El faro del fin del mundo / Jacinto Antón
En Formentera parece que no pase nada pero no dejan de suceder cosas; es una de las paradojas de una isla llena de ellas: tradición y modernidad, nostalgia y disfrutar a manos llenas, hedonísticamente, el presente, soledad y masificación, realidad y magia, luz y sombras. Aquí puedes gastarte una fortuna en un beach club de moda o vivir a salto de mata, como hace el artista Gabriel, tomándote un café con leche en el Pelayo y durmiendo donde te pilla la noche. Dos Formenteras -y muchas más- que se entrecruzan si tocarse como si pertenecieran a dimensiones distintas. Un símbolo de ello son esas camisetas con una supuesta portada de Tintín en Formentera, en la que el reportero se dirige hacia el faro de la Mola en bici como, salvando las distancias, Paz Vega en Lucía y el sexo con su ciclomotor hacia el de Barbaria.
Entre los sucesos de estos días, el que dos pescadores formentereños han capturado una terna, cherna o romerete, una especie de mero, de casi 50 kilos en aguas de la isla. Ante la noticia, he cogido la bici como Tintín, y me he plantado esta mañana con gran hálito profesional en la pescadería Nuestra Señora del Carmen, en San Francesc, para ver con mis propios ojos el prodigio, que había recalado allí. Una dependienta no ha sabido darme razón del pez y me ha dicho que las piezas le llegaban ya troceadas, pero me ha ofrecido besugo.
A destacar también, en otro orden de cosas, que Piero, el dueño de Ses Coques, el local más canalla y con más variedad de conciertos de la isla, me ha confundido con Adriano Panatta, el legendario jugador de tenis, lo que me he tomado como un cumplido hasta que he visto cómo está Panatta hoy en día.
A todas estas he acabado la relectura en la playa de La isla misteriosa, de Julio Verne, que era mi plan literario número uno del verano. Son la friolera de 752 páginas en la versión de Alianza (1989). La verdad, tras un inicio fulgurante, he pasado un bache de varios centenares de páginas que he encontrado soberanamente aburridas con los robinsones vernianos fabricando cosas más complejas, incluso hierro, cerveza y un ascensor. Me ha molestado también la forma en que los náufragos colonizadores masacran todos los pájaros que ven convirtiendo la esplendorosa biodiversidad alada del lugar en una pollería. Su afán en explotar a saco la isla de Lincoln, como la bautizan, tiene notables similitudes con la forma en que se trata de sacar ganancias en Formentera.
En la isla misteriosa ocurren cosas inexplicables, por eso es misteriosa. De hecho, entre los paralelismos que he tratado de encontrar entre la isla de la novela y Formentera los misterios son uno de ellos. En Formentera, aparte de los enigmas más mundanos, tipo cómo es posible que un agua valga 8 euros, hay misterios como el de la casa de Sílvia en la Mola, que el miércoles nos explicó cenando en Macondo (y valga la referencia al realismo mágico) que al parecer tiene un fantasma o un ser sobrenatural. Lo que nos lleva a las sirenas, cuya búsqueda es una tradición mía cada verano en Formentera. No salen sirenas en La isla misteriosa, ni siquiera se las menciona. Pero Carme, la librera de Sa Llibreria Tur, me ha pasado una novela en la que sí aparecen y que transcurre, ahí su interés, en Formentera. La isla de Aral (FVAI Edizioni, 2025), de Silvia Della Rocca y Michele Dalla Palma, tiene gracia: narra las historias de tres mujeres de distintas épocas -la actual, la hippy y la medieval de los piratas berberiscos- que se entrecruzan en Formentera y se mezclan con la existencia de seres humanos adaptados al medio marino, es decir, sirenas. La novela, romántica, con momentos muy emotivos y atmósfera de relato de fantasmas, posee el interés de que los autores conocen la isla, aparte de los bonito de que después de leer tantos libros sobre el tema encuentres uno en el que las sirenas merodeen por el Cap de Barbaria.
Volviendo a Verne, la presencia extraña en La isla misteriosa finalmente no es sobrenatural, sino que es el capitán Nemo, que pasa allí sus horas bajas. Es en el encuentro con Nemo moribundo en el Nautilus cuando la novela alcanza su punto culminante. Leer las últimas horas del capitán Remo en la playa de Formentera ha sido conmovedor. Cada vez con los ojos húmedos deslizaba la mirada desde la página al horizonte y me encontraba con el mar azul turquesa sentía un estremecimiento. Mobilis in mobili. “Al fin, el Nautilos, convertido en el ataúd del capitán Remo, pronto reposó en el fondo del mar”.
Rescatados los náufragos de la isla misteriosa, cerrada también la última página de la novela de las sirenas de Formentera, me quedé absorto en la playa, huérfano de maravillas. Hasta que, al atardecer, pasó a mi lado una mujer mayor en bañador, de una gran fragilidad en tierra, casi anciana, pero que desprendía un aura especial. Llegó a la orilla se giró un instante para guiñarme un ojo con una sonrisa inesperadamente sensual, se puso unas gafas de nadar y entró en el agua. La transformación fue extraordinaria; apenas tocada la espuma se deslizó sobre las olas como las más ágil criatura marina y, braceando con armonía exquisita, se fundió en la inmensidad hasta que la perdí de vista.
El Pais. Cultura . Sábado 2 de agosto de 2025
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