domingo, 10 de diciembre de 2017

Cómic de exposición

Detalle de uno de los cómics de Herriman en el Reina Sofía. 


POR FRANCESC RUIZ

Nunca es tarde si la dicha es buena. La exposición de George Herriman (Nueva Orleans, 1880-Los Ángeles, 1944) en el Museo Reina Sofía insiste en la urgente necesidad de incorporar el cómic dentro del discurso y las historias de la modernidad. Es un caso de reparación tardía, pero es un buen comienzo teniendo en cuenta que en Herriman confluyen la experimentación gráfica y poética más vanguardista con una visión compleja de la identidad y el género absolutamente contemporánea.

Las razones por las que el cómic ha tardado tanto en ser asimilado en las instituciones artísticas son múltiples, quizás porque comparte ciertos aspectos de la personalidad de Krazy Kat, el personaje principal de Herriman. Gato y gata al mismo tiempo, se expresaba a través de una mezcla de lenguas y dialectos que dificultaron su traducción. El cómic, como Krazy Kat, se presenta como una manifestación cultural de género difuso, que utiliza simultáneamente texto e imagen y tiene un lenguaje propio que lo sitúa en un lugar complejo a medio camino entre el arte y la literatura. Otra de las posibles causas de este distanciamiento fue el pop art, una de las peores cosas que jamás le pudo pasar al cómic. La mayoría de artistas pop emplearon un apropiacionismo de corte extractivista que sólo ayudó a popularizar una visión muy superficial de la disciplina. Nada que permitiese explorar su secuencialidad y todas las particularidades que alberga como material cultural.

La esencia del cómic va ligada a la narratividad y al medio impreso: la página del periódico, el tebeo, la revista o la novela gráfica son sus espacios de difusión. Así es como este medio difícil se enfrenta a su adaptación museística. ¿Cómo exponemos cómic? Muestras pioneras como Bande Dessinée et Figuration Narrative, celebrada en el Musée des Arts Décoratifs de París en 1967 ya planteaban soluciones parciales a algunos de estos problemas. La exposición, aparte de mostrar algunas obras de esa vertiente del pop francesa denominada figuración narrativa, incorporaba un conjunto de displays innovadores que, simulando estructuras modulares geométricas, sustentaban viñetas que hacían que el público pudiera recrearse en la especificidad del medio con más o menos fortuna.

Mientras resolvemos cuál es la mejor manera de exponer cómic, también habría que pensar cuál es el tipo de cómic que merece ser expuesto en un museo de arte moderno y contemporáneo y qué artistas del género de nuestro territorio merecerían una monografía en un museo como el Reina Sofía. Cuando el cómic realizado aquí empieza a nutrir algunas de las mejores colecciones, se hace necesario empezar a programar con dignidad a esos autores, figuras como Coll, Nazario, Micharmut o Nuria Pompeia, por poner algunos ejemplos, podrían cubrir ese cupo, ya que todos aunan grandes dosis de singularidad, vanguardia y experimentación.


Krazy Kat, su personaje principal. 


De manera similar urge plantear nuevas genealogías en las que poder dar a conocer el cómic desde toda su riqueza y diversidad, que reivindiquen la capacidad intertextual del medio, su capacidad evolutiva vinculada a la modernidad, las vanguardias y los hallazgos y estrategias surgidas de las prácticas conceptuales y de la desmaterialización del arte. Me gusta pensar en un itinerario ideal que se iniciaría con La Santa Rusia, el protocómic de 1854 de Gustave Doré, donde se atreve a dejar en blanco todas las viñetas de una página aludiendo al paisaje nevado que está retratando y que inauguraría las exploraciones metanarrativas que Winsor McCay desarrollaría con profusión a principios del siglo pasado. Este itinerario continuaría con las de-construcciones que el artista conocido como Jess perpetró en los cincuenta con los cómics de Dick Tracy, creando delirantes collages que respetaban la estructura secuencial del cómic. Dedicaría un apartado al détournament situacionista y otro a las innovaciones aportadas por el combe underground en los sesenta y setenta para acabar temporalmente el recorrido con las constricciones de Oubapo (Ouvrier de Bande Dessinée Potentiale / taller de cómic potencial), que, emulando al Oulipo y los experimentos literarios de Perec y Queneau, ampliarían las posibilidades expresivas del medio en los noventa.

