jueves, 18 de mayo de 2017

Robert Capa. Aventurero, vividor y romántico.

El mejor fotógrafo de guerra de todos los tiempos fue también un héroe, un apasionado de la vida al límite. Una biografía que publica en España Debate revela aspectos desconocidos, como su romance con la actriz sueca Ingrid Bergman. Por Julia Luzán.

El mejor fotógrafo de guerra de todos los tiempos era un viajero bebedor, jugador y mujeriego, un hombre explosivo, inagotable en su capacidad para aprovechar la vida, que perdería finalmente en un estallido. Así es el retrato que traza de Rober Capa el escritor y periodista Alex Kershaw, autor de una biografía definitiva, Sangre y champán (editorial Debate), que ahora se publica en España.

"Capa llevaba el deslumbrante traje de matador, pero nunca entró a matar. El destino quiso que la muerte se lo llevara en la cúspide de su gloria". Henri Cartier-Bresson recuerda así al fotógrafo extraordinario cuya cámara fijó el cartel definitivo de los mayores conflictos bélicos del siglo XX, desde la Guerra Civil española hasta la inicial guerra de Vietnam. Robert Capa era ese héroe romántico, atractivo por un estilo de vida cautivador, hecho en el peligro de la foto en la que todos le veían dentro. "En una guerra tienes que odiar o amar, tienes que adoptar una postura o no aguantas".

Moreno, de cejas muy pobladas, labios gruesos y manos delicadas, su éxito entre las mujeres es una leyenda. Todas adoraban de Capa su locura y simpatía. Por su azarosa vida amorosa pasaron actrices 
como Ingrid Bergman o Hedy Lamarr, esposas de políticos como Pamela Churchill, escritoras, fotógrafas... y Gerda Taro, la primera y la que nunca pudo olvidar. Fue un bohemio tan incurable que ni siquiera le gustaba ir a cenar a casa de los amigos. Prefería los restaurantes, los cafés y las barras de los bares, donde podía hablar con desconocidos.


EL ETERNO JUGADOR.
Capa, en 1952, con varias papeletas de apuestas en la mano, en el hipódromo de Longchamp, París.

 FOTOGRAFÍA DE HENRI CARTIER-BRESSON / MAGNUM

André Friedmann (nombre real de Capa) nació un 22 de octubre de 1913 en Budapest, con una buena mata de pelo negro y un meñique de más en una mano, el signo, para su madre, de los elegidos de Jehová. Bandi, diminutivo cariñoso de André, fue un chaval zascandil, alegre y travieso que fisgaba, curioso, la habitación donde su madre, Julia, cosía y probaba los vestidos a las mujeres de la buena sociedad húngara. Ya adolescente, coqueteó con el Partido Comunista Húngaro, al que se afilió en los años veinte. "André lo hizo por varios motivos, se sentía discriminado por ser judío, pero a la vez le atraía el peligro", recuerda una amiga de la infancia, Eva Besnyö. Una hazaña que años más tarde le ocasionaría algún problema con la inmigración en EE UU. Durante la caza de brujas emprendida por el senador McCarthy en los años cincuenta, Capa, en una declaración jurada, negó haberse afiliado: "Estudié el socialismo, pero enseguida me descubrí en desacuerdo con los objetivos y métodos del Partido Comunista".

En julio de 1931, André deja Budapest, adonde sólo volvería de visita, ya terminada la II Guerra Mundial. "Odio la violencia, no hay nada que odie más que la guerra". Quería estudiar Ciencias Políticas en Berlín, en la afamada Deutsche Hochschule Für Politik, donde se matriculo, aunque pronto dejó de ir a clase, y cuando el escaso dinero que le enviaban sus padres se acabó, decidió hacerse fotógrafo, "lo más parecido al periodismo para alguien que no domina el idioma".

En Berlín hizo amistad con Otto Umbehrs, Umbo, el fotógrafo que retrató como nadie la decadencia de Berlín y los clubes nocturnos y que le hizo un hueco en su agencia Dephot.

Con una Leica prestada que Umbo le prestó, André comenzó a sacar retratos. Pronto llegaría su primera oportunidad al recibir el encargo de la agencia de fotografiar a Trotski, que se encontraba en Berlín para dar una conferencia sobre la revolución rusa. Aquélla fue su primera foto firmada.


 RECUERDOS. Gerda Taro, el gran amor de su vida. Bailando (1940) en Sun Valley. Martha Gellhorn, la mujer de Hemingway, su amiga íntima, aparece en primer plano. Robert Capa, junto al fotógrafo George Rodger, en Napoles, en 1943. El primero por la izquierda, delante de un tanque, en China, en 1938. Bajo estas líneas, Capa con Hemingway, en 1940, en Sun Valley, Idaho.

