lunes, 25 de marzo de 2019

Ibáñez, intelectual por Javier Cercas

10 MAR 2019

No merece ese calificativo quien desvela verdades ocultas, sino quien tiene el valor de nombrar lo que está a la vista de todos y nadie se atreve a nombrar

ME REFIERO por supuesto al gran Ibáñez, a Francisco Ibáñez, al padre de Mortadelo y Filemón, 13 Rue del Percebe y tantos otros tebeos con que nos criamos varias generaciones de españoles. A estas alturas ya todos somos sin duda conscientes de cuánto le debemos; los escritores, sin ir más lejos: todos hablamos de lo mucho que nos han influido Shakespeare y Cervantes (lo que en el fondo es cierto, incluso aunque no los hayamos leído), pero quizá quien nos ha influido de verdad es Ibáñez. De cuya posteridad, dicho sea de paso, nada se sabe: al fin y al cabo, para sus contemporáneos Shakespeare apenas era literatura y, como decía José María Valverde, Cervantes nunca hubiera ganado el Premio Cervantes. En cuanto a mí, sólo diré que todavía me sorprendo riéndome solo con disparates de Mortadelo que leí hace 50 años. Todo esto, como digo, ya lo sabíamos. Lo que no sabíamos —de lo que nos estamos enterando gracias a entrevistas como la que publicó Borja Hermoso en este suplemento— es que, además, Ibáñez es un intelectual.

Un intelectual es una persona que, aparte de ganarse la vida con su trabajo, interviene a través de los medios en el debate público. Esta figura, que nació en el siglo XVIII como difusor de las luces de la razón frente a las tinieblas del oscurantismo, para algunos murió por propia mano a fines del siglo pasado, tras muchas décadas entregada con fervor a la ceguera ideológica, la apología de atroces regímenes políticos, el sectarismo, el gregarismo, el arribismo y otros ismos no menos abominables. Pero yo discrepo; de hecho, cada vez que oigo hablar de la famosa “muerte del intelectual” —o del no menos famoso “silencio de los intelectuales”— me da tanta risa como si estuviera leyendo a Ibáñez: ¡pero si hoy hay más intelectuales que nunca en el mundo, y más vociferantes! ¡Pero si hasta hace cuatro días era indispensable escribir en un periódico o hablar en una radio para tomar parte en el debate público, mientras que hoy basta con un simple iphone para hacerlo! Esa es la realidad: que, nos guste o no el sustantivo intelectual —yo lo detesto, por pomposo—, todos los que opinamos sobre lo que ocurre en la polis y a todos atañe somos intelectuales. Lo cual, claro está, no significa que todos seamos idénticos: hay intelectuales buenos y malos. Ibáñez, sin duda, es de los buenos. En un momento de la mencionada entrevista, Hermoso le recuerda que en su trabajo ha tocado muchos temas de actualidad, pero no el conflicto catalán, y le pregunta si él, catalán de Barcelona, piensa hacerlo. “Ay, no, no, no”, contesta Ibáñez, que acaba de decir que un humorista debe poder criticarlo todo, incluidos el Papa y el Rey. “Es que aquí algunos se lo toman como algo personal, y si no les gusta lo que dice el otro, ya le ven como enemigo acérrimo y tal”. Y concluye: “La editorial está por medio. Y si un tebeo mío tiene 78.000 lectores, no les voy a dejar de repente con 30.000 porque a mí se me ocurra tratar ese tema e ir contra un bando u otro. No”. ¡Ahí lo tienen! Muchos se preguntan por qué tantos catalanes relevantes, que despotrican en privado de lo que ocurre en Cataluña, en público se muestran neutrales, o callan, o templan gaitas, o usan todo tipo de circunloquios, evasivas y añagazas para no decir lo que piensan, y aquí llega Ibáñez y lo dice con una claridad inequívoca: porque no sale a cuenta, porque arruina el propio negocio. Como tantas cosas parecidas, esto, en Cataluña, lo sabemos todos, pero nadie lo dice, y ese abismo entre lo que se sabe y lo que se dice es una de las causas de la situación actual. Por lo demás, dirán ustedes que me ciega la devoción, y que las palabras de Ibáñez —empezando por eso de escudarse detrás de la editorial— delatan una cierta cobardía; discrepo de nuevo: no puede ser un cobarde quien dice una verdad que tanta gente calla.

