domingo, 15 de junio de 2025

¿La salvación es un niño?

Los talentos de Darcy Van Poelgeest e Ian Bertram vuelven a unirse para crear una precuela de la exitosa Little Bird




José Luis Vidal

15 de junio 2025 

Aquella chiquilla, menuda en estatura, respondía perfectamente a su nombre, pero cuando llegaba el momento de luchar, sus manos se convertían en letales garras, y con la velocidad y ferocidad de un águila imperial, diezmaba a sus enemigos…

Así, cumpliendo su venganza, logró tumbar al Obispo y sus oscuros planes”.

Pero esta historia ya fue narrada, la saga de Little Bird. Ahora es el momento de conocer ciertos hechos que desembocaron en ese oscuro futuro, en el que el poder de la Iglesia era máximo, y con su inflexible puño, masacraba a aquellos que eran considerados rebeldes o impíos.

Demos un salto hacia atrás en el tiempo, treinta y cinco años exactos, para conocer a Maxwell Weaver, cazador de ‘modificados’, un tipo que vive en los bajos fondos de esta sociedad en la que la humanidad ha derivado hacia una serie de seres que han cambiado sus cuerpos, como el propio protagonista.

Un nuevo encargo le llega, sin saber que en el momento que se encuentre con lo que hay dentro de una especie de depósito contenedor, su existencia cambiará para siempre, ya que el chiquillo que este objeto oculta parece ser la llave que la iglesia de Los Doce necesita para lograr afianzar su poderío.

Pero esto no es todo, ya que Max tiene un bloqueo en su memoria, un espacio en blanco que le obsesiona. Y parece que el chico es la llave para que recupere esos recuerdos, por muy impactantes y dolorosos que puedan ser…

Arrebatado de sus manos, justo será en ese momento cuando comience la peripecia de Max, que contará con la ayuda de algún viejo amigo, como el orondo Jelly, un tipo al que conoce hace ya mucho tiempo y en el que confía plenamente. Él le dará una dirección y un nombre, el de una diseñadora, Chen, junto a la que va a vivir mil y una peligrosas peripecias en este peligroso mundo en el que no puedes fiarte de nadie, ya que los invisibles tentáculos de Los Discípulos de los Doce, encabezados por un terrorífico ser que representa físicamente su doctrina, llegan a todos los rincones, y nunca se puede saber quién es un fanático de sus creencias, dispuesto a hacer todo, hasta lo más letal, por llevar a cabo sus planes.

Serán varios los personajes con los que Max que va a topar en el camino. Para todos y todas los que en su momento pudisteis disfrutar de la exitosa Little Bird, reconoceréis a cierto tipo grandote, cuya piel le convierte en un arma casi imposible de parar, y que porta en su mano derecha el arma que le da nombre, un hacha. Con ella, su valor y el compromiso con los revolucionarios, peleará incansable contras las hordas de sirvientes de la Iglesia.

Y siempre a la sombra del horrible monstruo que lidera este culto, un hombre, un rostro conocido, cuya ambición le convierte en el personaje más peligroso de este relato, un obispo que hará todo lo que pueda para conseguir el poder. Y, como ya todos sabemos, lo conseguirá.

¿Qué se oculta en la niebla del pasado de Max? ¿Quién será capaz de desvelar lo que le ocurrió? Y finalmente, ¿cuál es el papel del misterioso niño al que todos persiguen?

Tal como sucedió como Little Bird, nos encontramos ante una increíble saga de ciencia ficción, que nos conduce a un mundo distópico, donde el dictatorial poder de la religión se ha convertido en un aterrador puño que delinea la existencia de las personas.

Pero si el argumento creado por el director de cine y guionista Darcy Van Poelgeest (Critical Role: Cuentos de Exandria) es ya de por sí totalmente adictivo, en el aspecto gráfico, este cómic es una auténtica maravilla que os hará estar en un constante estado de gozo visual, gracias al trabajo de Ian Bertram (House of penance…), que nos obliga a detenernos en todas y cada una de las viñetas que componen esta obra de arte del cómic.

Sus originales diseños, las escenas de acción, donde el tiempo parece detenerse. Todo, absolutamente todo es magistral en esta obra de arte que seguro que estará en la mayoría de quinielas y nominaciones de los más importantes premios dedicados al universo del Noveno Arte.

