viernes, 29 de marzo de 2019

Viajando por Ether

Matt Kindt y David Rubín embarcan a su protagonista en un nuevo y peligroso periplo por este fantástico mundo



JOSÉ LUIS VIDAL
27 Marzo, 2019

Si viajáis a la ciudad de los canales, Venecia, tal vez tengáis la oportunidad de conocer a un viejo vagabundo, un tipo barbudo y desaliñado al que encontraréis más de una vez royendo un trozo de pan o una porción de pizza rescatada de la basura.

Pero Boone Dias, que es su nombre, no es lo que parece. Él podría contaros docenas de historias sobre ese país al que para llegar hay que ejecutar un "salto de fe", dejando todo atrás… Para llegar a Ether, un lugar distinto, donde los colores son más llamativos y sus habitantes parecen salidos de un libro creado por un escritor con una imaginación desbordante.

Pero es real, totalmente real. Y Boone lo sabe porque ha traspasado la barrera docenas de veces para resolver misterios. Con su mente racional, ya que no cree en lo místico, ha viajado a lo largo y ancho de estas curiosas tierras, ayudando a algunos habitantes, pero también creándose peligrosos enemigos, villanos que actúan en la sombra y que desean la destrucción de esa otra gris realidad, la de la Tierra.

Para los que hayáis tenido la suerte de leer el primer volumen de esta serie publicada por Astiberri, ya sabéis quiénes son sus principales protagonistas, ya que además de Boone, vamos a conocer a Glum, el guardián de paso, un enorme simio que, sin proponérselo, se convierte en la mano derecha del investigador, una especie de Watson peludo. Pero no será el único, ya que en el país de las hadas reside una muy especial, con bastante mala baba, Violeta Campana. En este segundo volumen conoceremos, a base de flashbacks, como ella y el protagonista se conocieron, y el luctuoso suceso que tendió entre ellos un abismo.

Pero regresemos a Venecia, donde Boone pasa los días, ahogado por los errores y pérdidas que ha sufrido a consecuencia de esa otra "vida" en Ether, ya que un solo día allí son meses en nuestro mundo, por lo que su matrimonio con Hazel, su esposa, se rompió para siempre, dejando a dos hijas abandonadas por el camino.

Un suceso inexplicable, y terriblemente peligroso, acecha. Una serie de agujeros, portales, se están abriendo a lo largo y ancho del planeta, tendiendo un camino entre los dos mundos. Y lo que puede venir de Ether no lo hace precisamente en son de paz. La amenaza de los Gólems de cobre acecha a la humanidad (en el anterior tomo ya pudimos ver el caos que solo uno de ellos pudo crear).

Reclutado por la agente de una organización secreta, Boone regresará a Ether, pero esta vez la ayuda de Glum y Violeta no será suficiente, así que deberá reclutar a Grandon Cuerposado, un tipo al que le gusta el peligro y que es el único que puede localizar y anular los pasajes. Pero antes tendrán que liberarlo de la letal prisión en la que se encuentra encarcelado.

Y aquí se inicia esta extraordinaria aventura que los va a llevar a parajes lejanos y extremadamente peligroso, y en ellos conocerán a nuevos personajes, como la maga Agripa, al Narrador Supremo, Gail Animin, que en alguna ocasión les va a poner las cosas muy difíciles al cuarteto de héroes que, sumando la racionalidad de Boone, más la total y absoluta locura de Grandon, puede que logren a acabar con la letal amenaza. Pero no va a ser cosa fácil, os lo aseguro.

El guionista norteamericano Matt Kindt ha creado una fantasía en la que se mezcla un mundo habitado por personajes imposibles, pero donde el Mal está latente, y lo enfrenta a la realidad, un lugar oscuro, triste, deprimente, donde Boone se consume poco a poco, y al que está condenado a regresar cada vez que su cuerpo se desgastas, quedándose sin la energía que le proporciona la comida, alimentos que su cuerpo rechaza en Ether.

