sábado, 21 de abril de 2018
FNAC Cómics Primavera 2014
Jaime Martín, dibujante, ilustrador y excelente contador de historias
Los guiones de Isabel Franc y los dibujos de Susana Martin crearon una magnífica "Alicia en el mundo real".
Así nos imaginamos siempre a Miquelanxo Prado, con un lápiz en la mano.
Son unas gozadas sus ilustraciones, y cada trabajo que hace lo reafirma. Premio Nacional del Comic con "Las Serpientes ciegas"
Polls y Sempere, entre los mejores autores y dibujantes de este país.
J.M. Martín Saurí forma parte de la historia de la ilustración española y también internacional. Puedes disfrutar de nuevo de una de sus espléndidas obras, La Odisea.

De los lápices de Jordi Lafebre han salido alguna de las páginas más deliciosas de la ilustración española.
Bié es otro de los historietistas salidos de la escuela Joso, pero no es solo eso, tambien es diseñador de moda, de animación o incluso de cerámica. Todo un artista, como los de antes.
Damián Campanario, educador social metido a guionista ha participado en libros como "Barcelona TM" o "Revolución Complex". En "Blechkoller" desarrolla un estupendo guión dibujado por Javier Hernández.
No se podía arrancar mejor con una obra y Javier Hernández lo ha hecho con "Blechkoller", con guión de Damián, que obtuvo el Pris VSD de la BD en Francia.
Aleix Saló
No dejes de leer a Homs si quieres disfrutar de uno de los mejores artistas de este pais.
viernes, 20 de abril de 2018
jueves, 19 de abril de 2018
Dibujar en contra de uno mismo
El italiano Gipi firma ‘La tierra de los hijos’, un tebeo para el que se impuso 10 reglas que rompieran con su estilo habitual y sus obras anteriores
TOMMASO KOCH
Madrid 16 ABR 2018
Encima de la mesa, había un intruso. Estaban los lápices, el borrador y todo lo que un dibujante necesite para crear un tebeo. Pero, entre tantos papeles aún en blanco, uno llevaba tiempo rellenado. Allí Gipi (Pisa, 1963) había redactado 10 reglas férreas, que mantuvo a su lado durante el desarrollo del cómic. El italiano se despojaba así de todas sus armas, que le valieron premios y aplausos, para sabotearse. “Nunca uses una voz narradora, ni toques los colores”, recuerda algunas. Y otra: “Cada vez que estés cansado, dibuja otra página”. Se pasó meses creando en contra de su propio estilo, de nueve de la mañana a nueve de la noche, deseando cada día deshacer aquel decálogo que terminó por respetar a rajatabla. El resultado son 288 páginas en blanco y negro tituladas La tierra de los hijos (Salamandra Graphic).
He aquí el relato de un padre y dos hijos condenados a sobrevivir y entenderse en un entorno primitivo, despiadado e inundado, donde un puñado de humanos fía su existencia al trueque, despelleja perros callejeros y huye del contacto mutuo casi como de la emotividad. “Amor” o “bien” son palabras que el padre ha prohibido a sus chicos, para que nunca añoren un mundo mejor que no llegaron a conocer; prefiere endurecerlos a gritos y palos -su método para salvarlos- mientras entrega a un cuaderno lo que de verdad habita su cabeza.
“Sobre las causas y los motivos que condujeron al fin habrían podido escribirse capítulos enteros en los libros de historia. Pero después del fin ya no se escribieron más libros”, alerta en su arranque La tierra de los hijos. Y los fans habituales también quedan avisados: en ese universo distópico, Gipi ambienta una obra que difícilmente reconocerán.
Maestro de la acuarela y la reflexión, el italiano suele pintar con tintes autobiográficos tebeos donde la intuición y las emociones dibujan la línea argumental. Los sentimientos permanecen, pero aquí manda una historia estructurada, con un comienzo, una evolución y un fin: “Lo considero mi mejor trabajo. A los otros les tengo cariño, pero ahora que noto tanta autobiografía me saca de quicio, porque no permite la libertad. Este libro no ha sido mi tradicional sesión de psicoterapia”. Coherente, en el fondo, con un creador que odia acomodarse y asegura “huir” en cuando percibe haberse asentado.
