La aparición, en un lapso relativamente corto, de Calvin y Hobbes y Marco Antonio, dos certeros trabajos nacidos de las mentes preclaras de Bill Watterson y Mique Beltrán, demostró que no todo estaba perdido, que la historieta infantil seguía siendo un terreno que, abonado y regado con talento y honestidad, podía dar excelentes frutos. El nacimiento —profesional— de Watterson y de su ejemplar obra, celebrado incluso por un insensato Charles Schultz, que, ignorante, no supo ver que su cabeza de gran patriarca de la historieta infantil corría peligro, vino a anunciar algo más: la decadencia, esperemos definitiva, del tebeo infantil hipercerebrado e hipócrita, de esa historieta que, tradicionalmente protagonizada por ancianos embutidos en cuerpos pequeños, no había mostrado jamás a los niños tal y como eran, sino como algunos adultos creían que debían ser. Mucho más cercana a Little Nemo —aunque Calvin sueñe despierto y sus sueños sean retazos del inframundo mediático: Godzilla, la ciencia ficción barata, el sub-cine de terror— que a Mafalda, la obra de Watterson es fruto de la contradicción, un sabroso licor destilado de la dialéctica: Calvin es el gamberro que todo el mundo desearía ser pero que nadie querría incluir en su prole; un energúmeno salvaje cuya ética demoledora sólo encuentra, muy ocasionalmente, el contrapunto racional en un ser carente de ética, Hobbes, su tigre de peluche. Y al frente del despliegue de terrorismo de Calvin —un niño sólo puede sobrevivir entre los mezquinos adultos enarbolando la bandera de la anarquía— se encuentra la milimétrica fórmula narrativa de Watterson: un ejemplo de concisión en la tira, un manejo maestro del gag en la página, un difícil soporte en el que el autor de Calvin y Hobbes se mueve en cotas muy próximas a la perfección.
YA ESTOY EN CASA HOBBES, publicado por Norma Editorial años después de que Mario Ayuso Editor iniciara la edición de la obra, es el primer volumen imprescindible aún para los que esperamos una edición que haga verdadera justicia al producto, contiene treinta y dos páginas que aparecieron desteñidas en la edición pionera de Mario Ayuso y El monstruo noctámbulo, una historia de doce páginas de oro puro, de montaje exquisito, en las que Watterson explota mil recursos de composición y luminiscencia. El plano, la luz, el diálogo; hay gente que nació para hacer historieta.
Revista Viñetas nº1 Enero 1994 Ediciones Glenat