viernes, 8 de agosto de 2025

‘Elektra Lives Again’: requiem por una asesina

Escrito por Paco Cerrejón

Elektra Lives Again. Imagen: Panini.

Elektra vive para morir. Es el esquivo destino que su creador, Frank Miller, decidió darle cuando la desarrolló como personaje secundario en su primera etapa al frente de la serie del superhéroe Daredevil. Y Elektra Lives Again es el epitafio definitivo del personaje, su entierro entre la nieve y el fuego. Su requiem.


Corría el año 1981, hacía poco tiempo que un joven Frank Miller acaba de hacerse cargo de las historias de Daredevil y en el número 169 de la serie presentó uno de los muchos personajes icónicos de su carrera artística, la asesina a sueldo Elektra Natchios. Un número antes, en el 168, tras una decena encargándose solo del lápiz, había asumido también los guiones, estrenándose así como autor completo. Desde el primer momento la personalidad creativa de Miller llenó las páginas de Daredevil, llevando las historias a lugares muy pocas veces vislumbrados en los cómics de superhéroes. Su trabajo, esto se ha dicho hasta la saciedad y el propio autor lo ha recalcado en varias ocasiones, recordaba mucho más al Spirit de Will Eisner que al estilo clásico de los superhéroes de los tempranos años 80. La propia Elektra comenzó recordando a otro personaje carismático de Eisner, la villana Sand Saref. Elektra, el primer amor de Matt Murdock (Daredevil) acaba convertida en una asesina a sueldo debido al trauma que le causa el asesinato de su padre, un diplomático griego. El reencuentro de los dos viejos amantes convertidos en villana ella y superhéroe él, se salda con aires de tragedia, primero un enfrentamiento entre ambos salpicado del amor que resurge, una relación imposible que como tal acaba cuando Elektra es asesinada por otro villano, Bullseye. Hasta ese momento en pocas ocasiones los lectores de superhéroes habían asistido a una tragedia de este calibre. Se trataba de un personaje que en relativamente poco tiempo, apenas doce números (muere en el 181 de la serie), había alcanzado una importante cota de popularidad. Pero ya se sabe que las muertes en los universos superheroicos son relativas y Miller era consciente que pese a su deseo de mantener al personaje en su ataúd, Marvel iba a resucitarla más pronto que tarde. Así pues, una vez acabadas sus dos etapas en la serie, la primera que fue de 1979 a 1983 y la segunda, que abarca la saga Born Again, uno de las mejores obras de toda la historia del medio, de 1985 a 1986, más la miniserie Elektra Assassin, un cómic que roza lo experimental tanto argumental como gráficamente gracias en parte al trabajo del dibujante Bill Sienkievicz, Miller decidió darse el gusto de enterrar, para sí mismo sobre todo, a la asesina con el tomo Elektra Lives Again


Elektra no es un héroe de Miller, quien nunca la ha tratado como tal. Es una villana, compleja psicológicamente pero lejos de los principios morales que rigen la heroicidad en la obra del autor. Y en parte por esto decide matarla. Los lectores se engancharon a Elektra y empezaron a verla como otra superheroína más, pero Miller se negaba a mostrarla de esta forma, por lo que al final de su arco argumental decidió mantener su idea primera con el personaje y, pese al éxito del que gozaba, la eliminó, no sin dejar algunas dudas al final. Con el tiempo Miller se reafirmó en su idea y decidió hacer que la muerte de Elektra fuera definitiva. Definitiva, eso sí, en su corpus creativo, porque Miller era plenamente consciente que en el momento en el que Marvel pensará que podía sacar algún beneficio la traería de regreso sin el menor atisbo de duda, tal y como ha sido. 