Me pregunto si llegará el día en el que varias de las mejores creaciones de Kindt, publicadas en el mercado estadounidense, llegarán a nuestro país. No comprendo por qué los lectores españoles aún no han podido disfrutar de MIND MGMT, Dept H o Grass Kings, tres maravillas, dibujadas las dos primeras por él mismo y la tercera junto a Tyler Jenkins, en las que este genial guionista nos presenta organizaciones secretas, poderes mentales, aventuras submarinas y los misteriosos asesinatos que se cometen en una curiosa localidad.

Pero volviendo a Ether, esta serie no existiría sin el mágico y potente trazo de su cocreador, el autor español David Rubín, que mes a mes deja constancia de su arte en su exitosa carrera en los USA y lo hace no solo en estas páginas, repletas de ingenio y originales diseños, sino que junto a el guionista John Arcudi, acaba de completar el segundo volumen de otra serie, Rumble (cuyo primer arco está siendo publicado también por Astiberri).

Rubín explora todas las posibilidades de la página de cómic, regalándonos un auténtico tour de force visual, una delicia para la vista, constatación y golpe en la mesa para esos agoreros que manifiestan de vez en cuando que este medio, el Cómic, está agotado.

Si os gusta la aventura, la fantasía más desbordante, éste es vuestro cómic. Eso sí, tened en cuenta una cosa. Los que se internan en Ether ya nos será los mismos a su regreso…



Malaga Hoy


Una buena cosecha

'Black Hammer', obra de Jeff Lemire y Dean Ormston, devuelve la magia y el sentido de la maravilla al género de superhéroes y se suma a otros tomos ya publicados


JAVIER FERNÁNDEZ
27 Marzo, 2019


'Black Hammer. La edad sombría. Parte I'. Jeff Lemire, Dean Ormston. Astiberri. 144 páginas. 16 euros.


Ya les he dicho otras veces lo que me gusta la selección de títulos comerciales estadounidenses del catálogo de Astiberri. Desde su inicio, la editorial vasca ha tenido buen ojo para escoger obras independientes (véanse los tomitos de Grendel o Bone), y, de las últimas series, tengo sobre la mesa tres que me tienen enganchado.

La edad sombría. Parte I es el subtítulo del nuevo volumen de Black Hammer, esa virguería de Jeff Lemire y Dean Ormston (con la inestimable aportación del colorista Dave Stewart) que devuelve la magia y el sentido de la maravilla al género de superhéroes. El presente tomito se suma a los tres que ya han visto la luz (los dos de la primera serie, más el spin-off Sherlock Frankenstein, ilustrado por David Rubín), y compila los episodios 1 a 5 de Black Hammer: Age of Doom (2018), en donde continúan las desventuras de este puñado de héroes atrapados en una misteriosas granja de la que no encuentran modo de escapar. La melancolía y un sofisticado análisis de las relaciones personales se mezclan con la reflexión sobre la propia naturaleza narrativa del género, con profusión de referencias y homenajes a motivos y personajes clásicos. Lemire es uno de los guionistas más interesantes del panorama actual, sobre todo cuando, como aquí, está en plena forma, y el estilo de Ormston es de los que atrapa desde la primera página. La serie original tiene el tono de los productos de Dark Horse, y los cómics se acompañan de un cuadernillo de bocetos y notas, para mayor disfrute.



También de Lemire, esta vez con Dustin Nguyen en el apartado gráfico, es el fenomenal serial de ciencia ficción Descender, que alcanza el desenlace con su sexta entrega, titulada Máquina de guerra. Son los números 27 a 32, publicados originalmente por Image en 2018, y obtendremos aquí las respuestas a los interrogantes planteados desde el inicio por esta space opera de robots buenos y malos y guerras estelares. Digo que es el desenlace, pero los autores ya están preparando las siguientes aventuras ambientadas en este peculiar universo creativo, por lo que tampoco tiene mucho sentido ponerse triste. En palabras de Lemire: "Vi que no hacía falta terminar Descender como lo había planeado; podíamos seguir adelante. Iríamos más allá de mi final original y llegaríamos hasta el futuro, de modo que convertiríamos la serie en un híbrido de fantasía/ciencia ficción. Esta nueva dirección nos permitiría hacer una serie que fuera completamente fresca y nuevo, pero también continuar con la saga de Descender. La historia final de Descender siempre tuvo el título previsto de Ascender, de modo que ese título encajaba perfectamente con la nueva serie, que empezará a principios de 2019".