En su tabla rasa de tradiciones, sobrevivió apenas una rutina: dibujar con la radio encendida, siempre con el mismo programa. Así que, con La zanzara de fondo, en directo o en podcast, Gipi creó unas 35 páginas. Pero se bloqueó: “No sabía de qué trataba, quiénes eran, qué hacían”. Para descubrirlo, tuvo que viajar a las raíces mismas del proyecto. “Estoy muy viciado. Hago el trabajo que me gusta, cuando me apetece. Y soy el peor enemigo de mí mismo: me gustan los videojuegos, tocar la guitarra… Por razones de pereza, antes de volcarme un año y medio en algo, me hace falta comprender su corazón. No basta una infatuación por los personajes, necesito una exigencia mía más profunda. En este caso, la historia se centraba en el amor. Ya decía Truffaut que solo merece la pena hablar de eso y de la muerte”. Una vez detectado el núcleo de lo que pretende contar, para el italiano, lo demás va surgiendo: ambientación, diálogo o elecciones estéticas se rinden a la idea.
Su nueva vida también influyó. Gipi reconoce que en sus obras siempre buscaba que el lector le quisiera. Pero, desde la anterior, Unahistoria (Salamandra Graphic) -primer tebeo finalista al Strega, el premio literario más importante de Italia-, mucho ha cambiado. Se casó, dejó su Pisa natal por Roma y fichó a un joven asistente para ayudarle y sacudir sus equilibrios. Sus inseguridades permanecen, aunque ya no le importan tanto: “Me siento culpable por defecto. Pero, con 53 años, puedes dejar de mirar qué hay de malo en ti”.
Tal vez por eso se deshizo de más cadenas. A ratos La tierra de los hijos solo sugiere, y cada cual interpreta. “Odio las sobreexplicaciones, pero tiendo a simplificar la comprensión al público. Aunque no tengo valores en mi existencia, y el concepto en sí me asquea, la libertad total sí me apasiona. Esta vez quise dejársela a los lectores”. Superó así también los temores que le susurraban que la gente “no entendería una mierda” o le echaría en cara alguna elección de la trama.
Más insultos recibe el dibujante por su ocupación actual: cortometrajes de sátira política en la televisión italiana. “Se meten también con mi madre, de 98 años. Vete a entenderlo”, dice. Tiene entre manos un segundo filme “loco” ya terminado, a la espera del estreno, y hace dos años creó un juego de rol de cartas. ¿Y los cómics? “De momento nada. Tengo una historia, muy difícil. A ver si sale”. Suena justo a reto incómodo: demasiado tentador.
RELIGIÓN, REDES SOCIALES Y CINCO ESTRELLAS
La idea de La tierra de los hijos le surgió a Gipi, aunque le avergüenza admitirlo, de Gaia. Así se titula un minidocumental de Gianroberto Casaleggio, ideólogo fallecido del Movimiento Cinco Estrellas que es hoy el partido más votado de Italia. En el vídeo, el gurú preveía una tercera guerra mundial, dos décadas de regreso a las cuevas y el resurgimiento de una nueva sociedad basada en Internet. “Es una idiotez decir ‘dentro de 20 años, emergerá la Red’, como si hoy nos salvaran los faxes. Pero me dio pie a pensar en cómo sería la gente que saldría tras tanto tiempo en un búnker”, explica el dibujante. Entre otros, imaginó una banda de fieles enloquecidos, entregados a la religión del dios Wapo, los ‘me gusta’ y los vídeos de gatitos. “Las redes como propaganda del ego me resultan aterradoras. Me parece que la comunicación contemporánea se basa en gran parte en una emotividad de fachada: no hay participación real en los eventos, pero sí reacciones emocionales exageradas. Nos indignamos por unos niños muertos que luego no dejan huellas en nuestra vida; la gente ataca ferozmente al presunto autor de un crimen, durante dos horas. El sentimiento acaba por encima de la razón, es vomitivo”.
El Pais
TOMMASO KOCH
Madrid 16 ABR 2018
Escenas de 'La tierra de los hijos'.
Encima de la mesa, había un intruso. Estaban los lápices, el borrador y todo lo que un dibujante necesite para crear un tebeo. Pero, entre tantos papeles aún en blanco, uno llevaba tiempo rellenado. Allí Gipi (Pisa, 1963) había redactado 10 reglas férreas, que mantuvo a su lado durante el desarrollo del cómic. El italiano se despojaba así de todas sus armas, que le valieron premios y aplausos, para sabotearse. “Nunca uses una voz narradora, ni toques los colores”, recuerda algunas. Y otra: “Cada vez que estés cansado, dibuja otra página”. Se pasó meses creando en contra de su propio estilo, de nueve de la mañana a nueve de la noche, deseando cada día deshacer aquel decálogo que terminó por respetar a rajatabla. El resultado son 288 páginas en blanco y negro tituladas La tierra de los hijos (Salamandra Graphic).
