lunes, 2 de diciembre de 2024

Las ciudades oscuras / Benoît Peeters y François Schuiten




¿Cómo sería hoy el planeta Tierra si a mediados del siglo XIX hubiera empezado a evolucionar de otra forma? Esta hipótesis (que los puristas llaman ucronía) es la que sirve de base a una de las series más ambiciosas y sorprendentes del cómic actual: Las ciudades oscuras. Una serie atípica en su temática y en su formato. En ella no hay un personaje que se repita de un episodio a otro; ni siquiera los álbumes de la colección tienen el mismo formato: unos son en blanco y negro, otros en color; unos tienen un tamaño gigante, otros un formato apaisado; los hay que parecen una recopilación de viejos periódicos, mientras que otros tienen forma de enciclopedia, de guía de viajes o de cuento infantil. Por si esto fuera poco, el universo de Las ciudades oscuras va más allá de la historieta y se ha prolongado en exposiciones, novelas, óperas, documentales de ficción e, incluso, reformas urbanísticas en edificios de Bruselas y estaciones del metro de París.

Detrás de Las ciudades oscuras están Benoît Peeters y François Schuiten, dos creadores inquietos y con un variado bagaje profesional. Peeters, un parisino afincado en Bruselas, estudió filosofía y fue discípulo de Roland Barthes; se diría que estaba alejado del mundo de la historieta si no fuera porque siempre fue un apasionado de la obra de Hergé (de quien es hoy uno de sus máximos especialistas). Schuiten, belga e hijo de arqui- tecto, desoyó los consejos de su padre para quien el cómic era un arte menor, y debutó con 16 años en la célebre revista Pilote para luego seguir su carrera en Métal Hurlant y À Suivre.



La serie Las ciudades oscuras se estrenó con Las murallas de Samaris (1983) y se consolidó con La fiebre de urbicanda y La torre, dos de sus mejores títulos. Luego siguió ganando lectores, premios y prestigio con obras como El archivista, Brüsel, La chica inclinada o La sombra de un hombre. En cada entrega el inmenso mapa del continente oscuro se ha iluminado un poco más ante nuestros ojos y nos ha dado a conocer ciudades como Calvani, Armilia, Mylos o Pahry, con unas arquitecturas exuberantes que Schuiten dibuja con trazo pulcro y una meticulosidad proverbial.

Cada álbum puede leerse de forma independiente, pero el lector fiel a la serie encontrará en cada historia nuevas piezas de un rompecabezas imposible en donde algunos datos completan lagunas y otros parecen colocados ahí para contradecirse y multiplicar el encanto de ese potente artificio levantado por Schuiten y Peeters. Cuando más sabemos de esas ciudades más conscientes somos de los que ignoramos y más ganas tenemos de hacer un poco de luz en esa la oscuridad que nos rodea. Llevando al límite las posibilidades de la ficción, Schuiten y Peeters han organizado conferencias que son una obra más del ciclo Las ciudades oscuras. En ellas se presentan no como inventores de las ciudades oscuras sino como investigadores cuyos libros explican todo aquello que saben de ese mundo oscuro. Lo que podría tomarse como un divertimento es en realidad algo mucho más ambicioso: un intento de traspasar los límites de la obra y borrar las fronteras entre la realidad y la ficción. Esta es una serie mutante, multiforme, que bebe de otras ficciones y se refiere a ellas buscando la complicidad con el lector. Hay referencias que van del arquitecto Víctor Horta al fotógrafo Nadar, pasando por Orson Welles, Shakespeare o Kafka. Historias que parecen hijas de Ismaíl Kadaré (El palacio de los sueños) o Bioy Casares (La invención de Morel). Y por supuesto, Borges.

Precisamente Borges describió en uno de sus relatos más célebres, Tlön, uqbar, Orbis Tertius (1941), la fascinación de dos investigadores ante el descubrimiento «de un planeta desconocido, con sus arquitecturas y sus barajas, con el pavor de sus mitologías y el rumor de sus lenguas». Así trabajan Schuiten y Peeters, como cartógrafos que exploran zonas de sombra en la mitología y la arquitectura oscura.

