martes, 26 de agosto de 2025

La isla "hippy" del sol naciente

El faro del fin del mundo / Jacinto Antón


En Formentera, los pequeños acontecimientos cotidianos se suceden y cobran importancia al margen de lo que pasa afuera en el mundo. La otra noche se proyectó en Sant Francesc, al aire libre, el documental Peluts i alters forasters a Formentera, que recupera entrañablemente una parte de la memoria del desembarco de los hippies en la isla y lo que supuso la experiencia para ellos y para los locales. Asistí al pase, multitudinario, y dado que todas las sillas estaban ocupadas, tuve que ver la película sentado en el suelo, como si hubiéramos regresado a los días del flower power.

Pese a los precios disparatados que hacen retraerse cada vez más a los visitantes, todo lo mejor de la isla, si lo piensas, es gratis: la arena, el mar, la puesta de sol, las estrellas, los amigos, el pase del documental. O la aventura con una morena - el intimidatorio pez anguiliforme Muraena helena- que vivimos el jueves. La localizó mi hija Berta justo al llegar, buceando frente al Pelayo, y todos nos zambullimos a buscarla (algunos con menos decisión que otros; la mordedura es dolorosa). Pero lo más interesante fue la evocación que nos hizo luego José Luis de cuando su padre pescaba morenas en estas mismas aguas. Nos explicó que entonces había muchísimas y atrapaban solo las grandes, las únicas que valen la pena como alimento. “Las colgaban aquí”, apuntó, señalando el muñón de una vieja Sabina junto a la barra del local. Escenificó entonces cómo rajar al bicho serpenteante para sacarle la espina central y el sistema digestivo. “Luego se recubre a la morena con sal gruesa, sin quitarle la piel, que es de lo mejor, muy sabrosa; se fríe para que quede crujiente”. Yo no he visto la morena pero el mismo jueves me encontré con una imagen muy evocadora junto al quiosco Sarai: un gran tiburón hinchable varado en la arena. Precisamente había acabado otro de los libros que me he traído este verano a Formentera, Historias bajo el mar (Punto de Vista Editores, 2025), en el que el autor, Pietro Spirito, recoge una variada serie de aventuras hiladas por la suya propia con un tiburón blanco. Imaginarán mi sorpresa al descubrir que una de las historias que cuenta es !de sirenas¡ “Necesitamos a las sirenas, y cuando no existen, las inventamos”, escribe.

Jacob Elordi y Olivia DeJonge, en 'El camino estrecho', adaptación de la novela de Richard Flanagan.

El libro de Spirito, todo y reunir sirenas, submarinos, mensajes en botellas, apuntes julesvernianos, los audaces buceadores italianos de la Décima Flotilla Mas, e incluso a Hans Hass y su fulgurante ondina Lotte, no ha sido la lectura que más me ha impresionado esto días. Me he traído Question 7 (Vintage, 2025), las extraordinarias memorias de Richard Flanagan, un escritor al que descubrí con la tan subyugante El camino estrecho al norte profundo (Penguin Random House, 2016), una de mis novelas favoritas (a ella pertenece la frase “un hombre feliz no tiene pasado; un hombre infeliz no tiene nada más”), que he releído aquí tras ver la miniserie que se ha hecho sobre ella, producción que me ha parecido esencialmente fiel y muy buena. Una novela como El camino estrecho al norte profundo que se desarrolla en Tasmania, en Australia y en Birmania y que recrea con mucho más realismo que Feliz navidad mister Lawrence, Rey de las ratas y no digamos El puente sobre el rio Kwai, el horror que sufrieron los prisioneros de los japoneses y en particular los condenados a construir la siniestra línea férrea del “ferrocarril de la muerte” durante la II Guerra Mundial, no parecería una (re)lectura idónea para Formentera, isla, se diría, más de sol poniente que naciente. Tampoco las memorias de su autor, que añaden una tercera dimensión a la novela y la serie: el padre de Flanagan, sargento de las tropas australianas, cayó cautivo de los japoneses y su experiencia es la base de la ficción. Pero no solo he encontrado inesperados puntos en común entre Flanagan y sus libros y la isla, sino que pasar con el escritor aquí el 80º aniversario (6 de agosto) del lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima, tema que aparece en la novela y muy especialmente en las memorias, ha sido excepcionalmente oportuno.

A través de los libros de Flanagan, convertido el peñón de Mola en el monte Suribachi de Iwo Jima y los bañistas desnudos de Migjorn en émulos de los escuálidos prisioneros de los japoneses, he recordado en Formentera la guerra en el Pacífico y su final. No he encontrado japoneses en la isla (según mis datos solo hay tres), para contrastar opiniones. Pero he querido creer, como uno de los compañeros del padre de Flanagan en el campo y el Jim de El imperio del sol, la novela de Ballard, que algo del fulgor de la vieja bomba se percibió en el cielo de aquí el miércoles en el aniversario. Aunque fuera solo un espejismo atrapado en el tiempo de aquel horror cegador, y su reflejo centelleante en los libros.


El Pais. Cultura. Sábado 9 de agosto de 2025


VOUTCH (3)

 


-Todavía no he elegido el destino. Sólo tengo las fechas: 17 de mayo al 12 de junio.
Y el tema: turismo sexual intensivo.

ClubCultura #3 Verano 2004

lunes, 25 de agosto de 2025

Superpoderes casi posibles

Parece un catálogo imposible de siete superpoderes con los que todos hemos soñado de pequeños: ser invisibles, vivir mil años, mover objetos con el pensamiento, teletransportarse, viajar al interior del cuerpo humano. La ciencia está demostrando que hay quimeras posibles. Bueno... casi posibles. Por Mónica Salomone.

 

Cuerpazos. En la película "El chip prodigioso", Dennis Quaid viaja por el cuerpo humano. (a la derecha). "El hombre invisible", de 1933 (a la izquierda).