En realidad, eso es, antes que nada —o debería ser—, un intelectual: no quien desvela supuestas verdades ocultas, sino quien tiene el valor de nombrar lo que está a la vista de todos y nadie se atreve a nombrar. En este sentido, Ibáñez es un intelectual de primera. Como diría Mortadelo, gracias, jefe. 


El Pais


Paco Roca revienta la viñeta y dibuja un nuevo museo

El dibujante valenciano presenta una exposición insólita para las paredes del IVAM

FERRAN BONO
Valencia 7 MAR 2019

Paco Roca, entre sus obras de 'El dibujado' en el IVAM. MÒNICA TORRES

A veces, la libertad produce vértigo. “Toma, una sala completa del museo; también sus escaleras, su vestíbulo, sus pasillos... Y haz con todo ello lo que quieras”. Eso es lo que le propusieron a Paco Roca en el IVAM y su primera reacción fue: “Y ahora, ¿qué hago?”. Lo cuenta en uno de los bocetos que se exhiben en una exposición insólita, El dibujado, que se inaugura hoy en el Institut Valencià d’Art Modern.


Insólita porque es la primera vez que el dibujante de cómics tan aplaudidos como Arrugas o Los surcos del azar cambia completamente de registro para utilizar las paredes de un museo como soporte de una historia gráfica en la que las viñetas revientan, los personajes se escapan, el punto de vista del narrador se bifurca y el visitante se mete en la cabeza del creador...


A veces, las limitaciones ayudan a encontrar el modo de responder a un encargo. Incluso pueden estimular la creatividad, como se vio, por ejemplo, en la película Cinco condiciones, de Lars von Trier y Jørgen Leth. La única condición que le impusieron a este dibujante valenciano de 50 años fue la de “no utilizar materiales ya hechos, que es lo que se hace en el 99,9 % de las exposiciones de cómics”. Pero esta vez “la libertad absoluta” que le concedieron ha propiciado un deslumbrante juego visual que rompe la narrativa y ofrece una lectura multilineal de vidas cruzadas. A saber: el espectador mira la franja central de dibujos en la que se ve a un pintor trabajando en dos cuadros, un desierto con dos palmeras (un guiño al dibujante de TBO Coll) y una marina. Estas dos obras empiezan a cobrar vida en la pared arriba y abajo de la narración original del pintor en cuyo estudio se puede ver un retrato de Nietzsche. “Bueno, es que la historia tiene que ver con su obra Así habló Zaratustra y con la muerte de Dios”, explicó el premio Nacional de Cómic de 2008.

Uno de los dibujos de Paco Roca mira al interior de una sala del IVAM. MÒNICA TORRES

Las tres historias van evolucionando por su cuenta y confluyendo al mismo tiempo en un nuevo personaje al que le falta un brazo. Es la creación del pintor-creador, pero enseguida adquiere también vida propia hasta completar su extremidad amputada, una vez descubre lo que le falta.

“Es una reflexión sobre el autor y su obra, algo muy clásico, pero presentado de manera muy rompedora con el lenguaje tradicional del cómic. Y al mismo tiempo remite a las paredes del arte rupestre”, apuntó Álvaro Pons, comisario de la muestra que se puede ver hasta el 30 de junio en el IVAM. El proyecto “cuestiona los métodos obsoletos de las viñetas superando los bordes del tebeo y de la sala”, comentó el director del museo, José Miguel Cortés, que encargó la exposición realizada ex professo con motivo del 30º aniversario del IVAM.

En la sala superior, tras acceder el visitante a través de una viñeta, se exhiben los bocetos y el proceso creativo de Roca, incluidos unos vídeos de Tono Errando, y una pequeña pero muy divulgativa muestra de cómics, que abarca trabajos de 1833 de Rodolphe Töpffer, considerado el primer autor de historieta gráfica de la historia, hasta los más actuales, pasando por Tintín o Maus.

PRIMERA CÁTEDRA DEL CÓMIC EN EUROPA
La Universidad de Valencia acaba de abrir una cátedra dedicada al estudio y la investigación del cómic. Se trata de la primera de Europa, explica su director, el estudioso del cómic y crítico de EL PAÍS, Álvaro Pons. Con el patrocinio de la Fundación SM, los objetivos de la cátedra son la divulgación (a través de actividades) de la historieta, la formación (máster de Educación y Cómic) y la investigación. Las clases online arrancaron en enero y las actividades presenciales son en un aula ubicada en el centro académico. “La idea es desde transmitir cómo enseñar historia, por ejemplo, a través del cómic, hasta investigar y divulgar la cultura visual de la historieta”, explica Pons.