A menudo se ha dicho que la arquitectura es el verdadero protagonista de Las ciudades oscuras, pero eso es un error, pues los temas que se abordan son tan variados como el progreso, el miedo, la comunicación, el amor o la vida en sociedad. Así, La torre es una reflexión sobre la sumisión al poder, más terrible cuanto más desconocido es (y aquí hay claros ecos de El castillo de Kafka), La chica inclinada puede leerse como una fábula sobre el paso de la adolescencia a la edad adulta y de la dificultad de ser aceptado cuando se es diferente; Brüsel es un libro-protesta contra la especulación inmobiliaria, la destrucción de las ciudades y la burocracia; La teoría del grano de arena aborda el debate sobre la inmigración y la multiculturalidad, pero también la confrontación Oriente-Occidente e, incluso puede interpretarse como una metáfora sobre las secuelas de la guerra en Afganistán; por su parte, La frontera invisible enlaza la cuestión de los nacionalismos con la búsqueda del amor.

La crítica a las dictaduras y a su deseo de construir sociedades monolíticas es el tema central de La fiebre de urbicanda (1984). En ese caso, los deseos totalizadores se demuestran inútiles cuando aparece un extraño cubo que crece sin parar desde el mismo corazón de la ciudad y crea una red que conecta personas y barrios antes aislados. Una obra que puede verse como una sorprendente premonición de otra red que pronto llegaría para transformar nuestras vidas: internet.

Tal vez sea esa red que crece imparable la mejor metáfora de Las ciudades oscuras, un universo que sigue creciendo y desarrollándose para hacerse más denso, mejor conectado entre sí y con unas ramificaciones cada vez más envolventes. Sus lectores, fieles y cada vez más numerosos, han sido los primeros en quedar atrapados.


Jot Down: Cien Tebeos Imprescindibles (2014)


domingo, 1 de diciembre de 2024

¿Qué es verdad y qué mentira?

De sus cenizas renace una secreta organización que vela por el bien de la humanidad


José Luis Vidal

28 de noviembre 2024 


Ya nadie la recuerda, los pocos agentes que sobrevivieron al desastre se encargaron de borrar aquel cataclismo que azotó la ciudad de Zanzibar donde, años después, la vida se ha impuesto de nuevo, cubriendo sus calles del ajetreo diario, de cientos, miles de habitantes, que la habitan.




MIND MGMT. Edición pirata

Guion: Matt Kindt

Dibujo: Farel Dalrymple, Matt Lesniewski, David Rubín, Jill Thompson.

Tapa dura

Color

160 págs.

20 euros

Astiberri


Uno de ellos, el joven Kito Kessey, sobrevivió a la pesadilla. Sin saber por qué y cómo, empieza a darse cuenta de cierta capacidad para leer mensajes que nadie más puede ver, lo que le dirige por un sendero que conduce hasta un gran edificio que, por su aspecto, parece totalmente abandonado.

Pero no, allí le conocen, y tras una breve conversación con la que parece una recepcionista, cruza la puerta que esta le indica.

Y justo en ese momento, la vida de Kito dejará de ser la misma para siempre jamás.

Sin él saberlo, formará parte de la fase de reclutamiento de MIND MGMT, una organización ultrasecreta, cuya misión principal es proteger la verdad, evitar que los bulos, las fake news y demás afecten a la humanidad y la lleven hacia el abismo en el que está a punto de caer en esos precisos momentos.

Para ello cuenta con una serie de agentes, comandados por La Borradora, y que será la encargada de explicar al sorprendido joven cuál será su misión.

Y es que él, junto a otras tres personas fueron los únicos supervivientes del cataclismo provocado por un agente que enloqueció, y por ello va a viajar para tratar de convencerlos para que se unan a la cruzada, en la que se van a encontrar con enemigos imposibles, situaciones que parecen salidas de una pesadilla y, sobre todo, el peso de una responsabilidad que puede ser demasiado grande para los jóvenes hombros de Kito, Denny y Chiyo, este trío tan especial.

