Impecablemente "cool", cuando está sentado ante el tablero de dibujo mientras suenan en la radio algunas canciones amables de Buddy Holly o la banda sonora de American Graffitti, o cuando camina por la ciudad embutido en su trenka "Montgomery", Miguel Gallardo, creador del principal personaje del cómic underground español, cronista de la bohemia violenta, tiene el aspecto de un tipo saludable, que va haciendo su camino con alegría y tranquilidad.
Le miro y pienso que esa salud evidente tiene algo de azar afortunado. Considerando lo que ha pasado alrededor suyo durante los últimos quince años, él podría considerar el poema "Aullido" de Ginsberg como inspirado en su propia vida. Por lo menos podría parafrasear con toda propiedad aquellas primeras estrofas: "He visto a los mejores cerebros de mi generación underground destruidos por el alcohol y las drogas", etcétera.
Vivo al lado de la rambla de Barcelona, y el barrio de Santa María del Mar, donde nació MAKOKI y Miguel empezó su andadura como autor de tebeos, está a diez minutos de camino; cuando paseo por estos barrios vuelve a imponérseme con evidencia implacable una realidad ya conocida pero no siempre presente. Salvo los muertos y los desaparecidos, aquellos locos de la banda de MAKOKI siguen fatigando con su desmedrado deambular la zona menos olímpica de la ciudad. ¡Pero dios mío, en qué estado se hallan! La broma ha dejado de tener gracia.
Ahora, muchos años después de que Miguel Gallardo y Juan Mediavilla crearan, publicaran y abandonasen las aventuras de МAKOKІ, Gallardo lo retoma para matarlo y echar una última mirada al barrio de sus andanzas. Como en la secuencia final de American Graffitti, se nos explica lo que ha sido de aquellos personajes al cabo de veinte años.
Muchos de ellos estaban inspirados en personas reales del mundo marginal del que procede Gallardo. Y, con muchos de ellos, me siento convertido en una línea musical del Halloween parade de Lou Reed.
¿Dónde termina la vida y comienza el arte? En el caso de MAKOKI, uno y otro están inextricablemente confundidos.

En una esquina de la Puerta del Ángel, al pie de un semáforo, de rodillas sobre un cojín de gomaespuma, Paco Mena recibe limosna de los transeúntes a cambio de su estrambótica versión de "El cóndor pasa", que interpreta con una tartamudeante siringa de plástico y el tántrico rasgueo de la pringosa guitarra. Su negocio está en franca competitividad con los trileros, los hombres-estatua, los risueños payasos que preguntan al transeúnte "¿dónde has dejado la alegría?" e ipso facto le piden dinero, los alcohólicos de tetrabrik de Don Simón, los tullidos mentales, los derrotados, los enfermos, los muertos en vida. Y como orquestación de "El cóndor pasa", se oyen los reclamos publicitarios de El Corte Inglés, los gritos de los vendedores ambulantes, las bocinas de los coches que tocan los automovilistas histéricos.
¿Quién era Paco Mena? Aunque no fue un personaje importante en el origen del personaje MAKOKI, pues su huella en el cómic se limita a haberle prestado el lema "Asín andaba yo de siego por la vida", lema iniciático del primer álbum. Mena, convertido en personaje de las historietas de MAKOKI con el alias de "El comecocos", también publicó en la primera época de la revista homónima -la época en que la dirigía Gallardo- una columna de disquisiciones pseudofilosóficas delirantes, en que predicaba sobre el "átomo anatomal", la "espicología humana", la imperiosa necesidad de alimentarse de vegetales, y otras flores malsanas de su cerebro en el que la vida a la intemperie ha operado como un túrmix. ¡Pero entonces aquello todavía era divertido!
Unos centenares de metros más abajo. En la sede de El Víbora, el editor José María Berenguer, que publicó numerosas historietas de MAKOKI, debe oír todavía los ecos de aquellos años en la desierta editorial de El Vibora, allí donde bramaba la marabunta. La tarde que lo visito, además de él sólo está allí Jaume Fargas, el que fue propietario de la primera librería de tebeos de Barcelona (Zap Comics), quien se aplica a rotular en castellano los caligramas de los "mangas" que publica la Cúpula. La editorial está en penumbra, al fondo suena suavemente la radio, lo demás es silencio.
Más abajo todavía, en la plaza del Pino, sigue abierta la librería Makoki: es allá donde Borrayo, autoproclamado co-creador del personaje que nos ocupa, lo ha estado desnaturalizando en una revista con el mismo título, pero sin pies ni cabeza. Contra el deseo y los derechos de los verdaderos autores (que como todos sabemos son Gallardo y Mediavilla)
Damián Carulla y luego otros dibujantes han ido despachando nuevas historietas de MAKOKI. Explotando el magro filón ahora que la revista ha quebrado, en aquel cuchitril de la plaza del Pino Borrayo hace proselitismo por una organización en defensa de la legalización de las drogas y truena contra una supuesta conjura sionista contra la humanidad. En cuanto a Damián, me cuentan, dibuja porno para los japoneses.
Todavía más abajo por el barrio, Juan José Fernández, el editor de Star, la revista que abanderó el underground allá por el pleistoceno del franquismo, regenta un cutre-bar sobre el que es mejor no extenderse.