Collage de Martin Vitaliti (2012)


El cómic de exposición podría ser la continuación lógica de esta genealogía, una manera de producir cómic fuera de los marcos restrictivos de la página pero dentro de las constricciones de la institución artística. Es en ese espacio desde donde hace años inserto mi práctica y mis estrategias distributivas que fusionan cómic y realidad. Pero hay más gente trabajando en ello cuyas obras me gustaría destacar. Está el conceptualismo radical de Han Manouach con su desarrollo de un cómic no figurativo destinado a lectores invidentes, así como Martin Vitaliti y su rigurosa investigación de la secuencialidad y los límites espacio-temporales del espacio entre viñetas. La deconstrucción metalingüística del color en Jochen Gerner o la exploración performativa que el colectivo argentino Un Faulduo hace del medio.

A veces, no es necesario realizar una gran muestra para tratar como se merece la obra de un autor de cómic, basta hacerlo con cierto cuidado, esmero y atención. Las mejores que he visto recientemente han sido en la sala de exposiciones de la librería especializada Fatbottom de Barcelona, espacio de unos tres metros cuadrados. El año pasado, el colectivo CCCCC (Centro de Conservación y Comunicación de Cómic Contemporáneo) realizó una excelente muestra centrada en los cómics evangélicos de Jack Chick, el mayor editor de cómics independiente del mundo. Próximamente, inaugurarán Negros Rojos mirando la historia del Libro para colorear de los panteras negras. Las posibilidades que abarca el cómic son múltiples y su capacidad de adaptación es infinita, tan solo necesita de comprensión de su medida y de lo que significa como formato. Ojalá haya cada vez mejores muestras de cómic dentro y fuera del museo.

Francesc Ruiz es artista.

La exposición de George Herriman en el Reina Sofía está hasta el 26 de febrero.



El Pais Babelia Nº 1.359 Sabado 9 de diciembre de 2017

jueves, 7 de diciembre de 2017

Viñetas de un ‘boom’ latinoamericano

La FIL certifica el auge del cómic en el continente: el número de creadores se multiplica, las editoriales se extienden y las cifras de ventas aumentan

VÍCTOR USÓN
Guadalajara (México) 4 DIC 2017


Una ilustración de Bef.

En América Latina, el cómic celebra incrédulo el éxito. Disfruta del boom, de la llegada de la fama y del comienzo del fin de ese profundo bache con el que tropezó en la década de los noventa. Van quedando atrás los difíciles y tortuosos años de silencio, y parece acercarse de nuevo la época dorada del género. Para algunos expertos, esto es solo el comienzo. Otros, más precavidos, sostienen que el futuro es incierto. No descartan que la fama sea efímera, el fenómeno una burbuja y el logro termine hecho añicos de nuevo.

Por el momento, el público quiere al cómic, demanda nuevos títulos y empuja su éxito. El número de creadores se multiplica, las editoriales independientes se extienden y las ventas alcanzan cifras que hace un tiempo eran un sueño: en México las grandes firmas hablan de un aumento de entre el 10% y el 20%. “La subida es muy agresiva y acelerada. Evidentemente, conforme vayamos creciendo empezará a desacelerarse. Veníamos de un mercado prácticamente virgen y de una época en la que la oferta era muy restringida”, cuenta Sonia Batres, directora general de Caligrama Editores, una de las pocas editoriales medianas que publica novela gráfica en México.

La Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL) también se hace eco de este éxito. Por primera vez, dedica un pabellón a la novela gráfica, un termómetro de la buena salud de la que goza el género. Grandes firmas, editoriales medianas y un buen número de artistas independientes y colectivos ocupan la treintena de estands sobre el cómic que hay en el evento. René Córdova y Héctor Germán Santarriaga, dos autores mexicanos, han compartido, junto a otros compañeros, estand, transporte y algunos costes para poder hacer un poco más barato su presencia en esta cita. Ellos han impreso, trasladado y ahora venden sus últimas obras en uno de los puestos. Sus cómics, made in Mexico, compiten con Spiderman, Capitán América y otros superhéroes que encandilan al público. En su mostrador no se agolpan los fans, pero aún así sus ventas constituyen un hito, la cifra ha ido en aumento desde hace algún tiempo.

