viernes, 12 de julio de 2013

La edad de plata de DC Comics

'The Silver Age of DC Comics', los superhéroes en la era espacial

 JESÚS JIMÉNEZ 12.07.2013 - 08:00h

 
Ilustración del Superman Annual No. 6. "The Superman Family"TM & © DC Comics. All rights reserved


  • Segundo volumen del premiado repaso a la historia de DC Comics
  • En esta ocasion se analiza la llamada "Edad de plata" de los superhéroes
La editorial Taschen sigue con su espectacular serie dedicada a la historia de DC Comics. Y tras el primer número dedicado a los origenes de los superhéroes (The Golden Age of DC Comics), en el que asistimos al nacimiento de Superman (1938), Batman (1939), Wonder Woman (1941) y del género en genral, ahora nos llega el segundo tomo de los cinco de los que consta la colección (tenéis las portadas al final de este artículo). Se trata del dedicado a The silver Age of DC Comics. 1956-1970, de Paul Levitz.
Y es que tras unos años de éxito imparable, los superhéores empezaban a languidecer, hasta que los editories y guionistas encontraron un nuevo filón, el de la Ciencia Ficción que triunfaba en el cine, la televisión, la radio y la literatura de los años 50. Por eso este volumen lleva el subtítulo de "El superhéroe en la era espacial".
Portada de ’The Silver Age of DC Comics’TM & © DC Comics. All rights reserved.

Una derivación a la Ciencia Ficción que también vino provocado, en cierta medida, por la aparición del Comics Code, el código de autocensura que tanto daño hizo a la industria del cómic y que se llevó por delante los míticos títulos de terror y crímenes de la editorial EC Comics. Ya que con esas historias fantásticas y estrafalarias los guionistas y editores de DC se quitaban problemas con argumentos cada vez más fantásticos y cómicos que incluyeron a estrellas como Bob Hope o Jerry Lewis, que llegaron a tener sus propias series de cómics.

miércoles, 10 de julio de 2013

Cómic-protesta oriental


Los dibujantes asiáticos recurren a la novela gráfica para denuncias políticas. Una viñeta llevó a la cárcel a un iraní
TEREIXA CONSTENLA Madrid 9 JUL 2013

Una viñeta de 'Los pies vendados' (Astiberri), de Li Kunwu.

Marjane Satrapi abrió una vereda con Persépolis. Le han seguido tantos ilustradores que el cómic-protesta oriental circula ahora por autopista. Irán es un filón para los dibujantes y un drama para los derechos humanos, como comprobó en sus propias carnes Mana Neyestani, encarcelado tras una ilustración y protagonista de un episodio kafkiano que le hizo temer por su vida y que ha reflejado en la sobrecogedora novela gráfica, Una metamorfosis iraní (La Cúpula). Los autores de El paraíso de Zahra(Norma editorial) se refugiaron en el anonimato —la obra va firmada por Amir y Khalil— para sortear las represalias tras su relato de los crímenes de estado contra los estudiantes que protestaron contra la fraudulenta elección presidencial de 2009.



La madre y el hermano de Mehdi, un joven de 19 años desaparecido en Teherán durante una manifestación, le buscan en vano por hospitales, cárceles y cementerios. Esa desesperada indagación permite a los dibujantes retratar la corrupción política, económica y moral del actual régimen iraní, donde la religión resulta una vulgar fachada para enmascarar sus tropelías.

El cómic del chino Li Kunwu, Los pies vendados (Astiberri), no responde al mismo patrón de denuncia (el dibujante trabaja para el partido comunista de su país), pero sí se asemeja en la fuente biográfica que alimenta la historia, en la elección de una víctima como protagonista, en la vocación documental que cabalga entre el periodismo y la historia y en la utilización de un austero blanco y negro.

Unos pies de loto de oro no debían superar los 7,5 centímetros. Esa era la longitud ideal del pie femenino que aspirase a ser admirado en Yunnan (China). No era simple vanidad. A veces era supervivencia. “Cuando eres pobre no te vendan los pies y cuando no te vendan los pies te vuelves pobre”. Contra argumento tan definitivo, de nada sirven la huida, los noes y los llantos de Chunxiu. La niña que había correteado entre los puestos de bolas de arroz inflado, escritores de cartas y linternas mágicas del mercado dejó de correr.