Hace 50 años, un joven físico de la prestigiosa Universidad de Princeton (Estados Unidos) publicó una idea que pasó entonces sin pena ni gloria. Era su primera publicación científica y fue acogida con indiferencia. El joven, llamado Hugh Everett, dejó la ciencia poco después, y en 1982 murió a los 51 años. ¿Y su idea? Su idea es de las menos intuitivas y más fantasiosas del escaparate de la ciencia: los universos paralelos. Según Everett, el universo debía de estar constantemente dividiéndose; era la mejor explicación para el hecho de que los sorprendentes fenómenos que se dan a escala atómica, como que una partícula pueda estar en dos sitios a la vez, no se observen en el mundo microscópico. En su visión, "cuando encontramos un objeto superpuesto, esa superposición nos divide en dos que lo observa allá", explica la revista Nature.

Pero lo más curioso no es esa teoría, sino que, según Nature, físicos actuales la hayan rescatado para darle una vida que nunca se esperó que tuviera -sí, ellos también se preguntan cómo demostrarla-. Pero éste no es un artículo sobre la teoría cuántica. Ni sobre universos paralelos. Es sobre ilusiones, sueños, quimeras... que, como la idea de Everett, algunos empiezan a tomarse en serio. Vivir mil años, crear vida en el laboratorio, controlar la memoria... Hay donde escoger.

01 Meterse en nosotros
Mide lo que una píldora cualquiera, pero es un robot. Se traga. En el momento preciso de deglutir, alguien distrae al paciente para evitar que piense en bichos, o en novelas de esas en que los robots se rebelan. Porque eso es lo que es lo que se está tragando: un diminuto robot con cámaras, sensores, minipinzas e instrumentos quirúrgicos e incluso con patitas. Su misión será patrullar el interior del tubo digestivo en busca de, por ejemplo, lesiones cancerígenas. Si encuentra algo, los médicos podrán ordenarle que elimine las células dañadas. ¿No recuerda a la película Viaje alucinante, o a la novela de Issac Asimov del mismo nombre? Pues la realidad, o lo será pronto, si todo marcha según lo previsto. El microrrobot en cuestión se llama VECTOR y es un proyecto financiado por la Unión Europea en el que participan una veintena de centros de investigación, entre ellos la Universidad de Barcelona.

VECTOR tiene precursores ya en el mercado o a punto de salir: pequeñas cápsulas para endoscopia equipadas con cámara y, en algunos casos, sensores químicos. Y estos cachivaches minúsculos no son la única tecnología médica que remite a la ciencia-ficción. También son sorprendentes los múltiples tipos de nanopartículas, tan pequeñas que resultan invisibles al ojo humano, cuidadosamente diseñadas para llevar las moléculas de fármaco y una reducción de su toxicidad", explica Josep Samitier, coordinador de la Plataforma Española de Nanomedicina. "Las nanotecnologías aplicadas a la medicina pretenden hacer realidad el argumento de la película Viaje alucinante no de forma literal, reduciendo el tamaño de los cirujanos, pero sí construyendo sistemas de detección, análisis y terapia que actúen a la misma escala que los microorganismos y sus estructuras internas".

02 La invisibilidad

Si alguien ha sentido envidia de Harry Potter y su capa de invisibilidad, que siga sintiéndola. La ciencia no solucionará su problema... a corto plazo. En un futuro más cercano, tal vez. El año pasado se creó el escudo de invisibilidad que más se parece, por ahora, a la capa de Potter, y la revista Science catalogó el desarrollo entre los diez mejores trabajos científicos de 2006. Eso sí, como capa es un tanto peculiar. Para empezar, no es de tela, sino de un nuevo tipo de material diseñado especialmente para eliminar la reflexión y la sombra de todo aquello que cubre. Tampoco sirve de momento para la luz que ve el ojo humano para la luz que ve el ojo humano, sino para la radiación de microondas. Pero, según Science, el dispositivo recurre a una estrategia "potencialmente revolucionaria para manipular la luz".
¿Cómo funciona? Las microodas, lo mismo que la luz visible, rebotan en los objetos con que tropiezan; las ondas rebotadas -ya sean de luz visible o microondas- son lo que ve. Las ondas en el agua, en cambio, se comportan de otra forma: cuando encuentran una roca pulida, la rodean y prosiguen su viaje como si nada; un observador corriente abajo no podrá averiguar nada de la roca mirando el agua. El nuevo escudo de invisibilidad funciona haciendo que las microondas hagan con los objetos a ocultar lo mismo que el agua. Lo logra gracias a su estructura, cuidadosamente estudiada -y muy compleja de construir- para alterar la dirección de las ondas.

El escudo en sí consiste en 10 anillos concéntricos de fibra de vidrio de un centímetro de altura, recubiertos por una lámina de cobre de forma distinta en cada anillo. El año pasado, los investigadores, de la Universidad de Duke, colocaron en su interior un cilindro de cobre de cinco centímetros de diámetros y, ¡magia!, lo hicieron desaparecer. ¿Se podrá hacer un escudo así que funcione con luz visible? Dar al material la estructura precisa para que interactúe como se quiere con la luz es muy complejo, así que los investigadores, simplemente, no lo saben. Lo que es seguro es que no dejarán de intentarlo.


Al lado izquierdo: Sin límites. El cine es un filón para detectar superpoderes. En la teleserie "Star Trek", los personajes son capaces de teletransportarse. La piscina de la película "Cocoon" (1985), que permite rejuvenecer indefinidamente (en la foto, el actor Steve Guttenberg).
Al lado derecho: Mentes peligrosas. Dos mitos de la ciencia-ficción. Ahora un poco menos ficticios y más científicos. Frankestein, en la versión clásica de 1931, dirigida por James Whale. Y Yoda, de la saga "La guerra de la galaxias", quizá el mejor ejemplo del poder de la mente.