“La novela gráfica es un formato que está en el punto de despegue. Conocemos bien el piso, no sabemos aún dónde está el techo”, asegura Diego Rey, editor de Hotel de las ideas, una de las firmas que en Argentina ha impulsado el género. Publican 12 títulos al año y celebran los 2.000 ejemplares de tiraje que tienen algunas de sus obras, imposible de alcanzar hace solo unos años. Es el resurgimiento de una industria, todavía débil, en la que han sido los propios artistas quienes han conseguido reflotar el género.

Una ilustración de Tony Sandoval.

Los mexicanos Bef y Luis Fernando, los argentinos Juan Sáenz Valiente y María Luque, los colombianos Power Paola y Jim Pluk o la chilena Catalina Bu han logrado que empiecen a ser conocidos sus nombres. Mientras tanto, algunos autores se alían en colectivos con los que ganar fuerza y poder vender mejor sus obras, otros tienen sus propias editoriales y una inmensa mayoría crea, imprime, distribuye e incluso vende sus publicaciones. Pero, a pesar de todos los esfuerzos, para muchos vivir de la novela gráfica sigue siendo un sueño.

“El cómic está polarizado entre los grandes grupos y la microedición. Son las pequeñas editoriales las que apuestan por el riesgo, pero tienen difícil la distribución. Se está generando una industria que todavía está en pañales, lo que sí hay es un circuito de ediciones alternativas que ha logrado tener contactos internacionales entre los diferentes países de América Latina y que tiene una vitalidad increíble”, cuenta el crítico de cómics barcelonés Álvaro Pons.

Unos cimientos propios que, aunque todavía débiles, permiten expandir un tanto el género. Por el momento, han dicho adiós a la crisis de los 90 y miran de reojo a España, donde el cómic se recuperó antes y sigue conquistando el mercado.


Uno de los pasillos de la FIL. LEONARDO ÁLVAREZ.

“En los ochenta, de forma instantánea, el cómic apareció y también de igual manera se esfumó. Fue una burbuja que se pinchó y ahora hay gente que le preocupa que pueda tratarse de un proceso similar. Creo que no será así, el crecimiento es sostenido y se cuenta con unos cimientos. Es un proceso irreversible”, señala Pons.

Aquella caída fulminante dejó un pequeño grupo de supervivientes en América Latina, que hoy ha dado lugar a un movimiento que, incrédulo, admira la vuelta del éxito. El cómic ha resurgido entre las cenizas y novelas gráficas locales han llegado a tener tiradas de 12.000 ejemplares. Así ocurrió en Chile con la novela gráfica Mocha Dic, de Francisco Ortega y Gonzalo Martínez, según relata el chileno Carlos Reyes. Un país en el que más de un centenar autores han publicado al menos un cómic con alguna editorial en los últimos 10 años.

Una batalla contra "el bombardeo de Marvel para hacer un cómic local", cuenta el caricaturista mexicano José Hernández, de la que ha surgido una novela gráfica en la que no solo hay superhéroes, sino que también se habla de amor, feminismo o violencia en América Latina. Las nuevas publicaciones seguirán luchando por reconquistar al público que un día les adoró. Para ello, aún deben despojarse del estigma que los asocia con lo infantil y los considera un género menor de la literatura.

DEL ‘WEBCÓMIC’ AL ÉXITO
V. U.
Internet se ha convertido en uno de los mejores aliados de la nueva novela gráfica. Numerosos creadores han conseguido gracias al webcómic dar el salto a las publicaciones en papel. Un sinfín de autores han volcado sus obras en la Red, dando lugar a un fenómeno que, aunque en perfecta conexión con la novela gráfica clásica, incorpora un lenguaje propio que pisa con fuerza y podría transformar el género.

Se trata de nuevos formatos en los que se puede “introducir sonido o animaciones que el papel no permite”, cuenta el crítico Álvaro Pons. Así ocurrió con El hábito de la mordaza, un cómic de Germán Andino sobre la violencia en Honduras que publicó EL PAÍS y se llevó este año el Premio Gabriel García  Márquez a la Innovación de la Fundación Para el Nuevo Periodismo Iberoamericano.



El Pais


Sostiene el cómic de Pereira

Pierre-Henry Gomont lleva a la novela gráfica el célebre libro de Antonio Tabucchi

TOMMASO KOCH

Madrid 27 NOV 2017



'Sostiene Pereira'.

