jueves, 7 de agosto de 2025
miércoles, 6 de agosto de 2025
GYO / Junji Ito
Cuando nos ponemos a aventurar por qué el género de terror oriental entró tan fuertemente en su momento en nuestras pantallas, lo primero que se me viene a la cabeza es el agotamiento de los iconos habituales del género a los que estábamos acostumbrados. Vampiros, hombres lobo, fantasmas, zombis, psicópatas, monstruos varios del espacio exterior y otras dimensiones se fueron descafeinando paulatinamente. No solo ya no son terrores ignotos, sino que nos sabemos de pe a pa sus debilidades. Donde los desgraciados protagonistas las pasaban canutas para sobrevivir a solo uno de ellos ahora un aguerrido superhéroe se cepilla a hordas de los mismos sin despeinarse. También, los villanos terroríficos de los cincuenta y sesenta pasaron a usarse como antihéroes populares en los ochenta y noventa, para acabar como depiladas estrellas adolescentes carne de la Superpop. Los clásicos del terror occidental han sido sacados de las magníficas sombras que habitaban para prostituirlos rebozados de purpurina con la excusa de la reinvención. De todos estos incubos, quizás lo único que se ha salvado de la orgía comercializante ha sido todo lo lovecraftiano. Al menos, hasta que el gran Cthulhu gane las elecciones a la presidencia de los Estados Unidos, claro.
Quizás, en busca de nuevos terrores, hemos girado nuestra mirada hacia oriente, una cultura muy diferente a la nuestra con otras referencias para lo que provoca miedo. Sus pesadillas nos resultaron frescas, como si aquel añorado portal a las tinieblas por fin se abriera de nuevo. Tenían también sus propias mitologías clásicas, sí —que para nosotros eran exóticas porque funcionaban de forma diferente y las desconocíamos completamente—, pero también generaban creaciones contemporáneas, destilando una capacidad para la imaginación oscura, para lo inesperado, para lo extraño, que verdaderamente sobrecogía.
Junji Ito como mangaka, precisamente, podría situarse en la encrucijada entre el manga de horror clásico, la vieja escuela japonesa, y el contemporáneo, emparentado con géneros más descarnados como el guro, una suerte de gore erótico a la japonesa. Dibujante de manga del que podrían construirse pertinencias como creador de terrores por la profesión con la que en sus inicios compaginaba con su trabajo como dibujante —esto es, dentista— tomaba sus influencias de uno de los grandes maestros del terror nipón, Kazuo Umezu. Considerado como padre del género en Japón, Umezu apoyaba sus narraciones en un fuerte uso del suspense y de las figuras tradicionales del folclore japonés como fantasmas, onis y otros fenómenos sobrenaturales. Ito recurre a ambos recursos con frecuencia, pero empieza a introducir vectores nuevos en sus historias. A pesar de que sus criaturas de espanto también proceden de lugares oscuros, caóticos y salvajes, Junji Ito aplica una lógica subliminal a sus trabajos. Sostiene la construcción del suspense y de sus picos de terror a través de una escalada lógica de los acontecimientos, que invita a entender la locura a la que acaban sometidos sus personajes. De esta forma, el lector empieza a leer sus historias intrigado y con sorpresa, primero,y en un cierto punto, capta los patrones de cómo se están desarrollando los eventos. Pero lejos de crear un efecto de previsibilidad anodina, su capacidad para absorber al lector en la historieta lo pone en la dura situación de saberse capaz de empatizar con la misma imaginación oscura de la que se ha servido el autor, a la hora de leer el relato. Así, el mangaka lleva la lógica de la máquina de terror narrativa que ha creado hasta sus últimas consecuencias. El lector poco avispado alucina con cada avance insospechado de la historia. Y el lector inteligente que adivina el patrón no puede evitar preguntarse hasta que punto él mismo no está «muy sano» al haberse metido tanto en el proceso.
La obra más ejemplar de este forma de horror —y que han usado también mangakas geniales más contemporaneos como Shintaro Kago— del propio Junji Ito es uzumaki. La historia se centra en una población en la que empiezan a sucederse eventos sobrenaturales relacionados con la forma geométrica de las espirales. Los personajes empiezan a desarrollar obsesiones con la aparición de estas líneas curvas que se cierran en sí mismas en situaciones y lugares imprevisibles. Poco a poco los fenómenos van escalando en mutaciones corporales salvajes haciendo que todo aquello que pueda enroscarse lo haga. El lector, atónito, prevé lo que va a suceder y cuando se da cuenta, ya está atrapado, precisamente, en la espiral de la narración sin salvación posible.
