domingo, 28 de mayo de 2017

El color de la nostalgia


'Azul' nos devuelve a los tiempos de la seminal etapa de Stan Lee y John Romita, a los días en que Peter Parker se enamoraba de Stacy.

JAVIER FERNÁNDEZ
24 Mayo, 2017




'Spiderman: Azul'. Jeph Loeb, Tim Sale. Panini. 168 páginas. 15 euros.

El equipo creativo compuesto por el guionista Jeph Loeb y el dibujante Tim Sale encadenó en la década de los 90, y para la editorial DC, una serie de obras sobresalientes del género de superhéroes, comenzando por la miniserie Investigadores de lo desconocido (1991). A la citada puesta a punta del grupo creado por Kirby en 1957, siguieron títulos de Batman tan recordados como Caballero maldito (compuesto por varios especiales de la serie Legends of the Dark Knight publicados entre 1993 y 1995), la obra maestra El largo Halloween (1996-97) y su continuación Victoria oscura (1999-2000), más uno de esos tebeos de Superman que se listan entre los mejores del personaje: Las cuatro estaciones (1998). Con todos estos títulos en su haber, Loeb y Sale aterrizaron en Marvel en el siglo XXI, dispuestos a seguir asombrando a los lectores. Para la Casa de las Ideas, el dúo había firmado la miniserie Lobezno/Gambito: Víctimas (1995), en plena efervescencia mutante, pero el resultado no puede compararse con los trabajos realizados para la competencia, así que tocaba superarse. Y lo hicieron.

Los seis números de Daredevil: Amarillo (2001-02) definieron el tono de lo que acabaría siendo una serie de revisiones nostálgicas de algunos de los personajes más emblemáticos de Marvel. Amarillo toma la muerte de Karen Page como excusa para visitar los primeros días del Hombre sin Miedo, una estrategia que había funcionado a la perfección en El largo Halloween y Las cuatro estaciones y que aquí resulta aún más emocionante. La historia es narrada por un afectado Daredevil, quien se dirige en primera persona a la fallecida para intentar desahogarse, superar la pérdida y combatir el miedo que le ha provocado su muerte. Lo que sigue es un bello homenaje al pasado remoto del héroe, a sus inicios y a los inicios de su propia relación con Karen. Loeb se toma sus licencias con la continuidad, de modo que Amarillo acaba siendo una reinterpretación libre de los viejos cómics de Daredevil que pueden leer y disfrutar los lectores nuevos y los más veteranos. Y claro está que el mayor interés de la obra reside en la singularísima puesta en escena de un Sale en estado de gracia, potenciado por el fabuloso coloreado de Matt Hollingsworth.

Animados por el éxito de su trabajo con Daredevil, Loeb y Sale repitieron la fórmula en tres ocasiones más: Spiderman: Azul (2002-03), Hulk: Gris (2003-04) y la accidentada Capitán América: Blanco (2008-15). De estos otros tres ejercicios de nostalgia, destaca sobremanera Spiderman: Azul, un cómic imposible de leer sin sentir un nudo en la garganta, y es que pocos temas resultan más emocionantes para el aficionado al trepamuros que el recuerdo de su relación con Gwen Stacy. Azul nos devuelve a los tiempos de la seminal etapa de Stan Lee y John Romita, a los días en que Peter Parker se enamoraba de Stacy, con Mary Jane Watson al fondo de la escena, todo ello rememorado muchos años después, un día de San Valentín, por Parker ya casado con Mary Jane. Una delicia en toda regla.

Malaga Hoy

Revolucionaria intervención

JAVIER FERNÁNDEZ
24 Mayo, 2017
'Marvel Deluxe: Capitán América, 15: Nuevos órdenes mundiales'. Ed Brubaker, Patrick Zircher. Panini. 208 páginas. 19,95 euros.

Se acabó lo que se daba. El decimoquinto tomo del Capitán América en la colección Marvel Deluxe ofrece el final de la larguísima y revolucionaria intervención de Ed Brubaker en la franquicia del superhéroe abanderado. Nuevos órdenes mundiales recopila los números 11 a 19 del volumen 6 de Captain America (2012). Los ocho primeros episodios presentan dibujos de Patrick Zircher y Scot Eaton, que se reparten cuatro cada uno, y el noveno está dibujado por Steve Epting, de regreso junto con el colorista Frank D'Armata para cerrar el círculo con brillantez. Hablamos de una de las series de superhéroes más importantes de lo que va de siglo, así que el tomo me parece sencillamente imprescindible. Y los 14 anteriores también.