Y para rematar, solo unas líneas para recomendarles el volumen cuatro, Cuatrorgía, de Sex Criminals, el premiado serial de Matt Fraction y Chip Zdarsky protagonizado por una pareja capaz de detener el tiempo cuando alcanza el orgasmo. Ojo, porque suceden cambios inesperados en este volumen, pero no quiero reventarles el final...


Malaga Hoy


Con licencia para matar, pero de risa

'El sulfato atómico' (1969), del historietista español Francisco Ibáñez, es la primera historia de larga extensión de su serie 'Mortadelo y Filemón' y es una parodia de la Alemania nazi



GERARDO MACÍAS
27 Marzo, 2019



'Mortadelo y Filemón: El sulfato atómico'. Guion y dibujos: Francisco Ibáñez. Penguin Random House, 2018.

A mediados de los sesenta, el espionaje internacional se puso de moda en la ficción y Editorial Bruguera no dudó en subir al carro a Mortadelo y Filemón, que habían debutado como simples detectives en 1958. En 1962, se estrenó la película Agente 007 contra el Dr. No, protagonizada por Sean Connery; en 1963, La pantera rosa, película dirigida por Blake Edwards y protagonizada por Peter Sellers en el papel del Inspector Clouseau; en 1965, Superagente 86, teleserie humorística protagonizada por Don Adams, en el papel de Maxwell Smart, agente que trabaja para Control, una agencia de espías de Estados Unidos; en 1966, la teleserie estadounidense Misión Imposible...

En 1969, Editorial Bruguera pide a Francisco Ibáñez que adopte un estilo francobelga; más elaborado. La idea era que los personajes tuvieran aventuras largas y que fueran recopiladas en álbumes para su venta en el extranjero. Siguiendo la estela de la moda cinematográfica y televisiva del espionaje, la editorial introduce a los dos protagonistas en la T.I.A., en referencia a la C.I.A. Dos nuevos personajes serán imprescindibles: el superintendente Vicente y el profesor Bacterio (éste último, culpable de la calvicie de Mortadelo). Filemón sigue siendo el jefe, pero ambos rendirán cuentas al superintendente.

Por imposición editorial, Ibáñez toma como modelo a Franquin (dibujante de Spirou y Fantasio). La salida al mercado de esta historia, amén de su posterior publicación en álbum con un formato parecido al del mercado francés, cambió el concepto de historieta juvenil española.

Tras el apoyo del régimen franquista a Alemania durante la II Guerra Mundial, España quedó aislada internacionalmente. La Guerra Fría y la posición estratégica de España, hicieron que USA se interesara por retomar relaciones. En 1955, España entró en la ONU. Eisenhower visitó España en 1959. El régimen franquista abandonó el aislamiento internacional, lo que facilitó los planes de Bruguera de exportar sus historietas al resto de Europa.

A pesar del final del aislamiento, España seguía bajo la dictadura franquista. Sin embargo, la primera historia larga de Mortadelo y Filemón parodia la Alemania nazi, haciendo un guiño a las democracias occidentales: El sulfato atómico trata sobre un elixir para el control de plagas inventado por el profesor Bacterio, que, por error, vuelve gigantes a los insectos. Mortadelo y Filemón son enviados a recuperar un bote de sulfato robado por la República de Tirania, país gobernado por un dictador de ansias expansionistas, que planea utilizarlo como arma para conquistar el mundo.

El sulfato atómico tiene 46 páginas. Se publicó en forma de serial del 27 de enero al 30 de junio de 1969 en la revista Gran Pulgarcito, nº 1 a 23, a razón de dos páginas semanales.