Una recomendación. Si no habéis leído Little Bird, corred hacia vuestra librería de confianza y empaparos de esta maravilla, también editada con acierto por Nuevo Nueve, ya que la lectura conjunta de esta y su precuela, Precious Metal, os va a sumergir en un absoluto y placentero síndrome de Sthendal del que, os aseguro, no vais a querer salir.


Diario de Cadiz


Un objetivo para dos


Hay parejas profesionales y sentimentales que se reparten la autoría de algunas de las mejores fotografías de moda. Un repaso a los dúos que triunfan hoy y a los que lo hicieron en el pasado con una fórmula tan curiosa como efectiva. Por Brenda Chávez.

Mert Alas y Marcus Piggott. Mert, de origen turco (arriba, con gorra blanca), y Marcus, galés (con camiseta a rayas), se conocieron en Londres y trabajan juntos desde 1999. Han colaborado con las mejores publicaciones de moda y las firmas de lujo más relevantes. La pareja aparece fotografiando a Kate Moss para el calendario Pirelli 2006 (arriba a la izquierda, el resultado), al que también pertenece la imagen de Gisele Bündchen (a la derecha)



La fotografía de moda ha sido un terreno fértil para parejas creativas. No en vano entre los fotógrafos más solicitados hoy existen dos parejas, sentimentales y profesionales, que se han hecho hueco realizando campañas de prestigio y trabajando en las revistas líderes del sector. Son los holandeses Inez van Lamsweerde y Vinoodh Matadin, y el turco Mert Alas y el galés Marcus Piggott. Pero no son los únicos; los españoles Bela Adler y Salvador Fresneda, y los argentinos Sofía Sánchez y Mauro Mongiello o Luciana Val y Franco Musso son claros ejemplos de que cuatro ojos ven más que dos. Algo que ya descubrieron en Nueva York en los cincuenta y sesenta matrimonios emblemáticos como Diana y Allen Arbus, Lilliam Bassman y Paul Himmel, Leslie y Frances Gill o Paul y Karen Radkai. La razón de estas asociaciones pasadas y presentes, se encuentra muchas veces más allá del amor.

Cuatro ojos. Como apunta el prestigioso fotógrafo de moda Juan Gatti, "hoy el fenómeno pareja está asociado al proceso digital, porque no puedes estar pendiente del objeto y del monitor simultáneamente. Por eso hay una división del trabajo: mientras unos dispara y tiene contacto con la modelo, el otro se ocupa del monitor". En el caso de Inez y Vinoodh, y Sofía y Mauro -que firman las últimas campañas de Loewe y que colaboran con The New York Times y Número-, son ellas las que disparan, y ellos, los que manejan los elementos técnicos, como la luz. Del tándem de Inez, de 43 años, y Vinoodh, de 45, es notorio que ella es casi siempre el motor creativo por su formación artística y su obra personal que aborda la identidad, la belleza o la repulsión y que vende (con precios de hasta 60.000 dólares) en galerías como White Cube o Mathew Marks y expone en la Bienal de Venecia (1995) o en colectivas como Somatogenics comisariada por Cindy Sherman. Como afirmaba en la revista Art News, "mucha gente cree que nos preocupamos del glamour, es un mundo vacío. Nos interesa celebrar y subvertir al mismo tiempo, tanto en la moda como en el arte". Vinoodh añadía: "En la moda no entendían cómo trabajábamos juntos. Es genial compartir nuestra inspiración y sentido del trabajo en equipo. Inez firma sola lo artístico porque es su fuerza la que está detrás y es bueno mantenerlo ligeramente separado. Es como tocar en una banda, a veces ella hace algún solo". Él estudió moda, fue modelo y comenzó a hacer estilismos para Inez. Se hicieron socios en 1991 y se mudaron a Nueva York, donde se casaron. Han realizado campañas para Balenciaga, Gucci, Helmut Lang, Narciso Rodríguez, Louis Vuitton, Yohji Yamamoto o Vivienne Westwood y trabajan con las mejores publicaciones, de W a The New York Times, pasando por Vogue Paris. Para Josu Aboitiz, director de relaciones públicas internacionales de Loewe y una persona que ha colaborado con ellos lo que les hace estar tan solicitados es "su contemporaneidad, buen gusto, naturalidad y elegancia. su book es increíble y pueden representar a cualquier tipo de mujer.