FOTOGRAFÍA DE FRED STEIN / LLOY ARNOLD / JOHN F. KENNEDY UBRARY / EUROPEAN FUNDATION JORIS IVENS / MAGNUM PHOTOS

Su personalidad arrolladora le hacía granjearse la amistad de todos. La fotógrafa Giséle Freund le introdujo en los círculos culturales de un Berlín neurótico que asistía a las representaciones de las obras de Bertolt Brecht y al desfile de las primeras camisas pardas, un Berlín que vivía sus más duros años políticos y que contempló cómo, el 31 de julio de 1932, el Partido Nacionalsocialista de Hitler ganaba las elecciones con más de 13 millones de votos. Meses después, el 30 de enero de 1933, Hitler sería nombrado canciller. Su instinto le hizo comprender que sus días en Berlín estaban contados. Partió hacia Viena, aunque su destino sería París.

Al principio, la vida en la capital de Francia fue dura. André, sin oficio ni beneficio, siempre vestido con una mugrienta cazadora de cuero, mataba el tiempo en los cafés. En uno de ellos, el Dome de Montparnasse, trabó amistad con un judío polaco, David Seymour, Chim, que trabajaba para el semanario del Partido Comunista Regards. Aquél fue un golpe de suerte. Chim le presentó a otro fotógrafo, un tal Henri Cartier-Bresson. Al grupo se uniría otro fotógrafo alemán, Pierre Gassmann, hoy propietario de uno de los más importantes laboratorios fotográficos de París, que conserva un grato recuerdo de aquellos días: "Siempre me pareció una persona de lo más divertida, alguien que siempre vivía el presente, un gran apasionado de la vida, del vino y las mujeres".

También en París conoció el amor. Se llamaba Gerda Pohorylles y fue la creadora del mito Capa. Como primera medida, decidió que habían de reinventarse sus nombres. Ella adoptó el de Gerda Taro, inspirado en un artista japonés de la época, Taro Okamoto. Él se bautizó como Robert Capa. La pareja se inventó también una sociedad de tres personas. Gerda, que trabajaba para una agencia de fotos, se adjudicó el papel de secretaria y representante comercial; André sería el laborante del cuarto oscuro, y los dos habían sido contratados por un imaginario fotógrafo norteamericano rico, famoso y con talento llamado Robert Capa. Robert sonaba muy yanqui, y Capa era un apellido fácil de pronunciar en cualquier idioma.

En 1936, Capa inicia sus colaboraciones con la revista Vu, una de las más influyentes de la época, en la que publicaría sus asombrosas fotografías del Frente Popular en la Guerra Civil española.

Habían empezado a lloverle encargos. A primeros de julio de 1936 le pidieron que hiciera las fotografías de la ceremonia del vigésimo aniversario de una de las batallas más sangrientas de la Primera Guerra Mundial y Capa sacó el cementerio de Verdún con los veteranos colocados en fila detrás de las lápidas de sus compañeros muertos. Unos días después leyó en los periódicos la noticia del levantamiento de Franco y pidió a Lucien Vogel, director de Vu, que le mandara a España. Gerda y Capa se desplazan a Barcelona, recorren el frente de Huesca y bajan hasta Córdoba, donde se esperaba una fuerte ofensiva. Cerca de un pequeño pueblo cordobés, Cerro Muriano, encuentran por fin la acción que estaban buscando. Durante la mañana del 5 de septiembre, el ejército de Franco había bombardeado Cerro Muriano y el general Queipo de Llano avanzaba hacia Sevilla con sus tropas. Capa se unió a la

Capa a finales de 1944. 


 ENTRE AMIGOS.
Ingrid Bergman, con la que mantuvo un apasionado romance, en la película "Encadenados", de Hitchcock. Los fundadores de la agencia Magnum, en París, en 1945. Capa a la izquierda; "Chim" Seymour, en el centro, sin corbata; Cartier-Bresson, en segundo plano, a la derecha. Jugando al poker con John Huston, en 1953; En Londres, junto al escritor John Steinbeck y su mujer, en un hotel de París, en 1947.
Fotografía de Hutton-Getty/ RKO Radio Pictures John G. Morris Collection/Biblioteca de la Universidad de Chicago/ Ernest Haas /Center for Steinbeck Studies /Michel Decamps

La última fotografía de Capa, tomada por su amigo Michel Decamps en Indonesia.

 milicia Alcoy del ejército republicano y junto a ellos hizo la foto más famosa de la Guerra Civil española, Muerte de un miliciano. Un icono del siglo XX por su fuerte carga simbólica, el instante de la muerte captado a escasos 20 metros de ella. "No hace falta recurrir a trucos para hacer fotos en España. No tienes que hacer posar a nadie ante la cámara. Las fotos están allí, esperando que las hagas. La verdad es la mejor fotografía, la mejor propaganda", declaraba Robert Capa a un periódico norteamericano en septiembre de 1937. La fotografía del miliciano herido de muerte se publicó en Vu el 23 de septiembre de 1936. La leyenda de Muerte de un miliciano y las dudas sobre si era o no una foto trucada perseguirían a Capa de por vida.