Ibáñez da continuidad a determinadas situaciones, de manera que los agentes conservan sus chichones hasta el final de la historia; y puede verse también que Filemón cambia de ropa y se pone otra (sin su característica pajarita), que conserva hasta la última viñeta. Esta característica se perderá en futuras historias largas.

Ibáñez no estaba a favor de invertir tanto tiempo en una aventura y, poco a poco, las siguientes aventuras llevarán menos elaboración en los dibujos, se perderá la influencia de Franquin y tenderán al estilo con el que Ibáñez se siente más cómodo.

El sulfato atómico se recopiló en Ases del Humor nº 1, de 1969; en la primera edición de Colección Olé nº 139 en 1977; en Magos del Humor nº 1, en 1984, 1987 y 2018; en Colección Olé nº 100 de la cuarta edición (tercera de Ediciones B) en 1995; en Súper Humor nº 21 de Ediciones B; y en Las mejores historias de Mortadelo y Filemón nº 1, en 2001.

Este álbum ha sido adaptado en 1995, en un episodio de la teleserie de animación de Antena 3; en 1998, la empresa española de videojuegos Alcachofa Soft lanzó una aventura gráfica para ordenador con título homónimo; la película realizada con actores reales La gran aventura de Mortadelo y Filemón se hace eco de la historieta en detalles como el destartalado autocar de la compañía El Avión; el cartel Visite Tirania; y el discurso de Rompetechos, creación favorita de Ibáñez, que suele hacer cameos en todas sus series.



Malaga Hoy


miércoles, 27 de marzo de 2019

Un nuevo contrato social

Juan Díaz Canales, Premio Nacional de Cómic en 2014, ilustrador y cineasta, traza un comentario gráfico sobre los retos urgentes a los que debemos hacer frente





JUAN DÍAZ CANALES
26 MAR 2019 - 18:52 CET

El retorno de los eternos Zipi y Zape

Bruguera recupera a los gemelos cuando se cumplen 25 años de la muerte de Escobar

LAURA FERNÁNDEZ
Barcelona 26 MAR 2019

El nieto de Josep Escobar, Sergi, Francisco Ibáñez y Javier Pérez Andújar, durante la presentación del relanzamiento de 'Zipi y Zape' en Barcelona, en el 25 aniversario de la muerte de su autor. MASSIMILIANO MINOCRI EL PAÍS

Estaban ligeramente basados en los revoltosos hermanos de historieta alemana Max y Moritz, nacidos allá por 1865, de la mano entintada de Wilhelm Busch, uno de los padres de la tira cómica europea. Querían hacer el bien, pero a veces, casi siempre, acababan haciendo algo tan mal, que su padre, don Pantuflo Zapatilla, no tenía más remedio que castigarles de tan terribles e ingeniosas maneras como fuera posible. Siempre fingían haber sacado “sendos dieces” cuando en realidad tenían “sendos ceros” en lo que fuese porque el fin justificaba los medios y lo único que querían era que les comprasen, de una vez, su par de ansiadas bicicletas.


Zipi y Zape, los gemelos más famosos de la historieta española, los que hicieron de Josep Escobar el maestro de tantos dibujantes —incluido el propio Ibáñez, que creció dibujando continuaciones a las historietas de los traviesos hermanos que leía de pequeño—, han vuelto, y lo han hecho renovados. La editorial Bruguera, desde 2017 en manos del gigante Penguin Random House, ha ajustado el color y ha introducido pequeños cambios lingüísticos para atraer a los niños de hoy con la intención de convertirse, como Ásterix y Óbelix, en su propia marca.