He aquí el relato de un padre y dos hijos condenados a sobrevivir y entenderse en un entorno primitivo, despiadado e inundado, donde un puñado de humanos fía su existencia al trueque, despelleja perros callejeros y huye del contacto mutuo casi como de la emotividad. “Amor” o “bien” son palabras que el padre ha prohibido a sus chicos, para que nunca añoren un mundo mejor que no llegaron a conocer; prefiere endurecerlos a gritos y palos -su método para salvarlos- mientras entrega a un cuaderno lo que de verdad habita su cabeza.
“Sobre las causas y los motivos que condujeron al fin habrían podido escribirse capítulos enteros en los libros de historia. Pero después del fin ya no se escribieron más libros”, alerta en su arranque La tierra de los hijos. Y los fans habituales también quedan avisados: en ese universo distópico, Gipi ambienta una obra que difícilmente reconocerán.
Maestro de la acuarela y la reflexión, el italiano suele pintar con tintes autobiográficos tebeos donde la intuición y las emociones dibujan la línea argumental. Los sentimientos permanecen, pero aquí manda una historia estructurada, con un comienzo, una evolución y un fin: “Lo considero mi mejor trabajo. A los otros les tengo cariño, pero ahora que noto tanta autobiografía me saca de quicio, porque no permite la libertad. Este libro no ha sido mi tradicional sesión de psicoterapia”. Coherente, en el fondo, con un creador que odia acomodarse y asegura “huir” en cuando percibe haberse asentado.
En su tabla rasa de tradiciones, sobrevivió apenas una rutina: dibujar con la radio encendida, siempre con el mismo programa. Así que, con La zanzara de fondo, en directo o en podcast, Gipi creó unas 35 páginas. Pero se bloqueó: “No sabía de qué trataba, quiénes eran, qué hacían”. Para descubrirlo, tuvo que viajar a las raíces mismas del proyecto. “Estoy muy viciado. Hago el trabajo que me gusta, cuando me apetece. Y soy el peor enemigo de mí mismo: me gustan los videojuegos, tocar la guitarra… Por razones de pereza, antes de volcarme un año y medio en algo, me hace falta comprender su corazón. No basta una infatuación por los personajes, necesito una exigencia mía más profunda. En este caso, la historia se centraba en el amor. Ya decía Truffaut que solo merece la pena hablar de eso y de la muerte”. Una vez detectado el núcleo de lo que pretende contar, para el italiano, lo demás va surgiendo: ambientación, diálogo o elecciones estéticas se rinden a la idea.
Su nueva vida también influyó. Gipi reconoce que en sus obras siempre buscaba que el lector le quisiera. Pero, desde la anterior, Unahistoria (Salamandra Graphic) -primer tebeo finalista al Strega, el premio literario más importante de Italia-, mucho ha cambiado. Se casó, dejó su Pisa natal por Roma y fichó a un joven asistente para ayudarle y sacudir sus equilibrios. Sus inseguridades permanecen, aunque ya no le importan tanto: “Me siento culpable por defecto. Pero, con 53 años, puedes dejar de mirar qué hay de malo en ti”.
Tal vez por eso se deshizo de más cadenas. A ratos La tierra de los hijos solo sugiere, y cada cual interpreta. “Odio las sobreexplicaciones, pero tiendo a simplificar la comprensión al público. Aunque no tengo valores en mi existencia, y el concepto en sí me asquea, la libertad total sí me apasiona. Esta vez quise dejársela a los lectores”. Superó así también los temores que le susurraban que la gente “no entendería una mierda” o le echaría en cara alguna elección de la trama.
Más insultos recibe el dibujante por su ocupación actual: cortometrajes de sátira política en la televisión italiana. “Se meten también con mi madre, de 98 años. Vete a entenderlo”, dice. Tiene entre manos un segundo filme “loco” ya terminado, a la espera del estreno, y hace dos años creó un juego de rol de cartas. ¿Y los cómics? “De momento nada. Tengo una historia, muy difícil. A ver si sale”. Suena justo a reto incómodo: demasiado tentador.