Capa viajó al frente de Madrid y allí fotografió los rostros más tristes de la guerra y a las mujeres huyendo aterrorizadas con sus hijos de los bombardeos de la aviación de Franco. En Madrid, Gerda y Capa se alojan en el hotel Florida. Allí conocen a Ernest Hemingway "Le llamaban Papá y no tardé en adoptarlo como padre".

Gerda Taro era increíblemente bonita, una pelirroja de bandera con chispeantes ojos verdes. Vestida siempre con pantalones, una boina ladeada y un revólver en la cintura, su éxito entre los corresponsales de guerra en Madrid fue absoluto. Mientras Capa regresaba a París, Gerda se en-caminó al frente de Brunete. Allí, subida al estribo de un automóvil que embistió un tanque republicano, encontró la muerte. Capa recibió la noticia en París. Inconsolable, su carácter cambió a raíz de la muerte de Gerda. Bebía más que nunca y flirteaba con cualquiera que se le pusiera a tiro.

En 1938, Capa puso rumbo a una nueva guerra en el otro extremo del mundo, la de China contra Japón, perseguido por el recuerdo de Gerda. Pensaba colaborar en un documental, Los cuatrocientos millones, que iba a rodarse en China, un proyecto que agradó sobremanera a la mujer de Chiang Kai-chek, la todopoderosa madame Chiang. Pero lo que hizo, armado con su Leica, fue disparar una y otra vez su cámara. Lo fotografiaba todo, los estragos de los bombardeos, a niños con barrigas protuberantes, a mujeres embarazadas en medio del barro y la suciedad. Era como si Capa hubiera decidido ir al encuentro de la muerte.

 Capa se marchó de China para asistir en directo a la derrota de la España republicana. En Barcelona se encontró de nuevo con Hemingway, y en el bar del hotel Majestic del paseo de Gracia pudo conocer a una rubia corresponsal, despampanante, Martha Gellhorn, con la que se casó Hemingway, pero que llegaría a ser una de las mejores amigas y confidentes de Capa, hasta el punto de que Hemingway se distanciaría de él por este motivo.

Capa está tan implicado en la Guerra Civil española que no puede perder un minuto. Deja Barcelona y la despedida de las Brigadas Internacionales (las fotos de Capa muestran a cientos de hombres llorando con el puño en alto) y acude a la batalla del Ebro. Capa lo capta todo con su cámara. Sus últimas fotografías son las de la derrota, una larga hilera de republicanos cruzando la frontera de Francia.

El 1 de septiembre de 1939, el ejército de Hitler invade Polonia. Dos días después, Francia e Inglaterra declaran la guerra a Alemania. En octubre, Capa se embarca rumbo a Estados Unidos y se reencuentra con familiares que han logrado huir del peligro de los campos nazis. La vida en el piso familiar del Upper West Side de Nueva York es placentera, Juega al póquer con su hermano Cornell, y Julia, su madre, lo cuida. Pero la tranquilidad le dura poco. Capa está obsesionado con regresar a Europa. La entrada en la Guerra Mundial de Estados Unidos significa para Capa la posibilidad de volver a cubrir una contienda. La revista Collier's le envía a Inglaterra para fotografiar el desembarco aliado.

Una noche de primavera de 1943, Capa se bebió la última botella de champaña y se subió a un tren que le llevaría a un barco de transporte de tropas con rumbo al norte de África y se une a la primera oleada de tropas que aterrizaron en Sicilia. El escritor John Steinbeck, autor de Las uvas de la ira, se encuentra también allí como corresponsal entre "esa banda de rufianes, intrépidos y alegres". Capa fotografió los grandes horrores de Napoles y Montecasino. Se siente casi como un enterrador: "La guerra es como una actriz que envejece. Cada vez es menos fotogénica y más peligrosa".

