El mejor fotógrafo de guerra de todos los tiempos fue también un héroe, un apasionado de la vida al límite. Una biografía que publica en España Debate revela aspectos desconocidos, como su romance con la actriz sueca Ingrid Bergman. Por Julia Luzán.
El mejor fotógrafo de guerra de todos los tiempos era un viajero bebedor, jugador y mujeriego, un hombre explosivo, inagotable en su capacidad para aprovechar la vida, que perdería finalmente en un estallido. Así es el retrato que traza de Rober Capa el escritor y periodista Alex Kershaw, autor de una biografía definitiva, Sangre y champán (editorial Debate), que ahora se publica en España.
"Capa llevaba el deslumbrante traje de matador, pero nunca entró a matar. El destino quiso que la muerte se lo llevara en la cúspide de su gloria". Henri Cartier-Bresson recuerda así al fotógrafo extraordinario cuya cámara fijó el cartel definitivo de los mayores conflictos bélicos del siglo XX, desde la Guerra Civil española hasta la inicial guerra de Vietnam. Robert Capa era ese héroe romántico, atractivo por un estilo de vida cautivador, hecho en el peligro de la foto en la que todos le veían dentro. "En una guerra tienes que odiar o amar, tienes que adoptar una postura o no aguantas".
Moreno, de cejas muy pobladas, labios gruesos y manos delicadas, su éxito entre las mujeres es una leyenda. Todas adoraban de Capa su locura y simpatía. Por su azarosa vida amorosa pasaron actrices
como Ingrid Bergman o Hedy Lamarr, esposas de políticos como Pamela Churchill, escritoras, fotógrafas... y Gerda Taro, la primera y la que nunca pudo olvidar. Fue un bohemio tan incurable que ni siquiera le gustaba ir a cenar a casa de los amigos. Prefería los restaurantes, los cafés y las barras de los bares, donde podía hablar con desconocidos.
EL ETERNO JUGADOR.
Capa, en 1952, con varias papeletas de apuestas en la mano, en el hipódromo de Longchamp, París.
FOTOGRAFÍA DE HENRI CARTIER-BRESSON / MAGNUM
André Friedmann (nombre real de Capa) nació un 22 de octubre de 1913 en Budapest, con una buena mata de pelo negro y un meñique de más en una mano, el signo, para su madre, de los elegidos de Jehová. Bandi, diminutivo cariñoso de André, fue un chaval zascandil, alegre y travieso que fisgaba, curioso, la habitación donde su madre, Julia, cosía y probaba los vestidos a las mujeres de la buena sociedad húngara. Ya adolescente, coqueteó con el Partido Comunista Húngaro, al que se afilió en los años veinte. "André lo hizo por varios motivos, se sentía discriminado por ser judío, pero a la vez le atraía el peligro", recuerda una amiga de la infancia, Eva Besnyö. Una hazaña que años más tarde le ocasionaría algún problema con la inmigración en EE UU. Durante la caza de brujas emprendida por el senador McCarthy en los años cincuenta, Capa, en una declaración jurada, negó haberse afiliado: "Estudié el socialismo, pero enseguida me descubrí en desacuerdo con los objetivos y métodos del Partido Comunista".
En julio de 1931, André deja Budapest, adonde sólo volvería de visita, ya terminada la II Guerra Mundial. "Odio la violencia, no hay nada que odie más que la guerra". Quería estudiar Ciencias Políticas en Berlín, en la afamada Deutsche Hochschule Für Politik, donde se matriculo, aunque pronto dejó de ir a clase, y cuando el escaso dinero que le enviaban sus padres se acabó, decidió hacerse fotógrafo, "lo más parecido al periodismo para alguien que no domina el idioma".
En Berlín hizo amistad con Otto Umbehrs, Umbo, el fotógrafo que retrató como nadie la decadencia de Berlín y los clubes nocturnos y que le hizo un hueco en su agencia Dephot.
Con una Leica prestada que Umbo le prestó, André comenzó a sacar retratos. Pronto llegaría su primera oportunidad al recibir el encargo de la agencia de fotografiar a Trotski, que se encontraba en Berlín para dar una conferencia sobre la revolución rusa. Aquélla fue su primera foto firmada.