Aunque de la cuarta superviviente se va a encargar la propia Borradora en persona, ya que es la más peligrosa…

La serie original creada por Matt Kindt, MIND MGMT, no ha sido publicada en nuestro país por desgracia (espero que a raíz de esta secuela que ahora llega a las librerías esto se remedie) y su lectura te sumerge en un mundo de secretos, espías, gente con extraordinarias capacidades que los convierten en autenticas armas humanas.

Escrito y dibujado por Kindt, es una lectura apasionante, hipnótica, en la que juega con el medio narrativo, tal como sucede en esta 'Edición pirata', en la que se acompaña por varios ilustradores de primerísimo nivel como son Farel Dalrymple, Matt Lesniewski, David Rubín (con el que ya trabajó tanto en la miniserie Ether como en Cosmic Detective, junto a Jeff Lemire) y Jill Thompson, que junto al propio Kindt ( que ilustra las peripecias de Le Black Chat)nos van a ir ofreciendo pistas de este mundo que nadie conoce pero que ahí está, aguardando para asestar el definitivo golpe a los enemigos de la humanidad.

Esperemos que logren conseguirlo.


Diario de Cadiz


Buscando Justicia en una tierra quemada Javier Marquina Susín


Hay guionistas que parecen provistos de un reloj orgánico perfecto; un artefacto genético que les sirve para medir los ritmos narrativos con una intuición de precisión casi quirúrgica. Son seres excepcionales, fieles a las reglas del género, de los que siguen los preceptos sencillos que nacen del «escribe sobre lo que conozcas» para convertir reglas universales en historias apasionantes de una solidez absoluta. Después de leer los cómics de Tom King, uno llega al convencimiento de que este americano es uno de esos privilegiados, poseedores de una perspectiva única del medio y una visión acerada que les lleva a crear magníficas obras del noveno arte. Capaz de imaginar situaciones entre lo cotidiano y lo terrorífico, entre lo mundano y lo extraordinario, sus diálogos son heladoras conver- saciones que desnudan el alma de los personajes que las entonan. De extraterrestres a androides casi humanos, pasando por espías, diligentes torturadores y jefas de la mafia local, parece que no hay tecla que este exagente de la CIA no sea capaz de pulsar con maestría.

Cualquiera de estas virtudes argumentales pueden encontrarse en El Sheriff de Babilonia, la historia de un asesinato cometido en una tierra llena de muertos; un crimen que nadie investigaría cuando las víctimas se cuentan por decenas en cada uno de los terribles atentados diarios. King demuestra inteligencia y pragmatismo al aprovechar como base su experiencia en la Bagdad recién conquistada, donde la tiranía de Sadam Hussein ha sido sustituida por el caos y la burocracia, y construye a fuego lento un relato de emociones y miserias. La anarquía gobernada desde la Zona Verde por el ejército de los Estados Unidos, más preocupado por conceder provechosas contratas para reconstruir el país que por establecer un sistema democrático plenamente funcional, es el caldo de cultivo perfecto para esta mezcla de thriller y drama.

Desde la primera página queda claro que no va a haber concesiones. Todo comienza con un disparo que no vemos; con el homicidio de un ciudadano anónimo en un país demolido y condenado al salvajismo. Sin embargo, para Christopher Henry, el policía protagonista del tebeo, este acto de violencia transformado en monótona anécdota es la espoleta que iniciará una investigación a todas luces absurda en el clima generalizado de impunidad. Ese cadáver que yace en el suelo con la tapa de los sesos levantada es uno de sus reclutas, un miembro de las nuevas fuerzas de la ley iraquí que a él le han encargado entrenar. Es alguien que conocía. Es su responsabilidad. También es una oportunidad única para purgar sus pecados. Un medio ideal para exorcizar los demonios personales que le siguen como una condena. Una excusa para hacer justicia en una tierra en la que solo queda venganza. Cuando nada tiene sentido, la necesidad de aferrarse a un código de conducta propio es imprescindible para no acabar volviéndose loco.