El día más largo se acerca. De los 175.000 hombres que lucharon en el día D, Capa fue uno de los pocos que habían escogido voluntariamente su destino: jugarse la vida en las primeras oleadas de las tropas de asalto. Capa decidió poco antes de la decisiva batalla de Omaha irse de compras en Londres. Si hay que morir, por lo menos hacerlo bien vestido. Se compra una gabardina Burberrys y una petaca de plata para guardar el whisky En una foto se le ve con las manos en los bolsillos de su nueva gabardina y un cigarrillo medio consumido en los labios. "Yo iba en ese bonito barco con el 116 de Infantería. La comida es buena y jugamos al póquer casi toda la noche".

A las tres de la madrugada de la hora H del día D, Capa desayunó crepés, salchichas, huevos y café. Después se subió con otros 30 hombres a un bote y empezó el baile. El cielo se llenó de aviones y las bombas empezaron a caer por todos los lados. "Algunos de los chicos vomitaban educadamente en bolsas de papel y me di cuenta de que era una invasión civilizada". Sacó una de sus dos cámara Contax y empezó a disparar. "Vi cómo caían cientos de hombres, y tuve que abrirme paso a empujones a través de sus cuerpos, lo que hice con educación". Pasó 90 minutos sacando fotos hasta que se le acabaron los carretes. Se subió a otra lancha que le llevaría al barco, cuando se encontraba a pocos metros de la playa miró hacia atrás y disparó una última foto de la sangrienta Omaha envuelta en humo. La playa cubierta de lanchas de desembarco destrozadas, tanques calcinados, biblias flotando en charcos de sangre... e innumerables cadáveres de jóvenes norteamericanos. Capa ya a salvo, a bordo del barco Samuel Chase, sufrió un colapso. Estaba agotado. Cuando se despertó tenía alrededor de su cuello una nota escrita por los enfermeros que decía "Caso de extenuación. Sin placa de identidad". Las fotos de Capa de la batalla de Omaha aparecieron el 19 de junio en la revista Life.
Entró en París con los ojos llorosos. "Fue el día más inolvidable de mi vida". Era la liberación y Capa brindó con Cartier-Bresson y Chim, sus amigos de años. En los días siguientes bebió muchas más botellas de champaña para celebrarlo.

DESPEDIDA. Julia Friedmann, la madre de Capa, ante la tumba de su hijo, en el cementerio de Amawalk, en Nueva York.


Desde la muerte de Gerda, Capa se había sostenido viviendo únicamente el presente, sobreviviendo para conseguir cama, comida, una botella de whisky y una mujer. Qué iba a ser de él si la guerra se había acabado.

Una tarde de junio en París, Capa está sentado en el vestíbulo del hotel Ritz con su compañero de timba, el escritor Irwin Shaw, y la actriz Ingrid Bergman pasa por delante de él. "La misma tarde que llegué", recordaría la actriz, "me pasó una nota por debajo de la puerta de mi habitación... Capa es genial y tiene una mente maravillosa". El romance del corresponsal de guerra, bohemio y atormentado, y la protagonista de Casablanca será importante en la vida de Capa. Tras una noche loca de copas en París, la sueca se enamoró perdidamente.

Bergman y Capa se convirtieron en inseparables. Ella quiso divorciarse, pero Capa paró el golpe. La actriz, aunque molesta por esta reacción, le invitó a acompañarla a Hollywood, adonde iba a rodar una película de Hitchcock, Encadenados. Capa fue a Hollywood y aceptó un trabajo en la productora International Pictures. Bergman estaba encantada. Pero Capa lo que hacía era tontear en las barras de los bares y apostar en el hipódromo. Jugador empedernido, nunca tenía un duro y además se aburría. Necesitaba acción. "Para ser una mujer hecha y derecha, es tan ingenua que duele. Le da miedo soltarse la melena...".

En mayo de 1946, Capa estaba hasta las narices de Hollywood. La actriz sueca se toma un descanso y se marchan a Nueva York. Capa la llevó a conocer a su madre, pero continuaba sin querer casarse con ella. "Si mañana me envían a Corea y estamos casados y con un hijo, no podré ir. Y eso es imposible".

Volvieron a Hollywood, en esta ocasión para que ella rodara Arco de triunfo, basada en la novela de Erich María Remarque. Capa hacía las fotos del rodaje y se dedicaba a beber cócteles con Charles Boyer. Cada vez se emborrachaba más a menudo: "La bebida se había convertido para él en una especie de desafío machista, era algo así como un calmante". La relación entre ambos poco a poco se iba enfriando: "Estamos bebiendo las últimas botellas de champaña".