Li Kunwu dibujó la historia de Chunxiu, su niñera. “Lo que más me impresionó”, cuenta su editor, Laureano Domínguez, “aparte de la crueldad que suponía la costumbre de vendar los pies, que era una auténtica tortura, es el hecho de que Chunxiu primero fuera víctima de esa tradición y después lo volviera a ser de los que decían que habían llegado para liberar a China del feudalismo”.

En 1966, los comisarios de la Revolución Cultural obligaron a la familia de Li Kunwu a prescindir de su niñera. Con sus pies deformes, la consideran “un arcaísmo feudal”. Chunxiu murió, pobre y sola, en 1978. Tal vez Li Kunwu se sentía en deuda con aquella mujer que caminaba lentamente, le contaba historias clandestinas de seres fantásticos —mal vistos por los nuevos tiempos de realismo maoísta—, y le regaló unos zapatitos bordados en los que cabían solo pies “de loto de oro”.

En el caso de Mana Neyestani (Teherán, 1973), la víctima fue Mana Neyestani. “Hice el libro por dos razones. La primera es que mi trabajo es contar historias y encontré que mi experiencia personal era interesante, tiene suspense, clímax, amor, tristeza y humor por momentos. La segunda es que necesitaba una terapia para evadirme de los recuerdos que me perturbaban y así los transfería a los papeles”, explica por correo electrónico desde Francia, donde se refugió tras salir de la cárcel. Neyestani colaboró con numerosos periódicos políticos hasta 2000, cuando el régimen se estrechó ideológicamente. Durante un lustro vivió de la prensa juvenil hasta que en 2005 incluyó en una ilustración a una cucaracha que pronunciaba una palabra azerí (“Namana”), que desató oleadas de movilizaciones de la comunidad azerí, reprimidas con violencia por las autoridades que, a su vez, culparon al dibujante de instigarlas. El precio por su cucaracha fueron dos meses de cárcel hasta que logró huir de Irán.

El Pais 09.07.2013

Llegan los tres aspirantes a 'héroe' de Grand Theft Auto V



Rockstar Games acaba de dar a conocer el vídeo oficial con escenas de juego reales de Gran Theft Auto V, su nueva entrega para PS3, Xbox 360 y online próximamente. En él conocemos a los protagonistas, tres personajes exbuscavidas o ladrones. GTA V se lanzará el 17 de septiembre. Vídeo cortesía de Rockstar Games.



martes, 9 de julio de 2013

Carlitos y Snoopy, 60 años después

Muchas de las tiras de los Peanuts son tratados de filosofía existencial en dibujos. Dos libros recorren la biografía de su autor, Charles M. Schulz, y su mundo creativo en 2.000 historietas.
 Por José Manuel Sánchez Ron




CÓMO EVALÚA un crítico algo que le ha acompañado, y que ha querido, desde hace tanto que ha perdido la cuenta del tiempo transcurrido? Éste es el problema al que se enfrenta en la presente ocasión quien escribe estas líneas. Porque ha sido fiel a la pandilla de los Peanuts, los Charlie Brown (Carlitos), Snoopy, Linus, Sally, Lucy, Schroeder, Peppermint Patty o Woodstock, el pajarillo de erráticos vuelos, desde hace tantos años que no puede recordar cuántos.

Antes de pasar a formar parte de la legión de seguidores de la pandilla Peanuts, había seguido a otros cómics legendarios, leyendo con avidez las aventuras del Capitán Trueno y del Hombre Enmascarado, los episodios de Hazañas Bélicas y también las historias de Disney (mis preferidos fueron siempre el pato Donald y el Tío Gilito), sin olvidar los que protagonizaban aquel ya casi prehistórico TBO, pero el grupo de Carlitos y Snoopy siempre tuvo para mí algo que ninguno de todos esos poseía: humanidad, una compleja y con frecuencia atormentada humanidad. Y además condensada en cuatro o cinco viñetas, no como las elaboradas historias de Tintín o de Astérix. Se trataba de un grupo de niños y de un perro, sí, pero ¡Dios mío, cuántos problemas y complejos sufrían!