Sin embargo, con toda la potencia de la serie de relatos que se cuenta en la serie uzumaki, me quedaría con Gyo si tuviera que elegir una referencia capital del autor. Y la elijo por hallarse en la encrucijada entre las narraciones de suspense y terror clásico y las de la escalada lógica llevada hasta el final. Entre la vieja escuela y la moderna. Gyo empieza como una historia de terror «con bicho suelto». En los primeros capítulos, una pareja de japoneses que está de vacaciones en una localidad costera tiene que enfrentarse a una extraña criatura que les acosa en su apartamento. La primera señal de su llegada es un profundo y nauseabundo hedor. Ito juega al suspense con el lector al mostrar la presencia de la criatura sin mostrar a la criatura, consiguiendo incomodarnos. No es hasta el final de esta introducción que se revela la identidad del monstruo: un simple pez que, montado encima de una estructura mecánica, adquiere la capacidad de respirar y moverse por tierra.
A partir de ahí, la historia toma la forma del advenimiento de un holocausto. Porque, si existe una máquina capaz de darle esos atributos a un pez, ¿puede ser que no haya solo una máquina? ¿Y podría traer a tierra criaturas marinas más temibles? Y seguimos aventurando. ¿No hay más fauna marina que humanos sobre la faz de la Tierra? Si llegaran todos a la superficie, ¿podríamos defendernos? Y si caemos en la cuenta de que Japón, donde transcurre la historia, es una isla, las apuestas siguen ascendiendo. A efectos prácticos, Ito consigue construir un apocalipsis zombi con una criatura de su invención que a priori parece anodina e indefensa, dejándonos patidifusos ante una situación que nadie habría imaginado. Consigue que un pez vulgar y común pase a engrosar las filas de bichos terroríficos venidos del mar que la cultura japonesa ha usado en sus cuentos de terror, aventuras y acción. Y, tampoco hará falta decirlo, esto no es más que el principio de la escalada lógica y terrorífica que se nos viene encima cuando proseguimos la lectura.
Así, a pesar de que Gyo tiene un final, al menos para mi gusto, un poco ligero y patillero—algo por otra parte, tampoco infrecuente en el género una vez que se ha logrado la tarea de epatar al lector— queda como una muy buena historia de terror, enclave entre lo fundacional y lo actual, entre el terror personal y la gran hecatombe mundial. Amén de conseguir que odiemos el pescado de una forma que nunca habríamos sospechado.
Jot Down: Cien Tebeos Imprescindibles (2014)
martes, 5 de agosto de 2025
LA FIEBRE DE LA RAZÓN Yexus
Yo, loco
Antonio Altarriba y Keko (José Antonio Godoy)
Norma Editorial
España
Cartoné Rústica
128 págs.
Blanco y negro
Obra relacionada
El perdón y la furia
Antonio Altarriba y Keko
(Museo Nacional del Prado)
El arte de volar
Antonio Altarriba y Keko
(Norma Editorial)
Yo, asesino
Antonio Altarriba y Keko
(Norma Editorial)
4 botas
Keko
(Edicions de Ponent)
El talento de Altarriba y Keko converge en esta obra de la mejor manera posible: aquella que propicia la confrontación creativa y la provechosa interacción en pos de un objetivo común.
Aunque pertenecen a distintas generaciones, comparten similares vivencias e intencionalidad desde que se lanzaron al ruedo de la viñeta, allá por los años 80, cuando eclosionaba el primer cómic adulto en España. Dentro de sus diferentes parcelas mantienen el mismo inconformismo compulsivo y el mismo afán de explorar a toda costa: en lo formal, las posibilidades expresivas del medio y en lo conceptual, los misterios de la naturaleza humana. Una tarea que Altarriba aborda indagando realidades tan dispares como la sociedad española de la posguerra, las pulsiones eróticas más sofisticadas o las psicopatías de carácter extremo. Algo que, sin ir más lejos, se puede comprobar en El arte de volar, El brillo del gato negro o la obra que motiva estas líneas. Keko, sin embargo, lo hace de manera más críptica y apegada a sus particulares símbolos; apoyado en la potencia del grafismo, a veces se sirve de los géneros y ocasionalmente recurre a la ironía.