A medio camino entre el género bélico y la serie negra, la trama transcurre con deliberada lentitud, dosificada con pulso televisivo, situándonos como espectadores de un reality gélido, carente de héroes o villanos. Ayudado por el dibujo sucio y realista de Mitch Gerads, El Sheriff de Babilonia es un tapiz de marrones arenosos y verdes apagados; colores propios del desierto chocando contra lo militar, en una alegoría ensuciada por sangre coagulada o borrones de tinta. Las imágenes saltan del detalle fotográfico al trabajo de campo apresurado, pero lleno de intensidad. Son estampas que mezclan escenas repetidas en una iteración estática y dolorosa con los flashes de los estallidos que recorren una ciudad sitiada por los intereses económicos y el terror. Cada capítulo transmite incomodidad, una tensión ambiental casi insoportable que contrasta con los rostros bovinos de aquellos que obvian los derechos humanos con la excusa de una bandera, un credo religioso o el supuesto interés general.

Al final, lo que dejan claro King y Gerads, en su excelente interpretación de la situación de Irak, es una idea recurrente y presente cada día en los informativos: no es necesario morir para ir al infierno. E incluso una vez allí, siempre habrá alguien peleando por hacerse con el control, aunque sea el peor lugar imaginable sobre la faz de la tierra. Nunca falta gente dispuesta a ser el rey del pudridero.



El Sheriff de Babilonia. Bang. Bang. Bang.

Tom King y Mitch Gerads

ECC Ediciones 

Estados Unidos 

Rústica

160 págs.

Color

Obra relacionada

La Visión

Tom King y Gabriel Hernández Walta

(Panini Cómics)

Scalped

Jason Aaron y R. M. Guéra

(ECC Ediciones)

Los leones de Bagdad

Brian K. Vaughan y Niko Henrichon 

(Planeta Cómic)


Jot Down- Cómics Esenciales (2016)


sábado, 30 de noviembre de 2024

Enseñar el culo con arte

 Son retratos, pero ocultan los rostros. Se ven aunque no se tocan. Por primera vez, una exposición recopila las fantasías de algunos de los mejores fotógrafos del mundo seducidos por esa parte de la anatomía donde dicen que la espalda pierde su casto nombre. Son culos de artista. Por eso los mostramos. Por Pilar Parcerisas.



Ligero como plumas. La fotografía de Ralph Gibson (1997-2005) refleja un singular erotismo al captar el roce liviano de la pluma por la delicada piel de la mujer.


Oficio de desnudo. El español Carlos Serrano retrata un torso desnudo, "Espalda del Poseidón de Artemisón". El estadounidense Burt Glinn captó en un "instante único" el "strip-tease" final en un club neoyorquino, el Samoa en la calle 52, en 1949. Cada rostro de los que observan a la mujer refleja todas las emociones.
Fotografía de Carlos Serrano G.A.H./ Burt Glinn, Magnun Photos, contacto

Cuerpos sin rostro, dorsos y torsos se alzan como contracampo del retrato, origen del arte fotográfico. Y a pesar de la aparente indiferencia sexual en esta época de estrés y sobreexcitación a base de raros estimulantes ajenos al sexo, la exposición Ocultos, que ha convocado a setenta fotógrafos, nos devuelve la apetencia de la mirada, el deseo de lanzar un piropo, un silbido, o simplemente un suspiro, al paso de un movimiento de caderas provocador.