Reparto de tareas. El otro dúo de moda son Mert Alas, de 33 años, y Marcus Piggott, de 34. Se conocieron en Londres hace ocho años y fotografían juntos desde 1999. Colaboran de forma habitual con las mejores revistas y con firmas de lujo como Louis Vuitton, Lancôme, Missoni, Giorgio Armani, Fendi, Miu Miu, Gucci, YSL o Givenchy. Amantes de España -tienen casa en Ibiza-, son un tándem compensado que, como afirma Gatti, "hacen un trabajo muy interesante con un dominio técnico excepcional. Sus fotografías muchas veces son un revival". La próxima temporada, como las anteriores, muchas de las campañas que invadirán las páginas del papel cuché son suyas. Tal como publicó The New Yorker, su gran virtud es que sacan a todo el mundo estupendo.


Inez Van Lamsweerde y Vinoodh Matadin. Socios desde 1991, se casaron en Nueva York en 1999, donde residen con su hijo. Según Gatti, "su trabajo es excitante porque buscan nuevos caminos y cuando aciertan lo hacen de pleno. Inez es la más creativa, y Vinoodh más técnico". A la izquierda una muestra de su trabajo no comercial, y al lado, retratos de Anthony and The Johnsons y Alexander McQueen.

A la derecha cuatro parejas creativas, textos de arriba a abajo y de izquierda a derecha. 
Bela Adler & Salvador Fresneda. Se conocieron en un taller de Duane Michals y montaron estudio en 1990. Desde su colaboración con Camper (1991) trabajan juntos y tienen una hija. "Lo nuestro es un modo de vida, todo lo que tenemos sirve después para una sesión de fotos, no podríamos vivir de otra manera. Disparamos y opinamos juntos, nos hemos acostumbrados a trabajar así", afirma Bela.

Lilliam Bassman y Paul Himmel. Se unieron en 1935 y forman una de las parejas más emblemáticas del siglo pasado. Protegidos de Alexey Brodovitch, ella fue su asistente en "Harper´s Bazaar". Colaboraron desde los cuarenta hasta 1969 en "Harper´s Bazaar" y "Vogue". Su estilo sensual, pictórico y misterioso amplió la foto de moda a las que abandonaron por el arte y el psicoanálisis.

Diane y Allan Arbus. Se casaron de adolescentes en 1941 y tuvieron dos hijas. Colaboraron con numerosas publicaciones especializadas desde 1947 hasta 1969, realizando bodegones y reportajes. Su estilo era limpio y detallista. Decepcionados de la moda, se separaron profesionalmente y después personalmente para dedicarse al arte y a la interpretación, respectivamente.

Helmut y June Newton. Se casaron en 1948, él de origen alemán, y ella, australiana. Fueron una pareja apasionada, cosmopolita y nómada hasta la muerte de Newton en 2004. Ella se convirtió en fotógrafa por casualidad y firmó sus trabajos como Alice Springs. Helmut fue su mentor y June, su ayudante, amante y esposa. Ocasionalmente colaboraron en campañas publicitarias y producciones de moda.







También la complementariedad es indudable en los españoles Bela Adler y Salvador Fresneda, que han colaborado con Camper, Levi´s, Burberry, Nike, Loewe, BMV o Vanity Fair. "Trabajar juntos ayuda en situaciones determinadas de tensión, de duda, a las que todos tenemos derecho, pero que en algunos casos impacientan al cliente", comenta Bela tras 15 años de experiencia. Los argentinos Luciana y Franco, que publican en Número. Vogue Rusia o EPS, también son ejemplo de simbiosis creativa. "Quizá Luciana profundiza más el desarrollo conceptual, pero hablar con uno es hablar con los dos y lo hacen todo juntos". Comenta el estilista Sebastián Kauffman de la pareja que forman el que fuera un mítico modelo de los noventa y su compañera desde el colegio. Pero para parejas compenetradas y apasionadas, la que formaron Helmut Newton y su mujer, June, que después de probar como actriz y pintora saltó a la fotografía por casualidad, sustituyendo a su marido enfermo en la sesión de fotos de la campaña de Gitanes de 1970. Más tarde le ayudó en algunos de sus trabajos y firmó como Alice Springs en publicaciones francesas, concentrándose en los retratos por consejo de Newton. Un hombre al que siguió por todo el mundo hasta su muerte y cuya fundación dirige hoy.