En este cómic Murdock no ha sido capaz de olvidar a Elektra. Tiene pesadillas recurrentes en las que ella es la protagonista, la presa de una cacería extrema en la que es perseguida por sus cientos de víctimas hasta la tortura y la muerte. Y entre las pesadillas surgen presagios sobre la resurrección de ella. La Mano, una secta de asesinos, la que la entrenó, quiere matarla, no toleran traidoras y para ello recurren a liturgias místicas, arcanas. Murdock lo ve en sus pesadillas, pero el abogado se niega a creer en lo que sueña. Recuerda como Bullseye la mató, cómo le clavó un puñal en el pulmón y cómo ella acabó agonizando en sus brazos. O eso le dicta la parte racional de su cerebro. Así, intentando reconciliarse con su pasado, intentando que esa parte rebelde de su cerebro se rinda y asuma la muerte de su amada, acude al cementerio a llevar flores a su tumba. Allí es atacado por los asesinos de la Mano, pero de la blancura pura de la nieve surge de nuevo Elektra para salvarlo. Está viva. Murdock ya no puede negarse a sí mismo la realidad. Ella ha vuelto, pero su vida sigue en peligro. La Mano, para cumplir una profecía sobre la muerte de Elektra, asesina a su asesino, Bullseye, para acto seguido resucitarlo, hacerlo más fuerte y que vuelva a acabar con la vida de la asesina. Finalmente, en una lucha a muerte entre Bullseye, Elektra y Murdock, el resucitado acaba con la vida de la resucitada, quien vuelve a agonizar en brazos de su primer amor, quien en esta ocasión decide quemarla para asegurarle el descanso que a ella siempre se le ha negado. 


Elektra Lives Again es aparentemente una obra menor dentro del corpus de Miller. Menor en el sentido de que no define o redefine un personaje de forma absoluta como hace en Born Again o en El regreso del señor de la noche. Menor también por el tamaño de la obra, las apenas ochenta páginas de esta palidecen en comparación con las doscientas de El regreso del señor de la noche o las ciento ochenta de Born Again. Se trata de un opúsculo, una obra puntual que narra pocos hechos y que apenas afectan de forma esencial ni al pasado ni al futuro del personaje. Es un breve libreto narrativo pero que posee, en buena medida por esa brevedad, una potencia narrativa, emocional y plástica de una profunda intensidad. Pero pese a ser una obra menor en los sentidos que acabamos de comentar, se trata de un punto de inflexión en la carrera del autor. A partir de aquí pocas veces le veremos como autor completo con un superhéroe. Desde este momento, en los contados y alimenticios proyectos en los que se vuelve a acercar a lo héroes en mallas, ya sean de Marvel o DC, lo hará como guionista o como portadista, pero no como guionista y dibujante a la vez, salvo en la segunda parte de El regreso del señor de la noche y en unos minicómics incluidos en la tercera entrega. Además muchas páginas de Elektra nos adelantan aspectos de la que va a ser su principal obra en su siguiente etapa como autor, Sin City. El Marv de la primera entrega de esta saga es visualmente un calco del Murdock de las últimas páginas de Elektra, con su cara llena de cortes y tiritas y su gabardina. Gráficamente, los planos cenitales de escaleras que aparecen de forma muy impactante en un par de ocasiones, los volveremos a ver también en esa primera entrega de la Ciudad del Pecado. Los efectos de luz de cortinas en la habitación de Murdock se reutilizan en varias entregas, la escena en una celda entre Murdock y el asesino de Bullseye la volverá a utilizar también y hay varias páginas donde el dibujo se compone a base de manchas de negro, lo que llevará a su máxima expresión en la mencionada Sin City. Narrativamente Elektra Lives Again funciona también como bisagra entre su estilo previo, donde se recurre a menudo a páginas compuestas de pequeñas viñetas, y la posterior, donde la narración tiende a componerse principalmente a través de viñetas de mayor tamaño y donde las pequeñas se usan puntualmente a modo de nudos de información y como elemento de composición de ritmo, estilo que llevará al paroxismo en 300 (y que bebe del Atmósfera Cero de Steranko). Podría decirse que en Elektra Lives Again Miller se termina de quitar de encima buena parte de los clichés del género superheroico y se adentra, ya para no volver, en una obra mucho más autoral. No se trata de un antes y un después radical. Toda la obra de Miller está marcada por un estilo personal alejado de los cánones comerciales y creativos de los superhéroes, y al mismo tiempo tampoco se ha colocado en las antípodas del género casi en ningún momento. En sus cómics más canónicos dentro del género siempre se observan aspectos personales fuera de esos cánones, y en su obras más personales siempre hay rescoldos de los superhéroes. Elektra Lives Again es el momento en el que la balanza termina de inclinarse de forma casi definitiva del lado autoral, es como si en la creación de esta obra Miller hubiera decidido abrazar su faceta más creativa. 


