jueves, 10 de agosto de 2017

HYPNO The influencer de Matz Mainka




Matz Mainka (Hamburgo, 1959) es un ilustrador y autor de cómics de larga trayectoria. En España se han publicado sus obras La sospecha, los dos volúmenes de El retorno a Novogorod y Trilogía del Mar del Norte, este último junto a Ana Juan.

El Pais Tentaciones número 27- Agosto 2017

Carta a Hellboy, de un enamorado


Mike Mignola, creador del antihéroe, vuelve al tebeo que había jurado terminar con una historia con ecos de Coleridge titulada ‘En la mar silenciosa’

Una de las viñetas de 'En la mar silente', nuevo tebeo de Hellboy.

ÁNGEL LUIS SUCASAS
26 JUL 2017

Las grandes historias se niegan a morir. Hace poco más de un año, allá por junio de 2016, parecía que una de esas grandes historias en viñetas, la de Anung Un Rama, más conocido como Hellboy, llegaba a su fin. Su creador, Mike Mignola, tipo con talento donde los haya, decía basta. The Guardian, en una entrevista de Sam Thielman para enmarcar, se sacaba este titular de la manga: “¿Por qué termino Hellboy? Para ponerme a pintar acuarelas”. Maravilloso.

Llegando más allá de ese cartel de neón con el que nos peleamos cada día los periodistas, la cosa se ponía interesante. Mignola no sabía que su historia iba a terminar; siempre había dicho que se veía escribiéndola toda la vida. Fue la propia trama y su antihéroe, el maravilloso hijo de Satán y una hechicera de estirpe ilustre, los que le indicaron que llegaba el momento de decir adiós. “En principio, pensaba seguir para siempre [escribiendo sobre un Hellboy en el averno] y luego iban a ser cuatro libros, más tarde los condensé en tres… Creo que fue en el número ocho cuando me di cuenta: "Oh, esto es el final de la saga". Solo le queda una gran cosa por hacer. "A lo mejor dos”, indicaba el creador del personaje en dicha entrevista.

Portada del cómic 'En la mar silente'.

Hellboy en el infierno fue, desde luego, el mejor de los epitafios. Diez números cocinados a fuego lento durante tres años que Mignola volvía a asumir no solo como guionista, sino también como artista. Una maravilla capaz de conjugar el encanto pulp de este demonio detective con la profunda desazón que conjura Casa desolada, de Dickens. Mignola dijo que se quería dedicar a pintar acuarelas y que quien quisiera verlas que se pasara por su casa. Daba carpetazo y asumía, seguramente con sinceridad, que aquello era el último capítulo de Hellboy.

Pero las grandes historias se niegan a morir.

Into the silent sea. En la mar silente. En la mar callada. Qué bonito título. Mejor aún la dedicatoria de la reentré de Mignola, solo un año después de aquel supuesto retiro, en su personaje favorito: “Para John Houston, Ray Bradbury, Gregory Peck y Herman Melville, porque no podrían haberlo hecho sin él. Y, por supuesto, para William Hope Hodgson”. Después de tal arranque, es imposible que lo que sigue no sea maravilloso. En la mar silente, escrito a cuatro manos entre Mignola y Gary Gianni, este segundo también lo ilustra, cumple con semejante título y dedicatoria. Es maravilloso y me ha hecho escribir este artículo en el que intento transmitir tanto al ajeno como al conocedor —en uno busco el descubrimiento y en el otro la sonrisa cómplice teñida de cierta nostalgia— por qué este tebeo es uno de los imprescindibles.

Creo que hay que empezar por la primera viñeta. La primerísima. Una amplia panorámica de navíos descalabrados que se pierden en el horizonte. Y en una cartela, las siguientes palabras: “La gentil brisa sopló, la espuma blanca voló; el surco la siguió, libre; éramos los primeros en irrumpir, en aquella mar silente”. Debajo de ellas se nos informa de su autor, Samuel Coleridge, la quinta estrofa de la segunda parte de su Balada del viejo marinero.

La primera viñeta de 'En la mar silente'.