De todo lo cual son buenos ejemplos La casa del muerto, Ojos que ven, 4 botas o La protectora, además de los títulos que firma con Altarriba. Esta colaboración conjunta comienza en 2014 y se materializa en tres obras hasta la fecha. Una es El perdón y la furia, un encargo del Museo del Prado donde Diego Rivera sirve para tejer una trama que permite al dúo especular sobre los rincones más tenebrosos de la inteligencia.
Y lo mismo ocurre con las otras dos, dado que igualmente el genio y el exceso de imaginación caracterizan a sus protagonistas. Hablamos de los dos títulos que forman la inacabada «trilogía del egoísmo», como se ha dado en llamar por la predominancia de la primera persona. Comenzó con Yo, asesino y ahora continúa con la publicación de Yo, loco.
Aunque no guarden ninguna relación argumental (más allá de algunas referencias cruzadas), esta segunda entrega de la trilogía también es un thriller negrísimo con ingredientes de introspección psicológica y acento crítico sobre candentes cuestiones contemporáneas. Siempre dispuestos a lanzar atrevidas propuestas, en el primer volumen los autores jugaban con la tesis de «el asesinato como una de las bellas artes» y en este se atreven a poner en valor la lucidez que pervive dentro de la demencia. El argumento se centra en un psicólogo traumatizado por los abusos infantiles que trabaja en un importante laboratorio y descubre paulatinamente que sus millonarios intereses les mueven a inventar o motivar las patologías psicosociales que pretenden curar con sus fármacos, a la vez que experimentan con locos desahuciados por sus semejantes. La investigación que emprende y su creciente angustia generan una espiral de paranoia y autodestrucción ambientada en el despiadado mundo de las empresas farmacéuticas; una siniestra aventura con numerosos personajes y diferentes ambientaciones, con pesadillas recurrentes y hasta un asesinato de por medio.
La experiencia literaria de Altarriba le proporciona una sólida base como narrador, mientras que su faceta como teórico del medio le faculta para optimizar las herramientas expresivas. El argumento de Yo, loco está menos sujeto a sus vivencias personales que en el primer libro, pero se muestra igualmente apegado a la realidad del presente. Ya que, sin renunciar a los mecanismos del misterio, el suspense e incluso el terror, contiene un relevante sentido crítico que le permite incidir en incómodas verdades relacionadas con la corrección política y la posverdad pero, sobre todo, con la hipocresía y las carencias éticas de la sociedad moderna. De nuevo hay también una acusada presencia del mundo del arte: el teatro, la pintura, la poesía, la escultura y el grabado aparecen con mayor o menor protagonismo, pero de forma recurrente en estas páginas. Siempre con alusiones a la demencia, sus repercusiones y su representación gráfica en diversos soportes.
Pero, principalmente, permitiendo demostrar que incluso la locura tiene dos caras: la del artista integrado en la sociedad del éxito y la del sociópata marginado, polarizados en las figuras respectivas de Jeff Koons y Van Gogh. Tan complejo y atractivo cóctel se entrelaza con el desarrollo de una trama que desentraña los mecanismos de la locura tejiendo una red de interrelaciones conceptuales y plásticas basada en reflejos, oposiciones, analogías y paradojas. Algo que indudablemente sería imposible de materializar sin el minucioso trabajo de Keko. Maestro de la narrativa en imágenes, maneja aquí un fulgurante blanco y negro solo alterado por ocasionales pinceladas de un amarillo chirriante, cuyo brutal contraste está morosamente dosificado para enfatizar puntos de interés, sensaciones e impactos emocionales. El mismo papel que jugaba el color rojo en el primer volumen. El dibujante madrileño construye aquí ominosas atmósferas con su depurado trazo y su magistral sentido de la iluminación, plasmando una ambientación opresiva que presta especial atención al espacio y sus constantes contraposiciones. Abierto/cerrado, interior/exterior. Todo descrito con un impecable y afilado hiperrealismo que, paradójicamente, refuerza la extrañeza de las escenas cotidianas y del propio mundo en que vivimos. No digamos ya los momentos oníricos o plenamente surreales que contiene el argumento.