Este cómic es lo más parecido a un requiem que se puede leer en viñetas. Es un canto triste al amor perdido, a la amada fallecida, es la música narrativa de una tristeza que ni la fe puede consolar. Si los requiems eran piezas musicales creadas para ser interpretadas y escuchadas en las iglesias, este cómic empieza y termina en una y no hay que esforzarse mucho para sentir esa música litúrgica en las primeras páginas del cómic, en la que un atormentado Murdock acude a la iglesia de San Bartolomé para buscar consuelo en la confesión. La oscuridad del lugar, rota por las vidrieras que dibujan Miller y Lynn Varley, componen un espacio de recogimiento espiritual en el que Murdock espera encontrar la paz que tanto ansía. Al final de la obra, el lugar donde Elektra encuentra la muerte absoluta es también una iglesia. Y todo ello porque es la fe de Murdock la que marca la amarga melodía a toda la historia, cuyo punto álgido es, «Adiós» la segunda palabra (la primera, «Matt», es una cita de la recreación del momento de su primera muerte) que sale de la boca de Elektra en las ochenta páginas del cómic. Es su orden, su plegaria y su despedida al hombre que la amó y que trató de salvarla con todas sus fuerzas sin conseguirlo. Ese adiós es también el perdón para Murdock, la salvación de su atormentada alma, la rotura de las cadenas que la ataban a ella de forma enfermiza y obsesiva. Es al mismo tiempo el fracaso y la salvación de la persona, que no del héroe. No es este un relato de héroes, de hecho Daredevil no aparece ni una sola vez, salvo en una grabación televisiva de una pelea antigua entre el superhéroe y Bullseye. Es la historia de un amor obsesivo y violento que desencadena en tragedia, pues de ninguna otra manera podía acabar Miller con Elektra, a quien solo permite salvarse moralmente por el amor que siente por Murdock y por los sacrificios que está dispuesta a hacer por su amado, pero esos gestos no la pueden salvar de la muerte, a la que finalmente abraza en busca de la paz que perdió desde que su padre fue asesinado. Así mezcla Miller las referencias al drama griego clásico con las referencias católicas que impregnan todo su Daredevil y especialmente la mayor y más importantes de sus obras con el personaje, Born Again, que en el fondo y como ocurre con el cómic que nos ocupa es una historia de Matt Murdock y no del superhéroe.