Capa, "uno de los hombres más encantadores del mundo" y Bergman rompieron finalmente. Él se dedicó a beber y a jugar al póquer. En Nueva York coincidió con Steinbeck. Para el escritor también eran malos tiempos, su matrimonio no funcionaba y su carrera estaba atravesando una mala racha, así que bebía sin parar. Ambos decidieron unir sus destinos y largarse a hacer un reportaje sobre la vida cotidiana en la Unión Soviética. El viaje fue un fracaso para Capa porque los soviéticos casi no le permitieron hacer fotos y se incautaron de muchas de las que logró hacer. La colaboración Capa-Steinbeck fue más bien decepcionante, aunque quedaron amigos y con otro proyecto, la productora World Video. Gracias a ella, en 1948 pudo viajar de nuevo a París, capital de la moda, para fotografiar los vestidos de la casa Dior. Capa coqueteó con todas las supermodelos, era como un zorro encerrado en un gallinero.

La muerte perseguía a Capa en sueños, la guerra no se borraba de su cabeza. Iba de acá para allá: "Siempre tuvo dinero para viajar, nunca para establecerse". Para huir del marasmo decide entonces montar su propia agencia de fotografías. A mediados de abril de 1947 organiza una comida en el restaurante del Museo de Arte Moderno de Nueva York e invita a sus amigos George Rodger, Henri Cartier-Bresson, Maria Eisner, David Seymour, Chim y Vandivert. A los postres, la sociedad es un hecho, una cooperativa a la que bautizaron Magnum por su afición a las grandes botellas de champaña. Chim sería la cabeza de la agencia, y Capa, el carismático, "un fotógrafo instintivo, uno de los grandes aventureros de la fotografía", el alma.

Capa reclutó durante años a todos los fotógrafos que conocía para Magnum. Inge Morath, Eve Arnold, Elliott Erwitt y Marc Riboud, entre otros, ficharon por la agencia que presumía de contar entre sus filas con los mejores fotorreporteros.

Los años pasan, Capa está cansado de su leyenda de donjuán y quiere quitarse la máscara de hombre jovial. Ha cumplido 41 años. Se siente activo, pero duerme mal. Se levanta exhausto de las pesadillas. El rostro del joven de 18 años en el desembarco de Normandía se le aparece en sueños una y otra vez. Tiene que pasarse la mañana en la bañera leyendo novelas de Simenon para que el cuerpo se ajuste a su cabeza. El 30 de abril de 1954, Capa acepta la oferta de Life para cubrir la guerra de Indochina. El 9 de mayo aterriza en Hanoi. "Puede que ésta sea la última gran guerra", había dicho Capa al despedirse.

El 25 de mayo de 1954, Capa se dispone a partir para la conflictiva zona del sur del delta del río Rojo. "Va a ser un gran reportaje y hoy me voy a portar bien, no voy a insultar a mis colegas y no voy a hablar ni una sola vez de la excelencia de mi obra". Se había preparado una petaca con coñá y un termo con té helado. Cruza el río Rojo con el batallón. Capa se dedica a fotografiar a los campesinos recogiendo arroz en los campos. Salta del camión y se adentra en los arrozales. De pronto se oye una explosión. Un joven vietnamita corre chillando. "El fotógrafo ha muerto". Capa yacía en medio de un charco de sangre, su pierna izquierda voló en pedazos. Había muerto con las botas puestas, disparando su inseparable Leica.

Robert Capa, el mejor fotógrafo de guerra, y su madre, Julia, reposan juntos en una tumba en el cementerio de Amawalk, Nueva York. Las mujeres le lloraron. Sus amigos se tomaron una última copa en su honor. •

'Sangre y champán, la vida y época de Robert Capa', de la editorial Debate, sale a la venta esta semana. Precio, 23 euros.

El Pais Semanal Número 1.384. Domingo 6 de abril de 2.003



lunes, 15 de mayo de 2017

La visión científica de Dalí

 Este año rebosa de homenajes a Dalí por el centenario de su nacimiento. Entre la avalancha, el documental 'Dimensió Dalí', que se estrena en septiembre, llama poderosamente la atención sobre una cara menos conocida del genio. Tras sus excentricidades late a menudo una visionaria pasión científica. Por Monica G. Salomone.

Dalí, pintando en 1940 "La cara de la guerra". Años después le obsesionó la bomba atómica.
SALVADOR DALÍ. FUNDACIÓN GALA-SALVADOR DALÍ. VEGAP, MADRID, 2004.

