domingo, 15 de diciembre de 2013
martes, 10 de diciembre de 2013
Vida de un peatón
Interiores de Cleveland, de Harvey Pekar.
ClevelandHarvey Pekar y Joseph Remnant
Traducción de Guido Sender
Gallo Nero. Madrid, 2013
128 páginas. 18 euros
Por Valentín Vanó
NO FUE UN ESCRITOR DE IDEAS, sino que volvió una y otra vez sobre los temas que le obsesionaban. En la novela gráfica Cleveland, el guionista Harvey Pekar retoma sus fijaciones habituales, que desmenuzó durante décadas en la serie American Splendor, pero el resultado, lejos de ser reiterativo, añade capas de sutileza a su obra de ficción autobiográfica. Si los episodios de American Splendor transmitían el tono inmediato de los diarios personales, Cleveland surge de la memoria neblinosa de un hombre anciano. En sus páginas, el artista Joseph Remnant retrata a un Pekar envejecido, un peatón en el que nadie repara. En plena degradación de su ciudad, el escritor quizás intuía que apenas le quedaba un año de vida.
Cleveland resulta un título idóneo para ubicar a Harvey Pekar como precursor del cómic de autor. Influido por la narrativa autobiográfica, buscó en lo cotidiano, en el propio relato vital, las claves de una poética con la que se comprometió de por vida. Su ejemplo es de manual: el funcionario que desea trascender su vida monótona gracias a la escritura. La nota innovadora fue su apuesta por la historieta como disciplina narrativa. En Cleveland, vuelve a sus filias musicales, sus neuras, su infatigable vida mental, sus divorcios, sus relaciones personales, su empleo, esos cuatro temas que tanto le importaron. Y se recrea en la evocación del escenario confortable y frustrante donde transcurrió toda su vida. En este libro, la cronología de la ciudad de Cleveland se solapa con la biografía de Harvey Pekar, y ambas confluyen hacia el escenario invernal de la recesión.
Para dotar de imágenes a su guión, el escritor eligió a Joseph Remnant, un joven dibujante que ha sabido aportarle una impronta estética renovadora pero imbuida de resonancias referenciales. El abismo generacional que separaba a guionista y dibujante no ha impedido que este sea un tebeo formidable. En el prólogo, el también guionista Alan Moore sugiere que este dibujante es "el más sensible de la estelar lista de colaboradores de Harvey". Remnant ha explicado que Pekar murió cuando apenas llevaba 20 páginas dibujadas de las 120 del libro. Eso le otorgó una posición de libertad, al interpretar el guión del maestro, pero también una sensación de responsabilidad que le ha pesado durante todo el proceso. Fue decisión de Remnant dibujar a Pekar como un peatón, como figura en movimiento en el escenario precarizado de la ciudad. Era una tradición que los dibujantes de American Splendor, al interpretar los monólogos de Pekar, le retratasen frente a un fondo blanco, pero Remnant ha sabido darle un emotivo dinamismo a Cleveland, que encaja con su tono descriptivo.
Como Pekar, Remnant no fue un lector infantil de tebeos, sino que desarrolló su vocación al estudiar el trabajo de autores underground o alternativos como Robert Crumb o Daniel Clowes. En su estilo de dibujo hay una sugerencia que enlaza con la línea del propio Crumb, e incluso se percibe una aureola nostálgica que lo relaciona con las novelas gráficas de Will Eisner. El joven Remnant, además, mantiene otro hilo emocional con el proyecto: él mismo es oriundo de Dayton, una población de Ohio que puede considerarse una versión en miniatura de la Cleveland de Pekar.
"Lo que yo escribo es autobiografía, tan realista como me es posible", le confirmaba Pekar al crítico Gary Groth en 1984, en una entrevista recuperada para el lector español por Gallo Nero el año pasado en el librito Tolstoi era un charlatán. Quizás por ser un episodio tratado en la adaptación cinematográfica de American Splendor, Pekar no se detiene demasiado en Cleveland sobre su relación con Robert Crumb. Pero menciona la estancia del dibujante, en los setenta, como muestra de una cierta emergencia temporal de su ciudad, a la que emigraban artistas, profesionales, personas interesantes. Los dos eran fanáticos del jazz y de los antiguos comic-strips. Crumb se ofreció a ilustrar los primeros guiones de Pekar, aunque pronto compartiría ese privilegio con los dibujantes Greg Budgett, Gerry Shamray o Frank Stack, y con los años, con ilustres de paso como Joe Sacco, Eddie Campbell o Richard Corben.