Era un hombre anodino. Sin ideales ni apenas amigos, obeso, cardiópata, tan rutinario como su desayuno: tortilla y limonada en el Café Orquídea, un día tras otro. Periodista cultural de un diario católico irrelevante de Lisboa, se pasaba las jornadas solo e inadvertido. Y, sin embargo, el tipo tenía fama, gloria y millones de seguidores. Tanto que a Pierre-Henry Gomont le daba miedo incluso acercarse a él. “Me intimidaba”, reconoce el dibujante y escritor. Durante tres meses, la inseguridad le ganó el pulso. Se limitaba a tomar notas, leer y releer. Y entonces se le agotó el tiempo. “Tenía que empezar. Las fechas tope son una gran manera de olvidarse del miedo creativo”, agrega Gomont. La obligación le quitó el peso de encima, y en siete semanas tenía bocetos y rumbo. Unos meses más y la misión que le habían encargado estaba cumplida. Había logrado llevar al cómic (Astiberri) un personaje y una de las novelas más celebres de la literatura contemporánea: Sostiene Pereira, del italiano Antonio Tabucchi.

“Lo mejor de Sostiene Pereira es la pureza clásica de su escritura”, defiende el autor francés (Boulogne-Billancourt, 1978). Aunque se podría escoger entre muchas virtudes de la obra maestra que Tabucchi publicó en 1994. Ambientada en la Lisboa de 1938, bajo la dictadura de Antonio de Oliveira Salazar, la novela cuenta la existencia en la sombra de Pereira, volcado en sus reseñas literarias y la nostalgia de su fallecida mujer. Acostumbrado a no tomar partido nunca, en una era de ebullición política, el periodista acaba sacudido por una de sus pocas decisiones: fichar para su diario a un joven que prepare obituarios de personajes célebres aún vivos. A partir de ahí, poco a poco, la supervivencia insulsa de Pereira se ve invadida por conceptos tan ajenos a él como los dilemas, el fascismo, la revolución o la libertad. Y Tabucchi lo relata como si el propio personaje se lo estuviera contando. De ahí la fórmula de su título, repetida varias veces en el libro: Sostiene Pereira.

Para dibujarlo, en cambio, Gomont escuchó su instinto. Tras leer cinco o seis veces el libro, lo cerró. “Conté la historia desde la memoria. Solo cuando terminé volví a abrir la novela, para añadir un par de frases que sabía que quería incluir”, defiende. Se dejó guiar por las ideas gráficas que el libro le había sugerido, por sus recuerdos y por un viaje a la capital portuguesa. El resultado es una mezcla de tonos vívidos y melancólicos, donde conviven la Lisboa de la belleza nostálgica y la del régimen y la represión; hay diálogos intensos y páginas sin ninguna palabra, miríadas de viñetas y otras que ocupan un folio entero.

Fiel a la novela, Gomont recrea los momentos en los que Pereira habla con la foto de su exmujer o sus citas con Silva o el doctor Cardoso. Aunque el dibujante también se concedió licencias: la teoría de la confederación de las almas (un yo hegemónico se impone sobre los demás, que pueden destronarle y asumir a su vez el poder) que marca al periodista en el libro es retratada aquí con una serie de pequeños pereiras que brotan en torno al personaje para representar sus debates interiores.


“Espero poder ofrecer al menos un aroma del talento de Tabucchi a través de mis viñetas”, explica el creador. Para ello, se pasó dos semanas recorriendo Lisboa en solitario, dibujando todo el día y experimentando con lápiz, acuarelas o tinta. La propia ciudad le ayudó: “Una vez allí, mucho de lo que Tabucchi escribía de Lisboa tomó vida”. Prefirió no ver nada de las otras adaptaciones de la obra, ni tampoco accedió al archivo personal del autor, fallecido en 2012. Sí se reunió con la viuda de Tabucchi, Maria José de Lancastre, pero solo después de publicar el cómic. Como si siguiera el consejo del doctor Cardoso a Pereira: “Deje de frecuentar el pasado, intente frecuentar el futuro”.