En 1948, un ya famoso Salvador Dalí y el fotógrafo estadounidense Phülipe Halsman pasaron un día entero trabajando en una foto. Con ellos en la habitación había varios ayudantes del fotógrafo y su esposa Ivonne, además de tres gatos. La foto en cuestión debía congelar a Dalí saltando y a los gatos en el aire tras haber sido arrojados por los asistentes. Debían aparecer también en suspensión una silla, dos cuadros de Dalí, un taburete, un caballete y agua, lanzada al aire en el momento preciso. Halsman disparaba, revelaba en un cuarto oscuro mientras los demás consolaban a los gatos y volvía a por un nuevo disparo. Según ha contado el propio fotógrafo, la imagen ansiada, que se tituló Dalí Atómico, costó 28 intentos y 6 agotadoras horas de trabajo. Pero es que Halsman y Dalí sabían muy bien lo que querían. Los elementos en suspensión representaban nada menos que las fuerzas de repulsión entre electrones y protones en un átomo, y los gatos eran un guiño sólo comprensible para los físicos de la época, inmersos en una de las revoluciones científicas más importantes y complejas de la historia de la ciencia. Dalí Atómico es uno de los ejemplos más conocidos de la relación de Dalí con la ciencia, pero no el único. Un documental que se estrena el 15 de septiembre en el Fórum de Barcelona titulado Dimensió Dalí explora esta faceta del artista menos conocida por el gran público. Las frases epatantes del personaje Dalí ocultaban a un intelectual fascinado por los descubrimientos científicos, que incluso entabló relaciones estrechas con algunos de los matemáticos y físicos más importantes del siglo pasado.

Salvador Dalí nació el 11 de mayo de 1904. Exposiciones y actos en España, Estados Unidos, Italia y Países Bajos celebran en 2004 el Año Dalí con ocasión del centenario. Pero pocas actividades resaltarán que, con 25 años, Dalí ya leía con pasión textos científicos de alto nivel, que para muchas de sus obras consultaba personalmente a matemáticos o que invitó a comer a uno de los descubridores de la estructura en doble hélice del ADN, James Watson. Cuenta el propio Watson en el documental cómo fue a visitarle al hotel Regis, donde residía Dalí en Nueva York, y le escribió una nota "que decía algo así como: el segundo hombre más brillante del mundo quiere conocer al primero", y que el pintor bajó en diez minutos.

"Creo que no es exagerado decir que la ciencia era para Dalí una obsesión tan importante como lo fue Gala", señala Joan Úbeda, productor de Dimensió Dalí, realizado por Mediapro. "Realmente le producía un inmenso placer leer ciencia y hablar con científicos". El documental es el resultado del trabajo de dos años, gran parte de ellos dedicados a investigar. Además de bucear en los archivos y en Internet, el equipo viajó por Europa y Estados Unidos siguiendo pistas a veces insospechadas, y nada obvias. "Nos dimos cuenta de que Dalí fabulaba mucho, así que decidimos que no podíamos fiarnos de nada hasta haberlo comprobado nosotros mismos", explica Úbeda. "Al final desvelamos que detrás del clown hay un factor muy importante que da otra perspectiva sobre el personaje. Es que en el caso de Dalí su personaje es su propio enemigo. Él decía: 'El cáncer nos hará inmortales', y la gente se lo toma como una boutade cuando en realidad está haciendo referencia a un hecho científico. Hace 30 años, Dalí ya estaba fascinado con el ADN".

No se trata, sin embargo, de mostrar a un sesudo Dalí enfrascado en las ecuaciones. El artista aparece más bien como un buscador de inspiración en las más modernas ideas científicas. "En el trabajo de Dalí hay siempre una mezcla de un montón de discursos diferentes, en torno a la morfología, la biología, la física, el psicoanálisis (...). Diría que es una inmensa mezcla de una gran cantidad de lecturas", explica el historiador del arte Gavin Parkinson, uno de los pocos que han analizado el gusto de Dalí por la física.

FÍSICA NUCLEAR. Dalí acuñó el término "misticismo nuclear". En cuadros como éste, "Galatea en las esferas" (1952), los elementos descompuestos y en suspensión son un guiño a la física nuclear.