El Pais

Siete historietas para contar el Prado

Sento crea un cómic en el que, con sus viñetas, recrea distintos episodios de los 200 años de trayectoria del museo

RUT DE LAS HERAS BRETÍN

Madrid 27 FEB 2019

Una de las viñetas del cómic de Sento 'Historietas del Museo del Prado', en la que se ve el edificio ardiendo, según una noticia publicada en 1891.

“La catástrofe de anoche. España está de luto. Incendio en el Museo de Pinturas”. Así tituló Mariano de Cavia su artículo en El Liberal el 25 de noviembre de 1891. En él narraba la que, de haber sucedido, hubiera sido una de las fatalidades patrimoniales más trágicas de la historia. Solo al final los lectores pudieron respirar tranquilos: “Puede ocurrir aquí el día menos pensado”, aclaraba. Podría ocurrir, pero no fue así. Era una noticia incendiaria, por su falsedad y por el motivo por el que lo hizo el periodista: denunciar las malas condiciones del Prado y reclamar mejoras. Fake news del siglo XIX con propósitos muy distintos a las de los bulos actuales.


Este es el episodio con el que comienza el cómic que Sento ha creado para celebrar el bicentenario de la pinacoteca. En las primeras viñetas de Historietas del Museo del Prado se puede ver cómo el origen de las llamas es el brasero de una de las viviendas de los trabajadores del museo, situadas allí mismo. Muestra también una leñera en los sótanos. Situaciones impensables hoy. Este y otros seis momentos relatan los hitos y la evolución del museo en esta publicación que se presentará el jueves 28 de febrero.


Meter los 200 años de la pinacoteca en un tebeo podría ser una tarea de superhéroes. Algo que ni mucho menos se considera Vicent Sento Llobell Bisbal (Valencia, 1953). En una conversación telefónica reconoce el respeto que sintió cuando recibió la propuesta por parte de la institución: “Estaba asustado, con miedo escénico por el lugar en sí y porque yo no quería hacer un libro de historia”. Pero no era eso lo que esperaban de esta obra, querían la trayectoria del museo a través de sus gentes: visitantes, artistas, conservadores, directores, restauradores, vigilantes, conserjes; y es uno de estos últimos, Etelvino Gayangós, quien recorre todas las historias, el hilván que las une. Un personaje propuesto por José Manuel Matilla, jefe de conservación de Dibujos y Estampas del museo, que, además, ha sido un apoyo fundamental para Sento. “Él me puntualizaba, me señalaba los errores. En el falso incendio de 1891, yo dibujé La maja desnuda ardiendo y me indicó que ese goya en ese momento no estaba en el Prado”.

Sento cuenta que ha recabado multitud de anécdotas en sus visitas al museo para documentarse, algunas sacadas de las conversaciones con Manuela Mena, que aunque con otro nombre figura en el capítulo dedicado a la visita de ¡12 minutos! de la primera ministra británica en 1988, a la que también cambia el apellido y la llama señora Roofmaker. La recién jubilada jefa de conservación de Pintura del Siglo XVIII y Goya aparece, según el estilo expresivo pero no realista de Sento, con su característica coleta como guía de la mandataria, ya que era de las que mejor hablaban inglés en ese momento en la pinacoteca. El dibujante explica que se quedó con esa historia, pero que podía haber elegido la visita de Lady Di, de Henry Kissinger o de Gorbachov.

Más lejos que una anécdota llegó la exposición dedicada a Velázquez en 1990. Una muestra sin precedentes que recibió más de medio millón de visitantes cuando esas cifras no eran ni soñables. Por supuesto, el museo no estaba preparado para la venta de esa cantidad de entradas, Internet todavía quedaba lejos, y las largas colas son uno de los motivos por los que se recuerda esa exposición. Eso hace Sento: quedarse en la cola. No pasa la puerta. Cuenta la historia de una familia que lleva horas en la fila y las relaciones que se establecen entre los que esperan, se basa en su experiencia. Entre los personajes, el autor introduce una monja llamada Jerónima, dos enanos con toques velazqueños, un vendedor de paraguas con un parecido más que razonable al Esopo del pintor sevillano o un italiano en silla de ruedas con mirada profunda y con una gorra roja como si de Inocencio X se tratara. El historietista lo explica como una suerte de aggiornamento, de representar a los personajes del pintor protagonista de este relato como si vivieran en la actualidad.