"Nosotros somos gente del sur, Pereira, obedecemos al que grita más, al que manda", era otra de las frases célebres de la novela, considerada también una celebración de la libertad. "Una obra existencial decididamente optimista", la definía Tabucchi. Pero Gomont cree que el principal foco es otro: "El cambio interior de Pereira". Sacado de su torpor, el personaje llega a verlo todo claro. Tal vez por eso el artista le quitó las gafas que al principio le quiso dibujar. Al fin, Pereira ya no las necesitaba.

MUCHOS 'PEREIRAS'
Pierre-Henry Gomont trató de ignorarlo, para mantener la pureza de su mirada, pero Sostiene Pereira ya había sido adaptado al menos en tres formatos. El francés decidió no ver la película de Roberto Faenza, protagonizada por Marcello Mastroianni, que salió poco después de la publicación del libro. Descubrió la otra versión en cómic, realizada en 2015 por Marino Magliani e Marco D’Aponte, solo cuando había terminado su propia novela gráfica. Y nada sabía de sus representaciones teatrales.

El Pais

miércoles, 6 de diciembre de 2017

Albert Watson, fotógrafo.

Albert Watson es uno de los fotógrafos más eclécticos de la última mitad el siglo. Políticos estrellas del rock y hasta monarcas han posado para este escocés, que cuenta la moda entre sus pasiones
Texto Álex Vicente   Fotos Jake Chessum



Mick Jagger (Los Angeles, 1992)
Esta foto fue totalmente improvisada y se realizó cuando aún no había Photoshop.



Albert Watson (Edimburgo, 1942) lleva medio siglo haciendo fotos, desde que su mujer le regaló una cámara fotográfica cuando cumplió 21 años. Sintió inmediatamente, según relata, que el aparato era una extensión de su mano. Entendió muy pronto que quería dedicar su vida a mirar por el objetivo. Desde entonces, se ha convertido en uno de los nombres más celebrados de esta disciplina. También en uno de los más eclécticos. Watson escogió no escoger y ha tocado todos los palos, de la fotografía de paisajes a las naturalezas muertas, sin olvidar su trabajo comercial para los estudios de Hollywood o sus numerosas campañas para todo tipo de marcas, de Chanel a Levi Strauss.
 

Sin embargo, son sus retratos los que lo han consagrado como uno de los grandes nombres de la fotografía de nuestro tiempo. Por su objetivo han pasado mitos como Andy Warhol, Michael Jackson, David Bowie o Steve Jobs. En su interminable galería de imágenes conviven Kate Moss y la reina de Inglaterra. Para reflejar todas esas aristas, Taschen publica ahora Kaos, voluptuoso volumen del que solo distribuirá 1.200 copias numeradas, además de otras 50 que irán acompañadas de una lámina firmada (el precio del libro, entre 1.250 y 4.000 euros, no es accesible para todos los bolsillos). Watson recibe así un honor que antes obtuvieron Helmut Newton o Annie Leibovitz. «Me siento orgulloso por ello», admite desde su estudio en el barrio neoyorquino de Tribeca, mientras empieza a repasar el transcurso de su larga trayectoria. 
La oficina de Albert Watson en Tribeca -uno de los barrios más famosos y cotizados de la Gran Manzana- es un espacio de trabajo lleno de objetos personales donde el fotógrafo guarda su obra
y prepara las imágenes para ser enviadas.El jukebox antiguo está en una de las salas y su música suena siempre que los visitantes lo piden.


¿Por qué decidió convertirse en fotógrafo? 
Soy hijo de un boxeador profesional y de una profesora de educación física. Mi familia no tenía nada que ver con este mundo, pero cuando terminé el instituto sentí que quería dedicarme a esto. Me apunté a una escuela de arte en Dundee, cerca de donde crecí, con la intención de convertirme, cuando terminara, en profesor de pintura o escultura. 

Por aquel entonces, ¿qué importancia tenía el arte para usted? 
Simplemente era una actividad con la que disfrutaba. Y entonces tenía la voluntad de dedicar mi vida a algo que me gustara. No creo que intentara expresar nada en concreto. Solo quería aprender. Después de dos años pintando cuadros o haciendo cerámica y alfarería, acabé entendiendo que lo que se me daba mejor era el diseño gráfico. Fue entonces cuando descubrí la fotografía, porque había una asignatura sobre esta materia. Recuerdo que, cuando empecé a hacer fotos, me obsesioné inmediatamente y ya no pude parar. 