Hace cuarenta años, en un momento histórico donde el cómic se había reducido hasta confundirse con el género de superhéroes, la vocación de inaugurar un ciclo de narraciones gráficas basadas en experiencias reales no era nada corriente. A Pekar le inspiró el impulso de los autores del movimiento underground, pero durante años se quejó amargamente por los miles de dólares que perdía en la empresa ruinosa de autóeditar sus propios tebeos. "American Splendor parece un cómic, pero el contenido no es el que se espera de ellos", reflexionaba en la entrevista con Gary Groth. "Y eso supone un problema en la medida en que los lectores habituales de cómic no se interesan por él y los lectores de novela —a quienes podría gustarle— ni siquiera saben que existe".
Con los años, se crearía el público que ansiaba para sus tebeos, y él mismo diversificaría su producción en títulos como Macedonia o The Beats. Con la reformulación del cómic como material de librería y no de kiosko, su labor adquiere un nuevo protagonismo. Cleveland supone una introducción idónea para el lector interesado en la obra de Harvey Pekar. •
El Pais Babelia 07.12.13
La fuerza de la luz
ARTE/ Exposiciones
Por Javier Maderuelo
EN 1848 TODA EUROPA vivió un momento revolucionario, la denominada "Primavera de los Pueblos", qué en el arte condujo a valorar la verdad por encima de la belleza. Poco tiempo después, en 1855, un grupo de jóvenes pintores florentinos se rebelaron contra los principios académicos, negándose a plantear composiciones historiadas y a definir las figuras por medio del dibujo, valorando el color sobre la línea. El naciente daguerrotipo, que se suponía científicamente fiel al principio de realidad, demostraba que las figuras se forman por manchas de luz, sin que existan líneas de contorno definidas que separen la figura del fondo. Este grupo de pintores, llamado peyorativamente macchiaioli (los manchistas), salen al campo a pintar al aire libre y descubren la fuerza de la luz y, también, el poder de las sombras. Sin plantear ninguna composición previa de los elementos, a pintar y sin regodearse en el dibujo de los detalles, estos pintores se enfrentaron al fenómeno de la luz del atardecer que tiñe de dorado los objetos que ilumina y que arroja largas sombras sobre el suelo. Descubrieron entonces que una misma superficie de color se muestra ante los ojos con diferente tonalidad si está expuesta al sol o si permanece en la sombra. A la retina, dolorida por la luz cegadora, le impactan los colores como manchas que definen diferentes tipos de superficies, de manera que en el cuadro cada mancha debe responder a un elemento: una es un rostro, otra un sombrero, un vestido o un árbol. Pintar consiste en situar la mancha en su lugar para definir una figura.
Frente a la forma ideal del clasicismo, pintores como Giovanni Fattori, Silvestro Lega, Telemaco Signorini, Giuseppe Abbati o Giovanni Boldini se quedaron sorprendidos por los efectos cromáticos de la luz
Giovanni Zattori en su taller (1866-1867), de Giovanni Boldini.
natural, cuyas cualidades mutables fijan un momento y un lugar concretos. Los macchiaioli abandonaron lo sublime para indagar en lo pintoresco que surge del análisis de las texturas y los colores, frente al dominio de las formas y los contenidos elevados. Surgió así un grupo de paisajes autónomos que reflejan una emocionada campiña tos-cana que parece haber sido tomada por sorpresa, en un instante determinado y único del atardecer. Algunas de las pinturas que se muestran en esta exposición son espléndidas y están a la altura estética y plástica de las de la coetánea Escuela de Barbizon, pero el carácter burgués que destilan los cuadros de interiores, cursis y provincianos, y los preciosistas retratos de estos pintores, a pesar del intento por evitar
la pose grandilocuente, hacen que se deleiten en la minuciosidad del dibujo, prescindiendo de la mancha, hasta caer en el detalle de lo anecdótico, alejándose así de los logros conseguidos en los pequeños e instintivos paisajes tomados al aire libre.