SALVADOR DALl. FUNDACIÓN GALA-SALVADOR DALÍ. VEGAP, MADRID, 2004 I FRANCE PRESS / MEDIAPRO

El documental muestra cómo algunos de los más famosos iconos dalinianos proceden de esa amalgama de conceptos científicos, digeridos de una personalísima manera. Están, por ejemplo, los relojes derretidos de La persistencia de la memoria, pintado en 1931. Los expertos los interpretan como un símbolo de la irrelevancia del tiempo para el pintor, especialmente cuando pasaba largas temporadas con Gala en Port Lligat. ¿Están los relojes inspirados en la teoría de la relatividad de Einstein? En Dimensió Dalí, el Nobel de Química Ilya Prigogine -uno de los padres de la teoría del caos, muerto el año pasado- cuenta cómo le formuló esa misma pregunta al propio Dalí. Se sabe que Einstein es una influencia decisiva para Dalí. Como afirma Parkinson en el documental, "Dalí estaba entusiasmado con la teoría de la relatividad porque parecía ofrecer al surrealismo la noción de que lo real no es reducible simplemente a un flujo temporal unitario". Sin embargo, la respuesta de Dalí a Prigogine es sorprendente: no hay inspiración relativista en los relojes; sólo la visión sugerida por unos pedazos de queso camembert derritiéndose bajo el sol de agosto, en 1931.

Tal vez la semilla que plantó la relatividad en la mente daliniana se alimentó de queso camembert para acabar floreciendo una tarde de verano. Lo cierto es que los hallazgos y teorías científicas continuaban su evolución particular en la cabeza de Dalí, de donde emergían transformados. Es lo que pareció ocurrirle con la paranoia. Dalí cuenta en una de las entrevistas rescatadas para este documental cómo fue a visitar a otro de sus ídolos, Sigmund Freud, en Londres, en 1938: "Allí hubo una escena terrible porque yo le enseñé mi cuadro La metamorfosis de Narciso, que le gustó mucho, y me dijo: 'Ahora comprendo cosas que no había comprendido de los surrealistas, yo creía que eran unos borrachos, drogados, y ahora los tomaré en consideración porque este cuadro...'. Y le dije: 'El cuadro no me interesa, yo quisiera que usted leyera mi tesis sobre la paranoia crítica'. Y él volvía al cuadro. Yo volvía a que leyera mi tesis científica (...)". El encuentro, siempre según Dalí, termina con el pintor dando un puñetazo en la mesa y Freud llamándole "prototipo de español" y "fanático".

Unos años antes del encuentro de Dalí con Freud, en 1935, el físico austríaco Erwin Schroedinger propone el experimento mental con un gato que lo hará conocido incluso entre los no físicos. Schroedinger imagina una caja cerrada que contiene un átomo radiactivo, un detector de radiación, un frasco con gas venenoso, un martillo para romper el frasco y un gato; en el periodo de una hora hay un 50% de probabilidades de que el átomo emita radiación, y el dispositivo es tal que, si esto ocurre, el mecanismo que rompe el frasco se activa y el gato muere. Ahora bien, antes de que un observador mire en el interior de la caja, ¿cómo está el gato, vivo o muerto? El sentido común dice justamente eso, que está vivo o muerto, pero la teoría de la mecánica cuántica -y Schroedinger-, que estaba fraguándose en aquellos años, dice que mientras la caja siga cerrada, el átomo radiactivo estará en dos estados superpuestos, el de haber emitido radiación y el de no haberla emitido. Y el gato, por tanto, también está a la vez vivo y muerto -no hay que alarmarse si no se entiende: el propio Eisntein discrepaba de esta visión, y si no fuera porque se ha medido que efectivamente un átomo puede estar en dos estados a la vez, aún hoy seguirían los físicos discutiendo-. El caso es que por el gato de Schroedinger hay gatos volantes en la foto Dalí Atómico.



En pinturas como 'Corpus Hypercubicus' (1954), Dalí realiza geométricas composiciones que son su particular homenaje a leyes matemáticas que le fascinan. ¿Tienen los relojes blandos de 'La persistencia de la memoria' (1931) conexión con Einstein o con el queso derretido al sol?                               
 Arriba, dos investigadores que analizan la pasión científica de Dalí: el Nobel de Medicina James Watson (izquierda) y el matemático Thomas Banchoff 

"Dalí tenía bastante interés en la mecánica cuántica. Se dio cuenta de que representaba una naturaleza distinta", dice el físico y ex presidente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas Rolf Tarrach, que aparece en el documental que ahora se estrena. "La mecánica cuántica era una revolución que entonces todavía no aceptaban todos los físicos, era una nueva forma de entender el universo, y eso a Dalí debía de atraerle muchísimo". Otra cosa es que Dalí entendiera realmente la antiintuitiva mecánica cuántica. Tarrach lo duda. Pero puede que tampoco hiciera falta, como afirma en el documental Jorge Wagensberg, director del Museo de la Ciencia de Barcelona: lo que sí tenía Dalí era "una gran intuición, algo que sí es muy importante tanto para los científicos como para los artistas".








 Algunos iconos dalinianos, como 'El gran masturbador' (1929), pueden interpretarse con las teorías de Freud sobre el subconsciente.