03 Potenciar la memoria

¿Tomaría usted, persona sana, una píldora sin efectos secundarios capaz de potenciar su memoria? Es probable que pronto lleguen al mercado fármacos así. Los hallazgos sobre el funcionamiento de la memoria han salido de las publicaciones de ciencia básica para trasladarse a la arena comercial, y hoy, varias compañías farmacéuticas compiten por sacar al mercado su potenciador de la memoria. Lo que se promete no es una metamorfosis de superhéroe; nadie pasará de mediocre a genio y, a las doce campanadas, a casa como Cenicienta. Pero las píldoras de la memoria sí aspiran a devolver a un cerebro de 60 años la agilidad de uno de 20. ¿Quién no firmaría?

No se trata de suplementos alimenticios o productos semimágicos, sino de fármacos en toda regla respaldados por investigadores de prestigio. La empresa Memory Pharmaceuticals la inició Erik Kandel, premio Nobel de Medicina en 2000. En Helicon está Tim Tully, que a mediados de los años noventa creó moscas transgénicas con más cantidades de lo normal de una proteína implicada en la memoria, y que efectivamente demostraban habilidades de supermoscas. Varios de los fármacos en desarrollo, ahora en fase de ensayos clínicos, llegarían al mercado -si lo logran- indicados para enfermos de alzheimer o con deterioro cognitivo leve. Pero se da por seguro que muchos usuarios, independientemente de las regulaciones farmacéuticas de cada país, será gente sana. Así que la pregunta es: ¿serán fármacos seguros? Algunos expertos han advertido ya contra un potencial efecto secundario bastante dificil de medir: ¿y si acabamos recordando más de lo que queremos?

Eso nos lleva a otra quimera: la posibilidad no sólo de potenciar la memoria en general, sino de toquetear su código. Conocer y manipular las teclas adecuadas para memorizar unas cosas -el temario de la oposición- y olvidar otras -el amante traidor- a voluntad. ¿Se podría hacer eso? "Sí, es una posibilidad real", explica por correo electrónico Joseph LeDoux, investigador de la Universidad de Nueva York que meses atrás logró borrar selectivamente un recuerdo concreto de la mente de ratas de laboratorio (los animales olvidaron que un determinado estímulo sonoro venía seguido de una descarga eléctrica). "Nuestro trabajo plantea varias cuestiones éticas. Como científicos, simplemente tratamos de entender cómo funciona la memoria, no buscamos un método para borrar o reforzar recuerdos. Pero la sociedad deberá discutir las implicaciones prácticas de este trabajo".

El trabajo de LeDoux es en realidad uno más de muchos estilos en la misma línea. Gracias a ellos se sabe hoy que cuando un conocimiento almacenado se recupera, "hay un periodo crítico en el que la memoria es susceptible de se perdida", explica José María Delgado, investigador de la Universidad Pablo de Olavides (Sevilla). "Es cuando un recuerdo se rescata del olvido por un momento y se vuelve a guardar sin ser reforzado, como si de pronto ves a alguien que conocías de hace mucho tiempo y no interactúas con él. Entonces, la imagen de su rostro puede olvidarse para siempre, el recuerdo se borra". También el grupo Delgado ha demostrado como el de LeDoux, que es posible manipular esos procesos de borrado y reforzamiento.

La cara positiva de estos hallazgos es que abren una vía al tratamiento de las secuelas de experiencia traumática. Pero se entrevén también aplicaciones de utilidad borrosa. "¿Quién decidirá qué borrar y qué reforzar, y en quién? No tengo las respuestas", dice LeDoux. Incluso si esa potestad la ejerciera el propio usuario de la memoria a alterar, los efectos serían dudosos. Alguien ha advertido ya que el código de la memoria -la decisión de qué guardo y qué no- es un delicado mecanismo seleccionado a lo largo de millones de años de evolución. ¿Estamos seguros de que interesa alterarlo?

04 Teletransportarse

Sigamos con la quimera más añorada por todo sufridor de atascos y vuelo retrasados. Ningún físico dirá que es está hoy más cerca que hace décadas de teletransportar una persona, pero en lo que se refiere a partículas, el campo avanza a buen ritmo. La teleportación cuántica se basa en el fenómeno del entrelazamiento entre partículas: dos partículas -por ejemplo, fotones- pueden permanecer en cierto modo unidas a pesar de encontrarse lejos; de esta forma, cuando se produce un cambio en una de ellas, en la otra ocurre lo mismo. Son las propiedades de la partícula, la información, las que se teleportan de modo instantáneo. El año pasado, un grupo de la Universidad de Copenhague en colaboración con el español Ignacio Cirac, del Instituto Max Plank para óptica cuántica en Garching (Alemania), logró por primera vez teleportar información entre luz y materia -dos objetos diferentes situados a medio metro de distancia-. De acuerdo, no es Star Trek, pero... habrá que seguir soñando.

05 Vivir mil años

El año pasado, el gerontólogo de la Universidad de Cambridge (Reino Unido) Aubrey de Grey trazó un provocador puente entre los aspectos más fantasiosos de la muy publicitada medicina antiedad y la ciencia seria, declarando que los humanos llegaremos a vivir más de mil años. No como especie, se entiende, sino cada uno de nosotros. Respondieron una treintena de gerontólogos obviamente menos soñadores que De Grey: las ideas de éste son "extremadamente optimistas", dijeron. Vale. Pero ¿son del todo descabelladas?