RELIGIÓN, REDES SOCIALES Y CINCO ESTRELLAS
La idea de La tierra de los hijos le surgió a Gipi, aunque le avergüenza admitirlo, de Gaia. Así se titula un minidocumental de Gianroberto Casaleggio, ideólogo fallecido del Movimiento Cinco Estrellas que es hoy el partido más votado de Italia. En el vídeo, el gurú preveía una tercera guerra mundial, dos décadas de regreso a las cuevas y el resurgimiento de una nueva sociedad basada en Internet. “Es una idiotez decir ‘dentro de 20 años, emergerá la Red’, como si hoy nos salvaran los faxes. Pero me dio pie a pensar en cómo sería la gente que saldría tras tanto tiempo en un búnker”, explica el dibujante. Entre otros, imaginó una banda de fieles enloquecidos, entregados a la religión del dios Wapo, los ‘me gusta’ y los vídeos de gatitos. “Las redes como propaganda del ego me resultan aterradoras. Me parece que la comunicación contemporánea se basa en gran parte en una emotividad de fachada: no hay participación real en los eventos, pero sí reacciones emocionales exageradas. Nos indignamos por unos niños muertos que luego no dejan huellas en nuestra vida; la gente ataca ferozmente al presunto autor de un crimen, durante dos horas. El sentimiento acaba por encima de la razón, es vomitivo”.
El Pais
Bill Sienkewicz: “Mi meta ha sido lograr un mayor respeto artístico para el tebeo”
Ka-Boom se sienta con el mítico ilustrador que creó 'Legión' para hablar del proceso creativo tras sus rompedoras viñetas
ÁNGEL LUIS SUCASAS
Madrid 5 ABR 2018
Si hubiera que definir a Bill Sienkewicz (Blakely, Estados Unidos, 1958) con una palabra, la mejor probablemente sería inusual. Le sienta mejor que bizarro o extraño porque lo que hace no siempre es extraño. Pero sí es inusual. Contracorriente. Innovador, por más que esa voz haya perdido el respeto de aquel que ame las palabras.
Este legendario ilustrador del tebeo, que lleva décadas reinventándose con los guionistas más reputados de cada época y abordando cualquier tipo de historia, está últimamente en el candelero gracias a que un personaje de su invención, el hijo de Charles Xavier Legión, se ha hecho famoso en la tele. Pero la huella de Sienkewicz dura mucho más que un efímero clickbait. Su huella habla de la consolidación del tebeo como arte complejo y libre de ataduras, como vía de expresión genuina y plural, amiga de cualquier tipo de retorcimiento de sus supuestos preceptos o lugares comunes.
En la charla que mantuvo con Ka-Boom en la pasada Heroes Comic-Con de Madrid, Sienkewicz hizo un poco de Roy Batty. Brilló con enorme y fugaz intensidad durante la breve tertulia. El rastro luminoso de sus palabras y entusiasmo se encuentra bajo estas líneas.
Pregunta. ¿Cuál es el primer recuerdo que guarda de dibujar?
Respuesta. El primer recuerdo probablemente fuera el momento en el que me di cuenta de que lo que podía hacer era distinto a lo que otros niños podían hacer. Recuerdo mis primeros intentos en las paredes con el carmín de mi madre. Recuerdo también las ceras de colores. Recuerdo dibujar a los Beatles cuando tocaron en el programa de Ed Sullivan, en 1964. Recuerdo haberme fijado en que John Lennon se alzaba sobre sus piernas separadas. Aunque los dibujos no eran buenos, me recuerdo ya capturando detalles físicos de las posturas y gestos de las personas que retrataba. Pero eran dibujos para mis padres y para mí.
Cuando fui a la guardería, dibujé un esquimal, lo que yo me imaginaba que era un esquimal. Figura completa, silueteando el anorak, las botas reforzadas. Lo hice con ceras de colores en un periódico usado. Todos mis amigos me preguntaron: “¿Cómo lo has hecho?”. Y yo les contesté: “¿Qué queréis decir? ¿Esto no lo hace cualquiera?”. Yo pensaba, honestamente, que todos los niños sabían dibujar como yo. Y tengo que admitir que al darme cuenta de que no era así, que tenía un don, me gustó la sensación [risas].
P. Cuando se tiene un talento natural, es muy difícil saber que es un talento, precisamente porque es natural.
R. Es eso. Es algo a lo que estás acostumbrado. Pero también como niño el ser el centro de atención, gusta. Incluso con cinco años, aunque no sabía por qué, me gustaba ser el centro de atención de los adultos y los otros chicos por lo que hacía con unas ceras. Los tebeos y el dibujar son una herramienta muy interesante de comunicación. Se saltan la barrera de cualquier lenguaje.