En esta viñeta se sintetiza mucho de lo grande que tiene Hellboy. El hechizo de Mignola, su genialidad, no es tan epatante y evidente como la de un Alan Moore, un Warren Ellis o un Neil Gaiman. Cualesquiera de esos autores subrayan el enorme talento que poseen en cada esquirla de sus obras. Quieren que se los vea. Mignola pretende permanecer invisible y que la narración permee al lector con él como aparente mero intermediario. Es humilde hasta el punto de que muchas veces, los momentos más potentes de sus tebeos se nutren de la cita erudita, como por ejemplo esa inolvidable elipsis, tan fácil de pasar desapercibida si se lee con desaliño, del puñal pulcro y el puñal ensangrentado durante Hellboy en el infierno acompañada por las palabras de Lord y Lady Macbeth.

Pero lo suyo es mucho más que citar. Lo que hace Mignola es elegir con cuidado extremo una cita que ilustra e interpreta dentro de su tapiz narrativo con tremenda profundidad y poder fascinador. Aquí, con una imagen que epata, la de esos barcos hundidos, sin una sola figura animada sobre sus cubiertas ajadas, repitiéndose en la lontananza, transmitiendo como solo puede hacer el cómic, en una imagen, el peso de los siglos. Da la sensación de que el lector pueda quedarse embobado en esa estampa hasta tener un aspecto decrépito semejante al de los barcos.

Mignola se mueve pues en el arte de lo omitido, de la elipsis, de lo invisible. Muchas veces, a lo largo de Hellboy, él u otros personajes refieren hechos desconocidos que darían para relatos completos o quien sabe si incluso series inagotables. En la mar silente nace de uno de esos momentos. En Hellboy. La tormenta había una recapitulación de las cosas que le sucedieron al diablo humano en su periplo por el mar que encerraba uno de esos hilos narrativos de los que solo vemos la primera hebra. En ella se advertía a un Hellboy remando de espaldas en un esquife miserable mientras al fondo se veía a un gran navío, de aspecto espectral, que venía recto hacia él. El bocadillo de Hellboy en ese breve flashback de una viñeta contenía una sola palabra: “Mierda”.






Una de las páginas de 'En la mar silente', nuevo cómic de 'Hellboy'.

De ese “Mierda” nace toda esta narración que arranca con el poema de Coleridge y que enfrenta a Hellboy a muchas cosas que no entiende y que le traen sin cuidado. Es lo que este héroe bastante expeditivo, de enorme corazón y partido en dos por su destino, destruir el mundo, se ha pasado haciendo toda la vida: deambular pegándole a cosas y sin entender ni la mitad de las veces por qué lo hace. Una situación de desconcierto análoga a la del lector ante las fuerzas mitológicas que rigen los destinos del mundo en que transcurre este tebeo. Un ancla en común que genera una enorme simpatía por el personaje cada vez que la trama le pone la zancadilla con otro misterio más, acompañado de un bicho bestial con ganas de cruzarle la cara por haberle ofendido por romper vaya usted a saber qué protocolo esotérico.

Las peripecias de estas cincuenta y pico páginas son constantes. Que si el secuestro por parte de una tripulación enloquecida, que si el rescate nocturno de un grumete, que si la obsesión de una racionalista por descubrir una deidad primigenia que habita en el inicio del mundo, que si una horda de seres imposibles que brotan del mar en manadas… Pero la peripecia en Hellboy es lo que subyace, el telón de fondo a ese nihilismo socarrón que tiene no poco que ver con el espíritu de nuestro Quijote. Hellboy pasa por tantas y tantas cosas y sin embargo sigue igual, no con una bacía de cobre por sombrero pero sí con ese par de cuernos que se lima para negar lo evidente: que es el hijo de Satán y que tiene que destruir el mundo.