RECUERDOS. Gerda Taro, el gran amor de su vida. Bailando (1940) en Sun Valley. Martha Gellhorn, la mujer de Hemingway, su amiga íntima, aparece en primer plano. Robert Capa, junto al fotógrafo George Rodger, en Napoles, en 1943. El primero por la izquierda, delante de un tanque, en China, en 1938. Bajo estas líneas, Capa con Hemingway, en 1940, en Sun Valley, Idaho.
FOTOGRAFÍA DE FRED STEIN / LLOY ARNOLD / JOHN F. KENNEDY UBRARY / EUROPEAN FUNDATION JORIS IVENS / MAGNUM PHOTOS
Su personalidad arrolladora le hacía granjearse la amistad de todos. La fotógrafa Giséle Freund le introdujo en los círculos culturales de un Berlín neurótico que asistía a las representaciones de las obras de Bertolt Brecht y al desfile de las primeras camisas pardas, un Berlín que vivía sus más duros años políticos y que contempló cómo, el 31 de julio de 1932, el Partido Nacionalsocialista de Hitler ganaba las elecciones con más de 13 millones de votos. Meses después, el 30 de enero de 1933, Hitler sería nombrado canciller. Su instinto le hizo comprender que sus días en Berlín estaban contados. Partió hacia Viena, aunque su destino sería París.
Al principio, la vida en la capital de Francia fue dura. André, sin oficio ni beneficio, siempre vestido con una mugrienta cazadora de cuero, mataba el tiempo en los cafés. En uno de ellos, el Dome de Montparnasse, trabó amistad con un judío polaco, David Seymour, Chim, que trabajaba para el semanario del Partido Comunista Regards. Aquél fue un golpe de suerte. Chim le presentó a otro fotógrafo, un tal Henri Cartier-Bresson. Al grupo se uniría otro fotógrafo alemán, Pierre Gassmann, hoy propietario de uno de los más importantes laboratorios fotográficos de París, que conserva un grato recuerdo de aquellos días: "Siempre me pareció una persona de lo más divertida, alguien que siempre vivía el presente, un gran apasionado de la vida, del vino y las mujeres".
También en París conoció el amor. Se llamaba Gerda Pohorylles y fue la creadora del mito Capa. Como primera medida, decidió que habían de reinventarse sus nombres. Ella adoptó el de Gerda Taro, inspirado en un artista japonés de la época, Taro Okamoto. Él se bautizó como Robert Capa. La pareja se inventó también una sociedad de tres personas. Gerda, que trabajaba para una agencia de fotos, se adjudicó el papel de secretaria y representante comercial; André sería el laborante del cuarto oscuro, y los dos habían sido contratados por un imaginario fotógrafo norteamericano rico, famoso y con talento llamado Robert Capa. Robert sonaba muy yanqui, y Capa era un apellido fácil de pronunciar en cualquier idioma.
En 1936, Capa inicia sus colaboraciones con la revista Vu, una de las más influyentes de la época, en la que publicaría sus asombrosas fotografías del Frente Popular en la Guerra Civil española.
Habían empezado a lloverle encargos. A primeros de julio de 1936 le pidieron que hiciera las fotografías de la ceremonia del vigésimo aniversario de una de las batallas más sangrientas de la Primera Guerra Mundial y Capa sacó el cementerio de Verdún con los veteranos colocados en fila detrás de las lápidas de sus compañeros muertos. Unos días después leyó en los periódicos la noticia del levantamiento de Franco y pidió a Lucien Vogel, director de Vu, que le mandara a España. Gerda y Capa se desplazan a Barcelona, recorren el frente de Huesca y bajan hasta Córdoba, donde se esperaba una fuerte ofensiva. Cerca de un pequeño pueblo cordobés, Cerro Muriano, encuentran por fin la acción que estaban buscando. Durante la mañana del 5 de septiembre, el ejército de Franco había bombardeado Cerro Muriano y el general Queipo de Llano avanzaba hacia Sevilla con sus tropas. Capa se unió a la
Capa a finales de 1944.
ENTRE AMIGOS.
Ingrid Bergman, con la que mantuvo un apasionado romance, en la película "Encadenados", de Hitchcock. Los fundadores de la agencia Magnum, en París, en 1945. Capa a la izquierda; "Chim" Seymour, en el centro, sin corbata; Cartier-Bresson, en segundo plano, a la derecha. Jugando al poker con John Huston, en 1953; En Londres, junto al escritor John Steinbeck y su mujer, en un hotel de París, en 1947.