La cámara fotográfica, esa máquina entrometida y chismosa capaz de aislar con todo detalle fragmentos de la realidad, nos sirve desde la pura objetividad de su ojo mecánico breves secuencias del cuerpo humano, potenciando el erotismo de los órganos aislados, en este caso el culo, rey de la belleza pagana que recupera el Renacimiento con la desnudez de Las tres Gracias, que encontramos en el clasicismo idealizado de Rafael o, posteriormente, en las mujeres carnosas y celulíticas de Rubens.
Desde el Torso de Belvedere, de Miguel Ángel, hasta La Venus del espejo, de Velázquez, los desnudos traseros seguían siendo una excepción en el mundo del arte hasta el siglo XIX, en que las Venus se tornan de carne y hueso y los modelos recusan cualquier justificación simbólica. En La gran odalisca de 1814 o en sus bañistas de espaldas, Ingres consigue fusionar el desnudo corporal (the naked) y el desnudo artístico (the nude), provocando una especie de voyeurismo intelectual.


Indiscretos. De izquierda a derecha, el culo-anuncio de Max Pam; Luis Baylón retrató en la Gran Vía de Madrid este abrazo; Henri Cartier-Bresson captó en Alicante, en 1933, las confidencias de las mujeres en el burdel. Foto de Miguel Oriola, y la carnosidad de Marilyn fotografiada por Eve Arnold.

Surrealismo. Philippe Halsman retrató a Dalí como a un ilusionista capaz de sacarse de la chistera cuerpos de mujer en una imagen muy surrealista. A la derecha, arriba, desnudos de Antoine D´Agata, y abajo, un culo con bañador en San Juan, Alicante (1981), de Julio Álvarez Yagüe.


Alegorías. Isabel Muñoz trazó esta curva perfecta en una de las fotografías de su serie "Danza cubana", tomadas en Cuba en 2001. Abajo, "Dúo IV", de Herb Ritts, y a la derecha, una boda "sui géneris" de Elliot Erwitt retratada en el condado de Kent, Inglaterra, en 1984.

Si el desnudo como forma de arte sigue siendo el vinculo principal con las disciplinas clásicas, la fotografía no es ninguna excepción. En sus inicios y aún hoy, la fotografía de desnudo no se propone reproducir el cuerpo humano desnudo, sino imitar la concepción sublime del cuerpo desnudo desarrollada por algunos artistas. El fotógrafo inglés Oscar Gustav Rejlander fue el pionero de las pin-up de la era victoriana, desnudos traseros que imitaban las pinturas de su coetáneo Gustave Courbet, y que se reprodujeron hasta la saciedad en los magacines.

Cuando el arte ha querido mostrarse irreverente y duccasiano, ha mostrado "el culo del arte". En 1919, Marcel Duchamp, en un acto de dadaísmo iconoclasta, pintó barba y bigotes a una reproducción de la Gioconda, añadiendo al pie de ese ready-made rectificado las letras LHOOQ, cuya pronunciación en francés resulta: "Elle a chaud au cul", es decir, "ella tiene el culo caliente". Y es que para Marcel Duchamp, el erotismo en el arte es cuestión de temperaturas.

El desnudo como forma de arte en el más puro sentido defendido por Kenneth Clark es el que hallamos en versión sublime en muchas de las fotografías seleccionadas por José María Díaz Maroto para la exposición Ocultos. Dorsos masculinos o femeninos, traseros inocentes o exhibicionistas, estáticos o en acción, pictóricos o esculturales, eróticos y provocativos, desgranan distintas temperaturas artísticas entre diversas generaciones de la historia de la fotografía, desde una perspectiva global, con una amplia representación española.

Ahí están maestros del desnudo como Man Ray con su sensual torso de Nusk Éluard, Bill Brandt y André Kertész con sus desnudos deformes, Robert Mapplethorpe y sus eróticos modelos masculinos, Lucien Clergue transformando con luces y sombras un culo en una auténtica joya, Edouard Boubat con su misterioso desnudo en un bosque, Willy Ronis con sus aseos femeninos o Ralph Gibson con su erotismo provocador al paso estremecedor de una pluma por un erguido trasero de mujer.