P. Como la música, es un lenguaje universal.
R. Absolutamente.
P. Viendo su trabajo… Me pasa como me pasa con Dalí, con Dave McKean, con Picasso… Me siento dentro de un sueño. ¿Son los sueños algo importante para sus visiones y para las técnicas tan extrañas con las que las plasma?
R. No sé si alguna vez he racionalizado por qué hago determinadas cosas en mi obra. Mayormente, es algo inefable. Como un ritmo improvisado de una jam de jazz. O como un sueño, como has dicho tú. Lo cierto es que la obra en sí me dice cómo quiere ser hecha. Por ejemplo, estoy trabajando en algo a color y de pronto es la obra la que dicta que tiene que ser en blanco y negro o que debería hacerla como collage.
Hablando de mi trayectoria como dibujante de cómics, creo que lo marca un poco mi diferencia es lo influenciado que estaba por las bellas artes, el diseño gráfico e incluso la moda. Quise llevar todas esas influencias que me fascinaban a mis viñetas. Y hay otras cosas… Mi padre quería que tuviera un trabajo de verdad, así que me enseñó a cómo ejecutar instalaciones eléctricas. De hecho, llegué a trabajar como electricista en platós televisivos. Ese conocimiento de los circuitos eléctricos también lo integré en mi arte. En definitiva, mi objetivo, para el que me encontré cierta resistencia, era lograr un mayor respeto para el tebeo como medio de expresión y que, en consecuencia, su atractivo fuera más amplio y diverso, que el público fuera más diverso. Viendo cómo ese enfoque influyó en artistas como Dave [McKean], que luego se convirtió en un maestro de lo suyo. En fin, que me enorgullece mucho y que me reafirma en lo que creo sobre el cómic: que aguanta lo que quieras tirarle.
Así que, sí, volviendo a la pregunta, es un poco como crear entre sueños. Pero también volver a la academia, a estudiar a los maestros y a la vez estar al tanto de lo último en tecnología. Porque esto es como ser ducho en muchas lenguas. Cuantas más técnicas conozcas, más puedes mezclar. Así que hay una pizca de magia y una pizca de trabajo duro. Bueno, en realidad de trabajo duro hay mucho más que una pizca [risas]. Por ejemplo, yo estudié anatomía al nivel de un médico, como si estuviera haciendo una tesis sobre el tema. Ya he olvidado más nombres de lo que recuerdo, pero la imagen de cómo todos los tejidos humanos se interconectan, la conservo. Eso sí, cuando estás frente a la página en blanco, te tienes que olvidar de todo y seguir tu instinto sobre lo que se siente adecuado. Conectar con la gente a un nivel subconsciente.
P. Así que hay una fusión entre el conocimiento…
R. Y lo onírico… De hecho, me cuesta mucho analizar qué siento ante mi propio obra. Si veo la reacción del público, me encuentro con extremos. Gente que ama mi obra y gente que la odia. Pero creo que prefiero esas reacciones antes que la apatía. Porque la apatía la odio. Yo lo que creo es en la pasión.
P. Cuénteme algo de ese París que preparan usted y la escritora Kelly Sue DeCornick en Parisian white. ¿Qué abordaje estético piensa darle?
R. Pues eso es lo que estoy intentando descubrir. Me interesa muchísimo ese periodo, el parís de los años veinte. Fue un momento de florecimiento increíble de todas las artes. También estoy pensando mucho en el concepto de exageración. Creo que el tono va a ser más de cómic europeo que de americano. Aunque estemos en el París de los años 20, creo que va a ser mi París de los años 20. Habrá cosas documentadas y habrá fantasía. Además, los artistas de esa época, de los pintores a los escritores, eran todos soñadores. Creo que va a ser su propio mundo contenido, creo que es lo que me pide esta obra.
El Pais
Doble página de 'Elektra assassin', obra maestra de Bill Sienkewicz.
ÁNGEL LUIS SUCASAS
Madrid 5 ABR 2018
Si hubiera que definir a Bill Sienkewicz (Blakely, Estados Unidos, 1958) con una palabra, la mejor probablemente sería inusual. Le sienta mejor que bizarro o extraño porque lo que hace no siempre es extraño. Pero sí es inusual. Contracorriente. Innovador, por más que esa voz haya perdido el respeto de aquel que ame las palabras.
Este legendario ilustrador del tebeo, que lleva décadas reinventándose con los guionistas más reputados de cada época y abordando cualquier tipo de historia, está últimamente en el candelero gracias a que un personaje de su invención, el hijo de Charles Xavier Legión, se ha hecho famoso en la tele. Pero la huella de Sienkewicz dura mucho más que un efímero clickbait. Su huella habla de la consolidación del tebeo como arte complejo y libre de ataduras, como vía de expresión genuina y plural, amiga de cualquier tipo de retorcimiento de sus supuestos preceptos o lugares comunes.