En cuanto a la trilogía, los autores prevén cerrar tan elegante catálogo de flaquezas con el protagonismo de la mentira. También en primera persona, por supuesto ¿Cuál será el color esta vez?
Parece que el verde…
Jot Down Anuario Comic 2018
lunes, 4 de agosto de 2025
PERSÉPOLIS / Marjane Satrapi
Cuando una niña sueña con ser, no una aburrida princesita más, sino una profeta, nada menos, entonces está claro que ahí tenemos un diamante en bruto. Si además esa niña ha nacido en una familia influyente y en un país y una época en la que presencia una dictadura, una revolución y una guerra, entonces ahí tenemos una historia que sin duda merece ser contada. Es la de Marjane Satrapi, nacida en Irán en 1969 y que en el año 2000, cuando ya residía en París, se lanzó a contar su peculiar biografía en forma de cómic. Inicialmente publicada en cuatro tomos, su acogida internacional fue espectacular, lo que animó a su autora a realizar una película animada que también tuvo una gran aceptación tanto entre el público como entre la crítica. Muchas de las narraciones que más hondo nos han llegado son aquellas que, como Casablanca o Doctor Zhivago, han contado una historia personal con el trasfondo de otra colectiva, entrelazando una y otra. En este caso esa historia colectiva es el derrocamiento del Shá por la Revolución Islámica y las terribles consecuencias que este nuevo régimen traería para millones de iraníes. Y la historia personal, la de esta niña preguntona e irreverente, aficionada a Iron Maiden y que se negaba a cubrirse con un velo.
La familia de Marjane era de clase alta, ilustrada, que apoya inicialmente la revolución creyendo que traerá democracia y libertades civiles, pero no pudo estar más equivocada. Vemos entonces cómo día tras día el nuevo régimen adopta las peores maneras represivas de aquel al que sustituyó, como tantas veces ocurre en las revoluciones. Su vínculo con la religión además lo lleva a inmiscuirse cada vez más en la vida privada de la gente, estableciendo absurdas prohibiciones y exigencias que los iraníes no tardan en encontrar maneras de sortear, como en la producción clandestina de vino en las bañeras o en el mercado negro de casetes de música pop. Pero el estallido de la guerra contra Irak agravó la situación dado que «en nombre de la guerra se eliminó al enemigo interior» y los bombardeos pasaron a convertirse en una terrible rutina. Marjane es muy pequeña pero está dotada de una enorme curiosidad por lo que le rodea, percibiendo una situación que le crea una reacción de rebeldía y angustia. Hasta tal punto que sus padres deciden enviarla a estudiar a Austria por su propio bien.
El choque contra este nuevo entorno no será menos desconcertante. En la pacífica y libre Europa puede escuchar la música que le gusta y vestir a su manera, pero también descubre nuevas costumbres y tentaciones. Esta parte de la narración es muy interesante también por la agudeza e ironía que muestra nuestra autora al retratar una sociedad un tanto frívola y opulenta, de adolescentes colmados de lujos pero que quieren jugar a la revolución. A una revolución que Marjane conoce muy bien, para su desgracia, y que implica muerte y sufrimiento. Es de este duro contacto con la realidad a una edad tan temprana de donde aflora su humanidad, sinceridad y lucidez. No hay en Persépolis poses ideológicas o sentimentales, ni falsedad, ni caprichos o ansia de venganza. Es simplemente una persona contando su historia, la de su familia y la de su país, sin querer omitir nada por incómodo que pueda resultar, y sin renunciar tampoco al humor.
Desde los atentados del 11S el islamismo ha adquirido una extraordinaria visibilidad como inagotable fuente de controversias y foco de noticias, que se ha visto aún más potenciada por las recientes revoluciones en varios países árabes. De manera que, aunque la trama comienza en 1979, todo lo que nos cuenta no puede resultarnos más actual. Pero Marjane Satrapi también habla de vivencias universales como las relaciones familiares, la madurez, el desarraigo, el ansia de libertad y la frustración de cada uno de nosotros, pequeños individuos, ante acontecimientos e injusticias que nos rebasan y escapan de nuestro control... aunque al menos podemos hablar, escribir y dibujar sobre ellas, impedir que caigan en el olvido. Este es un buen ejemplo.