En esos desnudos sublimes, fijados donde la espalda mira hacia el sur y pierde su nombre, está la foto de Rafael Navarro, ese culo pétreo que aúna asiento y posaderas en una única abstracción. Carma Casulá nos hace ver el culo de una estatua mientras Rosa Muñoz se mofa de los culos académicos de escayola, Toni Catany retuerce un torso masculino en horizontal y Carlos Serrano, con el mismo tema, traza una diagonal a lo Man Ray, mientras Fontcuberta homenajea a Sudek en su desnudo maquinista.

En esa categoría de desnudos artísticos donde se regocijan las formas corporales de Antoine D´Agata o Claude Fauville y Jean-Loup Sieff nos concede el placer de observar un culo femenino en la ventana del vecino, no pueden dejar de nombrarse los dos culos masculinos como olas de Herb Ritts, la carne compacta y apiñada del modelo femenino entrado en carnes de Juan M. Díaz Burgos o la espalda más carnosa y erótica que inmortalizó la cámara de Carlos Pérez Siquier.

Ocultos exhibe testimonios de la fotografía neorrealista, como la mujeres de Francesc Catalá-Roca, la pareja que mira cuadros de desnudos en plena calle y es observada por Robert Doisneau o la otra pareja sentada de espaldas, guardia civil incluido, mirando Las tres Gracias de Rubens en el Museo del Prado, que nos ofrece Ramón Masats.

El plato fuerte de la foto humanista lo constituyen las prostitutas fotografiadas por Henry Cartier-Bresson o las otras prostitutas de Joan Colom, fotografiadas por las calles del barrio chino barcelonés a finales de los años cincuenta, las "partes pudendas" de Barcelona, como dijo el escritor francés André Pieyre de Mandiargues.

Los mismos culos respingones, ceñidos por faldas estrechas y tubulares que Colom captaba con discreción con la cámara escondida en la mano, que atrapaba entrando y saliendo de los antros de la Barcelona de los bajos fondos, son los que inspiraron a Camilo José Cela sus Izas, rabizas y colipoterras, ilustrado por Colom y publicado por Lumen en 1964.

Ocultos nos ofrece tantos culos como miradas han sido lanzadas tras el visor, pero es indudable que, como dijo Duchamp, es el espectador quien completa el acto creativo. Y ahí están, para la ocasión, Marilyn Monroe sentada de espaldas ante la cámara de Eve Arnold, o el ostentoso culo de un luchador de sumo retratado por William Klein. La ironía aparece en el culito masculino, pequeño y compacto, enfundado en un cursi bañador a rayas que traza una construcción geométrica sobre la horizontalidad del mar, en la foto de Julio Álvarez Yagüe o en la pareja nudista vista por detrás con velo y sombrero de copa de Elliot Erwitt.

Está la fotografía gestual, que sorprende por mostrarnos el trasero como objeto de una acción o movimiento en plena calle. Luis Baylón muestra un abrazo gay en su serie de fotografías partidas; Isabel Muñoz, la atracción por las curvas bajo un ceñido vestido, y Miguel Oriola, el acto irrenunciable de rascarse el culo.

En ese mismo orden de gestos improvisados se encuentra el torso encorvado de Bernard Plossu, o el "culo-anuncio" en la mujer fotografiada por Max Pam que publicita en sus bragas: "Free to talk, pay to touch" ("Hablar es gratis, tocar es de pago"). Otras fotografías se aproximan a la pintura, como los cuerpos tatuados de la coreana Kim Joon o las huellas de nalgas y mano en la fotografía de Wolfgang Pietrzok. La fotografía etnográfica de ayer y hoy también se da cita en Ocultos, con la imagen de una tribu primitiva de George Rodger o el rito vudú en los reportajes de Cristina García Rodero. Nuevas sensibilidades aparecen bajo la pauta del feminismo como en las fotografías de grupos masculinos, soldados o marineros, en Georgia Fiorio, en la sensibilidad lésbica de los desnudos de la argentina Alicia d´Amico o en las fotos de Susan Meiselas y Ellen von Unwerth. Un panorama que se completa con la relación del desnudo con el espacio en Jo Brunenberg o Harry Callahan, con las poéticas nostálgicas y evanescentes de Vari Caramés, Fernando Manso y Encarna Marín, con pintores fotógrafos como René Magritte y escenas de cabaret como las que ofrecen Aaron Siskind y Burt Glinn. Jugar con el culo en grupo es el tema de Wolfgang Tillmans, mientras cuerpo y tragedia se dan cita en Ricky Dávila y Jesús Micó.