Viñetas de la historieta 'El nuevo Bruegel el Viejo', de Sento.

La relación que se establece entre los restauradores de pintura y los artistas sobre los que trabajan está plasmada tanto gráfica como emocionalmente. El diálogo que estos profesionales mantienen con los creadores lo retrata en El nuevo Bruegel el Viejo, el capítulo dedicado a la restauración y adquisición de El vino de la fiesta de san Martín, donde el sentimiento de alegría y de duro trabajo del equipo del museo que estudió y atribuyó el cuadro su autor quedan plenamente reflejados. No en vano, la especialidad elegida por Sento en sus estudios de Bellas Artes en la universidad fue la de restauración de pintura.

Y con este ya son cuatro los cómics publicados por el Museo del Prado, los tres anteriores dedicados a El Bosco, Ribera y Fortuny. Parece que la distancia entre las tradicionalmente consideradas bellas artes y el que estaba a la cola, el noveno arte, se está acortando. Otras maneras de contar la historia con la pretensión de abrirse a nuevos públicos, como hace a diario la pinacoteca con sus directos de Instagram o con sus hilos de Twitter con hashtag como #Anecdotario


El Pais


domingo, 24 de marzo de 2019

La familia y uno más

'La familia Trapisonda, un grupito que es la monda' (1958), de Francisco Ibáñez, es una serie que narra con humor las desgracias vividas por una familia española de clase media baja


GERARDO MACÍAS
13 Marzo, 2019

'Súper Humor: La familia Trapisonda'. Guion y dibujos: Francisco Ibáñez. Ediciones B, 2015.

La película La familia y uno más (1965), dirigida por Fernando Palacios, es una comedia seguidora de una saga que comenzó con La gran familia. La saga familiar de Carlos Alonso, aparejador, ha crecido hasta los dieciséis hijos. El título de la secuela hace referencia precisamente al nacimiento número dieciséis, el de la pequeña María.

Unos años antes se popularizó La familia Trapisonda, un grupito que es la monda, una serie creada por el historietista Francisco Ibáñez en 1958, que trata sobre las desventuras de una familia de clase media baja: un matrimonio, su hijo, su sobrino... y uno más, que en este caso es su perro. Las historietas tienen lugar en el tercer piso de un típico bloque de la gran ciudad.

La familia Trapisonda, un grupito que es la monda debutó en el semanario Pulgarcito nº 1418 el 7 de julio de 1958, iniciando un periplo de una década, pasando por diversas revistas de la Editorial Bruguera, como Ven y Ven (1959), Suplemento de Historietas de El DDT (1959), Selecciones de Humor de EL DDT (1959), El Capitán Trueno Extra (1960), Bravo (1968), etc...

Sin embargo, la primera historieta que se dibujó apareció en El Capitán Trueno Extra nº 31 (1960); se nota porque en ella el padre de familia no reconoce a su sobrino.

Pese a ser una serie coral, el protagonista es Pancracio, el cabeza de familia, un gris oficinista (bombero en las primeras entregas) calvo y con bigote. Su autoridad se ve burlada continuamente. Aunque en ocasiones ejerce como protector, la mayoría de las veces la familia acaba pagando las consecuencias de su ineptitud. Pancracio es cobarde, e intenta escabullirse de sus obligaciones familiares. Es un hombre con una vida mediocre, cuya ambición es leer el periódico sin que lo molesten. Al principio usaba antiparras, que le avejentaban notablemente.

El resto de integrantes de la familia de Pancracio son: su esposa, Leonor, que no parece demasiado interesada por sus tareas domésticas ni por su familia, y es aficionada al tarot, rasgo que desapareció pronto; su hijo, Felipín, el típico niño travieso; y su sobrino, Sapientín, un niño calvo y con gafas vestido de negro, que estudió Ingeniería en Oxford, donde aprendió jiu-jitsu, práctica esta última que será uno de sus rasgos distintivos en sus primeras apariciones.

