jueves, 5 de diciembre de 2024
La lancha nazi que capturó Venecia
El faro del fin del mundo / Jacinto Antón
Una lancha torpedera alemana S-Boot (Schnellboot), en 1939.Fox Photos/Hulton Archive/Getty Images
Parecerá raro empezar con cuatro periodistas culturales en calzoncillos en el Egeo una historia épica sobre las lanchas rápidas de la Segunda Guerra Mundial, unas embarcaciones que vivieron episodios tan aventureros como la captura de Venecia por una de ellas (la S-54 alemana), las heroicidades de un futuro presidente de los EE UU (John F. Kennedy, en la PT-109 contra los japoneses) o el combate del marinero de primera de la MGB 314 británica William Alfred Savage en el osado raid contra St. Nazaire que le reportó una Victoria Cross (desgraciadamente póstuma).
Lo de los periodistas en paños menores tiene su explicación. Éramos parte de un grupo que viajábamos con Arturo Pérez-Reverte para la presentación de su última novela, La isla de la mujer dormida (Alfaguara, 2024), cuyo argumento, que transcurre en Grecia, es central, precisamente, una lancha torpedera, una Schnellboote alemana. La presentación se hizo en Agistri, una de las islas Sarónicas, donde desembarcamos en la capital, Megalochori. Mientras el escritor atendía a las cámaras, un puñado de audaces reporteros nos fuimos a pasear por la playa y decidimos remojarnos un poco. Dado que no llevábamos bañador (estábamos de servicio), nos quitamos los pantalones y nos metimos en ropa interior, excepto Jesús Calero, que se limitó a arremangarse los vaqueros hasta medio muslo (es lo que tiene ser del Abc). Los otros, Javier Ors, Andrés Seoane y yo no dudamos en practicar un semidesnudo heroico (el agua estaba fría), inspirados por el hecho de que se considera Agistri una de las islas de los mirmidones.
Pero sobre todo imaginé que mis camaradas y yo éramos los protagonistas de Los cañones de Navarone, la novela de Alistair Maclean que dio pie a la no menos inmortal película del mismo título y en la que un grupo de comandos ha de silenciar las colosales piezas de artillería nazi de la isla griega. Pues bien, resulta que en Los cañones de Navarone (precisamente el sello Edhasa-Zenda, que publica novelas clásicas de aventuras con nuevos prólogos de Pérez-Reverte, acaba de poner en la calle una edición) también salen lanchas.
La mía iniciática fue la famosa PT-109 que mandó J. F. Kennedy en el teatro del Pacífico y cuyo episodio señero consiste paradójicamente en su hundimiento cuando la partió por la mitad el destructor japonés Amagiri, matando a dos de sus trece tripulantes y dejando al resto en el agua. Los náufragos vivieron una odisea en la JFK, que había sido miembro del equipo de natación de la Universidad de Harvard, se mostró valiente y resolutivo. Finalmente -resumiendo mucho- se salvaron gracias a un coco (en el que escribieron un mensaje), y Kennedy se convirtió en un héroe de guerra. La lancha la montamos de niños mi hermano y yo en la clásica maqueta de Revell 1:72 bajo supervisión de nuestro padre, que nos recordaba que el abuelo había mandado un torpedero (el número 6) de la flota española en 1928 antes de dedicarse a buques más grandes y acabar en el portahidros Dédalo, que ya es salto.
Una de las grandes películas sobre lanchas es por supuesto la famosa They were expendable (1945), No eran imprescindibles (lo que se podría decir igualmente de los reporteros en gayumbos de Agistri) que narraba las peripecias bélicas del tercer escuadrón de PT (Patrol Torpedo) en la campaña de la Filipinas y que dirigió John Ford y protagonizó Robert Montgomery y John Wayne. Las PT, que hubieron de enfrentarse a las Shinyo (Maremoto), las lanchas kamikaze japonesas también fueron protagonistas de PT 109, un biopic del teninte Kennedy y la lancha que fue estrenada en 1963, pocos meses antes de que el ya presidente fuera asesinado en Dallas, que ya es promoción para una película.
En el teatro europeo, alemanes, británicos e italianos (las intrépidas MS, Motor Silurante, y MAS, Motoscafo Armato Silurante) hicieron verdaderas virguerías épicas con las lanchas, con las que realizaban ataques fulgurantes. Destacaron los ases de las S-Boote alemanas, como Klaus Degenhard Schmidt, que consiguió el 11 de septiembre de 1943, con su lancha S-54, mucho coraje y un farol, la rendición incondicional de la Venecia pasada al bando Aliado. Por ahí andaba Hugo Pratt, que tan bien ha dibujado las torpederas en sus álbumes. No me resisto a mencionar a otro as alemán, Günther Rabe, el Cuervo, que además de inventar la innovadora táctica de ataque de la Stichtaktik, diseñó la ropa interior de cuero para las tripulaciones de las torpederas. Ropa interior de cuero: otro gallo nos hubiera cantado aquel mediodía en Megalochori...