La investigación sobre el envejecimiento está en plena ebullición; sus hallazgos a lo largo de las últimas décadas han cambiado el punto de vista sobre varias cuestiones clave. Por ejemplo: antes se creía que los humanos teníamos una edad preprogramada para envejecer, algo así como un reloj que obligaba a la células a perder su vigor llegado el momento. No es exactamente así. La longevidad parece estar regulada por la acción conjunta de muchos mecanismos de reparación, que eliminan los errores - en el ADN, por los efectos tóxicos de los residuos del metabolismo...- que se acumulan constantemente en la célula a lo largo de la vida. Esos mecanismos reparadores dejan de funcionar, o funcionan peor, a partir de cierta edad, y la razón -creen los investigadores- es simplemente la evolución: el organismo humano no estaría optimizado para vivir mucho más allá de la edad reproductiva. "Cada especie, al adaptarse a su entorno -depredadores, estilo de reproducción...-, se adapta también a una longevidad idónea, que consiste en garantizar que no va a envejecer ni va a tener cáncer [u otras enfermedades asociadas con la edad] antes de tiempo", explica Manuel Serrano, investigador del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO).

El trabajo de Serrano apoya la idea de que el envejecimiento es más una acumulación de fallos que una acción preprogramada. Su grupo ha demostrado la relación entre la acción del gen anticáncer P53 -que elimina células dañadas- y la longevidad. Los ratones con más P53 no sólo tienen menos cancer, sino que son más longevos. Y, por supuesto, P53 no es el único gen relacionado con la longevidad. Cada vez se desentrañan más mecanismos implicados en determinar el tiempo de vida de los organismos. En ratones, gusanos y moscas se sabe ya que alterando determinados genes, la esperanza de vida puede aumentarse hasta en un 60%.

¿Podría hacerse eso con los humanos? ¿Bastaría con tocar unos cuantos genes, como si fueran interruptores de la longevidad, para duplicar nuestra esperanza de vida? Dificultades técnicas y éticas aparte, ¿por qué no?
En sus provocativas declaraciones, De Grey asegura que será posible reparar los daños celulares y lograr así "revertir y no sólo ralentizar" el proceso de envejecimiento. A Serrano -que no ha sido preguntado sobre las declaraciones de De Grey- no le resulta increíble ese escenario: "Todo depende de que sepamos cómo repararnos y cuánto se invierta en hacerlo. Si uno repara su coche constantemente, le dura mucho, pero es un proceso muy costoso; si no lo reparas nunca, no te dura mucho más de dos años. ¡Todo depende! La ciencia-ficción de que algún día se podrán reparar los tejidos y vivir muchísimo... a mí me parece que algún día (lejano) será realidad".

06 Crear vida artificial

Todo apunta a que el mito de Frankestein se hará realidad el siglo XXI. Sólo que no será un monstruo de alma buena, sino un microorganismo. Nacerá -eso sí se cumple- en un laboratorio. Puede que en el del carismático Craig Venter, el inventor de la técnica que permitió acelerar la secuenciación del genoma humano. Venter ya creó en 2003 el primer virus del todo artificial y completamente funcional: una copia de un virus que existe naturalmente, llamado PhiX, y que infecta bacterias, no humanos. Venter lo creó en sólo 14 días a partir de piezas sueltas de material genético.








Este año, Venter ha dado un paso más allá. En vez de copiar un organismo ya presente en la naturaleza, quiere crear uno nuevo. En concreto, una versión reducida del primer organismo que él mismo secuenció, Mycoplasma genitalium, que tiene sólo 470 genes. Venter se ha dedicado a inactivar cada uno de esos genes para ver cuáles son los estrictamente indispensables para la vida, y se ha quedado con 381. El próximo paso será sintetizar una molécula de ADN con esos 381 genes, introducirlos en una célula sin núcleo, pero con la maquinaria molecular necesaria para leer los genes y traducirlos a proteínas, y, ¡voilà!, ya tenemos el primer organismo artificial en la Tierra (con alguna licencia, dado que para crearlo ha habido que recurrir a una célula ya existente). Todo eso está aún sobre el papel, pero Venter no quiere que nadie le pise la idea ni los potenciales beneficios que genere, y ha solicitado una patente que cubra la creación de Mycoplasma laboratorium (así lo han bautizado). ¿Se la concederán? El Grupo ETC, que ya ha alertado de los riesgos de la nanotecnología, ha iniciado una campaña en contra. Quieren que el apoyo que han escogido para el bicho de Venter, Synthia, acabe siendo tan popular como Dolly.

07 La telequinesia

Estire el brazo. Para hacer eso, alguna de las neuronas de la parte de la corteza cerebral responsable del movimiento -la corteza motora- han tenido que activarse y enviar determinadas señales. Suponga ahora que usted es manco, pero que de todas maneras su cerebro envía la orden de antes: estirar el brazo. Hoy se sabe que en esta segunda situación las señales que enviarían sus neuronas motoras serían muy similares a las enviadas ciando efectivamente movió el brazo. Y también se sabe porque el experimento se ha hecho: poco a poco, los neurocientíficos se acercan al viejo sueño de controlar objetos con el pensamiento.

El ejemplo más llamativo por ahora se expuso hace un año en la portada de la revista Nature. En la corteza motora de un tetrapléjico de 25 años se implantó un diminuto sensor capaz de registrar la actividad de docenas de neuronas; estas señales eran instantáneamente decodificadas y enviadas a un ordenador y a otros dispositivos periféricos. El resultado es que el joven aprendió rápidamente a abrir el correo electrónico moviendo un cursor, a ajustar el volumen del televisor y a operar un brazo robótico con el que movía objetos. Todo ello, ordenándolo mentalmente. Sin trampa ni cartón. El sujeto podía incluso conversar mientras controlaba el cursor del ordenador, "lo mismo que nosotros trabajamos con un ordenador a la vez que hablamos", explicó en julio de 2005 John Donogue, neurocientífico de la Universidad de Brown (Providence, EE UU) y fundador en 2001 de Cyberkinetics, la empresa que aspira a llevar al mercado este tipo de implantes cerebrales, "Estos resultados nos permiten esperar que algún día podamos activar los músculos de las extremidades con las señales que envían las neuronas reestableciendo el control cerebro-músculo", añadió Donogue.