Superponiéndose (también) con el guirigay científico de la mecánica cuántica llegó la II Guerra Mundial y la bomba atómica. Dalí, deslumbrado por las poderosísimas fuerzas en acción en el interior del núcleo atómico, acuñó la ex-presión "misticismo nuclear". No por casualidad, al fotógrafo Halsman le vino la inspiración para su famosa foto el día después de haber discutido con Dalí su obra Leda Atómica -una de las que aparecen en suspensión en la imagen-. En Leda Atómica, acabada en 1949, Dalí une la física nuclear con el mito de la ninfa Leda poseída por un Júpiter transformado en cisne. Aparentemente, Dalí fue asesorado por el matemático Matila Ghyka para colocar los elementos de su cuadro de forma que quedaran inscritos en una estrella de cinco puntas, una figura geométrica construida empleando el número áureo, que aparece constantemente definiendo formas en la naturaleza y en la arquitectura.

El otro hallazgo que espoleó la imaginación de Dalí no podía ser sino el del funcionamiento del ADN. James Watson y Francis Crick -fallecido el mes pasado-desvelaron en 1953 la estructura en doble hélice de la molécula de la herencia. Con una especie de anticipación visionaria, Dalí decía: "Creo que desde la primera molécula viviente hasta la última, la más excremental, todo se transmite ineluctablemente, genéticamente (...)". Apenas diez años después del descubrimiento de Watson y Crick, Dalí pintó Galacidalacidesoxyribonucleicacid. De nuevo la prolífica amalgama daliniana combina la ciencia con otros elementos, en este caso el religioso. Y es que para Dalí, "la doble hélice demuestra la existencia de Dios". Watson, en cambio, no lo veía así: "Él lo interpretó de una manera; para mí era justo al revés: doble hélice... no necesidad de Dios".

Dalí y los científicos incluso tuvieron su despedida. En noviembre de 1985, Wagensberg organiza un congreso en Figueras en honor de Dalí, donde se reúnen físicos y matemáticos de gran relevancia con artistas y filósofos. Están Prigogine y el matemático Rene Thom, que discuten acaloradamente. Se habla del azar y la naturaleza. Todos saben que Dalí -ya enfermo- sigue las intervenciones por un circuito cerrado de televisión. •


El Pais Semanal Número 1.457. Domingo 29 de agosto de 2004



Cats are paradoxes (Pablo Amargo)





Revista Jot Down Smart El Pais Nº 20 Mayo 2017

AURORA de Federico Niche por Troy Donahue




Inmenso Miguel Gallardo en la revista TBO

domingo, 14 de mayo de 2017

De regreso al barrio



JAVIER FERNÁNDEZ
10 Mayo, 2017


'Palos de ciego'. El Irra. Astiberri. 136 páginas. 20 euros.

Me ha gustado mucho Palos de ciego, la novela gráfica escrita, dibujada y coloreada por El Irra (Sevilla, 1979). Tiene personalidad propia, una solidez visual fuera de lo común, el ritmo y la violencia de los mejores thrillers, una férrea construcción de personajes, una ambientación asfixiante, buenos diálogos, un argumento que hipnotiza desde la primera página y la voluntad de exponer, a pie de calle, las grietas y miserias del mundo que nos rodea. Como dice David Rubín en su introducción, este drama urbano, de barrio marginal, es la imposible unión "entre Buñuel y Verhoeven, entre la línea chunga de El Víbora y Frank Miller". Tras una larga ausencia, Jesús regresa a la Esquina del Gato, el barrio sevillano en el que creció, dispuesto a buscar trabajo, a escapar de la delincuencia y la marginación. Y claro, la situación se vuelve tensa y luego estalla.

Malaga Hoy

En el mundo de Ether



JAVIER FERNÁNDEZ
10 Mayo, 2017



'Ether, 1: La muerte de la última llama dorada'. Matt Kindt, David Rubín. Astiberri 136 páginas. 16 euros.

Ether: La muerte de la última Llama Dorada recopila en un solo volumen los cinco comic-books publicados originalmente por Dark Horse entre noviembre de 2016 y marzo de 2017. Se trata de una fascinante serie de fantasía escrita por Matt Kindt y dibujada por el siempre espectacular David Rubín. Su protagonista es Boone, un explorador científico del mundo real capaz de atravesar las dimensiones y viajar hasta el mundo de Ether, lleno de criaturas extraordinarias y en donde aparentemente impera la magia. En sus viajes, Boone busca y encuentra siempre explicación racional a los sucesos sobrenaturales de Ether, pero las cosas se complican cuando le toca resolver el asesinato de la Llama Dorada, la mágica protectora del reino.


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