En cuanto a los artistas del underground... Mediavilla, co-creador de MAKOKI, y en mi opinión el guionista más grande de la época, por calidad y cantidad (creador también de lenguaje, en lo que roza el genio), ha colgado pluma y pinceles y se ha largado a Burgos, en pos de aires más sanos que los que respiraba en Barcelona. EL INSPECTOR PECTOL, crítico musical del "Popular I", otro ser de la vida real que se incorporó al cásting de personajes de las historietas de MAKOKI, también ha entonado el "volver" a su pueblo natal. Martí respira yodo en Cubellas. Pons gestiona revistas serie B en Ediciones B; y del más grande de todos, talento verdaderamente excepcional cuyo nombre callaré, sólo tengo noticias suyas porque me telefonea cada seis meses para -¡de ahora en adelante, será en vano, muchacho!- pegarme un sablazo. Ese es el arte en el que destaca aquel al que conocimos como genio.
Y así podríamos seguir citando y, sólo enunciar los nombres y sus casos este artículo tendría un tono nostálgico insoportable.
(Es curioso constatar que la bande dessinée se ha ido al garete porque sus mejores autores se han hecho ricos y pasan de trabajar, o se han reciclado en publicistas, dramaturgos y cineastas. También el underground español ha muerto por deserción de sus artistas, pero por causas mucho más pedestres).
Pero allá jeremiadas. Por el contrario, se trata, dice Gallardo, de purificarse para dar un paso al frente. Y en consecuencia, va y se carga a su personaje.
¿Era necesario hacerlo? ¿No se podía dejar al chalado del casco con los cuatro cables tranquilito en el olvido? Para Gallardo, no. La muerte de Makoki no es otra innecesaria y reversible operación de marketing como la muerte de Superman y demás supertontos del cómic americano. Es algo más honesto, deliberado, razonado. Contaré cómo se preparó esa muerte, por qué, y qué ha querido hacer Gallardo perpetrándola.
En la primavera pasada, cuando estábamos trabajando en las nuevas páginas de Perico Carambola para el diario barcelonés La Vanguardia, Miguel me comentó que estaba decidido a publicar un fanzine (adora los fanzines, sigue a sus jóvenes creadores, descubre talentos en los panfletos más insospechados) en el que haría morir a MAKOKI. De esta forma expeditiva eliminaría la tentación de que algún otro aprovechado más quisiera desgastar a unos personajes cargados de fuerza simbólica, en los que él y Mediavilla habían metido mucha energía y mucha de su propia vida, y cuyo carácter y actividad respondían a una época determinada y ya pasada.
Me enseñó la compaginación de la historieta para el fanzine, los primeros bocetos que había ya realizado. Le dije:" ¿Por qué no lo publicas en alguna revista? Así la leerá más gente y de paso amortizarás económicamente el trabajo". Me contestó que el dinero en este caso era lo de menos, que prefería pagar y hacerse cargo de la edición para no tener que discutir con nadie ni el menor detalle.

Por estas explicaciones que no acabé de entender y por la firmeza del tono comprendí que matar a MAKOKI era para él un asunto muy personal y muy caliente, y un verdadero crimen que estaba decidido a cometer aunque tuviera que pagar por ello. (Luego, el director de VIÑETAS le convenció de que la revista era el vehículo ideal para esta historia, y Gallardo se puso a dibujarla en páginas grandes de proporciones estándar). MAKOKI le dolía. Y me atrevo a suponer que de vez en cuando aun sentía la tentación de reanudar sus aventuras, y que antes que embarcarse en esa nave que le conduciría hacia el pasado, ha preferido quemarla.
Cuando llegue a la última página de esta historia, el mes próximo, el lector verá que la furia homicida de Gallardo hacia su personaje y el claro deseo de liberarse de el no excluyen el homenaje y el cariño: aquí nos vamos a encontrar con que Makoki (recuerden que era un psicopata escapado del manicomio) ha caído hasta la miseria más absoluta, pero que en el momento sacrificial ha adquirido también una grandeza mítica.
En cierta escena de la historieta, en un callejón lleno de basura se acumula un montón de ejemplares de las revistas Star y Disco Exprés. "Eso es lo que queda de la ola", dice Gallardo. "Estamos en los años 90, y las ilusiones aquellas se han quedado aparcadas en un basura". Un basural es el escenario de a historieta: calles llenas de desperdicios, bares ultracutres, noche en la que deambulan los derelictos de la sociedad, yonquis, rapaos neonazis, alcohólicos. Y el accidentado deambular de todos esos personajes, a los que sirven de coro, desde el calor de los pisos, la gente normal que ve Hola Rafaela en el televisor y trabaja y duerme a sus horas, no es gratuito.
Por el contrario, aunque ellos no lo sepan, ese paseo sin norte es un viaje iniciático que converge hacia el punto final, el centro del sentido, la moraleja de la parábola.
Hasta llegar a él, con tintas de relato costumbrista, con fatalismo de tragedia griega y con un poco menos de humor del habitual (pues Mediavilla no ha participado en esta ultima empresa), se va tejiendo el desastre y levantando ladrillo a ladrillo el callejón sin salida a que han sido arrojadas las "Piltrafas del arroyo" cuyas andanzas contra los "Defensores de la ley" tanto nos divirtieron.
¿Han sido arrojadas allí por su mala cabeza o porque las cartas que se les repartieron estaban marcadas de antemano? Eso es lo de menos, porque lo que aquí ofrece Gallardo no es un pliego de denuncia, sino una crónica tenebrista y compasiva, un homenaje final a MAKOKI, a sus amigos y lectores, y una despedida emocionada, irreversible a sus agitados tiempos.
Revista Viñetas nº4 Abril 1994
Ediciones Glenat
Barcelona