Malaga Hoy


Sofisticada virguería



JAVIER FERNÁNDEZ
24 Mayo, 2017 -





'Marvel Gold. Los Defensores: Los hombres cabeza'. Steve Gerber, Sal Buscema. Panini. 304 páginas. 28 euros.

Con Los Defensores: Los Hombres Cabeza, Panini completa la recuperación de la mítica etapa de Steve Gerber al frente de Los Defensores, publicada originalmente a mediados de la década de 1970. Con lápices de Sal Buscema y tintas de Jim Mooney y Klaus Janson, estos últimos episodios de Gerber son una sofisticada e inclasificable virguería, demasiado avanzada para su tiempo, anticipo de los posteriores delirios de tipos como Grant Morrison. Personalmente, la considero una de las lecturas esenciales de la Marvel de su tiempo y ha envejecido tan bien que la sigo considerando hoy una lectura más que recomendable. Van aquí los episodios 30 a 41 de The Defenders (1975-76; ojo, el primero es un fill-in de Bill Mantlo y Sam Grainger, no digan que no les avisé), el Annual 1 (1976) y el Marvel Treasury Edition 12 (1976), con el mismísimo pato Howard como invitado.

Malaga Hoy

Detective a pesar suyo

René Pétillon es el creador de Jack Palmer, un detective desgarbado y contrahecho. Las historias tratan con sátira temas de calado como el velo islámico o el terrorismo.

GERARDO MACÍAS
24 Mayo, 2017



'El caso del velo'. René Pétillon. Norma Editorial, 2006. Edición original francesa, 'L'affaire du voile' (Albin Michel, 2006).

Jack Palmer es un detective narigudo, de estatura irrisoria y porte más bien contrahecho, a medio camino entre Colombo y Phillip Marlowe, que se viste con gabardina (aunque le queda grande) y sombrero a la moda de los años 50, como el del inspector Clouseau.

Jack Palmer nació en la revista Pilote, concretamente en la historieta Una ensalada sagrada, como parodia de los clásicos del género negro. Fue creado en 1974 por el dibujante y guionista francés René Pétillon, haciendo gala de un humor absurdo inspirado en los hermanos Marx, sin perder de vista la capacidad crítica del cómic underground. Se convirtió muy pronto en su obra fetiche, contando hasta la fecha con quince álbumes.

Pétillon involucra a su personaje en los temas de actualidad, haciendo una demoledora crítica. Esta fórmula le funcionó perfectamente en El archivo corso (2000) con una durísima visión del terrorismo corso, ácida con terroristas, el Gobierno y todos los implicados, y con la que se atreve con el espinoso problema del integrismo islámico en Francia en El caso del velo (2006). En esta historia, Palmer tiene un nuevo caso: localizar el paradero de la hija adolescente de un cirujano y una dentista que ha desaparecido. Las primeras pistas le conducen al barrio árabe de París, donde cree descubrir que la adolescente en cuestión se ha convertido en una musulmana practicante y fundamentalista ante la oposición de sus padres.

Pétillon se inspira en hechos reales y localiza esta historia en París, donde el Islam es la segunda religión mayoritaria. El autor consigue ofrecer su perspectiva de la realidad islámica en Francia, invitando al lector por la vía del humor a reflexionar sobre los excesos ideológicos.

Llevar o no velo en Francia sigue siendo una cuestión muy polémica. Las leyes que prohíben portar símbolos religiosos como el velo islámico en las escuelas públicas francesas provocaron numerosas revueltas por todo el país.

Esta historia fue realizada coincidiendo con los disturbios que se iniciaron a finales de octubre de 2005 cerca de París y duraron hasta mediados de noviembre. Los disturbios se caracterizaron por el incendio de coches y por violentos enfrentamientos entre cientos de jóvenes y la Policía francesa, que comenzaron tras la muerte de dos jóvenes musulmanes de origen africano mientras escapaban de la Policía en un suburbio del este de París. Este cómic se publicó en Francia en 2006, con los sucesos aún recientes.

Pétillon describe a unos personajes tan cercanos como comprensibles, haciendo que jóvenes francesas aparezcan como integristas, que integristas discutan con moderados, y que moderados defiendan el modelo francés burgués.

Todos son caricaturizados: los musulmanes integristas, los moderados, los jóvenes hijos de inmigrantes descreídos y occidentalizados, el machismo musulmán, la actitud de la mujer musulmana ante el machismo... Pero también se caricaturiza a los occidentales: políticos, burgueses acomodados y supuestos solidarios con el mundo musulmán.

Pétillon retrata dos vertientes del Islam: una es más radical, extremista y muy arraigada a sus costumbres y otra es más acorde a las formas de vida de una sociedad cosmopolita.