El relanzamiento coincide con el 25 aniversario de la muerte de Escobar, “todo un pionero”, en palabras del escritor Javier Pérez Andújar, “un maestro, en el sentido más profundo del concepto, pues fue el que enseñó y abrió camino, fue sensible antes que los demás a cómo había que hacer las cosas”. “Fíjense, a los 12 años pintó un mural de seis metros en una pared de una calle de su ciudad, Granollers, que daba a la carretera de Barcelona, convencido de que alguien lo vería y descubriría su talento y lo ficharía para convertirse en lo que siempre quiso ser y acabó siendo: dibujante”, recordó ayer Pérez Andújar. “A la semana se dio cuenta de que había cometido el error de no firmarlo, y, claro, ¡así cómo iban a llamarlo!”, apostilló su hija Montse, que le recuerda siempre dibujando. “Leíamos sus historietas antes de que se publicaran y cuando detectábamos que había usado algo nuestro, ¡le cobrábamos por derechos de autor!”, bromeó. Tanto su hermano Carles como ella aborrecían su icónica pipa, que estos días puede verse en la pequeña exposición que acoge Fnac Triangle, en Barcelona. “¡Era imposible no toser a su lado!”, recuerdan.

Su nieto, Sergi Escobar, ahora al frente de su legado, gafas de cristales tan gruesos como las de su abuelo, dice que esto es solo el principio. Este año van a recuperarse tres de las 16 “aventuras largas” que Escobar ideó para Zipi y Zape. Llegó a escribir 10.000 páginas solo de los gemelos, como recordaba Ibáñez durante la presentación del par de primeros volúmenes, La vuelta al mundo y El tonel del tiempo, “¡podría empapelarse la muralla china con nuestros originales!”, afirmaba. “Y al menos se recuperarán tres cada año, pero la intención es encontrar a un dibujante de trazo similar que pueda continuar con las aventuras”, apuntó su nieto. Se admiten apuestas.

Los renovados Zipi y Zape. BRUGUERA

Respecto a los originales, todo lo que Escobar firmó antes de 1987 —y pensemos que la primera historieta de Zipi y Zape data de 1948—, sigue “en paradero desconocido”, porque primero la desaparecida vieja Bruguera y luego Grupo Zeta se negaron a devolvérselos a sus legítimos dueños. “Era terrorífico, los destruían sin más para que no los tuviéramos”, se lamentaba Ibáñez, que no hacía más que recordar que para él, Escobar, “era Dios” y que daría cualquier cosa por volver a verle. "Si pudiera verle aparecer, envuelto en el humo de su pipa, ahora mismo, sería la persona más feliz del mundo", apostilló el dibujante.

Escobar, dijo Ibáñez, “fue un hombre sencillo, un verdadero amigo”. Les separaban 28 años pero “parecía que hubiéramos estado toda la vida juntos”. Recordaba el creador de Mortadelo la de veces que se cruzaron en las oficinas de Bruguera, y cómo, uno y otro, se volvieron esclavos de sus personajes de éxito – él, de Mortadelo; Escobar, de los gemelos –, condenando a la desaparición al resto. “Éramos ninotaires – humoristas gráficos – y estábamos en una fábrica. La producción no paraba nunca. A veces ni siquiera te dejaban acabar tus historietas. Simplemente las dibujabas, y venía alguien a ponerles el color y a rotularlas. Con la obsesión de producir nos estaban matando, estaban matando nuestro trabajo”, sentenciaba el dibujante.

¿Y sintonizarán los niños de hoy con la pareja de hermanos? “Zipi y Zape son eternos”, respondía Montse Escobar, porque, añadía, “eran niños traviesos pero con un buen fondo”. “Sus valores son atemporales y sus historias, tan divertidas como entonces”, aseguraba el nieto, Sergi, que recuerda a su abuelo dibujando incluso en la casa de campo en la que la familia se reunía los domingos. “Era una fiera, era el mejor”, añadió Ibáñez. Y ha vuelto para quedarse, para dejar, en realidad, que sean sus personajes los que se queden.