En la charla que mantuvo con Ka-Boom en la pasada Heroes Comic-Con de Madrid, Sienkewicz hizo un poco de Roy Batty. Brilló con enorme y fugaz intensidad durante la breve tertulia. El rastro luminoso de sus palabras y entusiasmo se encuentra bajo estas líneas.
Pregunta. ¿Cuál es el primer recuerdo que guarda de dibujar?
Respuesta. El primer recuerdo probablemente fuera el momento en el que me di cuenta de que lo que podía hacer era distinto a lo que otros niños podían hacer. Recuerdo mis primeros intentos en las paredes con el carmín de mi madre. Recuerdo también las ceras de colores. Recuerdo dibujar a los Beatles cuando tocaron en el programa de Ed Sullivan, en 1964. Recuerdo haberme fijado en que John Lennon se alzaba sobre sus piernas separadas. Aunque los dibujos no eran buenos, me recuerdo ya capturando detalles físicos de las posturas y gestos de las personas que retrataba. Pero eran dibujos para mis padres y para mí.
El artista Bill Sienkewicz.
P. Cuando se tiene un talento natural, es muy difícil saber que es un talento, precisamente porque es natural.
R. Es eso. Es algo a lo que estás acostumbrado. Pero también como niño el ser el centro de atención, gusta. Incluso con cinco años, aunque no sabía por qué, me gustaba ser el centro de atención de los adultos y los otros chicos por lo que hacía con unas ceras. Los tebeos y el dibujar son una herramienta muy interesante de comunicación. Se saltan la barrera de cualquier lenguaje.
P. Como la música, es un lenguaje universal.
R. Absolutamente.
P. Viendo su trabajo… Me pasa como me pasa con Dalí, con Dave McKean, con Picasso… Me siento dentro de un sueño. ¿Son los sueños algo importante para sus visiones y para las técnicas tan extrañas con las que las plasma?
R. No sé si alguna vez he racionalizado por qué hago determinadas cosas en mi obra. Mayormente, es algo inefable. Como un ritmo improvisado de una jam de jazz. O como un sueño, como has dicho tú. Lo cierto es que la obra en sí me dice cómo quiere ser hecha. Por ejemplo, estoy trabajando en algo a color y de pronto es la obra la que dicta que tiene que ser en blanco y negro o que debería hacerla como collage.
Una página del segmento de 'The Sandman: Endless Nights' ilustrada por Bill Sienkewicz.
Así que, sí, volviendo a la pregunta, es un poco como crear entre sueños. Pero también volver a la academia, a estudiar a los maestros y a la vez estar al tanto de lo último en tecnología. Porque esto es como ser ducho en muchas lenguas. Cuantas más técnicas conozcas, más puedes mezclar. Así que hay una pizca de magia y una pizca de trabajo duro. Bueno, en realidad de trabajo duro hay mucho más que una pizca [risas]. Por ejemplo, yo estudié anatomía al nivel de un médico, como si estuviera haciendo una tesis sobre el tema. Ya he olvidado más nombres de lo que recuerdo, pero la imagen de cómo todos los tejidos humanos se interconectan, la conservo. Eso sí, cuando estás frente a la página en blanco, te tienes que olvidar de todo y seguir tu instinto sobre lo que se siente adecuado. Conectar con la gente a un nivel subconsciente.
P. Así que hay una fusión entre el conocimiento…
R. Y lo onírico… De hecho, me cuesta mucho analizar qué siento ante mi propio obra. Si veo la reacción del público, me encuentro con extremos. Gente que ama mi obra y gente que la odia. Pero creo que prefiero esas reacciones antes que la apatía. Porque la apatía la odio. Yo lo que creo es en la pasión.
P. Cuénteme algo de ese París que preparan usted y la escritora Kelly Sue DeCornick en Parisian white. ¿Qué abordaje estético piensa darle?
R. Pues eso es lo que estoy intentando descubrir. Me interesa muchísimo ese periodo, el parís de los años veinte. Fue un momento de florecimiento increíble de todas las artes. También estoy pensando mucho en el concepto de exageración. Creo que el tono va a ser más de cómic europeo que de americano. Aunque estemos en el París de los años 20, creo que va a ser mi París de los años 20. Habrá cosas documentadas y habrá fantasía. Además, los artistas de esa época, de los pintores a los escritores, eran todos soñadores. Creo que va a ser su propio mundo contenido, creo que es lo que me pide esta obra.