Pero este cómic va mucho más allá de la trama, de los personajes y de la narrativa incluso. Es una obra donde la parte gráfica adquiere una potencia y una belleza hipnótica. Miller simplifica como nunca la línea de su dibujo, reduciéndola a su mínima extensión, dejando todo el espacio posible al color de Lynn Varley y es aquí, en el color, donde Elektra Lives Again alcanza cotas sublimes. La capacidad como colorista de Varley ya estaba más que contrastada tras su trabajo en El regreso del señor de la noche y en Ronin, ambas también con Miller, pero aquí da un paso más allá. Varley era una rara avis dentro del panorama del color en  los cómics norteamericanos de aquella época, capaz de compaginar una enorme capacidad narrativa en sus colores con una fuerte impronta pictórica. Ambas facetas ya estaban presentes en las obras citadas, y en Elektra las lleva a su punto álgido. Por esto Miller decide adelgazar su línea y entintarse a él mismo, para proporcionar así al color de Varley el espacio necesario para desarrollarse plenamente, dejando además que sea el color quien dé volumen a las figuras y no el negro. Y Varley aprovecha cada milímetro cuadrado. El estilo pictórico que ya se entrevía antes alcanza aquí su máximo desarrollo sin caer en ningún momento en un efecto preciosista, sin que la belleza del color opaque la fuerza narrativa del mismo. Varley es consciente en todo momento de que está dando color a una obra narrativa, a un cómic de una potencia secuencial apabullante y por ello su color se supedita y potencia siempre a la narración como la línea del dibujo lo hace a su color. Incluso en las páginas donde Miller dibuja con machas de negro, olvidando la linea y adelantando, como comentábamos más arriba, el que será su estilo gráfico en Sin City, el color de Varley asume todo el peso narrativo y visual, incluso en páginas como la 42, donde el negro ocupa casi el noventa por ciento del papel. Varley usa una paleta de colores muy amplia, aunque matizada por los ocres y los grises, generando así una atmósfera que ayuda significativamente a captar al lector, a situarlo en la Nueva York invernal y plomiza donde se desarrolla la trama. Nueva York ha sido más que un escenario en los cómics de Daredevil de Miller, quien la ha reflejado como un espacio único del que se sirve para reforzar gráficamente las diferentes historias que creó en la serie. En esta ocasión son los colores de Varley los que generan una Nueva York distinta, más intimista y más cerrada sobre los personajes. 


En los repasos a las principales obras de Frank Miller no suele aparecer el cómic que hoy nos ocupa y tiene sentido. Como ya se ha comentado, Elektra Lives Again no alcanza las altas, altísimas, cotas de Sin City, El regreso del señor de la noche o Born Again pero al mismo tiempo sí que se trata de una obra nuclear en la trayectoria del autor, al ser el punto de inflexión al que nos referíamos anteriormente. E incluso puede considerarse superior a un éxito como 300, aunque no haya gozado del predicamento mediático y audiovisual que sí ha tenido el drama histórico de los espartanos. La última historia de Elektra es la historia de una obsesión, la de Murdock y la de una redención, la de ella, que solo logra en la muerte. Y es un cómic que Miller y Varley crean al unísono, generando una sinfonía  de viñetas donde el guión, el dibujo, la narrativa y el color consiguen vestir el drama con una atmósfera única. Así, sea como fuese e independientemente del lugar que ocupa en la apabullante trayectoria de Miller, este requiem por Elektra es una obra a disfrutar y a degustar, un cómic de esos que se quedan en la cabeza, con al menos una docena de imágenes que no se van, que surgen y resurgen del fondo de la memoria como la propia Elektra en la cabeza de Murdock. 


Jot Down Comics


miércoles, 6 de agosto de 2025

GYO / Junji Ito




Cuando nos ponemos a aventurar por qué el género de terror oriental entró tan fuertemente en su momento en nuestras pantallas, lo primero que se me viene a la cabeza es el agotamiento de los iconos habituales del género a los que estábamos acostumbrados. Vampiros, hombres lobo, fantasmas, zombis, psicópatas, monstruos varios del espacio exterior y otras dimensiones se fueron descafeinando paulatinamente. No solo ya no son terrores ignotos, sino que nos sabemos de pe a pa sus debilidades. Donde los desgraciados protagonistas las pasaban canutas para sobrevivir a solo uno de ellos ahora un aguerrido superhéroe se cepilla a hordas de los mismos sin despeinarse. También, los villanos terroríficos de los cincuenta y sesenta pasaron a usarse como antihéroes populares en los ochenta y noventa, para acabar como depiladas estrellas adolescentes carne de la Superpop. Los clásicos del terror occidental han sido sacados de las magníficas sombras que habitaban para prostituirlos rebozados de purpurina con la excusa de la reinvención. De todos estos incubos, quizás lo único que se ha salvado de la orgía comercializante ha sido todo lo lovecraftiano. Al menos, hasta que el gran Cthulhu gane las elecciones a la presidencia de los Estados Unidos, claro.