El Pais


Lo más “bajo” y lo más alto

Nick Drnaso ha cuarteado los esquemas conservadores de quienes todavía consideran al cómic pariente ancilar de la “gran” literatura

MANUEL RODRÍGUEZ RIVERO
23 MAR 2019


Dibujo de 'Buñuel en el laberinto de las tortugas', de Fermín Solís.
1. Gráficas
El hecho de que Sabrina (Salamandra), la novela gráfica de Nick Drnaso que recomendé en estas mismas páginas, figurara entre las finalistas del Man Booker Prize ha cuarteado los esquemas conservadores de quienes todavía consideran al género pariente ancilar de la “gran” literatura. Mucho tiempo antes de que Ortega —que siempre se la cogía aristocráticamente con papel de fumar a la hora de referirse a la “muchedumbre”— certificara filosóficamente (1930) que “ahora todo el mundo es solo la masa”, la frontera entre la “alta” y “baja” cultura se estaba volatilizando.




Con el Nobel a Dylan se rasgaron las cortinas del templo de la Kultur, de modo que imaginen el quilombo si al jurado sueco de literatura —que lleva en dique seco desde que Jean-Claude Arnault, “ese cabrón”, como lo llamó Peter Englund, fuera acusado de abusos sexuales— se le ocurriera premiar una novela o ensayo gráfico de la categoría de los de Drnaso (Sabrina, 2018), Art Spiegelman (Maus, 1991; Reservoir Books) o Alison Bechdel (Fun Home, 2006; Reservoir Books), tres autores que me vienen a la cabeza y que nadie me negará que exhiben una obra por lo menos tan sólida en su campo como lo fue en el suyo la de don José de Echegaray, primer Nobel hispánico (1904).


Precisamente porque hace tiempo que soy escéptico en cuanto a la validez de la oposición alta/baja cultura es por lo que me ha extrañado que Rodrigo Fresán, un escritor y crítico con cuyas opiniones literarias suelo coincidir, se refiera a La frontera, la estupenda y exigente novela de Don Winslow (Harper Collins) que tanto les he recomendado, como “literatura popular de alto calibre”, una expresión que no entiendo qué puede significar ahora, a menos que también la merecieran, por ejemplo, El agente secreto (Conrad, 1907), Lolita (Nabokov, 1955) o la misma Jardines de Kensington (Fresán; Mondadori, 2003).



Volviendo a las historias gráficas, entre las últimas que me han llegado me ha parecido particularmente interesante la biografía Buñuel, en el laberinto de las tortugas (Reservoir Books), de Fermín Solís. En cuanto a la decimotercera entrega de Macanudo, del argentino Liniers (también en Reservoir), un historietista al que sigo desde hace tiempo, debo decir que ahora, cuando leo y miro sus tiras reunidas en volumen, me resultan un tanto autorreferenciales y déjà vues; y, encima, tuve que esperar hasta la página 81 del álbum para encontrar una única y mísera referencia a la aceituna Oliverio, que es su personaje que prefiero. No pido un monográfico sobre la criatura, pero tampoco se merece ese aparatoso ninguneo.

2. Poetas
Por azares de la edición me llega la obra completa de dos poetas que conocí tardíamente, y gracias a otro: Ezra Pound. A Catulo (84-54 antes de Cristo) siempre se acaba volviendo, y la admirable, cuidadosa, elegante (pero también soez cuando lo requiere) traducción de su Poesía completa (Penguin) a cargo de Ramón Irigoyen nos proporciona una gran ocasión de hacerlo de nuevo. Pound lo tradujo y lo admiró, como demuestra su poema ‘Sociedad’, que no me resisto a transcribirles: “La posición de la familia decaía. / De ahí que la pequeña Aurelia,  / que había reído dieciocho veranos, / soporte ahora el paralizante contacto de Fidipo” (traducción mía).



A Matsuo Basho (1644-1694) lo conocí también a través del gran poeta de Idaho, aunque reconozco que lo primero de él que leí entero fue su travelogue poético Sendas de Oku editado por Octavio Paz y Eikichi Hayashiya (Barral Editores, 1970). Su Poesía completa (Ediciones El Gallo de Oro; traducción comentada de Beñat Arginzoniz) nos ofrece la summa del gran maestro del haikú. Su huella en la primera época de Pound es evidente; lo atestigua, por ejemplo, el brevísimo ‘En una estación de metro’: “La aparición de esos rostros en la multitud, / pétalos en una rama húmeda y negra”.