Fotografía de Hutton-Getty/ RKO Radio Pictures John G. Morris Collection/Biblioteca de la Universidad de Chicago/ Ernest Haas /Center for Steinbeck Studies /Michel Decamps
La última fotografía de Capa, tomada por su amigo Michel Decamps en Indonesia.
milicia Alcoy del ejército republicano y junto a ellos hizo la foto más famosa de la Guerra Civil española,
Muerte de un miliciano. Un icono del siglo XX por su fuerte carga simbólica, el instante de la muerte captado a escasos 20 metros de ella. "No hace falta recurrir a trucos para hacer fotos en España. No tienes que hacer posar a nadie ante la cámara. Las fotos están allí, esperando que las hagas. La verdad es la mejor fotografía, la mejor propaganda", declaraba Robert Capa a un periódico norteamericano en septiembre de 1937. La fotografía del miliciano herido de muerte se publicó en
Vu el 23 de septiembre de 1936. La leyenda de
Muerte de un miliciano y las dudas sobre si era o no una foto trucada perseguirían a Capa de por vida.
Capa viajó al frente de Madrid y allí fotografió los rostros más tristes de la guerra y a las mujeres huyendo aterrorizadas con sus hijos de los bombardeos de la aviación de Franco. En Madrid, Gerda y Capa se alojan en el hotel Florida. Allí conocen a Ernest Hemingway "Le llamaban Papá y no tardé en adoptarlo como padre".
Gerda Taro era increíblemente bonita, una pelirroja de bandera con chispeantes ojos verdes. Vestida siempre con pantalones, una boina ladeada y un revólver en la cintura, su éxito entre los corresponsales de guerra en Madrid fue absoluto. Mientras Capa regresaba a París, Gerda se en-caminó al frente de Brunete. Allí, subida al estribo de un automóvil que embistió un tanque republicano, encontró la muerte. Capa recibió la noticia en París. Inconsolable, su carácter cambió a raíz de la muerte de Gerda. Bebía más que nunca y flirteaba con cualquiera que se le pusiera a tiro.
En 1938, Capa puso rumbo a una nueva guerra en el otro extremo del mundo, la de China contra Japón, perseguido por el recuerdo de Gerda. Pensaba colaborar en un documental,
Los cuatrocientos millones, que iba a rodarse en China, un proyecto que agradó sobremanera a la mujer de Chiang Kai-chek, la todopoderosa madame Chiang. Pero lo que hizo, armado con su Leica, fue disparar una y otra vez su cámara. Lo fotografiaba todo, los estragos de los bombardeos, a niños con barrigas protuberantes, a mujeres embarazadas en medio del barro y la suciedad. Era como si Capa hubiera decidido ir al encuentro de la muerte.
Capa se marchó de China para asistir en directo a la derrota de la España republicana. En Barcelona se encontró de nuevo con Hemingway, y en el bar del hotel Majestic del paseo de Gracia pudo conocer a una rubia corresponsal, despampanante, Martha Gellhorn, con la que se casó Hemingway, pero que llegaría a ser una de las mejores amigas y confidentes de Capa, hasta el punto de que Hemingway se distanciaría de él por este motivo.
Capa está tan implicado en la Guerra Civil española que no puede perder un minuto. Deja Barcelona y la despedida de las Brigadas Internacionales (las fotos de Capa muestran a cientos de hombres llorando con el puño en alto) y acude a la batalla del Ebro. Capa lo capta todo con su cámara. Sus últimas fotografías son las de la derrota, una larga hilera de republicanos cruzando la frontera de Francia.
El 1 de septiembre de 1939, el ejército de Hitler invade Polonia. Dos días después, Francia e Inglaterra declaran la guerra a Alemania. En octubre, Capa se embarca rumbo a Estados Unidos y se reencuentra con familiares que han logrado huir del peligro de los campos nazis. La vida en el piso familiar del Upper West Side de Nueva York es placentera, Juega al póquer con su hermano Cornell, y Julia, su madre, lo cuida. Pero la tranquilidad le dura poco. Capa está obsesionado con regresar a Europa. La entrada en la Guerra Mundial de Estados Unidos significa para Capa la posibilidad de volver a cubrir una contienda. La revista
Collier's le envía a Inglaterra para fotografiar el desembarco aliado.