Pero, merece la pena ver estos paisajes, que son primicia en España, aunque la exagerada puesta en escena de la exposición desvirtúa el espíritu ambientalista de los macchiaioli al arrojar sobre los cuadros una luz teatral que los recorta y separa no solo de la pared sino de sus propios marcos.
Macchiaioli. Realismo impresionista en Italia.
Fundación Mapfre. Paseo de Recoletos, 23. Madrid. Hasta el 5 de enero de 2014.
Por Javier Maderuelo
EN 1848 TODA EUROPA vivió un momento revolucionario, la denominada "Primavera de los Pueblos", qué en el arte condujo a valorar la verdad por encima de la belleza. Poco tiempo después, en 1855, un grupo de jóvenes pintores florentinos se rebelaron contra los principios académicos, negándose a plantear composiciones historiadas y a definir las figuras por medio del dibujo, valorando el color sobre la línea. El naciente daguerrotipo, que se suponía científicamente fiel al principio de realidad, demostraba que las figuras se forman por manchas de luz, sin que existan líneas de contorno definidas que separen la figura del fondo. Este grupo de pintores, llamado peyorativamente macchiaioli (los manchistas), salen al campo a pintar al aire libre y descubren la fuerza de la luz y, también, el poder de las sombras. Sin plantear ninguna composición previa de los elementos, a pintar y sin regodearse en el dibujo de los detalles, estos pintores se enfrentaron al fenómeno de la luz del atardecer que tiñe de dorado los objetos que ilumina y que arroja largas sombras sobre el suelo. Descubrieron entonces que una misma superficie de color se muestra ante los ojos con diferente tonalidad si está expuesta al sol o si permanece en la sombra. A la retina, dolorida por la luz cegadora, le impactan los colores como manchas que definen diferentes tipos de superficies, de manera que en el cuadro cada mancha debe responder a un elemento: una es un rostro, otra un sombrero, un vestido o un árbol. Pintar consiste en situar la mancha en su lugar para definir una figura.
Frente a la forma ideal del clasicismo, pintores como Giovanni Fattori, Silvestro Lega, Telemaco Signorini, Giuseppe Abbati o Giovanni Boldini se quedaron sorprendidos por los efectos cromáticos de la luz
Giovanni Zattori en su taller (1866-1867), de Giovanni Boldini.
natural, cuyas cualidades mutables fijan un momento y un lugar concretos. Los macchiaioli abandonaron lo sublime para indagar en lo pintoresco que surge del análisis de las texturas y los colores, frente al dominio de las formas y los contenidos elevados. Surgió así un grupo de paisajes autónomos que reflejan una emocionada campiña tos-cana que parece haber sido tomada por sorpresa, en un instante determinado y único del atardecer. Algunas de las pinturas que se muestran en esta exposición son espléndidas y están a la altura estética y plástica de las de la coetánea Escuela de Barbizon, pero el carácter burgués que destilan los cuadros de interiores, cursis y provincianos, y los preciosistas retratos de estos pintores, a pesar del intento por evitar
la pose grandilocuente, hacen que se deleiten en la minuciosidad del dibujo, prescindiendo de la mancha, hasta caer en el detalle de lo anecdótico, alejándose así de los logros conseguidos en los pequeños e instintivos paisajes tomados al aire libre.
Pero, merece la pena ver estos paisajes, que son primicia en España, aunque la exagerada puesta en escena de la exposición desvirtúa el espíritu ambientalista de los macchiaioli al arrojar sobre los cuadros una luz teatral que los recorta y separa no solo de la pared sino de sus propios marcos.
Macchiaioli. Realismo impresionista en Italia.
Fundación Mapfre. Paseo de Recoletos, 23. Madrid. Hasta el 5 de enero de 2014.
El Pais Babelia 07.12.13
Guía Fnac Cómics
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