La fotografía se constituye aquí en ese espejo capaz de captar en el culo el alma secreta que le da identidad, y como la fotografía esconde más de lo que muestra, la exposición Ocultos da mucho juego al espectador, el auténtico protagonista.

El Pais Semanal número 1.618
Domingo 30 de septiembre de 2007




¡Bienvenidos al País del Sol Naciente!

Una icónica pareja del cómic, Croqueta y Empanadilla, regresa para narrarnos su periplo nipón


José Luis Vidal

27 de noviembre 2024


Confesémoslo, les echábamos mucho, pero mucho de menos.

Y es que la vida en pareja de este singular dúo triunfó, haciéndose un hueco en los corazones y librerías de los lectores y lectoras españoles, y de paso convirtiendo sus cómics en auténticos best sellers de ventas, haciendo que su autora, la valenciana Ana Oncina, consiguiera un éxito casi instantáneo.




Croqueta y Empanadilla en Japón

Autora: Ana Oncina

Tapa blanda

Color

168 págs.

16,95 euros

Planeta Cómic


Pero como ya os decía al principio, los caminos creativos de Oncina la han llevado, con el respaldo del público y la crítica, por otros senderos argumentales, regalándonos a todos los que la seguimos dos maravillas tituladas Just friends y Planeta, entre otras obras.

Sin embargo, ella en ningún momento ha dejado de lado a sus 'hijos', Croqueta y Empanadilla, y ahora, utilizando como excusa un viaje personal a Japón, cargamos la imaginaria maleta con lo estrictamente necesario y los acompañamos, para ser testigos de sus despistes, el disfrute que significa la inmersión en una cultura tan diferente a la occidental y, al fin y al cabo, mil y una divertidas anécdotas que, a la vez, van a servirnos a todos aquellos que aun no conocemos estas tierras y tenemos el deseo de poder viajar alguna vez a ellas, como útil guía de viaje, compartiendo con nosotros autenticas postales de lugares como Tokio, Kioto, Osaka, Nara, Takatsuki, etc…

Y todo ello viendo como este dúo se enfrenta al autentico vicio de los gashapones, la exquisita cocina nipona, la extrema limpieza y higiene que podemos encontrar con cualquier lugar, el placer de sumergirse en un ofuro, relajándose con su agua hirviendo o la extrema belleza de sus paisajes, sus palacios, templos…

En fin, un viaje de lo más envidiable, a unos lugares a los que siempre se desea regresar, y que ahora Ana Oncina inmortaliza con la ayuda de esta pareja que la ha acompañado a lo largo de su exitosa carrera, dejándonos mirar en sus vidas, que se acerca tanto a la realidad, la mayoría de ocasiones bajo el prisma del humor, poniendo una sonrisa en nosotros, lectores y lectoras, que identificamos estas situaciones como algo que seguramente nos ha pasado a nosotros o a algún conocido.

Para los fans más irredentos de Oncina, como colofón a este periplo en viñetas, la autora incluye una sección de extras en la que comparte con nosotros los bocetos, anotaciones que utilizó en la futura obra, tickets, tarjetas, etc… Un autentico collage que, una vez digerido por el talento de esta autora a la que aún le queda mucho y bueno que contar, ha dado como resultado una obra en la que se mezcla el valor de lo cotidiano, la simpatía y de paso un afán didáctico por llevar a nuestros hogares un trocito de estas tierras tan lejanas, pero que ahora las tenemos al alcance de la mano, tan solo abriendo y disfrutando de este cómic.


Diario de Cadiz