3. Comunista
Estupenda la labor de recuperación que viene realizando Renacimiento, el buque insignia de Abelardo Linares, en su serie Biblioteca de la Memoria, en la que se publican, reeditan o recomponen textos olvidados, poco conocidos o descuidados por los sellos del mainstream, nada proclives a la paciente búsqueda de obras perdidas, un territorio en el que Linares —de amplia trayectoria como librero “de viejo” y rastreador de tesoros bibliográficos ocultos en almacenes de dos continentes— no tiene rival. Ese es el caso de Memorias de un ministro comunista de la República, de Vicente Uribe, de cuya edición han sido responsables Almudena Doncel y Fernando Hernández, que han fijado y anotado las tres carpetas de recuerdos políticos que el dirigente del PCE compuso y dictó a partir de 1956, cuando ya había caído en desgracia y había sido desplazado (con ignominia) de la cúpula del poder comunista por el irresistible ascenso de los jóvenes (Carrillo, Claudín, Gallego).


Más allá del interés histórico del texto —que da una versión muy pro domo sua de la evolución del PCE durante tres décadas—, las Memorias de Uribe (ministro de Agricultura de 1936 a 1939, durante los Gobiernos de Largo Caballero y Negrín), permiten una versión de primera mano de las opiniones y la línea política de los estalinistas españoles acerca no solo de su propio pasado (la dirección “sectaria” de Bullejos, Adame y Trilla), sino también de sus histéricos y oportunistas cambios de línea durante los años treinta —desde la crítica a los “socialfascistas”, a la imposición del “frente único” contra el fascismo—, así como de las purgas a derecha e izquierda que reflejaron las que tenían lugar en la “patria socialista”.

El volumen se cierra con un anexo que recoge su patética intervención “autocrítica” en la sesión del Comité Central que determinó su defenestración política. Uribe murió en Praga en 1961. En la actualidad, un vivero de empresas de Sestao, dedicado al “fomento de las actividades emprendedoras”, lleva su nombre.


El Pais


lunes, 25 de marzo de 2019

El humor de ala ancha que recorrió Europa

Una exposición recupera la figura del dibujante Andrés Martínez de León, creador de Oselito, personaje que habitó las mejores páginas de la prensa española del siglo XX

AMALIA BULNES
Sevilla 12 MAR 2019


Dos viñetas de Oselito, el famoso personaje de Andrés Martínez de León. PACO PUENTES

De su nacimiento en Sevilla, el ilustrador y pintor Andrés Martínez de León (Coria del Río, 1895 - Madrid 1978) conservó siempre su acento andaluz prendido en la ortografía fonética con que adornaba sus escritos y, sobre todo, un personaje que fue para siempre el alma de sus viñetas y trasunto del autor: Oselito –trazo suelto en plumilla, sombrero de ala ancha, pajarita y chaquetilla corta–, el prototipo de andaluz de hondo gracejo, poseedor de una sabiduría popular y un compromiso político que lo entronca directamente con el Senequismo.


El resto es la historia de un dibujante que consiguió hacer de sus gustos y humor locales –la fiesta de los toros, el acento andaluz, su pasión por el Betis– un tema universal por el que rivalizaban los mejores rotativos nacionales y que llegó a dejar su impronta en Rusia: "En los años previos y durante la Guerra Civil, Oselito era más famoso que Micky Mouse". Lo asegura Sara González, comisaria de la primera gran exposición antológica sobre su obra, que puede verse hasta el 31 de julio en el Museo de la Autonomía Andaluza, ubicado en Coria del Río, su localidad natal, y que repasa la peripecia vital y la singularísima obra de este ilustrador condenado a muerte en los primeros años de Dictadura, pero que recibió finalmente el indulto que Franco otorgaba en Navidad a los condenados por delitos sin sangre.