Jot Down: Cien Tebeos Imprescindibles (2014)
domingo, 3 de agosto de 2025
Una advertencia para Occidente
"Llegada de Hernán Cortés a México". Cromolitografía impresa por la editorial Kurz and Allison de Chicago y fechada a finales del siglo XIX
Alamy / CORDON PRESS
Por Manuel García
En un momento en el que la geopolítica global se reconfigura y el futuro de las democracias parece amenazado, mirar hacia las ruinas del pasado es siempre una forma de entender mejor los riesgos de cada presente. Viajar a ese país extraño nos puede enseñar a no tropezar tantas veces con las mismas piedras. En El fin de todo, el historiador y analista militar estadounidense Victor Davis Hanson se adentra en los momentos de crisis y colapso de las grandes civilizaciones, desde la Cartago púnica hasta la Constantinopla bizantina, pasando antes por Grecia y por el imperio azteca después. Su enfoque es deliberadamente conservador, muy en la línea de otros clasicistas norteamericanos que han hecho de la guerra un terreno fértil de estudio. Aquí reconstruye el instante en que la historia de un imperio se quiebra, cuando sus pueblos que parecían invencibles sucumben bajo el peso de su arrogancia imperialista. Más que un ensayo sobre el pasado, sobre Alejandro y el final de las ciudades-Estado griegas, Escipión y Aníbal, la caída de Constantinopla o Hernán Cortés en la destrucción de Tenochtitlán, el libro se revela como una reflexión sobre nuestro frágil presente de liderazgos fallidos.
Cada capítulo narra la caída de una ciudad, el desplome de un imperio: la Tebas arrasada por Alejandro, la Cartago aniquilada por los romanos, la conquista de Constantinopla que marcó el inicio de la expansión otomana como potencia mundial y la expansión infinita del imperio español tras la conquista de Cortés del imperio azteca. No le interesa sin embargo a Hanson la guerra o la derrota militar en sí mismas, sino la invisible decadencia que precede al colapso de los imperios. Su tesis es que las grandes civilizaciones no sucumben súbitamente; se erosionan desde dentro a causa de la corrupción, la fragmentación multicultural, la decadencia moral y la pérdida de voluntad para defender su identidad, en su tendenciosa visión conservadora. Su lectura moralizante de la historia no responde a una preocupación académica: es política, un grito de alarma de que el mundo de occidente atraviesa una fase de declive que recuerda a las agonías pasadas. Los síntomas son reconocibles: desafección ciudadana, polarización extrema, desconfianza hacia las élites, relativismo cultural, liderazgo débil. Elementos que, combinados, pueden volver vulnerable incluso a la civilización más avanzada. Como Roma o como el imperio azteca. Su insistencia en los factores morales -virtud, disciplina, orgullo cívico- como claves del destino histórico discrimina, sin embargo, otras variables igual de determinantes en el cambio histórico, como las dinámicas económicas, los conflictos internos estructurales o los factores medioambientales o tecnológicos.
Pese a ello y a un título apocalíptico, es verdad que El fin de todo plantea una pregunta que hoy nos hacemos todos en el mundo occidental: ¿estamos viviendo los síntomas de colapso y no les hacemos frente? En tiempos de crisis institucional, guerras en Europa y en Oriente Próximo, desafíos globales y choque de civilizaciones, el libro quiere brindarnos una advertencia de ecos clásicos: nada garantiza la supervivencia y continuidad de los grandes imperios, ni siquiera la fuerza. Es verdad, como sugiere Hanson, que las civilizaciones no mueren solo por enemigos externos, sino por olvidarse de sí mismas; pero no es menos cierto que la supervivencia de una civilización no puede ser a costa de la aniquilación y el genocidio, de la renuncia al Estado del bienestar de la socialdemocracia o al multiculturalismo, porque poner el valor en la diferencia y en la igualdad, el patriotismo cosmopolita, ha hecho siempre grandes a las civilizaciones. Sencillamente porque pureza cultural es un oximorón y aunque quizás tenía tristemente razón Heráclito cuando afirmaba que "la guerra es el padre y el rey de todas las cosas", nos asaltan dudas más que razonables ante la fiebre cesarista y el si vis pacem, para bellum.
El fin de todo. Cómo las guerras conducen a la aniquilación
Victor Davis Hanson
Traducción de Joan Eloi Roca
Ático de los Libros, 2025. 368 páginas. 25,95 euros
El Pais. Babelia núm. 1.757. Sábado 26 de julio de 2025
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