La mascota de los Trapisonda es el personaje más popular de la serie. El perro Atila sirve de contrapunto a Pancracio, al que tiene en su punto de mira, con comentarios ofensivos, llenos de ironía. Estos comentarios son únicamente de pensamiento, ya que Atila sólo puede ladrar.

La criada Robustiana ha emigrado del pueblo y vive en el piso con la familia protagonista. Es de aspecto poco agraciado. Duró poco en la serie, siendo sustituida por otra más atractiva, que también duró poco tiempo, para resaltar que los Trapisonda son de clase media baja.

Hay un personaje recurrente, el director de la empresa en la que trabaja Pancracio, que no tiene nombre propio. Es un hombre con gafas, calvo y con bigote. Suele visitar a Pancracio, con la excusa de aumentarle el sueldo, pero estas visitas son contraproducentes.

En 1959, Ibáñez cambió parentescos entre personajes: la esposa pasó a ser hermana de Pancracio, y los niños se volvieron primos entre sí y sobrinos de Leonor y Pancracio, sin que quede claro quiénes eran los padres de los pequeños, ni por qué viven con sus tíos. Y es que la censura no vio con buenos ojos las burlas a la familia, uno de los pilares del franquismo, y prohibió a las revistas juveniles "toda desviación del humor hacia la ridiculización de la autoridad de los padres, de la santidad de la familia y el hogar".

En La familia Trapisonda, un grupito que es la monda se juega con las pobres ambiciones de la clase media española de la época: intentos de mejorar de casa o coche, comprar un décimo premiado o viajar a París se verán siempre condenados al fracaso.

El autor abandona la serie a finales de los años sesenta, para dedicarse a otras creaciones más populares y fructíferas, mejores ejemplos de la maestría de Ibáñez: Mortadelo y Filemón, agencia de información (1958); El Botones Sacarino, de El Aullido Vespertino (1963); Rompetechos (1964); Pepe Gotera y Otilio, chapuzas a domicilio (1966)...


Malaga Hoy


Fiesta de cumpleaños

JAVIER FERNÁNDEZ
13 Marzo, 2019

'Batman / Superman 400'. VVAA. ECC. 144 páginas. 15,95 euros.

Batman/Superman 400 reúne en un solo tomito dos de los números conmemorativos publicados por DC a mediados de los ochenta (el de Batman en 1986, y el de Superman en 1984), que, en este caso, celebraban el que las series de sus dos iconos más representativos hubiesen alcanzado el cuarto centenar de entregas. Los dos tebeos fueron más gruesos de lo normal y compartieron (casi) una estructura similar: un prólogo firmado por una figura de prestigio, una historieta larga escrita por un guionista estrella y dibujada por una miríada de autores y un apartado de ilustraciones de luminarias del medio. En el caso de Batman, el prólogo recayó en el mismísimo Stephen King, el guion fue obra de Doug Moench, la panoplia de escritores incluyó a John Byrne, George Pérez, Bill Sienkiewicz (que también se encarga de la portada), Arthur Adams, Joe Kubert y Brian Bolland, entre otros, y, entre los artistas de la sección final, van tipos como Bernie Wrightson, Mike Kaluta o Steve Rude.

El especial de Superman, por su parte, es especialmente memorable (y, además, tiene el valor añadido de que no se había publicado nunca completo en nuestro idioma), desde el prólogo de Ray Bradbury hasta la contraportada de Frank Miller, pasando por la portada pintada por Howard Chaykin, la historieta principal (un original repaso a la huella de Superman en civilizaciones futuras) escrita por Elliot S! Maggin y dibujada por tipos como Al Williamson, el propio Miller o Marshall Rogers, y un extraordinario puñado de ilustraciones de artistas como Moebius, Will Eisner, Sienkiewicz, Leonard Starr o Jack Davis. Ahí es nada. Y he dicho antes que la estructura de los dos cómics es casi igual porque el de Superman gozó, además, de una historieta corta realizada por Jim Steranko, un emocionante relato de ciencia ficción agraciado con una puesta en escena rompedora que se lee por sí solo, pero que completa también la interesante propuesta de Maggin. Créanme, lo de Steranko es tan soberbio que justifica por sí solo la adquisición de este bonito volumen.


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Tiempo y marea

JAVIER FERNÁNDEZ
13 Marzo, 2019

'Aquaman de Peter David, Vol. 1'. Peter David y otros. ECC. 544 páginas. 44,50 euros.