Los pioneros. Aunque los honorarios de dúos como Van Lamsweerde y Matadin, y Alas y Piggott oscilan entre los 35.000 y 45.000 dólares por día, a finales de los cuarenta y en las décadas de los cincuenta y sesenta también trabajaban otras parejas que, cobrando infinitamente menos, revolucionaron la fotografía de moda y exploraron caminos por lo que luego pisaron generaciones posteriores. Diane y Allan Arbus, y Lilliam Bassman y Paul Himmel fueron significativos. Respecto de los primeros, cuenta Patricia Bosworth en su reciente biografía sobre Diane Arbus (Lumen): "Ninguna pareja de fotógrafos trabajaban como lo hacían ellos, con tanta ternura, intimidad y colaboración total". Desde 1947 publicaron en Glamour, Seventeen, Esquire o Vogue e hicieron anuncios para agencias de publicidad con Young and Rubicam y J. Walter Thomson. Como apunta Horacio Fernández, historiador de fotografía, "en los cincuenta, los fotógrafos subsistían de las revistas y agencias, era la época de auge de las grandes revistas ilustradas. sin la televisión aún, el hecho de que existieran muchas parejas se debe a las posibilidades comerciales y a la diversificación de los temas, ya que en los cuarenta eran generalmente de guerra".

Renegar de la moda. Lilliam Bassman y su marido, Paul Himmel, formaron un dúo artístico emblemático. Asistieron a las clases que impartía el mítico director de arte de Harper´s Bazaar, Alexey Brodovitch, y Lilliam fue su primera asistente remunerada. Luego paró a Junior Bazaar, donde hizo encargos a Leslie y Frances Gill, matrimonio profesional que desapareció al fallecer el primero en 1958. Paul y Lilliam hicieron campañas para Chanel y Balenciaga y publicaron para Harper´s Bazaar desde los años cuarenta hasta los sesenta y fueron de los pocos que también lo hicieron en Vogue burlando la rivalidad existente entre ambas cabeceras. Curiosamente, éstos y los Arbus cerraron sus estudios en 1969, agotados y decepcionados de la moda. Diane comenzó a hacer los retratos por los que pasaría a la posteridad, separándose de su marido, que se dedicó a la interpretación. Mientras, Paul Himmel (de quien Brodovitch dijo que, de todos sus protegidos, era el que mejor supo captar el movimiento) se hizo psicoanalista y siguió casado con Lilliam Bassman. Ella quemó todos sus negativos de moda, en algunos de los cuales captó los mejores años de la alta costura y en los que siempre innovó manipulando las imágenes pictóricamente hasta conseguir un resultado elegante, misterioso y sensual del que renegó para realizar imágenes más personales y abstractas. Años más tarde apareció casualmente una bolsa con negativos suyos y realizó una campaña para Neiman Marcus. si la fotografía de moda es exigente, competitiva y en ocasiones creativa, el peso de ésta se distribuye mejor entre dos.

El Pais Semanal Número 1.560 Domigo 20 de agosto de 2006


sábado, 14 de junio de 2025

Jimmy Corrigan, el chico más listo del mundo / Chris Ware



La obra de Ware es tan inclasificable como inquietante la naturaleza de los personajes que nos muestra. Una sarta de perdedores incapaces de encauzar su vida que se conforman con lo que les va viniendo sin más aspiración que la de no meterse en demasiados problemas.

Aparentemente, cuando nos enfrentamos a la obra de Ware, enfrentarse es la palabra, sí (el mismo autor, en un detalle de los múltiples caprichos que nos enseña en la detallada y maravillosa sobrecubierta del libro, ya nos advierte de esto definiendo la obra como «un osado experimento sobre la paciencia del lector, disfrazado»), tenemos la sensación de que no ocurre nada, de que los personajes apenas ven la vida pasar sin inmutarse. Dedicado a una narración que empuja a la contemplación, te aleja de la realidad sin ni siquiera permitirte un capricho y te sumerge en el intrincado y desalentador mundo de Jimmy Corrigan, un perdedor de proporciones bíblicas reflejo de la propia identidad del autor, ya que, como él mismo ha asegurado más de una vez, la obra es altamente autobiográfica y, por tanto, redentora. Parece pues, que el autor utiliza el cómic para psicoanalizarse, para sanarse. La relación entre el autor y el libro se nos presenta casi como la del paciente y su terapeuta en un ejercicio de absoluta sinceridad sin restricciones.