El Pais
El escándalo Watergate
Englehart, Buscema y Robbins ofrecen la versión del Universo Marvel del caso que acabó con el mandato de Nixon en 'El Capitán América y El Halcón: La saga del imperio secreto'
GERARDO MACÍAS
18 Abril, 2018
El caso Watergate fue un escándalo político en Estados Unidos (1972-1975) a raíz de la revelación de actividades ilegales por parte de la Administración republicana del presidente Richard Nixon durante la campaña electoral de 1972. El escándalo comenzó con el arresto de cinco hombres que se habían colado en el Hotel Watergate en Washington, para espiar al Comité Nacional Demócrata. La implicación de la Administración de Nixon se hizo cada vez más evidente.
Marvel siempre ha tratado de retratar el mundo real en sus viñetas. Incluso en épocas en las que los cómics eran vistos como un mero producto infantil, han reflejado la situación política del momento. Un ejemplo son los héroes patrióticos surgidos en la Segunda Guerra Mundial, vistiendo la bandera norteamericana de pies a cabeza, como el Capitán América.
Durante la Navidad de 1972, Englehart comenzó a desarrollar una idea que planteaba que el Capitán América sería atacado por un cónclave de políticos corruptos, que aborrecen a su símbolo de libertad por el hecho de no estar bajo su control. El argumento tenía elementos basados en las teorías conspirativas, la corrupción política y la manipulación informativa.
El Imperio Secreto es una organización criminal que urde un plan para conquistar Estados Unidos. Como eje de ese plan, desacreditar al Capitán América como símbolo de su patria. Gracias a la manipulación, el héroe referente del país se convierte en enemigo a ojos de la opinión pública, y pasa a ser un justiciero perseguido por la ley, que se ve obligado a enfrentarse al sistema que juró proteger.
Pero mientras la idea cuajaba, la realidad una vez más superó a la ficción. De repente, estalló el caso Watergate, revelándose detalles escabrosos que llevaron a la sociedad estadounidense a cuestionarse el poder establecido. La saga del imperio secreto se venía gestando desde hacía mucho tiempo, pero este escándalo dio alas a Englehart para entrar a cuchillo con su crítica.
Englehart decidió que La saga del imperio secreto tuviera nombres y elementos calcados de la realidad. Por ejemplo, la operación encubierta en la sede demócrata tuvo como nombre en clave Operation Gemstone, mientras que el agente encargado de eliminar al Capitán América recibió el nombre de Moonstone. Uno de los grupos implicados en escándalo era el Citizen's Comitee To Re-Elect the President, de siglas CREEP, y en las viñetas, la organización encargada de difamar al Capitán América es el Comitee to Regain America's Principles, CRAP. El nombre de uno de los líderes de CRAP es Quentin Hardeman, clara referencia al asesor presidencial de Nixon, Harry Robbins Haldeman.
Nixon intentó ejercer ilegalmente su poder para tapar el escándalo, pero en 1974 se vio forzado a dimitir. Cuando fue declarado culpable, el presidente republicano Gerald Ford le concedió el perdón presidencial. La sociedad estadounidense estaba desencantada, y eso es lo que Englehart plasmó en esta historia.
El Capitán América persigue al Imperio Secreto hasta llegar a su misterioso líder, que se suicida ante los ojos de Steve Rogers en el propio Despacho Oval: es Richard Nixon. Debido a la rapidez de los hechos, Englehart no le puso nombre al cabecilla del Imperio Secreto, pero los diálogos y textos de apoyo dejan claro de quién se trata. En la realidad, el Caso Watergate fue el suicidio político de Richard Nixon, y por eso, en la ficción se suicida literalmente.
Steve Rogers, al desmoronarse su visión idealista del país, renuncia al alias y al uniforme para adoptar la identidad heroica del Nómada, y exhibe una actitud airada incluso cuando, episodios después, recupera la identidad del Capitán América.
La saga del imperio secreto es un reflejo de la pérdida de rumbo que sufrieron los Estados Unidos no sólo por el Watergate, sino también a causa de la Guerra de Vietnam, el asesinato de Kennedy, etc... Englehart realiza una catarsis del Capitán América, adaptándolo a los descreídos años setenta.
En su momento, La saga del imperio secreto fue un auténtico éxito de ventas, pero ha sido el paso del tiempo el que ha puesto esta obra donde le corresponde como gran clásico y referente de una época irrepetible del panorama político y social en EEUU.