El final de Por quién dobla la campana, el último número de Hellboy en el infierno, sabía a final. Pero el propio Mignola dijo que al personaje le quedaban un par de cosas por hacer. Este retorno del exilio para contar una aventurilla que se ha quedado en el tintero cuesta creérselo como una mera zambullida sin mayores consecuencias. Cierto que la idea partió de Gianni y no de Mignola, pero se ve en las palabras de cada cartela, en cada concepción visual de la historia, que el americano sigue enamorado de su criatura.

El nihilismo socarrón de Hellboy tiene mucho que ver con el espíritu de nuestro Quijote
Ojalá la haga caminar, ya bajo el peso de su cornamenta, para resolver ese par de asuntillos pendientes. Porque este largo Gólgota, lleno de humor, al que somete a su antihéroe es de lo mejor que jamás ha dado el cómic en su ya no tan breve historia. Es ese Quijote sobrenatural que, al contrario que el caballero de la triste figura, ha sobrevivido a su propia muerte y a algo peor: a ser consciente de su locura. ¿No sería interesante fabular con un Quijote que sigue viviendo plenamente consciente de su locura? ¿Elegiría seguir desfaciendo entuertos o viviría aceptando el mundo que lo rodea? Mignola aún puede contestarnos allí donde Cervantes lo tiene difícil. Esperemos que le apetezca.

Y si es que no, pues hay nueva película en marcha. Reboot, que los llaman. Algo es algo.


El Pais


lunes, 7 de agosto de 2017

Un cambio radical


En estos 20 años la historieta ha abandonado su escenario endogámico y ha avanzado en el reconocimiento social

ÁLVARO PONS


Viñeta de 'Jamás tendré 20 años', de Jaime Martín, que recreó la biografía de sus abuelos.

A finales de los años noventa, el mercado del cómic en España había olvidado ya esa burbuja de euforia y reconocimiento que supuso el llamado“boom del cómic adulto”. Las revistas de Toutain, Norma o Nueva Frontera habían dejado paso en los quioscos a los cómics en grapa de Marvel o Forum, que dominaban el mercado junto a la emergente fuerza del manga. El cómic español se refugió en el activo circuito de librerías especializadas nacido en esa década, que actuó de muro de resistencia permitiendo la popularización del cómic más mainstream, pero también de respaldo de una escena de edición independiente donde los fanzines resurgieron con fuerza, actuando de impulso para nuevos modelos editoriales como el de Edicions de Ponent, Inrevés o Sins Entido, que buscaban salir del círculo cerrado donde el cómic era publicado por editoriales que solo publicaban tebeos, para aficionados casi profesionales que compraban las publicaciones en librerías especializadas.


Casi 20 años después, el panorama no puede ser más diferente: el mercado y las formas de consumir el cómic han abandonado ese escenario endogámico y es casi imposible reconocer hoy herencias de la etapa anterior. El popular formato de cuadernillo sigue presente, pero ha sido ampliamente sustituido por el de libro, que ha permitido que la novela gráfica rompa antiguas fronteras y aparezca ahora de forma natural en librerías generalistas. Pero, además, se ha avanzado con claridad en el reconocimiento sociocultural de la historieta: del olvido mediático se ha pasado a una presencia cotidiana en los medios de comunicación, apoyada en el impulso de superación de prejuicios pasados que ha supuesto el Premio Nacional de Cómic. Un auténtico rompehielos que ha puesto en el punto de mira del interés social obras que han actuado a su vez de ejemplo y llamada a una increíble generación de jóvenes autores que, desde la ausencia de prejuicios creativos preconcebidos, ha irrumpido con fuerza en el panorama del cómic español.

Una situación que se ha aliado con un gran cambio del mercado editorial patrio hacia el cómic: las microeditoriales, que aprovechan los avances tecnológicos y los nuevos modelos de venta y distribución, junto con el renovado auge de la autoedición, la edición colaborativa y, también, la bajada de ventas del libro tradicional, han favorecido una nueva visión de las grandes editoriales, que ven ahora en el cómic un nicho de expansión de interés, expresado en la inclusión de colecciones de novela gráfica en su catálogo. Un proceso en el que, también, se han asumido como propios los problemas de la industria del libro, de las tiradas raquíticas a la ausencia de lectores y el reto digital, pero que posiciona al cómic ante una novedosa situación, tan ilusionante como impredecible.