Encontramos un par de situaciones, apenas al principio del libro, que nos dejan claras todas estas cosas. Por un lado, el enamoramiento de Jimmy por una chica del trabajo que no solo no le corresponde sino que, además, le desprecia. Aun y así, Jimmy es incapaz de desistir en su empeño y se mantiene fiel a su fantasía. Por otro lado, una viñeta especialmente reveladora, en la que desde el cubículo en el que trabaja, ve cómo un tipo disfrazado de superhéroe se suicida saltando desde la azotea del edificio de enfrente después de saludarle. Entendemos pues que Jimmy, además de ser el chico más listo de la tierra, es un adulto con trazas infantiloides y una evidente dependencia emocional respecto a la idealización de un padre desaparecido, y este gesto nos muestra un primer paso hacia su liberación intelectual en busca de su fantasía de autosuficiencia.

A partir de aquí empiezan las aventuras que, para nuestro protagonista, supondrán comenzar un viaje a la otra punta del país para conocer a su padre biológico, tras recibir una carta del mismo y descubrir, entre otras cosas, que tiene una hermana de la que no tenía la más remota idea. Algo que no impide que sus miedos, temores y paranoias salgan a la luz imaginándose, por ejemplo, en diferentes situaciones y circunstancias, el momento de su muerte a manos de su padre, al que acaba de conocer y en la casa del cual se aloja.

La obsesión que tiene Ware por los detalles también roza lo enfermizo. Intercalados en la historia principal, encontramos una gran cantidad de páginas repletas de textos larguísimos, anuncios de productos ficticios completamente bizarros y una gran cantidad de recortables con un montón de detalles e instrucciones apenas legibles. Esta pasión por los detalles ha sido un quebradero de cabeza para más de un editor, tanto en su país como fuera de él, interviniendo personalmente en la edición de las versiones exportadas de su obra, cuidando en muchas ocasiones hasta el último detalle de forma literal. Juegos y manías más dignos de un diseñador gráfico psicópata que de un dibujante de cómic.




Nos plantea también, en numerosas ocasiones, una gran cantidad de viñetas muy similares entre sí, utilizando la repetición de los fondos sobre los que los personajes apenas se mueven para mostrar el vacío existencial de su vida, marcando un paso del tiempo meticulosamente lento, monótono, aburrido, desesperante, con lo que consigue no solo mostrar sino que, de una manera brutal, empaticemos con Jimmy y su desesperación, ligada a la idiosincrasia de un niño, y no tan niño, deprimido y absorbido por las necesidades enfermizas de una madre narcisista y sobreprotectora. Jimmy Corrigan es, por tanto, un niño de grandes carencias, asustado, incapaz de acceder a la inteligencia emocional necesaria para enfrentarse al mundo, en parte por la ausencia de un padre que abandonó a su madre, y a él mismo, siendo todavía un niño. Durante todo el libro aparecen claras referencias a la obsesión que tiene por los superhéroes, enmascarados y con capa, como proyección de esa carencia de la figura paterna que tanto ansía, algo que Freud y Winnicot estarían encantados de sentarse a analizar, tomando un café, sin que les supusiera demasiado trabajo desentrañar la naturaleza del protagonista.

Durante trescientas ochenta páginas uno siente en varios momentos la extraña sensación de si realmente no estará perdiendo el tiempo. Incluso puede ser que las reflexiones que el lector baraja entre sus manos torpes le obliguen a replantearse sus capacidades de comprensión a la hora de descifrar lo que tiene ante sí. Y es que Ware, pese a mantener con insistencia una historia aparentemente falta de contenido, con sus constantes saltos temporales y detención en los detalles, consigue despistar al lector. Consciente de ello, apenas leída una quinta parte del libro, se atreve a hacer una pausa en la historia y entretenerse en un breve resumen al más puro estilo «y en capítulos anteriores...».

El dibujo y la técnica con la que Chris Ware nos deleita es pura síntesis, líneas simples y colores planos son lo que lo caracteriza, sin dejar de mostrar por ello un gusto exquisito, obligándonos a detenernos en todas y cada una de las páginas para admirar la formidable composición con que están formadas. Sus raíces se hunden en la herencia de varios autores de principios del siglo XX como Winsor McCay y su Little Nemo in Slumberland, George Herriman con Krazy Kat e incluso Frank King con Gasoline Alley. Eso no significa que Chris Ware sea un copión, ni mucho menos, sino todo lo contrario. A día de hoy se le considera, y con razón, unos de los innovadores en la composición y estética del cómic actual.