Pero para ese objetivo final aún falta mucho, advierte José Carmena, investigador español en la Universidad de Berkeley (California, EE UU) que hace ya tres años llevó a cabo un experimento similar al de Donogue, pero con monos -y que insiste en "no crear falsas expectativas"-. ¿Por qué tanta cautela? La tecnología de los implantes cerebrales tiene un problema: es muy invasiva. En un paciente joven, por ejemplo, no sólo habría que instalar un implante en el cerebro, sino probablemente reemplazarlo al cabo de un tiempo. Varias intervenciones quirúrgicas en el cerebro. Por eso Carmena cree que la técnica avanzará realmente sólo cuando se aprenda a registrar actividad neuronal con gran detalle desde fuera del cerebro. "Si se lograra eso, se harían cosas que hoy son ciencia-ficción", dice. "Sería una revolución. Tendrías una forma de comunicación directa con el cerebro". ¿Para qué? Para estar tranquilamente sentado -tal vez con un casco- y a la vez operando un robot; para escribir un texto sin necesidad de teclear ni de dictar... No es descabellado predecir que el cerebro acabaría integrando como una extremidad más ese nuevo hardware periférico. Y de ahí al mito del cyborg hay un paso. ¿Es ético que los humanos se añadan periféricos a voluntad?


El Pais Semanal Número 1.611. domingo 12 de agosto de 2007


miércoles, 20 de agosto de 2025

La muerte del capitán Nemo en Formentera

El faro del fin del mundo / Jacinto Antón


En Formentera parece que no pase nada pero no dejan de suceder cosas; es una de las paradojas de una isla llena de ellas: tradición y modernidad, nostalgia y disfrutar a manos llenas, hedonísticamente, el presente, soledad y masificación, realidad y magia, luz y sombras. Aquí puedes gastarte una fortuna en un beach club de moda o vivir a salto de mata, como hace el artista Gabriel, tomándote un café con leche en el Pelayo y durmiendo donde te pilla la noche. Dos Formenteras -y muchas más- que se entrecruzan si tocarse como si pertenecieran a dimensiones distintas. Un símbolo de ello son esas camisetas con una supuesta portada de Tintín en Formentera, en la que el reportero se dirige hacia el faro de la Mola en bici como, salvando las distancias, Paz Vega en Lucía y el sexo con su ciclomotor hacia el de Barbaria.

Entre los sucesos de estos días, el que dos pescadores formentereños han capturado una terna, cherna o romerete, una especie de mero, de casi 50 kilos en aguas de la isla. Ante la noticia, he cogido la bici como Tintín, y me he plantado esta mañana con gran hálito profesional en la pescadería Nuestra Señora del Carmen, en San Francesc, para ver con mis propios ojos el prodigio, que había recalado allí. Una dependienta no ha sabido darme razón del pez y me ha dicho que las piezas le llegaban ya troceadas, pero me ha ofrecido besugo. 

A destacar también, en otro orden de cosas, que Piero, el dueño de Ses Coques, el local más canalla y con más variedad de conciertos de la isla, me ha confundido con Adriano Panatta, el legendario jugador de tenis, lo que me he tomado como un cumplido hasta que he visto cómo está Panatta hoy en día.

Nemo atacado por un clamar gigante en un fotograma de la película 'Veinte mil leguas de viaje submarino' (1954), dirigida por Richard Fleischer.


A todas estas he acabado la relectura en la playa de La isla misteriosa, de Julio Verne, que era mi plan literario número uno del verano. Son la friolera de 752 páginas en la versión de Alianza (1989). La verdad, tras un inicio fulgurante, he pasado un bache de varios centenares de páginas que he encontrado soberanamente aburridas con los robinsones vernianos fabricando cosas más complejas, incluso hierro, cerveza y un ascensor. Me ha molestado también la forma en que los náufragos colonizadores masacran todos los pájaros que ven convirtiendo la esplendorosa biodiversidad alada del lugar en una pollería. Su afán en explotar a saco la isla de Lincoln, como la bautizan, tiene notables similitudes con la forma en que se trata de sacar ganancias en Formentera.

En la isla misteriosa ocurren cosas inexplicables, por eso es misteriosa. De hecho, entre los paralelismos que he tratado de encontrar entre la isla de la novela y Formentera los misterios son uno de ellos. En Formentera, aparte de los enigmas más mundanos, tipo cómo es posible que un agua valga 8 euros, hay misterios como el de la casa de Sílvia en la Mola, que el miércoles nos explicó cenando en Macondo (y valga la referencia al realismo mágico) que al parecer tiene un fantasma o un ser sobrenatural. Lo que nos lleva a las sirenas, cuya búsqueda es una tradición mía cada verano en Formentera. No salen sirenas en La isla misteriosa, ni siquiera se las menciona. Pero Carme, la librera de Sa Llibreria Tur, me ha pasado una novela en la que sí aparecen y que transcurre, ahí su interés, en Formentera. La isla de Aral (FVAI Edizioni, 2025), de Silvia Della Rocca y Michele Dalla Palma, tiene gracia: narra las historias de tres mujeres de distintas épocas -la actual, la hippy y la medieval de los piratas berberiscos- que se entrecruzan en Formentera y se mezclan con la existencia de seres humanos adaptados al medio marino, es decir, sirenas. La novela, romántica, con momentos muy emotivos y atmósfera de relato de fantasmas, posee el interés de que los autores conocen la isla, aparte de los bonito de que después de leer tantos libros sobre el tema encuentres uno en el que las sirenas merodeen por el Cap de Barbaria.

Volviendo a Verne, la presencia extraña en La isla misteriosa finalmente no es sobrenatural, sino que es el capitán Nemo, que pasa allí sus horas bajas. Es en el encuentro con Nemo moribundo en el Nautilus cuando la novela alcanza su punto culminante. Leer las últimas horas del capitán Remo en la playa de Formentera ha sido conmovedor. Cada vez con los ojos húmedos deslizaba la mirada desde la página al horizonte y me encontraba con el mar azul turquesa sentía un estremecimiento. Mobilis in mobili. “Al fin, el Nautilos, convertido en el ataúd del capitán Remo, pronto reposó en el fondo del mar”.