Quizás, en busca de nuevos terrores, hemos girado nuestra mirada hacia oriente, una cultura muy diferente a la nuestra con otras referencias para lo que provoca miedo. Sus pesadillas nos resultaron frescas, como si aquel añorado portal a las tinieblas por fin se abriera de nuevo. Tenían también sus propias mitologías clásicas, sí —que para nosotros eran exóticas porque funcionaban de forma diferente y las desconocíamos completamente—, pero también generaban creaciones contemporáneas, destilando una capacidad para la imaginación oscura, para lo inesperado, para lo extraño, que verdaderamente sobrecogía.

Junji Ito como mangaka, precisamente, podría situarse en la encrucijada entre el manga de horror clásico, la vieja escuela japonesa, y el contemporáneo, emparentado con géneros más descarnados como el guro, una suerte de gore erótico a la japonesa. Dibujante de manga del que podrían construirse pertinencias como creador de terrores por la profesión con la que en sus inicios compaginaba con su trabajo como dibujante —esto es, dentista— tomaba sus influencias de uno de los grandes maestros del terror nipón, Kazuo Umezu. Considerado como padre del género en Japón, Umezu apoyaba sus narraciones en un fuerte uso del suspense y de las figuras tradicionales del folclore japonés como fantasmas, onis y otros fenómenos sobrenaturales. Ito recurre a ambos recursos con frecuencia, pero empieza a introducir vectores nuevos en sus historias. A pesar de que sus criaturas de espanto también proceden de lugares oscuros, caóticos y salvajes, Junji Ito aplica una lógica subliminal a sus trabajos. Sostiene la construcción del suspense y de sus picos de terror a través de una escalada lógica de los acontecimientos, que invita a entender la locura a la que acaban sometidos sus personajes. De esta forma, el lector empieza a leer sus historias intrigado y con sorpresa, primero,y en un cierto punto, capta los patrones de cómo se están desarrollando los eventos. Pero lejos de crear un efecto de previsibilidad anodina, su capacidad para absorber al lector en la historieta lo pone en la dura situación de saberse capaz de empatizar con la misma imaginación oscura de la que se ha servido el autor, a la hora de leer el relato. Así, el mangaka lleva la lógica de la máquina de terror narrativa que ha creado hasta sus últimas consecuencias. El lector poco avispado alucina con cada avance insospechado de la historia. Y el lector inteligente que adivina el patrón no puede evitar preguntarse hasta que punto él mismo no está «muy sano» al haberse metido tanto en el proceso.

La obra más ejemplar de este forma de horror —y que han usado también mangakas geniales más contemporaneos como Shintaro Kago— del propio Junji Ito es uzumaki. La historia se centra en una población en la que empiezan a sucederse eventos sobrenaturales relacionados con la forma geométrica de las espirales. Los personajes empiezan a desarrollar obsesiones con la aparición de estas líneas curvas que se cierran en sí mismas en situaciones y lugares imprevisibles. Poco a poco los fenómenos van escalando en mutaciones corporales salvajes haciendo que todo aquello que pueda enroscarse lo haga. El lector, atónito, prevé lo que va a suceder y cuando se da cuenta, ya está atrapado, precisamente, en la espiral de la narración sin salvación posible.

Sin embargo, con toda la potencia de la serie de relatos que se cuenta en la serie uzumaki, me quedaría con Gyo si tuviera que elegir una referencia capital del autor. Y la elijo por hallarse en la encrucijada entre las narraciones de suspense y terror clásico y las de la escalada lógica llevada hasta el final. Entre la vieja escuela y la moderna. Gyo empieza como una historia de terror «con bicho suelto». En los primeros capítulos, una pareja de japoneses que está de vacaciones en una localidad costera tiene que enfrentarse a una extraña criatura que les acosa en su apartamento. La primera señal de su llegada es un profundo y nauseabundo hedor. Ito juega al suspense con el lector al mostrar la presencia de la criatura sin mostrar a la criatura, consiguiendo incomodarnos. No es hasta el final de esta introducción que se revela la identidad del monstruo: un simple pez que, montado encima de una estructura mecánica, adquiere la capacidad de respirar y moverse por tierra.