Para entender la importancia de la obra de Ware y la impactante revelación que ha supuesto para el mundo de las artes en general, solo tenemos que mirar la vitrina de logros que le han ido atribuyendo diferentes instituciones de prestigio a lo largo de los últimos años. Entre los numerosos galardones que ha obtenido, destacan el primer premio al mejor álbum en el Festival del Cómic de Angulema, Francia, en 2003; por no mencionar el The Guardian Book Award en 2001, con el que destrozaba alguna que otra convención social por ser la primera vez que una novela gráfica, si es que podemos limitar tanto la descripción de su trabajo, ganaba un premio literario en el Reino Unido. Sin olvidarnos de la repercusión fuera de las limitaciones que vienen implícitas en una hoja de papel y por conquistar, por mérito propio, entrar en algunos circuitos de arte, siendo expuesta su obra en diversos museos como el Whitney Museum of American Art, allá en el 2002 y en el Museum of Contemprary Art de Chicago, cuatro años después. Pese a que Jimmy Corrigan, el chico más listo del mundo, se publicó íntegramente en el año 2000, el personaje apareció por primera vez en 1993 —en los cómics de la serie Acme Novelty Library—, fecha en la que se podría decir que Chris Ware cambió el mundo del cómic.


Jot Down - Cien Tebeos Imprescindibles (2014)


Todo por la imagen por Rosa Montero



Leo en un periódico que la policía mexicana "repitió" la liberación de tres secuestrados y la detención de sus captores horas después de que el hecho hubiera sucedido, para que la gloriosa acción pudiera ser grabada por la tele. Llevaron de nuevo al lugar de autos a los delincuentes y a sus víctimas, iluminaron convenientemente el local, se colocaron micrófonos de corbata y, ¡hala!, interpretaron un telefilm de policías y ladrones. Lo que más me asombra de esta historia ridícula es el papel de los comparsas: que los secuestrados se prestaran, que los criminales actuaran. Pero, claro, tampoco hay que olvidar que la policía mexicana suele dar mucho miedo.

Yo también empiezo a estar asustada. Y no de la policía, naturalmente, sino del lugar desquiciado y tiránico que esta ocupando la imagen en nuestra sociedad. Somos una generación de mutantes sometidos a unas condiciones de vida que jamás se habían dado con anterioridad. Primero vino el invento de la fotografía y del cine, pero la verdadera revolución fue la televisión. Desde hace cincuenta años, el ser humano vive absorto en una ficción visual.

Pasamos tantas horas ante la tele que nuestros modelos del mundo ya no los obtenemos de la experiencia propia y la reflexión, ni de la observación de otros individuos, de nuestros vecinos, de los héroes del barrio o de la comarca, sino de las fantasmagorías en dos dimensiones de nuestras pantallas, de su chisporroteo vacío y su fingimiento.

La imagen siempre ha ejercido un enorme poder sobre el ser humano; y por imagen me refiero a la recreación de lo real llevada a cabo mediante algún artificio. A lo largo de la historia ha habido pinturas y escultura investidas de un carácter sagrado, y obras de arte tan valoradas que, para su confección, no se dudó en destruir el modelo. Siempre recuerdo la asombrosa historia del conde ruso Orloff, que capitaneó las tropas del Zar en la victoriosa batalla naval de Cesme contra los turcos, a finales del siglo XVIII.

El pintor Phillip Hackert recibió el encargo de hacer seis cuadros conmemorativos del combate, pero a Orloff no le gustó la manera en que el artista plasmó la explosión de un barco y, para que lo pudiera repetir con más realismo, hizo volar una carísima fragata rusa ante las costas de Livorno.

Eso si que era amor por la pintura. O por la supuesta gloria que ese cuadro podría depararle.

En un libro interesantísimo titulado La obra civil y el cine, de Alejándrez, Magallón, Bisbal y Pereña (Ed. Cinter), en el que se analizan películas famosas a la luz de los elementos de ingeniería que utilizan, me entero de la existencia de otro Orloff moderno: David Lean, el director de El puente sobre el río Kwai (1957), aquel espléndido film, un clásico que muchos hemos visto. Lo que yo no sabía es que Lean se negó a trucar el puente y su voladura, cosa que podía haber hecho perfectamente con la tecnología del momento. En vez de eso, Lean se trasladó a las selvas de Sri Lanka y mandó construir un puente de verdad a una empresa de ingeniería danesa. Se talaron 1.500 árboles y 400 nativos trabajaron durante ocho meses. Levantaron un puente precioso de 120 metros de largo y más de veinte metros de altura sobre el agua

Costó 250.000 dólares y era en aquel entonces la mayor estructura de Sri Lanka.