Álvaro Pons (Barcelona, 1966) acaba de publicar ‘La cárcel de papel’ (Confluencias), una antología de artículos sobre cómics.



El Pais Babelia Nº 1.340 Sábado 29 de julio de 2017


El siglo de oro del cómic español


La explosión creativa de la novela gráfica conquista espacios antes vedados al tebeo

TEREIXA CONSTENLA





Ilustración de Kiko da Silva, para la portada de Babelia, que contiene referencias a 72 autores de cómic.






La hija del librero mallorquín Leonardo Sainz coleccionaba tintines. Cuando el librero editó una revista, Nosotros somos los muertos, su hija Ana sucumbió ante una estética que no entendía: el underground. Luego llegaron de la mano la adolescencia y el manga; y más tarde Bellas Artes y descubrimientos gráficos como Felipe Almendros. Meses después de la muerte del librero mallorquín, su hija Ana se refugió en Alemania para aprender técnicas de grabado. A la vuelta escribió y dibujó una historia, parcialmente autobiográfica, que arrancaba en el mismo punto en el que había perdido a su padre. La tituló Chucrut. Con un rotulador naranja y bolis de tinta negra, trenzó un relato que exorcizaba el duelo y aprovechaba un tren (el premio internacional de novela gráfica Fnac-Salamandra Graphic, que ganó en 2015).


Ana Sainz, que firma Anapurna (Palma, 1990), ha logrado que su primera obra se haya traducido al francés. Un hecho que habría resultado exótico en los días en que leía a Tintín. Y de eso, francamente, no hace tanto.

Un año referencial fue 2007: se creó el Premio Nacional y se publicaron ‘Arrugas’ y ‘María y yo’

Sin embargo, parece otra era. Como cada boom tiene su burbuja, en aquellos noventa se enterraba el fenómeno del cómix de adultos. Antes, con el franquismo racionando el entretenimiento, había arrasado el tebeo infantil, que acabaría desplazado por la tele. Así que, como afirma el guionista y crítico Santiago García en Spanish Fever (versión en inglés de Panorama, su antología sobre novela gráfica española, que aspiró a un Eisner), “si me hubieran preguntado en 1997, habría dicho que los cómics españoles estaban muertos y nunca regresarían”.

Más que regresar, se han transformado. Otro boom que tendrá acaso su burbuja dentro (entretanto disfruten de la música). Una fiesta creativa e intergeneracional, empujada por pequeñas editoriales sin pasado, nuevas tecnologías y estímulos internacionales como Persépolis, Blankets o Fun home. “Nunca antes, ni siquiera en los ochenta o noventa, ha habido tanto talento de autor, y no me refiero a mano de obra trabajando para la industria extranjera”, opina Jaume Bo­fill, director de Reservoir Books, el sello de gráfica que ha relanzado a Carlos Giménez, el visionario que se adelantó décadas a hacer memoria y crítica armado de viñetas (Paracuellos), y que pertenece a Penguin Random House, la primera editorial literaria que olfateó las nuevas posibilidades del tebeo y a la que secundarían, entre otras, Salamandra, Roca o Nórdica. “Aparecen escuelas de cómic, está Internet, viajar es fácil, y de tanto autor con afición, salen algunos muy buenos”, reflexiona Rafael Martínez, que fundó Norma hace tres décadas.


Página de 'Gran bola de helado', de Conxita Herrero.

Otro cómic era posible. El que se parece a cualquier otra novela, pero no es solo una novela. El que se parece a un libro ilustrado, pero no es solo un libro ilustrado. El que puede contarlo todo (desde la bulimia de Yo, gorda a la crónica periodística de Los vagabundos de la chatarra). El que lo mismo revive la revolución y represión asturiana en 1934 (La balada del norte) que indaga en la rabia de la generación que intuye que el futuro tal vez sea un mito (El mundo a tus pies). En definitiva, el que penetra en cualquier universo: adolescencias de navaja afilada, fantasías futuristas, ensayos sobre el aquí y el ahora, gestas mitológicas, urgencias sociales, ficciones noir, memorias de perdedores, crisis de identidad… El que, además de reír, puede hacer llorar. El que da al lector un arsenal de sensaciones similar al de una serie o una novela.