Rescatados los náufragos de la isla misteriosa, cerrada también la última página de la novela de las sirenas de Formentera, me quedé absorto en la playa, huérfano de maravillas. Hasta que, al atardecer, pasó a mi lado una mujer mayor en bañador, de una gran fragilidad en tierra, casi anciana, pero que desprendía un aura especial. Llegó a la orilla se giró un instante para guiñarme un ojo con una sonrisa inesperadamente sensual, se puso unas gafas de nadar y entró en el agua. La transformación fue extraordinaria; apenas tocada la espuma se deslizó sobre las olas como las más ágil criatura marina y, braceando con armonía exquisita, se fundió en la inmensidad hasta que la perdí de vista.


El Pais. Cultura . Sábado 2 de agosto de 2025


martes, 19 de agosto de 2025

MARIKO PARADE / Frédéric Boilet y Kan Takahama

Desde pequeño siempre he tenido la creencia de que dibujar es una cualidad innata y que, si bien se necesita experiencia y aprendizaje para hacerlo con maestría, sin ciertas condiciones naturales es imposible hacerlo correctamente. A raíz de los avances en neurociencia y los fascinantes descubrimientos sobre la laterización cerebral de las habilidades y los procesos implicados, llegué hasta Aprender a dibujar con el lado derecho del cerebro, un manual que prometía ser el remedio para mi incapacidad manifiesta de hacer viñetas. En mitad de la revelación descubrí a Frédéric Boilet, un dibujante de comic que trabaja sobre fotografías y cuya técnica me hizo desterrar el manual y descubrir que hasta para calcar fotos hay que ser un artista.

Frédéric Boilet es el fundador de lo que se ha dado en llamar la nouvelle manga, un movimiento creativo de narrativa gráfica que combina estilos de dos de las escuelas más importantes del noveno arte, la historieta franco-belga y el manga japonés. El primero en mencionar el término manga nouvelle vague —rápidamente reducido a nouvelle manga—, en 1999, fue Kiyoshi Kusumi, antiguo director de la revista mensual de arte Bijutsu Techô, y lo hizo refiriéndose al francés Frédéric Boilet, el cual adoptó el término para sí y alentó a otros artistas a utilizarlo.

El dibujo de Boilet tiene un estilo hiperrealista muy original y es que acostumbra a grabar en vídeo o fotografiar los storyboards de lo que será su arte final. Como sus relatos son autobiográficos e intimistas, con el uso del objetivo consigue capturar en sus viñetas pequeños detalles que cargan de intensidad el rostro y los gestos de sus protagonistas.

El caso es que Boilet, además de ser francés y un seductor, o al menos así se muestra en la parte autobiográfica de su obra —básicamente, toda— tiene una habilidad especial para las relaciones sociales franconipófilas y así consiguió embarcar a algunos paisanos suyos, como Étienne Davodeau, Joann Sfar o François Schuiten y otros hasta ocho, junto con otros tantos autores japoneses, en un libro de historietas muy original en el que los autores europeos viajan a Japón para mostrarnos en ocho relatos sus impresiones en el país del sol naciente y a los que los dibujantes japoneses responden con otras ocho historias en las que nos enseñan su tierra con sus leyendas y su modernidad. Pero esta obra además de ser una propuesta novedosa en la que se entrecruzan miradas tan diferentes, le sirve a Boilet para entrelazar amistades, en especial con Aurita, relación fruto de la cual la autora japonesa realizará su autobiografía sexual Fresa y Chocolate.

El primer cómic que Boilet publica en España es Tokio es mi jardín, con guion de Benoît Peeters, también autor del texto de la fantástica saga de Las ciudades oscuras de Schuiten y con la colaboración de Jiro Taniguchi. Tokio es mi jardín narra la historia de un representante de vinos franceses enviado por su empresa a Japón para abrir mercado y que tras una breve estancia queda inesperadamente encantado por el país. Los números del negocio de representación no acaban de salir, por lo que David (que así se llama el protagonista) empieza a tener sudores fríos ante la perspectiva de tener que abandonar Japón y para colmo de males se enamora. Toda la historia está impregnada de la fascinación de David por los ideogramas y la caligrafía kanji, y le vemos explorar las reglas nemotécnicas que se utilizan para aprenderlos. Tras Tokio es mi jardín Boilet publica La espinaca de Yukiko, en el que nos cuenta el breve idilio que tuvo con Yukiko Hashimoto. La relación amorosa entre ambos está repleta de ternura y de instantes hermosos. Como se reseña en la solapa (y es que yo no lo podría decir mejor), las formas en que Boilet retrata a la mujer que ama transforman la propia creación del cómic en perpetuar en la página el acto de hacer el amor con ella. La primera edición de La espinaca de Yukiko se agotó, tal como pasó con Mariko Parade, de la que hablaremos a continuación. La obra más reciente de Boilet publicada en España es Ellas, donde el autor se recrea en las relaciones amorosas y sexuales con las protagonistas de sus anteriores trabajos, alcanzando el momento de máximo realismo visual de todas sus historietas.



De toda la obra de Frédéric Boilet, sin duda alguna Mariko Parade es la que más me gusta. Está realizada a cuatro manos con Kan Takahama. Ambos se conocieron a raíz de un email que Takahama le envió a Boilet, quedaron a tomar unas copas en el Café Relations Humaines —no me digan que no es un nombre bonito—. Ella era admiradora del francés y supongo que tenía ganas de fiesta, ya que el mismo día que quedaron, tal y como cuenta ella, tras amanecer embrutecidos por tanto alcohol se dijeron: «¡Tenemos que hacer algo juntos!». Ese «algo juntos» bullía de forma insconciente en la cabeza de Takahama que, fascinada con La espinaca de Yukiko, y tras comentarlo con Boilet, propuso volver a sumergirse en el universo sutil de los amantes para continuar de algún modo la historia. A partir de las fotografías y vídeos de Mariko, la modelo que usó Boilet en La espinaca de Yukiko, Takahama construyó una historia preciosa.

