloran sus más carismáticas virtudes, caso de El cadáver, quizá verdadera medida de la serie. Su exquisito sentido de la precisión (de la mesura también, sí) procura el máximo de expresividad con el mínimo de elementos: dibujo depurado, 25 páginas, ritmo cronométrico y tiempo representado en el lapso de la medianoche al amanecer. ¿La aventura? También concisa; nada de salvar al mundo, simplemente rescatar a un bebé. Misión no menos espeluznante cuando se cruza un cadáver insolente y los más turbios duendes de los páramos irlandeses. Por supuesto, deslumbra ese minimalismo gótico y la aspereza de tan lúgubre decadencia, todo bañado por el mórbido cromatismo de Matthew Hollingsworth. ¿Se puede hablar de una lírica de lo macabro? Sumergidos en un universo tan decrépito como anormal sin más pretensión que la de fascinar, jamás hemos disfrutado de un terror más limpio y gratificante.
YEXUS






























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