Y si alguna duda persistía sobre el exceso de optimismo, desde fuera del mundillo ayudan a despejarla. Se traducen más obras españolas que nunca. Se organizan exposiciones en museos (el IVAM le ha abierto las puertas de par en par). Las librerías generalistas venden cómics y la prensa (no solo especializada) habla de ellos. Se adaptan al cine. Quienes gestionan el legado de Hugo Pratt han elegido a Rubén Pellejero y Juan Díaz Canales (artífice a su vez, junto a Juanjo Guarnido, del fenómeno internacional Blacksad, una producción francesa) para revivir a Corto Maltés. Aunque para contener el entusiasmo, conviene aclarar que, salvo excepciones, las ventas son modestas. “Ahora hay más oportunidades para publicar, pero para vivir del cómic te tienes que ir fuera”, puntualiza Susanna Martín, dibujante de Alicia en el mundo real (Norma). Kiko da Silva, autor de El infierno del dibujante (Dibbuks) y fundador de la escuela de cómic O Garaxe Hermético, tiene otra visión: “Aquí tampoco nadie vive sólo de la literatura. Uno hace cómics porque necesita contar historias”.


Una página de 'Sansamba', de Susanna Martín e Isabel Franc.

Hay un año referencial: 2007. Ocurren algunas cosas. El Ministerio de Cultura crea el Premio Nacional de Cómic, que se estrena distinguiendo a un viejo rockero, Max, por las historietas de Bardín, el Superrealista (La Cúpula). Miguel Gallardo publica María y yo, donde cuenta unas vacaciones con su hija autista, con un trazo minimalista que atenúa la crudeza. Paco Roca relata la vida de un enfermo de alzhéimer en Arrugas. Aunque ambos ya habían publicado novelas gráficas — Gallardo, leyenda del underground por Makoki, fue un precursor de la memoria histórica con Un largo silencio en 1997—, estas se convierten en fenómenos comerciales, con versión cinematográfica incluida.

Detrás de ellos está Astiberri, una editorial creada en 2001 en Bilbao por Fernando Tarancón y Jesús Serrano, a partir de la librería Joker. “Teníamos el pequeño problema de los bilbaínos. Empezamos a pensar que aquí no se hacían las cosas tan bien como en Francia. Hasta 2000 apenas había editoriales independientes, aunque el fenómeno surge gracias a la tecnología, que te permite editar desde casa”, recuerda Tarancón. Al principio se conforman con traducir y, poco a poco, abren su catálogo a proyectos originales como la tetralogía Los viajes de Juan Sin Tierra, a partir de las experiencias del dibujante Javier de Isusi en América. “Lo que había sido el modus operandi de los noventa, el formato grapa, no nos interesaba nada. Era perecedero, sin durabilidad. Nos gustaba el formato libro de L’Association [editores de David B., Marjane Satrapi, Joann Sfar o Riad Sattouf]. Queríamos llegar a un público generalista y creíamos que había que hacerlo con un producto digno”.

Hacen llorar, además de reír. Dan al lector un arsenal de sensaciones similar al de una serie o una novela

Porque los lectores también habían cambiado. Antes los adultos leían tebeos por “nostalgia”, ahora “porque la lectura les resulta tan apetecible como la última novela de Paul Auster”, compara Santiago García en Supercómic (Errata Naturae). Pese a ello, el mercado español es débil. Y hay quien explica la efervescencia creativa por esta fragilidad. Como se vende y se paga poco, se constriñe menos. Pero Jaime Martín (Barcelona, 1966), que publica con la francesa Dupuis desde 2004 y que acaba de ganar el Premio a la Mejor Obra de Autor Español en el Salón de Barcelona por Jamás tendré 20 años (Norma), discrepa: “Yo siempre he hecho lo que he querido hacer”. Con tres décadas de historial, incide en un paradoja: “Para el lector es una etapa fabulosa porque hay más editoriales, se edita con más calidad y los temas son muy variados, pero los autores siguen estando mal”. Los franceses pueden multiplicar por 10 el anticipo de una novela gráfica en España. “Y no es porque los editores aquí sean tacaños, es porque el mercado es el que es”, aclara Martín, que contrasta las tiradas iniciales de sus libros en Francia (11.000) con las de España (2.500). Digamos que hay una edad de oro para el lector y una edad de hielo para el autor.