Hace un año, ECC recuperó la estupenda miniserie Las crónicas de Atlantis, del célebre guionista Peter David y el dibujante español Esteban Maroto, en la que se trazaba la larga genealogía de Aquaman y los suyos, y ahora le toca el turno al no menos estupendo trabajo del mismo escritor con el rey de los siete mares. Serán tres volúmenes, en un formato más pequeño de lo habitual, comenzando con este que contiene la miniserie Aquaman: Time and Tide (1993-1994), a modo de prólogo, y los números 0 a 16 de Aquaman (1994-1996). Acompañado de un grupo heterogéneo de escritores, David dejó su impronta con una serie de historietas inolvidables que se suman con orgullo a las clásicas de Ramona Fradon, Nick Cardy y Jim Aparo, es decir, al selecto puñado de los mejores tebeos de un personaje al que, por desgracia, la historia no siempre ha tratado como se merece.


Malaga Hoy


Un mundo raro

La serie, formada por 27 números, puede verse como una celebración del género de superhéroes a la vez que como una crítica a su temática reaccionaria


JAVIER FERNÁNDEZ
13 Marzo, 2019
'Planetary. Libro uno'. Warren Ellis, John Cassaday. ECC. 432 páginas. 37,50 euros.

Si pudiera comprarme un solo tebeo este mes, no lo pensaría dos veces y me compraría... Robin 3000. Publicado en 1992, se trata de un elseworld futurista escrito por el guionista y editor Byron Preiss, con ayuda de S. Ringgerberg, y dibujado por el sin par P. Craig Russell. Como reza la publicidad: "Gotham City en el año 3000. La tierra está sometida por una invasión alienígena. Los Skulp intentan destruir al héroe de la rebelión que se alza contra ellos. Pero Batman tiene un arma secreta. Su nombre es Robin". ¿Se puede pedir más? Sí, claro está que es una broma. A ver, lo de Preiss, con su rollo de ciencia ficción distópica, tiene bastante gracia, y ya que estamos aprovecho para recomendarlo, porque sale barato y, muy especialmente, por los bonitos dibujos de Russell, que siempre son deliciosos a la vista, pero no pasa de mero divertimento al lado de la obra maestra que ECC ha vuelto a poner en librerías. Me refiero, cómo no, a Planetary.


Los veintisiete números (y diversos especiales) que componen esta maravilla, una de las series más alucinantes de lo que va de siglo, fueron viendo la luz con cadencia irregular entre 1999 y 2009, dentro del catálogo del sello WildStorm de DC (aunque, si nos ponemos puristas, cabe recordar que hubo un preview publicado por Image en 1998). La cosa inició andadura mientras su escritor, Warren Ellis, revolucionaba la industria junto al ilustrador Brian Hitch con The Authority (última etapa de un largo proyecto iniciado en Stormwatch), y suponen el punto álgido de la carrera del inglés. Con su visión global, su estilo widescreen y su narrativa descomprimida, The Authority cambió para siempre la factura de los superhéroes, y dicha serie puede leerse como una celebración del género, pero también como una crítica a su temática reaccionaria. Planetary, por su parte, derriba también a los superhéroes, con mucha más convicción, y es, sobre todo, una plegaria en favor de la imaginación, una plegaria lanzada por ese cínico de cuidado que es siempre Ellis pero que, aquí, demuestra tener su corazoncito.

Las aventuras de estos arqueólogos de lo imposible, Elijah Snow, Jakita Wagner y el Batería, que se las pasan rescatando y catalogando objetos fabulosos, pistas de un rico universo de raíces literarias o cinematográficas, arrasado por la fantasía más repetitiva, anodina e insípida de los superhéroes, son una carta de amor a los sueños y a la rareza de nuestro mundo. Para rematar la faena, Ellis contó con un socio de excepción, el dibujante John Cassaday, que es excelente en la primera página y se ha transformado en extraordinario al llegar a la última. Cassaday es el artista perfecto para una obra perfecta que ECC sirvió primero en varios tomitos en rústica y recupera ahora en dos volúmenes encuadernados en cartoné. El primero de ellos contiene los números 1 a 14, más The Planetary Sneak Peek y el crossover Planetary/The Authority: Ruling the World. Ahora sin bromas, si solo pudiera adquirir un tebeo este mes, compraría Planetary con los ojos cerrados.


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