¿Qué fue lo que le gustó?
Su inmediatez. El hecho de poder ver el mundo a través de un agujero y de poder interpretarlo de una manera determinada. En 1966 terminé la escuela en Dundee y me aceptaron en el Royal College of Art de Londres. Me mudé allí para estudiar diseño, cine y fotografía.






La moda y las modelos son una de sus pasiones.
En la foto, Kate Moss, Henna Hand
Marrakech, 1993.


Vivió los años del Swinging London. ¿Qué recuerda de aquella vibrante escena cultural?
Fue un momento muy excitante para estar en Londres, aunque mi experiencia fue muy distinta a la de otros artistas... Yo tenía una familia, por lo que llevé un tipo de vida algo conservador. Mi mujer trabajaba de profesora y teníamos dos hijos. No fueron unos años locos. Solo me interesaba poder mantener a mi familia y trabajar duro para tener éxito en lo que hacía. Creo que fue durante esos años cuando mi fotografía se volvió mucho mejor. 

¿Por qué se mudó a Estados Unidos?
Había viajado por el país durante un mes, en 1966, gracias a una beca concedida por IBM. Desde entonces, me tenía obsesionado su modo de vida. Mi mujer obtuvo un trabajo en California a principios de los 70 y decidimos mudarnos allí. ¿Hubiera sido mi carrera distinta en el Reino Unido? A menudo me lo pregunto... Me gusta pensar que hubiera tenido el mismo éxito, simplemente porque le dediqué muchas horas. Fue una época en la que trabajé mucho. Lo que obtuve fue fruto de ese esfuerzo. 

¿Cuándo se dio cuenta de que había conseguido llegar donde quería? 
Puede que con mi retrato de Alfred Hitchcock. Me llamaron de Harper's Bazaar para pedirme que lo fotografiara con un ganso colocado sobre una bandeja, porque la imagen debía acompañar una de sus recetas favoritas. A mí me apeteció más hacer algo un poco más fiel a su universo. Desplumé el ganso y le pedí que lo sujetara por el cuello. Me pareció una imagen mucho más hitchcockiana. Podía ser frío en el trato, pero conmigo fue todo lo contrario: encantador e increíblemente divertido. Colaboró mucho para que la fotografía quedara perfecta. 

¿En qué momento empezó a interesarse por la moda?
Tal vez durante mis años de estudiante en Londres, cuando simpaticé con los alumnos del departamento de moda, donde había gente que después se hizo muy importante [como el diseñador Ossie Clark, también nacido en 1942]. De todas maneras, nunca me he considerado un fotógrafo de moda, sino un fotógrafo que disfrutaba con la moda. Era mi actividad principal, pero no la única. 

¿Cómo se toma un buen retrato? 
Muy fácil: sabiéndolo todo sobre la persona que tienes delante. Siempre digo que tengo tres consejos para lograr hacer un buen retrato: preparación, preparación y preparación. La mayoría de colegas se preparan mucho técnicamente y en cuestiones como la luz, que es muy importante. Pero también lo es documentarse sobre la persona a la que vas a retratar. Si fotografías a Clint Eastwood, tienes que ver todas sus películas, leerte su biografía, saber que empezó en la televisión, entender por qué se pasó a la dirección en un momento de su carrera y llegar a cierta evaluación crítica sobre su trayectoria. Si no, te resultará imposible tener una conversación seria con él cuando te lo pongan delante. Este tipo de cosas son las que separan a los buenos fotógrafos de los que no son tan buenos.

Otro retrato que define su carrera es el de Steve Jobs. Se ha convertido casi en su imagen oficial.
En ese caso, la preparación también fue muy importante. Solo me dieron una hora con él, de 9 a 10 de la mañana. Antes de que entrara en la sala, llegó el relaciones públicas de Apple para advertirme lo siguiente: «Steve odia a los fotógrafos». Mientras ajustaba la luz, tuve una idea. Le dije: «Tengo una buena noticia para usted: no voy a necesitar una hora, sino solo media». Él se puso muy contento. Me dijo que le parecía fantástico, porque tenía muchas cosas que hacer, y que me lo agradecía mucho. Fue una apuesta arriesgada, porque me quedé con la mitad del tiempo. Pero, a la vez, conseguí conectar emocionalmente con una persona que venía a regañadientes. A partir de ese momento estuvo muy receptivo. Años más tarde, la escogieron como la fotografía del obituario de la compañía.