La opinión de Pablo Auladell (Alicante, 1972), último premio Nacional de Cómic por El paraíso perdido (Sexto Piso), es aún más cruda: “Las editoriales ofrecen una grandísima variedad de títulos, pero eso significa también que no apuestan por ninguno ni arriesgan. Muchos autores noveles no publicarán más que su debut”.

Conxita Herrero (Barcelona, 1993) ya lo ha hecho con Gran bola de helado (Apa Apa). Nació casi cuando se desvanecía el anterior fenómeno gráfico: “Tanto el talento de la gente como la calidad de las historias son altísimas, pero si la precariedad en que vivimos no mejora, terminará por deshincharse”. Y este boom tendrá también su burbuja.

El Pais Babelia Nº 1.340 Sábado 29 de julio de 2017

sábado, 5 de agosto de 2017

Los años 50: llega la modernidad

Franquin es la principal firma que acompaña al comic francobelga 'Modest et Pompon'
La pareja protagonista muestra la época dorada en la economía tras la II Guerra Mundial



GERARDO MACÍAS
02 Agosto, 2017




En los años cincuenta dio comienzo la edad dorada que iluminó la modernidad después de la Segunda Guerra Mundial. Esto fue así, en parte, gracias a que el diseño industrial se transforma en uno de los mitos optimistas de la década.

La serie Modeste et Pompon (1955) es un clásico del cómic francobelga nacido en la revista Tintin de los lápices del maestro André Franquin (1924-1997), que firmó ciento ochenta y tres historias de una sola página publicadas originalmente hasta 1959.

Modeste et Pompon son una pareja joven y moderna de su época, característica de los años cincuenta, que representa a la nueva burguesía surgida en Bélgica y en Francia fruto del auge económico posterior al final de la Segunda Guerra Mundial.

En forma de gags de una página, se nos invita a presenciar la cotidianidad de Modeste et Pompon, cuya vida está salpicada de desventuras domésticas relacionadas con los avances técnicos y los nuevos inventos que en aquel momento marcaban la modernidad y hoy en día se consideran vintage.

Estos personajes llegaron a España a finales de los cincuenta en la revista para chicas Florita, de Ediciones Clíper, con el título de Modesto y Pompón. En los sesenta se tituló Modesto Flequillo en el tebeo Jaimito de Editorial Valenciana. En 1983, la serie debutó en el semanario Zipi y Zape de Editorial Bruguera, rebautizada como Teo y Dorita.

Modesto se caracteriza por su gusto vistiendo, aunque suele terminar pintado, lleno de grasa o impregnado en cualquier sustancia a causa de los tres sobrinos de su amigo Félix, que le hacen blanco de sus travesuras; del propio Félix, empeñado en hacerle una demostración de su nuevo invento, que siempre sale mal; o del amor por su propio coche, un trasto que siempre se avería y cuya antigüedad contrasta con otras máquinas que aparecen en la serie.

Pompón, que debe su nombre a los pompones que lleva en el pelo, utiliza siempre el mismo vestido alegre, que cambia de colores y al que suele acompañar de una gabardina.

André Franquin tuvo guionistas en muchas entregas de esta serie. Destacan Greg, por ser el que más tiempo estuvo escribiendo, y Goscinny, creador de Astérix el galo. Greg fue el creador del señor Demorros, inspector de Hacienda y vecino de los protagonistas, mientras que Goscinny fue el creador de otro vecino, el señor Peñazo, un burgués entrometido e inoportuno.