A partir de ahí, la historia toma la forma del advenimiento de un holocausto. Porque, si existe una máquina capaz de darle esos atributos a un pez, ¿puede ser que no haya solo una máquina? ¿Y podría traer a tierra criaturas marinas más temibles? Y seguimos aventurando. ¿No hay más fauna marina que humanos sobre la faz de la Tierra? Si llegaran todos a la superficie, ¿podríamos defendernos? Y si caemos en la cuenta de que Japón, donde transcurre la historia, es una isla, las apuestas siguen ascendiendo. A efectos prácticos, Ito consigue construir un apocalipsis zombi con una criatura de su invención que a priori parece anodina e indefensa, dejándonos patidifusos ante una situación que nadie habría imaginado. Consigue que un pez vulgar y común pase a engrosar las filas de bichos terroríficos venidos del mar que la cultura japonesa ha usado en sus cuentos de terror, aventuras y acción. Y, tampoco hará falta decirlo, esto no es más que el principio de la escalada lógica y terrorífica que se nos viene encima cuando proseguimos la lectura.

Así, a pesar de que Gyo tiene un final, al menos para mi gusto, un poco ligero y patillero—algo por otra parte, tampoco infrecuente en el género una vez que se ha logrado la tarea de epatar al lector— queda como una muy buena historia de terror, enclave entre lo fundacional y lo actual, entre el terror personal y la gran hecatombe mundial. Amén de conseguir que odiemos el pescado de una forma que nunca habríamos sospechado.



Jot Down: Cien Tebeos Imprescindibles (2014)


martes, 5 de agosto de 2025

Los típicos tópicos de la desvalorización femenina por Maitena

 

El Pais Semanal número 1.450 Domingo 19 de septiembre de 2004

LA FIEBRE DE LA RAZÓN Yexus



Yo, loco

Antonio Altarriba y Keko (José Antonio Godoy)

Norma Editorial

España

Cartoné Rústica

128 págs.

Blanco y negro

Obra relacionada

El perdón y la furia

Antonio Altarriba y Keko

(Museo Nacional del Prado)

El arte de volar

Antonio Altarriba y Keko

(Norma Editorial)

Yo, asesino

Antonio Altarriba y Keko

(Norma Editorial)

4 botas

Keko

(Edicions de Ponent)


El talento de Altarriba y Keko converge en esta obra de la mejor manera posible: aquella que propicia la confrontación creativa y la provechosa interacción en pos de un objetivo común.

Aunque pertenecen a distintas generaciones, comparten similares vivencias e intencionalidad desde que se lanzaron al ruedo de la viñeta, allá por los años 80, cuando eclosionaba el primer cómic adulto en España. Dentro de sus diferentes parcelas mantienen el mismo inconformismo compulsivo y el mismo afán de explorar a toda costa: en lo formal, las posibilidades expresivas del medio y en lo conceptual, los misterios de la naturaleza humana. Una tarea que Altarriba aborda indagando realidades tan dispares como la sociedad española de la posguerra, las pulsiones eróticas más sofisticadas o las psicopatías de carácter extremo. Algo que, sin ir más lejos, se puede comprobar en El arte de volar, El brillo del gato negro o la obra que motiva estas líneas. Keko, sin embargo, lo hace de manera más críptica y apegada a sus particulares símbolos; apoyado en la potencia del grafismo, a veces se sirve de los géneros y ocasionalmente recurre a la ironía.

De todo lo cual son buenos ejemplos La casa del muerto, Ojos que ven, 4 botas o La protectora, además de los títulos que firma con Altarriba. Esta colaboración conjunta comienza en 2014 y se materializa en tres obras hasta la fecha. Una es El perdón y la furia, un encargo del Museo del Prado donde Diego Rivera sirve para tejer una trama que permite al dúo especular sobre los rincones más tenebrosos de la inteligencia.