René Pétillon (Lesneven, 1945), entra en 1972 en la prestigiosa revista Pilote. Especializado en el dibujo humorístico, ha colaborado en cabeceras del tebeo galo, como L'Echo des Savanes, BD y Fluide Glacial. Sus álbumes han llegado a vender 80.000 ejemplares sólo en Francia. Es considerado uno de los máximos representantes de la historieta de humor francobelga.

Recibe en 1989 el Gran Premio del Festival de Angoulême. En 2001 se le otorga el Premio al Mejor Álbum en el mismo festival con El archivo corso.

El director y guionista Alain Berberian, motivado por la gran acogida que El archivo corso tuvo entre el público galo, la trasladó a la gran pantalla en 2004, con el papel de Jack Palmer interpretado por Christian Clavier. En España se estrenó al año siguiente.

Jack Palmer o detective a pesar suyo es una serie de animación de 30 episodios de un minuto treinta, realizada por Jacky Bretaudeau, Luc Vinciguerra y René Pétillon, que se estrenó en 2001 en Canal +.

Malaga Hoy


Peripecias sin fin

Dolmen afronta una nueva apuesta con la creación de la línea de cómics 'Sin fronteras'. Rescata las aventuras de Johnny Hazard, Flash Gordon y Jungle Jim.

JOSÉ LUIS VIDAL
24 Mayo, 2017



El día a día del héroe de cómic (remitámonos, por favor, al de los tebeos más clásicos) es un no parar. En contadas ocasiones lo veremos realizar acciones cotidianas como tomar un café, sentarse a leer un libro o ese saludable ejercicio que hay que realizar de vez en cuando: procastinar.

No, siempre habrá un malvado plan, un enemigo en la sombra, una femme fatal con un puñal oculto en la media, seres de distantes planetas con ansias de conquista, monstruos casi invencibles, fieras de la jungla… Y así hasta una lista interminable de peligros, que hacen que el protagonista de estas historias no descanse ni un solo segundo.

Si a este recurso argumental le añadimos un formato, el de las tiras diarias (daily strips) o las páginas dominicales (Sunday Pages) , la dificultad narrativa se duplica, ya que cada final de tira o página ha de culminarse con lo que ahora conocemos como un cliffhanger, o sea, un momento de máxima emoción o peligro, en el que la mayoría de la veces, la vida del protagonista y/o la de la bella dama que rescata está pendientes de un fino hilo…

La pasión por revisitar aquellas clásicas aventuras parece haber vuelto, y editoriales como Dolmen se convierte en abanderada de este "movimiento". Si ya hace algunos años que viene publicando en su línea Fueraborda, lo mejorcito de la BD francobelga (Johan & Pirluit; Los Hombrecitos; Quena y el Sacramús…), desde hace un par de meses se han lanzado de cabeza a la recuperación de algunas de las mejores series clásicas publicadas en los periódicos norteamericanos.

Comenzando por los años treinta, la primera serie que se recopila es la perteneciente a Johnny Hazard, las aventuras bélicas de este joven aguerrido, algo bravucón y conquistador de féminas comienza justo cuando sus compañeros de escuadrón lo creen perdido, desaparecido y capturado por el enemigo (los implacables nazis en este caso particular). Johnny, junto a sus inseparables compañeros Loopy y Scotty escaparán de su reclusión, reapareciendo para sorpresa de todos aquellos que ya los daban por muertos.

Y aquí comienzan, o debería decir, continúan las aventuras de este aviador, siempre con un tono algo ligero y en las que su creador, Frank Robbins, vino a demostrar lo que todos los que rodeaban ya sabían: que desde la más tierna infancia el dibujo había sido lo suyo, convirtiéndolo en un auténtico niño prodigio que, gracias a varias becas, se fue abriendo camino en el mundo del arte, la ilustración para revistas de primera línea (Life) o el trabajo en el medio cinematográfico.

Siempre hay una gran obra que marca la trayectoria de un autor, en el caso de Robbins, Johnny Hazard fue la obra de su vida, en la que ocupó más de treinta años, aunque también es admirado, y mucho, por su posterior salto al mundo de los cómic books, donde dejó su imborrable huella en las dos grandes, Marvel y DC Comics.

Y continuando con el sello Sin fronteras, en el pasado mes de abril publicó una auténtica maravilla, tanto por su gigantesco formato (se ha optado por respetar la concepción de la página de periódico de la época, con la inclusión de las dos series) como por lo que contiene, un auténtico tesoro. Me refiero, claro está, a las series Flash Gordon y Jungle Jim.