Además, tendió kilómetro y medio de vía férrea. Hecho lo cual, voló todo esto en un minuto para rodar la escena culminante de la explosión. La película me encanta, pero todo esto me resulta inmoral: ese bello puente tal vez hubiera podido servir para el desarrollo del país. El libro no dice qué sucedió con las ruinas. Seguro que lo dejaron todo allí, cegando el río y ensuciando la selva.

De modo que la imagen, ya digo, siempre ha ejercido cierta tiranía sobre los humanos. Pero ahora hemos entrado en otra dimensión. Ahora vivimos ensimismados en lo virtual, como si sólo lo reflejado en las pantallas fuera real, como si la existencia no tuviera enjundia ni valor si no es filmada. Los horarios de los acontecimientos más importantes del mundo (desde los Juegos Olímpicos a las ofensivas militares) se adaptan a las audiencias televisivas. Los políticos se hacen operaciones de estética para dar mejor ante las cámaras. La mayor ambición profesional de la juventud empieza a ser entrar en Gran Hermano. Y los adolescentes, y esto es terrible, torturan animales, o apalean mendigos, o maltratan a otros niños, y lo graban en vídeo con sus móviles. Como si no fueran capaces de sentirse vivos si no se ven en una pantalla. Y como si esta patológica disociación de sí mismos les llevara a una extrema crueldad. No me digan que no es para asustarse. •

http://www.rosa-montero.com


El Pais Semanal Domingo 12 de marzo de 2006


Alter rollo por Mauro Entrialgo

 


El Pais de las Tentaciones. Viernes 13 de junio de 1997

viernes, 13 de junio de 2025

Retablo surreal por Josep Oliver




No te vayas sin mí

Rosemary Valero-O’Connell 

Astiberri Ediciones

Estados Unidos

Rústica con solapas

128 págs. Color

Obra relacionada

Laura Dean me ha vuelto a dejar

Mariko Tamaki y Rosemary Valero-O’Connell

(Ediciones La Cúpula)

En un rayo de sol (2 volúmenes)

Tillie Walden

(Ediciones La Cúpula)

Safari Honeymoon

Jesse Jacobs

(DeHavilland Ediciones)

Cuento de arena

Jim Henson, Jerry Juhl y Ramón K. Pérez 

(Norma Editorial)

Conocimos a Rosemary Valero-O’Connell como la ilustradora de la novela gráfica Laura Dean me ha vuelto a dejar (Ediciones La Cúpula, 2019), bajo guiones de Mariko Tamaki. En esa obra, la ilustradora de Mineápolis se revelaba como uno de los nuevos valores que más fuerte pujaban en el panorama de la novela gráfica habla sobre la memoria y la propia conciencia, que fue con razón nominada a un premio Eisner en 2017. Valero-O'Connell indaga entre viñetas acerca del sentido último de la individualidad y de lo que nos configura como seres sensibles. En la obra que cierra este tríptico, «Con temor, con actual. Es más, la obra ganó tres premios Eisner 2020: mejor obra juvenil, mejor guionista y mejor dibujante. En No te vayas sin mí, nuestra autora confirma su talento no como una excelente dibujante, sino como una brillante autora completa.