Mariko parade comienza con una sucesión de viñetas en las que se ve a la protagonista leyendo el libro de La espinaca de Yukiko mientras viaja en el tren con el propio Boilet. Ambos discuten sobre si la narración del manga es una historieta o un documental autobiográfico y entre las páginas se intercalan las láminas de Las doce quimeras del zodiaco que Boilet había preparado para otro proyecto. «Cuando estás en el paisaje es como si mi dibujo, mis historias, echaran a andar por su cuenta».

El dibujo de Takahama es simplemente magnífico, realizado con lápiz y carboncillo y después retocado digitalmente, cada viñeta es una bella ilustración. Con esta misma técnica, Takahama ha publicado en España otros dos albumes, Kinderbook, que es una recopilación de relatos cortos publicados en revistas manga japonesas, y Awabi, obra más madura en la que el protagonista es el amor — tema recurrente de la nouvelle manga—, pero desde una perspectiva mucho más pesimista que la de Boilet, impregnada de esa atmósfera de fatalidad en lo emocional propia de la cultura clásica japonesa.


Jot Down- Cien Tebeos Imprescindibles (2014)




lunes, 18 de agosto de 2025

Como perro y gato en Formentera

El faro del fin del mundo / Jacinto Antón


Llegué a Formentera, tras la larga travesía de costumbre y la lectura ritual de amplios pasajes del Lord Jim de Conrad a bordo del ferry Ciudad de Barcelona de Transmed, cargado de propósitos y anhelo de aventuras (“multiplicábanse en su mente las ideas de grandes hazañas: sentíase enamorado de ellas y le encantaba el feliz éxito que acompañaba a sus imaginarias proezas; eran lo mejor de su vida, su verdad secreta, su escondida realidad”). Me pareció un buen presagio encontrarme ya en el barco una sirena: una pequeña figura mecánica de una ondina rubia de ojos azules y escamas doradas que al darle cuerda movía arriba y abajo la cola y que me miraba tentadora desde el parador de la tienda de regalos del ferry.


Nada más arribar a mi cuartel general en la playa de Migjorn me puse a releer, bajo las palmas de la techumbre del Pelayo, La isla misteriosa, de Julio Verne, pues me había propuesto trazar las semejanzas entre la novela y mi experiencia de Formentera. Estaba yo tan ricamente en mi lectura, con el globo de los protagonistas desinflándose en medio de una tormenta, cuando los acontecimientos de la realidad empezaron a imponerse a los de la literatura.


J.A.

De entrada la tempestad de la novela parecía trasladarse a Formentera. Estábamos en alerta por la llegada de un frente que traería, se advertía, vientos huracanados, lluvias copiosas y olas de dos metros. Cuando aún hay barcos varados de la dana del pasado agosto, la advertencia no podía tomarse a la ligera. Todo el jueves había sido un prepararnos para el temporal. Se suspendieron las fiestas de Sant Jaume y gente deambulaba por la isla mirando el cielo y esperando lo peor. Desde el Pelayo, un puñado de personas observábamos fascinados y sobrecogidos cómo las olas crecían y en todo lo que abarcaba la vista el mundo se convertía en un gran tapiz oscuro y amenazador. Y entonces se produjo una de esas imágenes que se te graban en el alma con la fuerza de una leyenda: una chica salida de no se sabe dónde se zambulló desnuda en el mar alborotado.


Pero si la tempestad, que acabó resolviéndose en gatillazo celeste, se cernía sobre nosotros, el verdadero desasosiego me ha llegado en la isla en forma de perro

Se trata de un Jack Russell terrier blanco y tostado que responde al tan luctuoso actualmente nombre de Ozzy y que el destino aciago ha convertido en mi vecino en las casitas de Es Pinars. Fue justo llegar con nuestro gato Charly y encontrarnos que el chucho se había enseñoreado de todo el territorio. Sus dueños, gente por lo demás muy agradable, nos informaron enseguida del carácter cazador del can y su predisposición natural -animalito- a perseguir a los gatos. Nos dieron como cosa hecha que teníamos un problema (evidentemente con todas las de perder Charly, de temperamento tan soñador y pusilánime como su dueño), aunque accedieron a debatir qué se podría hacer para mitigarlo. Es dificil llevar con educación un conflicto en el que la otra parte se puede comer a la tuya, pero sacamos adelante unas negociaciones tipo Ucrania-Rusia en las que Charly y yo cedimos mucho.

Se estableció una línea divisoria que Ozzy no debía cruzar y que yo bauticé con hondo sentido de la historia como Checkpoint Charlie. Pero al cabo de un rato ya teníamos al avispado terrier en nuestro porche, calentando como un púgil. Total que Charlie solo sale en las escasas horas pactadas de reclusión o ausencia del perro hiperactivo (“ahora nos vamos, podéis sacar a vuestro gato”), mayormente de noche y siempre bajo estricta vigilancia (mía), de forma que estoy adoptando una vida vampírica y así no hay quien se ponga moreno. Como suelo hacer, he tratado de encontrar consejo, y si no consuelo, en los libros. En The interpretation of cats, and their owners (Penguin, 2024), el veterinario francés Claude Béata explica cómo funciona la mente de un gato. Leemos el libro juntos Charly y yo en nuestras horas de confinamiento, a menudo los dos debajo de la cama, y descubrimos las patologías a las que nos puede llevar esta situación. Nos ha interesado el caso de un gato abisinio que sufría un caso disociativo que lo convirtió en un verdadero Mister Hyde capaz de sembrar el pánico, incluso entre los perros. Dejaremos el libro a mano de los vecinos y de Ozzy. Mientras tanto, como dijo Colette, el tiempo pasado con un gato nunca es tiempo perdido. Ni siquiera en Formentera.