Una noche de primavera de 1943, Capa se bebió la última botella de champaña y se subió a un tren que le llevaría a un barco de transporte de tropas con rumbo al norte de África y se une a la primera oleada de tropas que aterrizaron en Sicilia. El escritor John Steinbeck, autor de
Las uvas de la ira, se encuentra también allí como corresponsal entre "esa banda de rufianes, intrépidos y alegres". Capa fotografió los grandes horrores de Napoles y Montecasino. Se siente casi como un enterrador: "La guerra es como una actriz que envejece. Cada vez es menos fotogénica y más peligrosa".
El día más largo se acerca. De los 175.000 hombres que lucharon en el día D, Capa fue uno de los pocos que habían escogido voluntariamente su destino: jugarse la vida en las primeras oleadas de las tropas de asalto. Capa decidió poco antes de la decisiva batalla de Omaha irse de compras en Londres. Si hay que morir, por lo menos hacerlo bien vestido. Se compra una gabardina Burberrys y una petaca de plata para guardar el whisky En una foto se le ve con las manos en los bolsillos de su nueva gabardina y un cigarrillo medio consumido en los labios. "Yo iba en ese bonito barco con el 116 de Infantería. La comida es buena y jugamos al póquer casi toda la noche".
A las tres de la madrugada de la hora H del día D, Capa desayunó crepés, salchichas, huevos y café. Después se subió con otros 30 hombres a un bote y empezó el baile. El cielo se llenó de aviones y las bombas empezaron a caer por todos los lados. "Algunos de los chicos vomitaban educadamente en bolsas de papel y me di cuenta de que era una invasión civilizada". Sacó una de sus dos cámara Contax y empezó a disparar. "Vi cómo caían cientos de hombres, y tuve que abrirme paso a empujones a través de sus cuerpos, lo que hice con educación". Pasó 90 minutos sacando fotos hasta que se le acabaron los carretes. Se subió a otra lancha que le llevaría al barco, cuando se encontraba a pocos metros de la playa miró hacia atrás y disparó una última foto de la
sangrienta Omaha envuelta en humo. La playa cubierta de lanchas de desembarco destrozadas, tanques calcinados, biblias flotando en charcos de sangre... e innumerables cadáveres de jóvenes norteamericanos. Capa ya a salvo, a bordo del barco
Samuel Chase, sufrió un colapso. Estaba agotado. Cuando se despertó tenía alrededor de su cuello una nota escrita por los enfermeros que decía "Caso de extenuación. Sin placa de identidad". Las fotos de Capa de la batalla de Omaha aparecieron el 19 de junio en la revista
Life.
Entró en París con los ojos llorosos. "Fue el día más inolvidable de mi vida". Era la liberación y Capa brindó con Cartier-Bresson y Chim, sus amigos de años. En los días siguientes bebió muchas más botellas de champaña para celebrarlo.
DESPEDIDA. Julia Friedmann, la madre de Capa, ante la tumba de su hijo, en el cementerio de Amawalk, en Nueva York.
Desde la muerte de Gerda, Capa se había sostenido viviendo únicamente el presente, sobreviviendo para conseguir cama, comida, una botella de whisky y una mujer. Qué iba a ser de él si la guerra se había acabado.
Una tarde de junio en París, Capa está sentado en el vestíbulo del hotel Ritz con su compañero de timba, el escritor Irwin Shaw, y la actriz Ingrid Bergman pasa por delante de él. "La misma tarde que llegué", recordaría la actriz, "me pasó una nota por debajo de la puerta de mi habitación... Capa es genial y tiene una mente maravillosa". El romance del corresponsal de guerra, bohemio y atormentado, y la protagonista de
Casablanca será importante en la vida de Capa. Tras una noche loca de copas en París, la sueca se enamoró perdidamente.
Bergman y Capa se convirtieron en inseparables. Ella quiso divorciarse, pero Capa paró el golpe. La actriz, aunque molesta por esta reacción, le invitó a acompañarla a Hollywood, adonde iba a rodar una película de Hitchcock,
Encadenados. Capa fue a Hollywood y aceptó un trabajo en la productora International Pictures. Bergman estaba encantada. Pero Capa lo que hacía era tontear en las barras de los bares y apostar en el hipódromo. Jugador empedernido, nunca tenía un duro y además se aburría. Necesitaba acción. "Para ser una mujer hecha y derecha, es tan ingenua que duele. Le da miedo soltarse la melena...".
En mayo de 1946, Capa estaba hasta las narices de Hollywood. La actriz sueca se toma un descanso y se marchan a Nueva York. Capa la llevó a conocer a su madre, pero continuaba sin querer casarse con ella. "Si mañana me envían a Corea y estamos casados y con un hijo, no podré ir. Y eso es imposible".