Supongo que en otros casos las cosas también le han salido mal... 
Sí, pero siempre trabajas con un plan B y con un plan C para que eso no suceda. E incluso con un plan D, si hiciera falta. He tenido sesiones fotográficas que me han decepcionado, porque no he llegado a materializar la visión que tenía antes de empezar. Lo que hay que hacer es intentar entender en qué has fallado. Este es un oficio que se aprende después de encadenar muchas jornadas laborales de 16 horas. No es algo que se adquiera de un día para otro.

¿Las buenas ideas surgen durante la preparación o aparecen, casi por arte de magia, durante la propia sesión fotográfica? 
Es una combinación de las dos cosas. La preparación es básica, pero una de mis imágenes más conocidas, el retrato de Mick Jagger con rasgos de leopardo, fue totalmente improvisada. Yo tenía pensado hacer la foto con Jagger en un coche deportivo y el animal sentado en su regazo. Pero eso no fue posible, porque el leopardo no era precisamente manso. Se me ocurrió entonces superponer la cara de Jagger y la del leopardo rebobinando la película, solo por probar algo distinto. Por aquel entonces se tenía que hacer manualmente, ya que no existía Photoshop...

Después de tantos años metido en este negocio, ¿la fotografía sigue suponiendo un reto para usted? Siempre lo comparo con conducir un automóvil. Al principio crees que matarás a alguien y que nunca serás capaz de manejarlo. Después vas cogiendo confianza, hasta que puedes mantener una conversación al mismo tiempo que sujetas el volante. Con la fotografía pasa lo mismo. Llega un momento en que te sientes suficientemente cómodo en el aspecto técnico para que todo resulte más fluido. Pero siempre tienes que pensar hacia dónde quieres conducir el coche. Es decir, qué quieres decir con las imágenes que has hecho. Además, por mucho que controles la maquinaria, sabes que no puedes dormirte al volante. Con las fotos pasa exactamente lo mismo.




Kaos (Ed. Taschen), un repaso de la carrera del fotógrafo con desnudos, naturalezas muertas e imágenes de moda, incluye textos de Watson y decenas de polaroid inéditas hasta la fecha. El trabajo (1.200 copias numeradas y firmadas por el artista escocés) está disponible en una edición de coleccionista y en cuatro ediciones de arte de 50 copias cada una, acompañadas por una lámina firmada.

Nació ciego de un ojo. ¿Diría que ha sido un obstáculo, o al revés? 
Tuve la suerte de escoger una disciplina donde, hasta la llegada del iPhone, solo se necesitaba un ojo para mirar por el objetivo. Tal vez estuviera predestinado a dedicarme a esto. No creo que haya tenido ningún efecto negativo, aunque tampoco puedo comparar...

También es conocido por sus encargos para el cine. Durante años diseñó decenas de carteles, como el de Kill Bill, El código Da Vinci, Chicago, Las horas... También trabajó para series como Los Soprano
Es un trabajo que se me da bien, tal vez por mi formación como diseñador gráfico. En realidad, mis fotos también suelen ser bastante gráficas. Mi cartel favorito es el de Kill Bill, por su sencillez. Escogieron una imagen donde solo aparece Uma Thurman de pie, sujetando su espada.

¿Se trabaja de forma distinta cuando uno se pone al servicio de una firma de moda?
Sí y no. Por una parte, es un trabajo distinto. Por otra, una vez más, todo consiste en prepararse bien. Para hacer una buena fotografía de moda debes entender la diferencia entre materiales, saber distinguir el lino de la seda, entender las texturas y los estampados... También implica todo un trabajo sobre la expresión corporal, sobre el lenguaje del cuerpo. Igual que un fotógrafo de coches debe saberlo todo sobre los coches, uno de moda tiene que ser experto en el mundo que aspira a capturar. 




Andy Warhol, Nueva York, 1985; uno de los ejemplos claros de sus fotografías más populares.



Breaunna in Bathroom, Budget Suites Motel, Las Vegas, 2000. 