El tríptico que compone No te vayas sin mí brilla por la exuberancia formal en toda su amplitud. En las tres historias que componen este fresco, Valero-O’Connell apuesta por introducir a los personajes en un ambiente surrealista que los envuelve y los obliga a recapacitar sobre su propia individualidad, sobre la conciencia, el paso del tiempo, la amistad o el amor. En la historia que da título al libro, «No te vayas sin mí», el punto de partida (cercano a una Alicia en el País de las Maravillas o, quizá más certeramente, a El viaje de Chihiro, de Hayao Miyazaki), el periplo fantástico e incierto del personaje en busca de una persona a la que está olvidando por momentos, se convierte en una reflexión sobre la memoria y el amor. La segunda parte, «Lo que que- da», en tono de ciencia ficción transhumanista, una científica se ve atrapada dentro de una esfera alimentada por los recuerdos de una donante. Se trata de una pieza magistral que una vez más habla sobre la memoria y la propia conciencia, que fue con razón nominada a un premio Eisner en 2017. Valero-O'Connell indaga entre viñetas acerca del sentido último de la individualidad y de lo que nos configura como seres sensibles. En la obra que cierra este tríptico, «Con temor, conternura», el guion de tintes ecologistas, que parece sacado de un ejercicio de un taller de literatura, encuentra el acomodo de una dibujante en su forma más pletórica, convirtiendo el discurso narrativo en un poema visual, donde cada nueva doble página es una sorpresa en cuanto a composición y donde no es ya tan importante hacia dónde va la historia, sino la belleza del camino que recorre.«No te vayas sin mí vive y respira las preguntas que surgen cuando nos planteamos qué aspectos de nosotras mismas permanecen en otras personas aun cuando ya no estamos presentes», explica la propia autora, «y cómo nuestras relaciones con la comunidad, nuestras familias y las personas que amamos dan forma a nuestras vidas». Y esto se hace patente en las tres historias, especialmente en la que figura en el centro de ese tríptico, donde lo formal y el sentido alcanzan sus cotas más altas.



Como una obra de arte moderno, en algunas ocasiones No te vayas sin mí se resiste a una primera lectura, o, más bien, a una lectura despistada o casual. Exige algo más del lector, y, aunque en ocasiones pueda parecer ininteligible, la obra no apela únicamente a una lectura racional, sino que también busca una recepción emocional o más instintiva. Con influencias de lo más variado, que incluyen el grabado japonés, el tatuaje, el arte moderno o el manga, Rosemary Valero consigue una estética personalísima, no solo por su trazo, sino por la incandescente y poderosa imaginación de la que hace gala en cada una de sus páginas. Esta muestra de su trabajo en solitario bien puede clasificarse como uno de los mejores cómics del año 2020 en nuestro país.


Jot Down Comics 2020


jueves, 12 de junio de 2025

EL COMIC Y LA NOVELA NEGRA

Por Salvador Vázquez de Parga

CASI  todos los grandes héroes de los cómics de aventuras -esos héroes polivalentes que se deslizan indistintamente por los más diversos géneros aventureros— se han enfrentado alguna vez a la delincuencia organizada de las grandes ciudades o, menos frecuentemente, han desvelado el misterio de algún asesinato.

Gangsters y detectives no han dejado de estar presentes en la historia de los cómics, pero su vinculación con el género negro es ciertamente problemática si se pretende, como en la novela, ir más allá del puro contenido criminal para, con base en él, penetrar en los ambientes sociales de un determinado momento histórico. El espíritu de Hammet y Chandler no tuvo en su momento un reflejo fiel en los cómics de su país, aun cuando el propio Hammet escribiera los primeros guiones de Secret Agent X-9 que, con los dibujos del joven Alex Raymond, intentaban captar el mundo del hampa urbana norteamericana desde la perspectiva moralista tradicional. Claro que el Agente Secreto X-9 nació en 1934 como respuesta comercial a Dick Tracy, que desde 1931 estaba obteniendo un inesperado éxito, y Tracy, escrito y dibujado por Chester Gould, había introducido en los cómics americanos la violencia y el rencor en una actitud sumamente reaccionaria que abogaba por la eliminación sangrienta de la delincuencia, pues la deformidad moral e incluso física de los gángsters no merecía otra cosa que la muerte.



Verdaderamente en la literatura, e incluso en el cine, el género negro se desarrollaba por cauces más progresistas, gracias quizá a una ambigüedad ética ausente de los cómics. La novela negra había entronizado el protagonismo del detective privado, lo que sin duda posibilitaba la discrepancia con la oficialidad, mientras los cómics mantenían la primacía de la Policía o de personas allegadas a ella.

En realidad, el Spirit era un allegado de la Policía, pero su irrupción en el mundo de los cómics en 1940 supuso una ruptura con las coordenadas convencionales y una aproximación al autentico genero negro con la práctica de una especie de realismo simbólico que combinaba elementos claramente folletinescos con un estimulante sentido del humor, para plasmar, con la mano segura de su creador Will Eisner, la inquietante preponderancia de la ciudad.

Los tiempos modernos han presenciado una liberada revitalización de todo lo negro. Los cómics han participado de ella con series diversas, pero son seguramente las realizadas por los argentinos Muñoz y Sampayo las que han llevado al género a su mayor esplendor.


Suplemento Diario 16. Gente nº2 octubre 1989