Y lo mismo ocurre con las otras dos, dado que igualmente el genio y el exceso de imaginación caracterizan a sus protagonistas. Hablamos de los dos títulos que forman la inacabada «trilogía del egoísmo», como se ha dado en llamar por la predominancia de la primera persona. Comenzó con Yo, asesino y ahora continúa con la publicación de Yo, loco.

Aunque no guarden ninguna relación argumental (más allá de algunas referencias cruzadas), esta segunda entrega de la trilogía también es un thriller negrísimo con ingredientes de introspección psicológica y acento crítico sobre candentes cuestiones contemporáneas. Siempre dispuestos a lanzar atrevidas propuestas, en el primer volumen los autores jugaban con la tesis de «el asesinato como una de las bellas artes» y en este se atreven a poner en valor la lucidez que pervive dentro de la demencia. El argumento se centra en un psicólogo traumatizado por los abusos infantiles que trabaja en un importante laboratorio y descubre paulatinamente que sus millonarios intereses les mueven a inventar o motivar las patologías psicosociales que pretenden curar con sus fármacos, a la vez que experimentan con locos desahuciados por sus semejantes. La investigación que emprende y su creciente angustia generan una espiral de paranoia y autodestrucción ambientada en el despiadado mundo de las empresas farmacéuticas; una siniestra aventura con numerosos personajes y diferentes ambientaciones, con pesadillas recurrentes y hasta un asesinato de por medio.

La experiencia literaria de Altarriba le proporciona una sólida base como narrador, mientras que su faceta como teórico del medio le faculta para optimizar las herramientas expresivas. El argumento de Yo, loco está menos sujeto a sus vivencias personales que en el primer libro, pero se muestra igualmente apegado a la realidad del presente. Ya que, sin renunciar a los mecanismos del misterio, el suspense e incluso el terror, contiene un relevante sentido crítico que le permite incidir en incómodas verdades relacionadas con la corrección política y la posverdad pero, sobre todo, con la hipocresía y las carencias éticas de la sociedad moderna. De nuevo hay también una acusada presencia del mundo del arte: el teatro, la pintura, la poesía, la escultura y el grabado aparecen con mayor o menor protagonismo, pero de forma recurrente en estas páginas. Siempre con alusiones a la demencia, sus repercusiones y su representación gráfica en diversos soportes.

Pero, principalmente, permitiendo demostrar que incluso la locura tiene dos caras: la del artista integrado en la sociedad del éxito y la del sociópata marginado, polarizados en las figuras respectivas de Jeff Koons y Van Gogh. Tan complejo y atractivo cóctel se entrelaza con el desarrollo de una trama que desentraña los mecanismos de la locura tejiendo una red de interrelaciones conceptuales y plásticas basada en reflejos, oposiciones, analogías y paradojas. Algo que indudablemente sería imposible de materializar sin el minucioso trabajo de Keko. Maestro de la narrativa en imágenes, maneja aquí un fulgurante blanco y negro solo alterado por ocasionales pinceladas de un amarillo chirriante, cuyo brutal contraste está morosamente dosificado para enfatizar puntos de interés, sensaciones e impactos emocionales. El mismo papel que jugaba el color rojo en el primer volumen. El dibujante madrileño construye aquí ominosas atmósferas con su depurado trazo y su magistral sentido de la iluminación, plasmando una ambientación opresiva que presta especial atención al espacio y sus constantes contraposiciones. Abierto/cerrado, interior/exterior. Todo descrito con un impecable y afilado hiperrealismo que, paradójicamente, refuerza la extrañeza de las escenas cotidianas y del propio mundo en que vivimos. No digamos ya los momentos oníricos o plenamente surreales que contiene el argumento.

En cuanto a la trilogía, los autores prevén cerrar tan elegante catálogo de flaquezas con el protagonismo de la mentira. También en primera persona, por supuesto ¿Cuál será el color esta vez?