Aun siendo muchas de sus historias inverosímiles —¿cómo va a ser posible encontrar a un perro que intenta componer una novela tecleando una máquina de escribir sentado encima de su caseta?—, algunas de sus angustias e inseguridades   son  también  las nuestras. ¿Cuántos no se habrán sentido como Carlitos, que buscaba siempre cosas que nunca conseguía? ¿Es acaso difícil entender que Schroeder ame con pasión a Beethoven y que desee convertirse en un gran pianista, practicando sin cesar en su piano de juguete? ¿No hemos soñado cualquiera de nosotros —al menos alguna vez, ¡santo cielo!— ser más de lo que parece nos corresponde? Y el egoísmo inaguantable de Lucy, ¿es raro en el mundo del que formamos parte? Muchas de las tiras de los Peanuts son, como todas las viñetas de El Roto, tratados de filosofía existencial en dibujos.
El creador de ese mundo tan imposible como real, Charles M. Schulz, nació el 26 de noviembre de 1922, publicó su primera tira de los  Peanuts  el  2 de  octubre   de 1950 y no dejó de dibujarlas hasta su muerte: falleció el 12 de febrero de 2000, y el día siguiente aparecio la última, en la que, sintiendo ya al lado el final, se despedía de sus lectores. Medio siglo imaginando y dibujando historias, construyendo un mundo social poliédrico que se fue diversificando a lo largo de los años.

Está bien que después de tanto tiempo, alguien, David Michaelis, se haya esforzado por producir una biografía bien documentada y argumentada de Schulz. Más allá de introducirnos en la historia personal del creador de Carlitos y Snoopy, algo que se hace y con bastante detalle (de hecho, con demasiado), el gran interés de este Schulz, Carlitos y Snoopy. Una biografía es que muestra el origen de algunos de los personajes de Peanuts. Así, comprobamos que Carlitos es poco menos que el álter ego del niño Charles Schulz y que el primer perro que éste tuvo se llamaba Snooky. El segundo, Spike, era, como Snoopy, un poco loco y un mucho payaso. La vieja cuestión de si los creadores inventan o se nutren, depurándolas, de sus vivencias, se decanta en el caso de Schulz por la segunda posibilidad.

Para celebrar los sesenta años de vida de los Peanuts se ha publicado otro libro que los homenajea mediante el sencillo procedimiento de reproducir, en gran formato, con una magnífica calidad y organizadas cronológicamente, casi dos mil de sus tiras. Incluido en un buen estuche, el libro pesa tres kilogramos y medio (una de mis hijas —que conoce bien a su padre— lo encontró en una librería de Zúrich y no dudó en emprender la en estos tiempos no tan sencilla tarea de incluirlo en su equipaje cuando vino unos días a Madrid en avión). Pero merece la pena, créanme, cargar con semejante tocho, esforzarse en mantenerlo abierto al ir pasando sus hojas. Junto a las tiras, los seguidores de este grupo encontrarán todo tipo de detalles. ¿Sabían, por ejemplo, que al principio la camiseta de Carlitos era blanca; la clásica con la tira en forma


de zigzag, que ya nunca abandonaría, llegó el 21 de diciembre de 1950? ¿Qué Schroeder recibió su primer piano en septiembre de 1951 y que reveló su amor por Beethoven enseguida, el 26 de noviembre? ¿Que Lucy, la irascible hermana de Linus, la misma que aparta, una y otra vez, el balón de rugby a Carlitos cuando éste está a punto de patearlo, apareció por primera vez con su stand de psiquiatra el 27 de marzo de 1959? ¿O que en junio de 1968, poco después del asesinato de Martin Luther King, Robert Kennedy, un gran admirador de los Peanuts, animó a Schulz a que introdujese un personaje de color: Franklin, el niño negro, hizo su aparición el 31 de julio de 1968? Desde hace tiempo suelo decir que si existiese semejante cosa, yo querría reencarnarme en cigüeña. Pero ahora que tengo en mis manos este libro, me entran dudas. Porque me ha dado la ocasión de recordar que el 10 de marzo de 1969 —cuatro meses, por tanto, antes que los astronautas Armstrong y Aldrin alunizaran en el Mar de la Tranquilidad con el módulo lunar del Apollo 11 —Snoopy llegó a la Luna. "¡Lo conseguí! ¡Soy el primer Beagle en la Luna!", decía en la tira de aquel día un Snoopy provisto de un casco espacial, añadiendo: "He vencido a los rusos... He vencido a todo el mundo...¡Incluso he vencido a ese estúpido gato de la casa de al lado!". Dos meses más tarde, el módulo de mando de la misión Apolo 10 fue bautizado con el nombre Charlie Brown, y el módulo lunar, todavía no tripulado, que se utilizó para descender a la Luna, se llamaba Snoopy. Sí, me parece que si hay que reencarnarse, que sea en un perro, pero no en un perro cualquiera: ¡Quiero ser Snoopy! •

Schulz, Carlitos y Snoopy: Una biografía. David Michaelis. Traducción de Óscar Palmer Yánez. Es Pop Ediciones. Madrid, 2010. 607 páginas. 28 euros. Celebrating Peanuts by Charles M. Schulz: 60 years. Paige Braddock y Alexis E. Fajardo, editores. Andrews McMeel Publishing, LLC. Kansas City, 2010. 534 páginas, www.schulzmuseum.org.