El Pais. Cultura. Sábado 26 de julio de 2025


jueves, 14 de agosto de 2025

Los combates cotidianos / Manu Larcenet



Hay una insistencia tan constante en la felicidad que dan las pequeñas cosas que toda una «industria» de la autoayuda se basa en su mención constante. Mágicas recetas, pensamiento positivo para permanecer contento las veinticuatro horas y sin demasiada medicación. Las pequeñas cosas. Las pequeñas cosas. Las pequeñas cosas. Los mimbres de esta factoría dedicada a la sonrisa bobalicona son tan fuertes que la única razón para que la persona de su lado no sea un «coach» es que lo sea usted mismo. Las pequeñas cosas. Ni tan siquiera la ironía de Groucho Marx ha podido hacer mella en este campo, «hijo mío, la felicidad está hecha de pequeñas cosas: un pequeño yate, una pequeña mansión, una pequeña fortuna...». Las pequeñas cosas. Ah, las pequeñas cosas... En lugar de quedarse en un aforismo, el autor francés Manu Larcenet ofrece en Los combates cotidianos toda una guerra a la concepción superficial de la vida ordinaria, el transcurrir del tiempo y, precisamente, la búsqueda de la felicidad. Ese punto de vista inofensivo que fomenta la mansedumbre y que se encuentra institucionalizado por los organismos oficiales de todo pelaje y los medios convencionales de comunicación, encuentra aquí un sobresaliente contrapunto. Su lectura le produciría un ictus inmediato a cualquier gurú de la alegría que cobre por horas para asesorar al personal de una oficina o a un político oportunista, valga la redundancia. Larcenet opone la inteligencia de las pequeñas cosas contra su uso como elemento narcótico, vulgar y adocenante.

Los ataques de ansiedad, el sexo, el amor, la paternidad, la relación con los familiares, la pérdida de seres queridos, la relación con las mascotas y la naturaleza, las frustraciones laborales, el desengaño derivado de conocer a ciertas personas a las que admirábamos, la dignidad del trabajo bien hecho, el aburrimiento, el no saber muy bien qué hacer... son algunos de esos combates cotidianos con los que tiene que lidiar el protagonista, una persona normal y corriente sometida al azar, los miedos y, en definitiva, todo aquello que compone realmente la vida mientras los sueños y las esperanzas van por otro lado.

Esta historieta fue premiada como mejor álbum en el Festival de Angulema de 2004. Llama la atención en sus primeras páginas por la elección de un tipo de dibujos que en principio parecen más propicios para un tebeo de humor de otro tipo. Sin embargo, poco a poco, entendemos las razones de lo que no es sino un acierto. Este tipo de trazos consiguen no solo trasladar multitud de emociones corrientes, también gracias a los cambios de color —por ejemplo, sepia para lo que equivaldría a la «cámara subjetiva» del protagonista, rojo para la angustia— puede alterar el tono de los sentimientos sin romper la continuidad del estilo, que solo varia en un puñado de ocasiones cuando Larcenet opta por dibujar retratos realistas o bien monólogos interiores donde muestra diversas escenas (de nuevo en sepia, para señalar su visión). Este contraste refleja perfectamente la madurez derivada de diversas experiencias y justifica que el autor escogiese para la mayor parte del tebeo una apariencia engañosamente simpática.

Otro de los grandes aciertos del cómic es tomar como hilo conductor a un personaje que, siguiendo el título, es muy normal. Eso no solo refuerza la perspectiva del lector acerca de los acontecimientos frecuentes y habituales que le suceden a cualquiera en el transcurso de su vida en una sociedad desarrollada (y por tanto, salvo desgracia mayúscula, carente de grandes altibajos o experiencias extremas), sino que consigue plasmar, mediante la aparición de personajes secundarios, desde familiares a compañeros de profesión, desde el propio gato del protagonista a vecinos mal- encarados, cómo las relaciones de cualquier especie son las que van modificando nuestra vida tanto interior como exteriormente. Este modo de representación logra que dichos secundarios sean especialmente atractivos, lo que se relaciona con la profesión de fotógrafo del personaje principal. Es en cierto modo su mirada común pero precisa la que realza, y volvemos al principio, esas pequeñas cosas que siendo igualmente comunes también pueden ser decisivas, maravillosas, anodinas, terribles y que, en definitiva, son las que componen el destino de cualquiera, un destino sin mayúsculas, de andar por casa. Pero, al fin y al cabo, nuestro.

El humor, la ternura, la angustia o la tristeza se ven complementados con la pasmosa habilidad que tienen muchos artistas de Francia para analizar y criticar a su propio país sin romper con la trama, todo lo contrario, complementándola y demostrando en este caso que los grandes hechos de la economía y la política están fabricados con la misma sustancia que las anécdotas, y que nos movemos en la red resultante un poco a la deriva y otro poco por voluntad propia. La agudeza de Larcenet consigue ligar con más que meritoria sencillez la guerra de Argelia con las transformaciones industriales de la actualidad en el caso de unos astilleros. Precisamente el tratamiento del tiempo en general es otro de los talentos del autor, que con una excelente utilización de la elipsis logra trasladar al lector informaciones básicas sobre lo que está sucediendo, sin añadir absolutamente nada más.

Los amantes de la naturaleza tienen aquí sus bosques. Los amantes de los niños tienen aquí a una maravillosa niña. Los amantes de los gatos tienen aquí a un travieso gato. Los amantes de las historias de amor cuentan con su historia de amor. Los amantes de los malos tienen a unos cuantos malos complejos. Los amantes de los buenos tienen también su repertorio. Lo que no hay son héroes ni villanos. Solo el pasar de los días. Solo el ver qué ocurre. Solo una vida como tantas otras.


Jot Down : Cien Tebeos Imprescindibles (2014)