¿Quién no conoce al rubio héroe espacial? Bien sea por haber leído sus cómics o disfrutado de sus aventuras animadas o la genial película cuya banda sonora compuesta por los míticos Queen todos recordamos o tarareamos. Pues bien, aquí está de vuelta, en toda su grandeza. El inesperado y obligado viaje más allá de las estrellas al que es obligado el protagonista, junto a la bella Dale Arden, por el científico Hans Zarkov (que en aquellas primera páginas podía ser calificado como un mad doctor en toda regla, aunque luego se redimiría) y su destino, el letal planeta Mongo, repleto de bestias sedientas de sangre y enemigos que surgían de cualquier lugar. Aunque el que se llevaba la corona (y nunca mejor dicho) fue el temible Ming, cuyo odio hacia el protagonista lo llevaba a someterlo a una y mil torturas de las que, afortunadamente, el ex jugador de polo lograba escapar.

Si Frank Robbins fue un joven dotado para el arte, Alex Raymond, el padre de Flash Gordon y Jungle Jim (más aventuras en la jungla, rodeado de fieras, valientes féminas y enemigos implacables) no lo fue menos, y en estas maravillosas páginas seremos testigos de su brutal evolución, que lo convirtieron en uno de los Grandes de la Viñeta.

Para concluir, reseñar que la enorme tarea de recuperar, coordinar esta línea, ha recaído en el escritor gaditano Rafael Marín (como ya nos explicó hace poco en la Feria del Libro) que, junto a un equipo formado por Jesús Yugo, José Joaquín Rodriguez , Diego de los Santos y Diego García Cruz, están realizando una auténtica labour of love para que los lectores podamos disfrutar de estos clásicos, auténticas maravillas del Noveno Arte.


Malaga Hoy

miércoles, 24 de mayo de 2017

HEINRICH KLEY

 EL HUEVO DE LA SERPIENTE
En ninguno de esos modestos diccionarios enciclopédicos, de seis o siete tomos, que casi todos tenemos en casa, se encuentra referencia alguna a un ilustrador alemán llamado Heinrich Kley. Fue una especie de francotirador del arte de su tiempo, que tuvo la desdicha de debatirse entre la burguesía de la Alemania de principios de siglo, el nacimiento del nazismo, dos guerras que desangraron a Europa y una moral de miras estrechas, factores poco propicios a la sátira, a la ironía crítica, al erotismo a veces encubierto y a veces descarado y a la molesta forma de arte corrosivo que fue la verdadera vocación de un genio prácticamente desconocido en nuestros días —y también en los suyos— y que se llamó Heinrich Kley.







 Uno de los pocos datos seguros que de él se tienen es el de la fecha de su nacimiento: el año 1863, en Karlsruhe. Estudió arte en la academia de su ciudad natal y acabó sus estudios en Munich. Sus primeros trabajos, fechados entre 1888 y 1892, consistieron básicamente en retratos, paisajes, escenas callejeras y pinturas "históricas", entre las que no se encuentra ninguna obra digna de mención. A partir de 1892 comienza a ejecutar obras de encargo, como "Acero fundido en la fábrica Krupp", en la que parece tratar de imprimir un hálito de poesía en el frió mundo de la maquinaria de guerra moderna. Otros trabajos de aquella época son dos importantes murales que se encuentran en la oficina de correos de Baden-Baden, titulados "La consagración del altar romano a Mercurio" y "Paseo del Kaiser Guillermo I". Pero nada en él anuncia el estilo de apuntes rápidos a plumilla que la valdría la relativa fama de la que gozó en nuestro siglo. Los primeros trabajos de este estilo comienzan a aparecer en una revista cultural de Munich, titulada "Die Jugend" (La juventud), y son una serie de notables apuntes a plumilla y tinta china firmados solamente "Kley". Algunas veces son en blanco y negro y en otras ocasiones con mancha de aguada a color, casi siempre sin títulos ni comentarios. Su característica más destacada es una técnica satírica muy personal, y los





 temas tratados oscilan entre la caricatura y la fantasía más desenfrenadas, llegando en muchas ocasiones a una amarga semiobseenidad. Eran los primeros dibujos "maduros" y adultos de uno de los mejores ilustradores de la época moderna. Aquellos dibujos despertaron un gran interés en Munich y la gente del ambiente artístico comenzó a preguntarse con curiosidad quién era aquel desconocido "Kley". Entonces se descubrieron sus trabajos anteriores y llegó la sorpresa. Heinrich Kley era el último artista de quien se hubieran esperado aquellas extrañas fantasías, ya que hasta 1908, fecha en que comenzaron a aparecer sus primeros apuntes a plumilla en "Die Jugend", no había sido nada más que uno de tantos mediocres artistas académicos como se daban en la Europa de principios de siglo.