EL PAÍS Babelia 12.06.2010



Dennis Hopper. En el Camino


Dennis Hopper. Autorretrato, Los Angeles, 1963.
© The Dennis Hopper Art Trust


Dennis Hopper, además de estrella del cine, también fue un gran fotógrafo. El Museo Picasso de Málaga expone En el Camino, que recoge sus fotografías más míticas protagonizadas por iconos como Paul Newman, Warhol o Luther King, hasta el 29 de septiembre.


Dennis Hopper. Andy Warhol (con flor), Los Angeles, 1963.
© The Dennis Hopper Art Trust



Dennis Hopper. Paul Newman, 1964.
© The Dennis Hopper Art Trust






Andy Warhol. Dennis Hopper, 1971.
Colección Mugrabi © The Andy Warhol Foundation of the Visual Arts, Inc./VEGAP, Málaga, 2013.







Rostros Ilustrados




El trabajo de Charles Burns es una parte fundamental del estilo retro e hiperrealista de la revista The Beliver. Ahora, la galería Adam Baumgold de Nueva York expone algunos de sus mejores retratos.




Charles Burns en la entrada de la exposición


Salman Rushdie

Emperador Augusto

Jerry Lewis


Tina Fey

Todd Solonz

Beck

Paul Giamatti


Steven Soderberg





lunes, 8 de julio de 2013

De underground a clásicos


Robert Crumb, Harvey Pekar, Chris Ware y Art Spiegelman fueron los primeros en aportar ambición literaria al cómic

Personaje de Robert Crumb.

JORDI COSTA*

La historia del cómic puede leerse como una incesante sucesión de atrevimientos e invenciones de lenguaje que, no obstante, rara vez han librado al medio de seguir siendo considerado, a los ojos de los casi siempre excluyentes arbitros de la alta cultura, un arte menor. En 1992 ocurrió algo que alteró esa inercia: Maus, ambiciosa historieta firmada por el norteamericano Art Spiegelman, recibía un premio Pulitzer que no caería en saco roto.

Se popularizó entonces una fórmula -la novela gráfica- que permitiría a eso que siempre seguiría siendo cómic (o historieta, si prefieren esquivar el anglicismo) conquistar los circuitos de difusión, consumo y respetabilidad que hasta entonces habían sido patrimonio de la letra impresa. La etiqueta de novela gráfica sirve, en principio, para definir un objeto editorial capaz de salir del gueto del cómic: un volumen que puede compartir estanterías y listas de éxitos con novelas de ambición literaria o best-séllers de elevado sex-appeál comercial. La expresión novela gráfica también define un género particular dentro del amplísimo discurso de la narrativa dibujada: la historieta como lenguaje posible de la novela-río, del libro de memorias, de la literatura confesional, del relato de largo aliento.

Maus abrió un camino por el que, aún hoy, transitan algunas de las propuestas más estimulantes en el heterogéneo mercado de la historieta: recreando las memorias del Holocausto de su propio padre con trazo parco y vocación novelística, Spiegelman acuñó un tono en el que se hermanaba un impulso confesional -no del todo inédito en el contexto del cómic underground- con una voluntad de testimonio que redeñnía la viñeta como instrumento para explorar la memoria histórica e invitar a la reflexión ética.

El ejemplo de Spiegelman tenía sus precedentes en dos compañeros de generación que cruzaron sus caminos y que, amén de convertirse en los grandes referentes de la historieta norteamericana en primera persona, han tenido dispares contactos con el cine documental (o pseudo-documental): Robert Crumb y Harvey Pekar. El primero ha construido una mitología de sí mismo a partir de un "alter ego" dibujado que subraya los aspectos más caricaturescos de su vida privada: en el documental que le dedicó Terry Zwigoff, el espectador podía comprobar, no obstante, que no sólo entre el Crumb real y el dibujado no existían remarcables diferencias, sino que, además, el creador del gato Fritz era, probablemente, el elemento menos disfuncional de un entorno familiar patológico. Por su parte, Harvey Pekar se ha servido de diversos dibujantes, a sugerencia del propio Crumb, para transubstanciar su vida cotidiana en el longevo comic-book American Splendor, en el que ha vertido sus reflexiones, su escalada a la celebridad de culto, sus pequeñas miserias y, entre otros dolorosos bocados de realidad, su lucha contra el cáncer. Dirigida por Shari Springer Bergman y Robert Pulcini, American Splendor, la película, fue una singular combinación de dramatización y documental: el actor Paul Giamatti encarnaba a Harvey Pekar, que, a su vez, intervenía personalmente en la película mediante fragmentos de entrevista que se intersectaban en la acción.