El Pais, 30 de septiembre de 2024
Todos somos un poco reptiles JUAN BUFILL
El cerebro evoluciona como los transportes: Que existan aviones no implica que se extingan los peatones ("¿O quizás sí?", diría un ecologista). El caso es que el cerebro del homo sapiens no ha renunciado a su pasado antidiluviano y en su centro pervive una zona claramente reptílica: es la que rige la conducta agresiva y defensiva, la que sirve para reconocer al enemigo más fuerte y a la víctima más débil.
Es —se sabe ya— la zona cerebral que utilizan los banqueros, las serpientes, los ejecutivos, las iguanas y los políticos. Una segunda capa cerebral es la que compartimos con otros mamíferos y gracias a ella las crías humanas reciben biberones y sobreviven en guarderías. La tercera es humana y presuntamente razonable. Los alemanes la utilizan para escribir mamotretos filosóficos y a algunos celtíberos nos sirve para reconocer un quiosco y comprar y leer un buen tebeo. Dicen los científicos que últimamente nos está saliendo una cuarta capa cerebral, que en el futuro permitirá a la humanidad tener comportamientos solidarios, comprender plenamente las inquietudes de Jesús Cuadrado y las historietas de Micharmut y, probablemente, detestar más intensamente a la gente como Nieves Herrero. ¿Lo verán nuestros nietos? ¡Quién sabe!
Llegados a este punto, aclararé que esto es una crítica de un libro de historietas. El asunto reptílico viene dado por la aparición de GON 2, donde el superminisaurio japonés juega sádicamente con un tiburón, ayuda a los pingüinos, se crispa por una garrapata y se mosquea en la selva, en cuatro episodios tan salvajes y feroces como la madre naturaleza y como la civilización que parió, que es la nuestra. De hecho, tan brutales como los episodios del primer libro de Gon.
Tanaka, su autor, ha acertado en el relato de la venganza épica, sádica, cómica, espectacular e imaginativa que el bebé saurio se toma contra un voraz escualo. También está bien el ya menos reptílico de los pingüinos, y narrativamente menos logrados los otros dos. Sin palabras, pero con una planificación en ocasiones magnífica y con un dibujo realista y expresivo a base de dinámicas rayitas, Tanaka obtiene historietas admirables, aunque es posible que a partir del GON 4 ya nos empecemos a cansar. Los bichos cambian, pero los argumentos se parecen: el pequeño y voraz Gon, humilla y machaca a los animales grandullones, a base de muchísima fuerza, imaginación destructiva y a veces astutas alianzas. Voracidad, juego agresivo, conquistas y dominio. ¿No recuerda eso a las noticias de política internacional y de economía?... Aunque Gon es el pequeño que domina a los mayores, yo diría que también es el Japón que se toma la revancha sobre esos occidentales que en 1945 le ganaron una guerra. Gon se deja devorar para vencer a su verdugo desde dentro. Se adueña del tiburón como Japón se adueña de Hollywood o de los rascacielos más carismáticos de Nueva York. Sólo faltaba que en color Gon fuera amarillento. Y lo es.
Lecturas políticas aparte, GON 2 es, más que un manga de consumo, un tebeo de contemplación. Y disfrutable por toda clase de públicos y edades, quizá -entre otras cosas— porque todos tenemos una zona reptílica en el infantil corazón de nuestro cerebro.
Revista Viñetas nº1 Enero 1994 Ediciones Glenat
Wallace & Gromit: Vengeance Most Fowl | Official Trailer | Netflix
martes, 3 de diciembre de 2024
lunes, 2 de diciembre de 2024
Las ciudades oscuras / Benoît Peeters y François Schuiten
¿Cómo sería hoy el planeta Tierra si a mediados del siglo XIX hubiera empezado a evolucionar de otra forma? Esta hipótesis (que los puristas llaman ucronía) es la que sirve de base a una de las series más ambiciosas y sorprendentes del cómic actual: Las ciudades oscuras. Una serie atípica en su temática y en su formato. En ella no hay un personaje que se repita de un episodio a otro; ni siquiera los álbumes de la colección tienen el mismo formato: unos son en blanco y negro, otros en color; unos tienen un tamaño gigante, otros un formato apaisado; los hay que parecen una recopilación de viejos periódicos, mientras que otros tienen forma de enciclopedia, de guía de viajes o de cuento infantil. Por si esto fuera poco, el universo de Las ciudades oscuras va más allá de la historieta y se ha prolongado en exposiciones, novelas, óperas, documentales de ficción e, incluso, reformas urbanísticas en edificios de Bruselas y estaciones del metro de París.