Los señores Demorros y Peñazo nunca aparecen juntos, ya que se reservó cada personaje para el uso de su creador.

En 1955, Franquin era la estrella de Dupuis. Su Spirou era un éxito y su trazo influía en los autores de la época, incluyendo al español Francisco Ibáñez. La relación con su jefe, Charles Dupuis, era de plena confianza, pero cuando el dibujante se entera de que le han ocultado cifras de tiradas en varios de los álbumes y que, por lo tanto, le han hecho perder decenas de miles de francos en derechos de autor, se siente traicionado. El otro gran editor del mercado francobelga, Lombard, le ofrece publicar en la revista Tintin. Franquin acepta realizar sólo una página semanal, porque no ha roto contrato con Dupuis y se encuentra saturado de trabajo. Así nace la serie Modeste et Pompon.

Dupuis le recuerda que ellos han hecho de Franquin un autor de éxito y que la confianza ha ido más allá de una relación laboral. El artista, con la sensación de tener una deuda vital con Charles, claudica y, tras unas breves mejoras en su contrato vuelve al redil del que en realidad nunca se había escapado, pero los acontecimientos le llevan a trabajar al mismo tiempo en las dos grandes editoriales francobelgas del momento.

Hasta 1959, Franquin tiene que sumar a las páginas de Spirou, portadas e ilustraciones para la revista homónina, y la página de Modesto y Pompón para la revista Tintin. El autor abandona la serie por falta de tiempo, pero Modesto y Pompón es un gran entrenamiento para una obra posterior que le encumbraría: Gastón Elgafe.

Vistos hoy, los protagonistas de Modesto y Pompón resultan unos personajes tiernos, y la misma serie es todo un compendio de los años cincuenta, todo un catálogo de los coches de aquella década y también de los muebles y del nuevo estilo decorativo al que tan aficionado era el propio André Franquin.


Malaga Hoy


Black Adam y el supergrupo

30 Julio, 2017


'JSA DE JOHNS, 6' Geoff Johns, David Goyer, Carlos Pacheco y otros.ECC. 344 páginas. 32,50 euros.

La recopilación de la JSA debida al guionista Geoff Johns alcanza su sexto volumen con dos puntos de interés principal: por un lado, el arco argumental Reinado oscuro, que presenta el inevitable enfrentamiento entre Black Adam y el supergrupo (enfrentamiento desarrollado a caballo entre la cabecera de la Sociedad de la Justicia de América y la serie Hawkman), y, por otro, la memorable novela gráfica JLA/JSA: Virtud y vicio, coescrita por Johns y David Goyer y dibujada por el gran Carlos Pacheco. Todo esto, y algo más, en un tomo imprescindible que reúne la citada novela gráfica de 2002, los números 52 a 58 de JSA (2003-04) y los 23 a 25 de Hawkman (2004), con dibujos a cargo de Rags Morales, Don Kramer y Leonard Kirk.


Malaga Hoy



Una lectura sofisticada

30 Julio, 2017

'GREEN LANTERN PRESENTA: OMEGA MEN' Tom King, Barnaby Bagenda.ECC. 296 páginas. 25,50 euros.

Con tanta novedad en librerías, Green Lantern presenta: Omega Men corre el riesgo de pasar desapercibida. Y es una pena, porque el tebeo de ciencia-ficción y superhéroes firmado por Tom King y Barnaby Bagenda es uno de los mejores que ha publicado DC en esta segunda década del siglo XXI. King demuestra aquí una rica imaginación y un talento especial para la composición de personajes, y Bagenda es todo un descubrimiento, dotado por igual para la caracterización y el ritmo. "Mitad odisea espacial y mitad thriller político", como reza la cita de Wired, los 12 números que componen la serie The Omega Men (a los que se suma el gancho de Green Lantern en el título español) reviven aquella vieja serie de culto de Roger Slifer y Keith Giffen de la que nos quedamos prendados en la niñez y componen una lectura sofisticada y muy adictiva.


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