martes, 26 de agosto de 2025

La isla "hippy" del sol naciente

El faro del fin del mundo / Jacinto Antón


En Formentera, los pequeños acontecimientos cotidianos se suceden y cobran importancia al margen de lo que pasa afuera en el mundo. La otra noche se proyectó en Sant Francesc, al aire libre, el documental Peluts i alters forasters a Formentera, que recupera entrañablemente una parte de la memoria del desembarco de los hippies en la isla y lo que supuso la experiencia para ellos y para los locales. Asistí al pase, multitudinario, y dado que todas las sillas estaban ocupadas, tuve que ver la película sentado en el suelo, como si hubiéramos regresado a los días del flower power.

Pese a los precios disparatados que hacen retraerse cada vez más a los visitantes, todo lo mejor de la isla, si lo piensas, es gratis: la arena, el mar, la puesta de sol, las estrellas, los amigos, el pase del documental. O la aventura con una morena - el intimidatorio pez anguiliforme Muraena helena- que vivimos el jueves. La localizó mi hija Berta justo al llegar, buceando frente al Pelayo, y todos nos zambullimos a buscarla (algunos con menos decisión que otros; la mordedura es dolorosa). Pero lo más interesante fue la evocación que nos hizo luego José Luis de cuando su padre pescaba morenas en estas mismas aguas. Nos explicó que entonces había muchísimas y atrapaban solo las grandes, las únicas que valen la pena como alimento. “Las colgaban aquí”, apuntó, señalando el muñón de una vieja Sabina junto a la barra del local. Escenificó entonces cómo rajar al bicho serpenteante para sacarle la espina central y el sistema digestivo. “Luego se recubre a la morena con sal gruesa, sin quitarle la piel, que es de lo mejor, muy sabrosa; se fríe para que quede crujiente”. Yo no he visto la morena pero el mismo jueves me encontré con una imagen muy evocadora junto al quiosco Sarai: un gran tiburón hinchable varado en la arena. Precisamente había acabado otro de los libros que me he traído este verano a Formentera, Historias bajo el mar (Punto de Vista Editores, 2025), en el que el autor, Pietro Spirito, recoge una variada serie de aventuras hiladas por la suya propia con un tiburón blanco. Imaginarán mi sorpresa al descubrir que una de las historias que cuenta es !de sirenas¡ “Necesitamos a las sirenas, y cuando no existen, las inventamos”, escribe.

Jacob Elordi y Olivia DeJonge, en 'El camino estrecho', adaptación de la novela de Richard Flanagan.

El libro de Spirito, todo y reunir sirenas, submarinos, mensajes en botellas, apuntes julesvernianos, los audaces buceadores italianos de la Décima Flotilla Mas, e incluso a Hans Hass y su fulgurante ondina Lotte, no ha sido la lectura que más me ha impresionado esto días. Me he traído Question 7 (Vintage, 2025), las extraordinarias memorias de Richard Flanagan, un escritor al que descubrí con la tan subyugante El camino estrecho al norte profundo (Penguin Random House, 2016), una de mis novelas favoritas (a ella pertenece la frase “un hombre feliz no tiene pasado; un hombre infeliz no tiene nada más”), que he releído aquí tras ver la miniserie que se ha hecho sobre ella, producción que me ha parecido esencialmente fiel y muy buena. Una novela como El camino estrecho al norte profundo que se desarrolla en Tasmania, en Australia y en Birmania y que recrea con mucho más realismo que Feliz navidad mister Lawrence, Rey de las ratas y no digamos El puente sobre el rio Kwai, el horror que sufrieron los prisioneros de los japoneses y en particular los condenados a construir la siniestra línea férrea del “ferrocarril de la muerte” durante la II Guerra Mundial, no parecería una (re)lectura idónea para Formentera, isla, se diría, más de sol poniente que naciente. Tampoco las memorias de su autor, que añaden una tercera dimensión a la novela y la serie: el padre de Flanagan, sargento de las tropas australianas, cayó cautivo de los japoneses y su experiencia es la base de la ficción. Pero no solo he encontrado inesperados puntos en común entre Flanagan y sus libros y la isla, sino que pasar con el escritor aquí el 80º aniversario (6 de agosto) del lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima, tema que aparece en la novela y muy especialmente en las memorias, ha sido excepcionalmente oportuno.

A través de los libros de Flanagan, convertido el peñón de Mola en el monte Suribachi de Iwo Jima y los bañistas desnudos de Migjorn en émulos de los escuálidos prisioneros de los japoneses, he recordado en Formentera la guerra en el Pacífico y su final. No he encontrado japoneses en la isla (según mis datos solo hay tres), para contrastar opiniones. Pero he querido creer, como uno de los compañeros del padre de Flanagan en el campo y el Jim de El imperio del sol, la novela de Ballard, que algo del fulgor de la vieja bomba se percibió en el cielo de aquí el miércoles en el aniversario. Aunque fuera solo un espejismo atrapado en el tiempo de aquel horror cegador, y su reflejo centelleante en los libros.


El Pais. Cultura. Sábado 9 de agosto de 2025


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