Malaga Hoy
GERARDO MACÍAS
18 Abril, 2018
'Marvel Gold. Capitán América y el Halcón nº 5: La saga del imperio secreto'. Guion: Steve Englehart y otros. Dibujos: Sal Buscema y otros. Panini Cómics, 2017.
El caso Watergate fue un escándalo político en Estados Unidos (1972-1975) a raíz de la revelación de actividades ilegales por parte de la Administración republicana del presidente Richard Nixon durante la campaña electoral de 1972. El escándalo comenzó con el arresto de cinco hombres que se habían colado en el Hotel Watergate en Washington, para espiar al Comité Nacional Demócrata. La implicación de la Administración de Nixon se hizo cada vez más evidente.
Marvel siempre ha tratado de retratar el mundo real en sus viñetas. Incluso en épocas en las que los cómics eran vistos como un mero producto infantil, han reflejado la situación política del momento. Un ejemplo son los héroes patrióticos surgidos en la Segunda Guerra Mundial, vistiendo la bandera norteamericana de pies a cabeza, como el Capitán América.
Durante la Navidad de 1972, Englehart comenzó a desarrollar una idea que planteaba que el Capitán América sería atacado por un cónclave de políticos corruptos, que aborrecen a su símbolo de libertad por el hecho de no estar bajo su control. El argumento tenía elementos basados en las teorías conspirativas, la corrupción política y la manipulación informativa.
El Imperio Secreto es una organización criminal que urde un plan para conquistar Estados Unidos. Como eje de ese plan, desacreditar al Capitán América como símbolo de su patria. Gracias a la manipulación, el héroe referente del país se convierte en enemigo a ojos de la opinión pública, y pasa a ser un justiciero perseguido por la ley, que se ve obligado a enfrentarse al sistema que juró proteger.
Pero mientras la idea cuajaba, la realidad una vez más superó a la ficción. De repente, estalló el caso Watergate, revelándose detalles escabrosos que llevaron a la sociedad estadounidense a cuestionarse el poder establecido. La saga del imperio secreto se venía gestando desde hacía mucho tiempo, pero este escándalo dio alas a Englehart para entrar a cuchillo con su crítica.
Englehart decidió que La saga del imperio secreto tuviera nombres y elementos calcados de la realidad. Por ejemplo, la operación encubierta en la sede demócrata tuvo como nombre en clave Operation Gemstone, mientras que el agente encargado de eliminar al Capitán América recibió el nombre de Moonstone. Uno de los grupos implicados en escándalo era el Citizen's Comitee To Re-Elect the President, de siglas CREEP, y en las viñetas, la organización encargada de difamar al Capitán América es el Comitee to Regain America's Principles, CRAP. El nombre de uno de los líderes de CRAP es Quentin Hardeman, clara referencia al asesor presidencial de Nixon, Harry Robbins Haldeman.
Nixon intentó ejercer ilegalmente su poder para tapar el escándalo, pero en 1974 se vio forzado a dimitir. Cuando fue declarado culpable, el presidente republicano Gerald Ford le concedió el perdón presidencial. La sociedad estadounidense estaba desencantada, y eso es lo que Englehart plasmó en esta historia.
El Capitán América persigue al Imperio Secreto hasta llegar a su misterioso líder, que se suicida ante los ojos de Steve Rogers en el propio Despacho Oval: es Richard Nixon. Debido a la rapidez de los hechos, Englehart no le puso nombre al cabecilla del Imperio Secreto, pero los diálogos y textos de apoyo dejan claro de quién se trata. En la realidad, el Caso Watergate fue el suicidio político de Richard Nixon, y por eso, en la ficción se suicida literalmente.
Steve Rogers, al desmoronarse su visión idealista del país, renuncia al alias y al uniforme para adoptar la identidad heroica del Nómada, y exhibe una actitud airada incluso cuando, episodios después, recupera la identidad del Capitán América.
La saga del imperio secreto es un reflejo de la pérdida de rumbo que sufrieron los Estados Unidos no sólo por el Watergate, sino también a causa de la Guerra de Vietnam, el asesinato de Kennedy, etc... Englehart realiza una catarsis del Capitán América, adaptándolo a los descreídos años setenta.
En su momento, La saga del imperio secreto fue un auténtico éxito de ventas, pero ha sido el paso del tiempo el que ha puesto esta obra donde le corresponde como gran clásico y referente de una época irrepetible del panorama político y social en EEUU.
Malaga Hoy
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