Detrás de Las ciudades oscuras están Benoît Peeters y François Schuiten, dos creadores inquietos y con un variado bagaje profesional. Peeters, un parisino afincado en Bruselas, estudió filosofía y fue discípulo de Roland Barthes; se diría que estaba alejado del mundo de la historieta si no fuera porque siempre fue un apasionado de la obra de Hergé (de quien es hoy uno de sus máximos especialistas). Schuiten, belga e hijo de arqui- tecto, desoyó los consejos de su padre para quien el cómic era un arte menor, y debutó con 16 años en la célebre revista Pilote para luego seguir su carrera en Métal Hurlant y À Suivre.
La serie Las ciudades oscuras se estrenó con Las murallas de Samaris (1983) y se consolidó con La fiebre de urbicanda y La torre, dos de sus mejores títulos. Luego siguió ganando lectores, premios y prestigio con obras como El archivista, Brüsel, La chica inclinada o La sombra de un hombre. En cada entrega el inmenso mapa del continente oscuro se ha iluminado un poco más ante nuestros ojos y nos ha dado a conocer ciudades como Calvani, Armilia, Mylos o Pahry, con unas arquitecturas exuberantes que Schuiten dibuja con trazo pulcro y una meticulosidad proverbial.
Cada álbum puede leerse de forma independiente, pero el lector fiel a la serie encontrará en cada historia nuevas piezas de un rompecabezas imposible en donde algunos datos completan lagunas y otros parecen colocados ahí para contradecirse y multiplicar el encanto de ese potente artificio levantado por Schuiten y Peeters. Cuando más sabemos de esas ciudades más conscientes somos de los que ignoramos y más ganas tenemos de hacer un poco de luz en esa la oscuridad que nos rodea. Llevando al límite las posibilidades de la ficción, Schuiten y Peeters han organizado conferencias que son una obra más del ciclo Las ciudades oscuras. En ellas se presentan no como inventores de las ciudades oscuras sino como investigadores cuyos libros explican todo aquello que saben de ese mundo oscuro. Lo que podría tomarse como un divertimento es en realidad algo mucho más ambicioso: un intento de traspasar los límites de la obra y borrar las fronteras entre la realidad y la ficción. Esta es una serie mutante, multiforme, que bebe de otras ficciones y se refiere a ellas buscando la complicidad con el lector. Hay referencias que van del arquitecto Víctor Horta al fotógrafo Nadar, pasando por Orson Welles, Shakespeare o Kafka. Historias que parecen hijas de Ismaíl Kadaré (El palacio de los sueños) o Bioy Casares (La invención de Morel). Y por supuesto, Borges.
Precisamente Borges describió en uno de sus relatos más célebres, Tlön, uqbar, Orbis Tertius (1941), la fascinación de dos investigadores ante el descubrimiento «de un planeta desconocido, con sus arquitecturas y sus barajas, con el pavor de sus mitologías y el rumor de sus lenguas». Así trabajan Schuiten y Peeters, como cartógrafos que exploran zonas de sombra en la mitología y la arquitectura oscura.
A menudo se ha dicho que la arquitectura es el verdadero protagonista de Las ciudades oscuras, pero eso es un error, pues los temas que se abordan son tan variados como el progreso, el miedo, la comunicación, el amor o la vida en sociedad. Así, La torre es una reflexión sobre la sumisión al poder, más terrible cuanto más desconocido es (y aquí hay claros ecos de El castillo de Kafka), La chica inclinada puede leerse como una fábula sobre el paso de la adolescencia a la edad adulta y de la dificultad de ser aceptado cuando se es diferente; Brüsel es un libro-protesta contra la especulación inmobiliaria, la destrucción de las ciudades y la burocracia; La teoría del grano de arena aborda el debate sobre la inmigración y la multiculturalidad, pero también la confrontación Oriente-Occidente e, incluso puede interpretarse como una metáfora sobre las secuelas de la guerra en Afganistán; por su parte, La frontera invisible enlaza la cuestión de los nacionalismos con la búsqueda del amor.
La crítica a las dictaduras y a su deseo de construir sociedades monolíticas es el tema central de La fiebre de urbicanda (1984). En ese caso, los deseos totalizadores se demuestran inútiles cuando aparece un extraño cubo que crece sin parar desde el mismo corazón de la ciudad y crea una red que conecta personas y barrios antes aislados. Una obra que puede verse como una sorprendente premonición de otra red que pronto llegaría para transformar nuestras vidas: internet.
Tal vez sea esa red que crece imparable la mejor metáfora de Las ciudades oscuras, un universo que sigue creciendo y desarrollándose para hacerse más denso, mejor conectado entre sí y con unas ramificaciones cada vez más envolventes. Sus lectores, fieles y cada vez más numerosos, han sido los primeros en quedar atrapados.
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