Su obra comienza siendo más clara y luminosa, y Oselito un personaje blanco surgido de su afición taurina (su nombre es un claro homenaje a Joselito El Gallo), que aparece por primera vez en una viñeta en 1918. No obstante, con la irrupción de la Guerra Civil, el dibujante convierte a su protagonista en miliciano. "Martínez de León fue un artista marcado por el sentido del humor, pero en la Guerra lo pierde y deja la sátira para entregarse al compromiso con la causa republicana", asegura la comisaria. Sin embargo, en el anecdotario encontramos signos de lo contrario, de su humor infatigable, del que queda como testimonio la carta que el poeta Miguel Hernández envía a Josefina Manresa en junio de 1937 desde el Frente de Extremadura: "Oselito está aquí y es él quien hace que de pronto suelte yo la risa a borbotones".

Era frecuente confundir a autor y personaje, como hace en su misiva el poeta de Orihuela: "Martínez de León fue un hombre tímido y Oselito era su alter ego, su lado más gamberro y parte indispensable de su obra, que lo acompañó hasta el final de sus días en un viaje que atraviesa todo el siglo XX español y que recorre la Monarquía, la República, la Guerra Civil y la Dictadura", explica González, que comisaría la exposición junto con Antonio Bizcocho. Para este último, la muestra "pone el foco en la relación entre el creador y el producto, entre la realidad y la ficción, un binomio en el que el límite a veces no está definido y en el que la imagen proyectada sobrepasa al propio artista".

Oselito, fue, sin duda, lo más demandado de Martínez de León en los periódicos de todo el país. Afincado ya en la capital de España, el ilustrador fue colaborador habitual de El Heraldo de Madrid, El Sol, La Voz y, finalmente, El Liberal. "Allí triunfaba con sus viñetas de escenas típicas sevillanas", rememora la comisaria. Tanto éxito alcanzó que La Voz lo destina como enviado especial a Rusia en 1935 para realizar la crónica ilustrada los fastos del XVIII Aniversario de la Revolución Bolchevique. El resultado fue la publicación Oselito en Rusia editada en 1936, donde Martínez de León no renuncia a dotar sus textos de la peculiar fonética trianera, ni a las características fundamentales de su personaje, como su sombrero cordobés ladeado y la fina estampa que emulaba la figura de Joselito El Gallo.

"Fue uno de los autores más plagiados de la época", asegura González, que repasa cómo este sevillano paseó su impronta por todo el territorio nacional: "Sus viñetas aparecían en la prensa regional gallega, y en Valencia fue el cartelista de sus fiestas", continúa la comisaria, que valora de Martínez de León "su destreza en el dibujo y el genio con la plumilla, donde más brilla". Un hito particularmente importante fue la realización del cartel de los Sanfermines en 1959, obra que se hizo tan popular que fue rescatada, ese mismo año, como imagen de la Vuelta Ciclista a España.

Y, cómo no, su gran legado a la posteridad deportiva: en 1958 recibe el encargo de narrar e ilustrar la historia del Real Betis Balompié con motivo del quincuagésimo aniversario del club. El resultado fue una publicación escrita con el humor característico de Oselito, donde el personaje exclama la consigna que, a día de hoy, sigue siendo el grito de guerra de la afición: "¡Viva el Betis manque pierda!".

EL AMIGO DE BLAS INFANTE
"Yo fui el primero que dibujó el escudo de Andalucía, siguiendo las instrucciones que me iba dando don Blas", escribe en algún momento de su vida Andrés Martínez de León. El ilustrador de Coria del Río, efectivamente autor del emblema regional, siempre defendió su amistad con el padre de la patria andaluza, Blas Infante. Trasladado a Coria como notario en 1930, coincide con el traslado de Martínez de León a Madrid, demandado por la prensa nacional, apenas unos meses más tarde.

"Sin embargo, Blas Infante le animó a no perder sus raíces sevillanas y andaluzas y le animó a comprarse una finca que lindaba con la suya", justo donde hoy se levanta el Museo de la Autonomía Andaluza, recuerda Sara González. Fueron vecinos, "Martínez de León pasaba aquí sus vacaciones familiares hasta la llegada de la Guerra", y amigos íntimos hasta el final de los días del líder andalucista.


El Pais