Es posible que ni Spiegelman, ni Crumb, ni Pekar imaginasen que la verdad y la auto-representación iban a ser temas rectores en los debates que iba a generar el medio en el siglo XXI. En una pirueta insólita, incluso los superhéroes de la Marvel se han soñado a sí mismos como seres de carne y hueso: Moléculas inestables de James Sturm y Cuy Davis parte de la premisa de la existencia real de los Cuatro Fantásticos como desestructurado grupo familiar a finales de los 50 (y, por tanto, antes de su transformación superheroica), flirteando con un tono nada lejano al empleado por Rick Moody en La tormenta de hielo (novela que, por cierto, usaba a los personajes de Stan Lee y Jack Kirby como afortunada metáfora de desintegración familiar). Con sus casi 600 páginas de vigoroso expresionismo a lo Will Eisner, Blankets de Craig Thompson llevaba la historieta confesional a su más caudalosa expresión: un formato épico para una historia de amor truncado en un ambiente de abrumadora religiosidad.

Pero, después de Spiegelman, ningún otro cómic había logrado la hazaña de competir a nivel de igualdad con sus homólogos estrictamente literarios hasta que llegó Jimmy Corrigan. El Chico Más Listo del Mundo del norteamericano Chris Ware. La obra recibió un American Book Award, el galardón al mejor libro del año concedido por el suplemento literario del Village Voice y el primer premio literario otorgado por el diario británico The Guardian en 2001 y nadie se tiró de los pelos por ello. La ambición y la calidad de este trabajo de 380 páginas son de tal rotundidad que nadie osó desempolvar el viejo debate entre arte mayor y arte menor, entre cultura popular y cultura en mayúsculas. Porque era evidente: Jimmy Corrigan de Chris Ware fue, posiblemente, una de las mejores novelas publicadas ese año... con la particularidad de que era una novela contada en viñetas. Y no sólo eso: una historieta que sometía a una insólita tensión las posibilidades narrativas del medio, reinventándolo y situándolo en un nivel expresivo comparable al de la narrativa contemporánea de aliento experimental de un, pongamos por caso, David Foster Wallace.

Auténtico camaleón estilístico con marcadas influencias de George Herriman (creador de Krazy Kat y uno de los primeros visionarios del medio), Ware escogió para este ambicioso trabajo un trazo caligráfico y detallista, sometiéndolo a una estructura secuencial regida por una suerte de musicalidad invisible. En ocasiones, la página se presenta fragmentada en pequeñísimas viñetas: en puntuales momentos de la acción, una sola imagen se apodera de toda una página, deslumbrando al lector con una arquitectura pasmosa que subraya la contingencia de los personajes, Jimmy Corrigan es la crónica de sucesivos desencuentros paterno-filiales a través de cuatro generaciones de una familia disfuncional. El protagonista, Jimmy Corrigan -que, en su infancia, contempla cómo su madre es seducida por el perdedor que encarna a Superman en una feria de coches-, recibe un buen día una carta de su padre ausente, que le invita a conocerlo. A partir de ahí, la historia desencadena un barroco mosaico de recuerdos, fantasías, miedos infantiles y soledades existenciales que culmina en un doloroso y espectacular flashback en forma de auténtico tour de forcé emocional: el abandono de su abuelo por parte de su bisabuelo en el marco de la Feria Mundial de Chicago de 1893. Maestro de la lentitud y esteta de la tristeza, Chris Ware cae de pie en el desafío de dar forma a un trabajo de dimensiones ciclópeas. Otras obras como Quimby the Mouse y la antología de bocetos y borradores The Acme Novelty Date Book. 1986-1995 dan fe de la enorme versatilidad gráfica de Chris Ware, otro autor capaz de trascender el ámbito de iniciados y clientes habituales de tiendas de cómics con el manejo de una ambición narrativa que ciertos prejuicios culturales se empeñaban en negarle al mundo de las viñetas.
(*) Crítico cinematográfico y de cómic.


Revista Mercurio nº107 Enero 2009