A partir de aquel momento, otras publicaciones se interesaron por publicar la obra de Kley, y sus apuntes empezaron a aparecer también en otra revista, esta de estilo satírico, titulada "Simplizissimus". Algo le había ocurrido a Kley; algo que fue capaz de trastornar profundamente su personalidad y su estilo artístico. Pero no sabemos qué fue. El Heinrich Kley clásico, el del acero de la fundición Krupp y los paseos del Kaiser, había dado paso a otro Heinrich Kley. El pintor de murales históricos aceptables y anodinos se burlaba ahora






 de la burocracia y de las conveniencias en todas las ocasiones posibles. Como en el film de Ingmar Bergman, "El huevo de la serpiente", a través del fino cascarón que eran los dibujos de Kley se adivinaba el mortal veneno que se infiltraba en la sociedad y la intelectualidad de la época: toda una revolución social e intelectual soterrada que llevaría al nacimiento de la serpiente del nazismo. Quizá sin proponérselo, quizá simplemente gracias a sus vibraciones y a su sensibilidad de artista. Kley captó el mensaje. Comenzó la burla, la sátira, el insulto, el despropósito, el desprecio a una sociedad decadente que, mientras por un lado se aferraba desesperadamente a los cánones más clásicos y académicos del arte, por el otro propiciaba una guerra y un caos intelectual que daría al traste con
aquellos mismos valores establecidos.

A partir de aquel momento, Kley comenzó a ilustrar un extraño mundo de metáforas y paradojas, poblado de extrañas visiones dignas de Brueghel o del Bosco. Animales, monstruos y extraños seres bestiales y humanos al mismo tiempo, mujeres desnudas que son a la vez como víctimas y vestales de sus demoníacos poseedores... Todo un mundo alucinante que simboliza los vicios y las virtudes de la humanidad, aunque con una marcada preferencia hacia los vicios, ya que con las virtudes Heínrich Kley tenía, al parecer, muy poco en común.

A primera vista podría creerse que Kley utilizaba profundos simbolismos, juzgando por sus elefantes, sus mujeres-pájaro, sátiros, cocodrilos y toda clase de quimeras, pero un examen más atento nos mostrará que esos simbolismos pueden resumirse en unas pocas realidades concretas. Elefantes, niños y muchachos, torpes y desmañados, simbolizan la inocencia. El simbolismo de Kley es de lo más tradicional: el centauro personifica la lujuria, y el demonio o el fauno pueden encontrarse
allí donde se da el sufrimiento humano, el dolor y las desdichas. El elemento erótico es fuerte y se da una especie de placer infantil en acentuar posturas y utensilios relacionados con


















los excrementos. En todo ello se advierte un deseo, también infantil, de."épater le bourgois" a toda costa. Con una visión que nos da la perspectiva de los años, se puede considerar la tendencia de Kley como uno más de los canales en que se dispersó la corriente de nueva creatividad artística que conoció Europa entre 1910 y 1920. Kley vivió en el mismo Munich que vio nacer los trabajos de Kandinsky y Klee. Pero, a pesar de su coincidencia en el tiempo, no parece que hubiera ninguna relación social ni artística entre Kley y los modernistas. Quizá era la diferencia de edad: Kley tema en aquellos momentos 50 años y vivía ya en mundo personal y cerrado, y también pudo influir en el desconocimiento de sus contemporáneos el hecho de que su técnica era por aquel entonces muy inferior a la suya: Kley se había convertido en una especie de caricaturista fotográfico de la realidad, mientras que los modernistas investigaban por otros derroteros completamente distintos y trataban de abrir caminos menos figurativos a la ilustración y la pintura.

A partir de la década de los 30, sobre su nombre caen el silencio y la confusión de datos y de informaciones, hasta el extremo de que se llegó a informar en tres ocasiones distintas acerca de su muerte. Efectivamente, una primera fecha sitúa el fallecimiento de Kley a principios de los años 40. Según algunas fuentes, la auténtica fecha del fallecimiento sena el 2 de agosto de 1945, y según otras, murió el 8 de febrero de 1952. Lo que sí es seguro es que al propio Heinrich Kley, a quien tanto le complació evocar y retratar lo que de absurdo y demoníaco tiene el ser humano, esa postrera confusión le hubiera complacido enormemente.  

Manuel Domínguez Navarro.



Ilustración COMIX Internacional Nº1, Toutain Editor, Año 1.980, Barcelona.