Parece que el verde…


Jot Down Anuario Comic 2018

lunes, 4 de agosto de 2025

PERSÉPOLIS / Marjane Satrapi


Cuando una niña sueña con ser, no una aburrida princesita más, sino una profeta, nada menos, entonces está claro que ahí tenemos un diamante en bruto. Si además esa niña ha nacido en una familia influyente y en un país y una época en la que presencia una dictadura, una revolución y una guerra, entonces ahí tenemos una historia que sin duda merece ser contada. Es la de Marjane Satrapi, nacida en Irán en 1969 y que en el año 2000, cuando ya residía en París, se lanzó a contar su peculiar biografía en forma de cómic. Inicialmente publicada en cuatro tomos, su acogida internacional fue espectacular, lo que animó a su autora a realizar una película animada que también tuvo una gran aceptación tanto entre el público como entre la crítica. Muchas de las narraciones que más hondo nos han llegado son aquellas que, como Casablanca o Doctor Zhivago, han contado una historia personal con el trasfondo de otra colectiva, entrelazando una y otra. En este caso esa historia colectiva es el derrocamiento del Shá por la Revolución Islámica y las terribles consecuencias que este nuevo régimen traería para millones de iraníes. Y la historia personal, la de esta niña preguntona e irreverente, aficionada a Iron Maiden y que se negaba a cubrirse con un velo.

La familia de Marjane era de clase alta, ilustrada, que apoya inicialmente la revolución creyendo que traerá democracia y libertades civiles, pero no pudo estar más equivocada. Vemos entonces cómo día tras día el nuevo régimen adopta las peores maneras represivas de aquel al que sustituyó, como tantas veces ocurre en las revoluciones. Su vínculo con la religión además lo lleva a inmiscuirse cada vez más en la vida privada de la gente, estableciendo absurdas prohibiciones y exigencias que los iraníes no tardan en encontrar maneras de sortear, como en la producción clandestina de vino en las bañeras o en el mercado negro de casetes de música pop. Pero el estallido de la guerra contra Irak agravó la situación dado que «en nombre de la guerra se eliminó al enemigo interior» y los bombardeos pasaron a convertirse en una terrible rutina. Marjane es muy pequeña pero está dotada de una enorme curiosidad por lo que le rodea, percibiendo una situación que le crea una reacción de rebeldía y angustia. Hasta tal punto que sus padres deciden enviarla a estudiar a Austria por su propio bien.

El choque contra este nuevo entorno no será menos desconcertante. En la pacífica y libre Europa puede escuchar la música que le gusta y vestir a su manera, pero también descubre nuevas costumbres y tentaciones. Esta parte de la narración es muy interesante también por la agudeza e ironía que muestra nuestra autora al retratar una sociedad un tanto frívola y opulenta, de adolescentes colmados de lujos pero que quieren jugar a la revolución. A una revolución que Marjane conoce muy bien, para su desgracia, y que implica muerte y sufrimiento. Es de este duro contacto con la realidad a una edad tan temprana de donde aflora su humanidad, sinceridad y lucidez. No hay en Persépolis poses ideológicas o sentimentales, ni falsedad, ni caprichos o ansia de venganza. Es simplemente una persona contando su historia, la de su familia y la de su país, sin querer omitir nada por incómodo que pueda resultar, y sin renunciar tampoco al humor.

Desde los atentados del 11S el islamismo ha adquirido una extraordinaria visibilidad como inagotable fuente de controversias y foco de noticias, que se ha visto aún más potenciada por las recientes revoluciones en varios países árabes. De manera que, aunque la trama comienza en 1979, todo lo que nos cuenta no puede resultarnos más actual. Pero Marjane Satrapi también habla de vivencias universales como las relaciones familiares, la madurez, el desarraigo, el ansia de libertad y la frustración de cada uno de nosotros, pequeños individuos, ante acontecimientos e injusticias que nos rebasan y escapan de nuestro control... aunque al menos podemos hablar, escribir y dibujar sobre ellas, impedir que caigan en el olvido. Este es un buen ejemplo.



Jot Down: Cien Tebeos Imprescindibles (2014)