¿En qué cambia su trabajo cuando tiene delante de su cámara a una modelo profesional?
Es igual que con cualquier otra persona. Es decir, intentando encontrar una conexión con ella. Lo que es diferente es que tal vez le haces preguntas distintas que a un político. Te interesas por la música que escucha. Te interesas sobre el lugar del planeta del que viene. Le preguntas si tiene novio... [risas]. A diferencia de otros, nunca he sido duro con las modelos. Siempre me aseguro de que todo el mundo las trate bien. Suelo ser paciente y evito la confrontación innecesaria, aunque también puedo ser firme y directo cuando la ocasión lo requiere. 



Monkey with Gun, Nueva York, 1992


¿Vuelve, de vez en cuando, al lugar dónde creció? 
Sí, volví hace unos años a Escocia para trabajar en una serie de paisajes en la isla de Skye, que es uno de los lugares más bonitos del planeta. También regresé a Dundee porque me hicieron doctor honoris causa en la universidad. Es un lugar que me inspira un gran romanticismo y siempre me alegro de volver. Es curioso, porque cuando era joven me moría por marcharme de allí. Ahora, en cambio, pienso que tal vez podría retirarme en Escocia. Aunque me resultaría difícil dejar Nueva York, ya que llevo viviendo aquí desde 1976. Me he acostumbrado a tener decenas de museos alrededor, a ir al teatro por la noche y a cenar en buenos restaurantes... 



Michael Jackson, Nueva York, 1999


¿Piensa en la jubilación?
No, claro que no. Esa palabra está prohibida. Para un fotógrafo, retirarse nunca forma parte del plan o del trato. La única opción que tengo es seguir adelante. La fotografía es como una adicción. Sucede casi como con la heroína: es mejor que no empieces, por-que luego no podrás quitarte •

revista Smoda Nº231 NOVIEMBRE 2017

UNA PIZCA DE HUMOR



El autor dibujante y humorista gráfico, bosqueja un particular homenaje gastronómico donde las frutas y otros iconos del comer da vida a cinco escenas. Por Asier Sanz.


Revista El Pais Semanal Nº 2.147 Domingo 19 de noviembre de 2017

DEL TEBEO AL COMIC

El Museo ABC recorre la historia de la historieta española desde que en 1917 la revista 'TBO' publicó las primeras viñetas para sorpresa de los niños



El valeroso Cuto, trabando amistad con unos sioux gracias a la cabeza y los pinceles de Jesús Blasco.


Medio mundo los llama cómics, pero para los españoles siempre han sido tebeos. La culpa fue de la revista infantil TBO, nacida hace ahora un siglo, que marca el origen del noveno arte en este país. El Museo ABC ha puesto al crítico Antoni Guiral a comisariar una exposición que, desde el 31 de octubre y hasta el 4 de febrero, recorre la historia de nuestras viñetas hasta que alcanzaron la mayoría de edad. Costó lo suyo: 60 años. En 1977 la revista Totem fue la primera dirigida a un público adulto que había crecido con Carpanta, Mortadelo o el Capitán Trueno, AITOR MARÍN


El Pais. Revista ICON Nº45 NOVIEMBRE 2017

Arte y descarte



Su nombre es Linda, trabajaba en televisión y protagonizó Una llama en Times Square, la celebre imagen que Inge Morath disparó para la revista Life en 1957. La hoja de contacto revela que, aunque hay dos imágenes similares, la elegida estaba mejor expuesta: hay un detalle en el fondo y en el gesto.


Como no fueron concebidas para ser mostradas, las hojas de contacto -primera impresión de los negativos, directamente sobre el papel- están plagadas de secretos. En el subsuelo de la Fundación Canal (Madrid) están muchos de ellos, recogidos en la exposición Magnum. Hojas de contacto, que se podrá visitar hasta el 5 de enero. Allí se observa cómo las imágenes que acaban recibiendo el adjetivo de icónicas se abren paso entre las demás, las descartadas, cuya historia es casi igual de fascinante. Son estas las que permiten descubrir el proceso creativo del artista. 'Analizando la sucesión de instantáneas es posible saber cómo se relaciona el fotógrafo con los personajes, cómo busca el punto de vista más adecuado, si arriesga o si se aburre con facilidad", comenta Emmanuelle Hascoét, directora de exposiciones de Magnum Photos. En fin, nostalgias de cuando la película limitaba (y mucho) el número de disparos. De cuando la realidad no tenía que caber en un hashtag. EVA BLANCO

El Pais. Revista ICON Nº45 NOVIEMBRE 2017