Volvieron a Hollywood, en esta ocasión para que ella rodara
Arco de triunfo, basada en la novela de Erich María Remarque. Capa hacía las fotos del rodaje y se dedicaba a beber cócteles con Charles Boyer. Cada vez se emborrachaba más a menudo: "La bebida se había convertido para él en una especie de desafío machista, era algo así como un calmante". La relación entre ambos poco a poco se iba enfriando: "Estamos bebiendo las últimas botellas de champaña".
Capa, "uno de los hombres más encantadores del mundo" y Bergman rompieron finalmente. Él se dedicó a beber y a jugar al póquer. En Nueva York coincidió con Steinbeck. Para el escritor también eran malos tiempos, su matrimonio no funcionaba y su carrera estaba atravesando una mala racha, así que bebía sin parar. Ambos decidieron unir sus destinos y largarse a hacer un reportaje sobre la vida cotidiana en la Unión Soviética. El viaje fue un fracaso para Capa porque los soviéticos casi no le permitieron hacer fotos y se incautaron de muchas de las que logró hacer. La colaboración Capa-Steinbeck fue más bien decepcionante, aunque quedaron amigos y con otro proyecto, la productora World Video. Gracias a ella, en 1948 pudo viajar de nuevo a París, capital de la moda, para fotografiar los vestidos de la casa Dior. Capa coqueteó con todas las supermodelos, era como un zorro encerrado en un gallinero.
La muerte perseguía a Capa en sueños, la guerra no se borraba de su cabeza. Iba de acá para allá: "Siempre tuvo dinero para viajar, nunca para establecerse". Para huir del marasmo decide entonces montar su propia agencia de fotografías. A mediados de abril de 1947 organiza una comida en el restaurante del Museo de Arte Moderno de Nueva York e invita a sus amigos George Rodger, Henri Cartier-Bresson, Maria Eisner, David Seymour, Chim y Vandivert. A los postres, la sociedad es un hecho, una cooperativa a la que bautizaron Magnum por su afición a las grandes botellas de champaña. Chim sería la cabeza de la agencia, y Capa, el carismático, "un fotógrafo instintivo, uno de los grandes aventureros de la fotografía", el alma.
Capa reclutó durante años a todos los fotógrafos que conocía para Magnum. Inge Morath, Eve Arnold, Elliott Erwitt y Marc Riboud, entre otros, ficharon por la agencia que presumía de contar entre sus filas con los mejores fotorreporteros.
Los años pasan, Capa está cansado de su leyenda de donjuán y quiere quitarse la máscara de hombre jovial. Ha cumplido 41 años. Se siente activo, pero duerme mal. Se levanta exhausto de las pesadillas. El rostro del joven de 18 años en el desembarco de Normandía se le aparece en sueños una y otra vez. Tiene que pasarse la mañana en la bañera leyendo novelas de Simenon para que el cuerpo se ajuste a su cabeza. El 30 de abril de 1954, Capa acepta la oferta de
Life para cubrir la guerra de Indochina. El 9 de mayo aterriza en Hanoi. "Puede que ésta sea la última gran guerra", había dicho Capa al despedirse.
El 25 de mayo de 1954, Capa se dispone a partir para la conflictiva zona del sur del delta del río Rojo. "Va a ser un gran reportaje y hoy me voy a portar bien, no voy a insultar a mis colegas y no voy a hablar ni una sola vez de la excelencia de mi obra". Se había preparado una petaca con coñá y un termo con té helado. Cruza el río Rojo con el batallón. Capa se dedica a fotografiar a los campesinos recogiendo arroz en los campos. Salta del camión y se adentra en los arrozales. De pronto se oye una explosión. Un joven vietnamita corre chillando. "El fotógrafo ha muerto". Capa yacía en medio de un charco de sangre, su pierna izquierda voló en pedazos. Había muerto con las botas puestas, disparando su inseparable Leica.
Robert Capa, el mejor fotógrafo de guerra, y su madre, Julia, reposan juntos en una tumba en el cementerio de Amawalk, Nueva York. Las mujeres le lloraron. Sus amigos se tomaron una última copa en su honor. •
'Sangre y champán, la vida y época de Robert Capa', de la editorial Debate, sale a la venta esta semana. Precio, 23 euros.
El Pais Semanal Número 1.384. Domingo 6 de abril de 2.003