REPORTAJE
La estrambótica familia ideada por el genial Manuel Vázquez cumple 60 años con la reedición de sus historietas más memorables
IVÁN DE MONEO | Madrid 08/02/2011
La familia Cebolleta, el costumbrista y castizo retrato de los avatares de una familia española durante los años más ásperos del franquismo, cumple 60 años. Ediciones B lo celebra con la publicación este miércoles de una colección que recoge las 43 historietas más célebres del serial concebido por el dibujante Manuel Vázquez (Madrid, 1930 - Barcelona, 1995) a comienzos de la década de los 50 y cuyo humor absurdo sigue vigente medio siglo después. Un tesoro para coleccionistas y seguidores de los autores que alumbró la extinta Editorial Bruguera, entre los que Vázquez ocupó un lugar privilegiado como maestro de sus compañeros de lápiz y papel.
Pero, dejando de lado el factor nostalgia, ¿qué queda de esa familia apolillada y antigua en la actual sociedad española?. "La familia Cebolleta de hoy en día sería una familia absolutamente desestructurada. El padre estaría en el paro, la madre trabajaría de cualquier cosa y los hijos estarían con 30 años todavía en casa y no respetarían ninguna autoridad. Y el abuelo, la figura más carísmática del tebeo, estaría recluido en una residencia". El catalán Antonio Guiral, experto en cómics y autor de By Vázquez, valora así cualquier intento de encajar el modelo de familia que retrató durante dos décadas Vázquez en
"La sociedad que trataba la familia Cebolleta era la propia de la posguerra española y más adelante la de
En aquel lejano 1951 un jovencísimo Manuel Vázquez comenzaba a despuntar en el sombrío panorama español del humor gráfico con creaciones como La familia Cebolleta o Las Hermanas Gilda. Fue en las páginas de El DDT contra las penas, una revista semanal de
El padre de familia, Don Rosendo, un señor calvo con pajarita entregado a un trabajo de oficinista con horarios leoninos, "no era precisamente la persona más respetada, sino de la que abusaba el resto de la familia y a la que pedían constantemente dinero. No tenía ningún dote de mando", explica Guiral. Doña Leonor, la madre y ama de casa, perdía las horas en frívolos cotilleos sobre ropa y en dilapidar el dinero de su marido, y el abuelo de largas barbas blancas y eterno pie enyesado "era un hombre terriblemente pesado y egoísta, al que solo importaba contar sus interminables batallitas", recuerda Guiral. Por último, estaba el pequeño y travieso Diógenes.
Este elenco de alocados personajes tenía su contrapunto en el loro Jeremías, un animal cargado de cinismo y que, a diferencia de sus iguales, "no repetía lo que dicen los demás, sino que era la voz crítica con conciencia propia que decía lo que no pueden decir los seres humanos". Además, en contraste con la coetánea familia Ulises, de Joaquín Buigas, director de TBO, y el dibujante Marino Benejam, aquí la sátira es feroz y nada amable y sus miembros apenas tienen relación entre sí. Cada uno va a lo suyo. "Es un humor sarcástico para evidenciar las contradicciones del entorno familiar y laboral", resume Guiral.
La censurá terminó con la hija guapa
Un mosaico de personajes irreverentes y situaciones absurdas que, como el resto de historietas de la época, tuvo que lidiar con la implacable censura franquista. "La censura atacó bastante a mi padre", confiesa Manuel Vázquez, hijo del dibujante. "De hecho introdujo a una hija guapa con diferentes novios que no duró muchos años, desapareció rápido", recuerda. La tijera también lastró otras obras del autor. "Las hermanas Gilda eran dos solteronas con novios nuevos cada dos por tres, que se dedicaban a salir a menudo con hombres. Ese era el espíritu inicial del tebeo. Pero duró poco...", lamenta su hijo.
Bruguera tampoco quería encontronazos con el régimen y, como recuerda Guiral, también ejercía un importante grado de autocensura. "En sus viñetas había una clarísima referencia a la actualidad social y cotidiana de la época con muchas críticas a la institución familiar". La creatividad de Vázquez, no obstante, no tuvo tantos problemas como otras para convivir con ese clima asfixiante ya que sus dardos se cebaban con los usos sociales, un ámbito donde los censores, volcados en aplacar cualquier atisbo de crítica política, eran mucho más permisivos y perezosos.
Al contrario de lo que pueda parecer, las peripecias de los Cebolleta iban dirigidas inicialmente a un público adulto. Y tenían bastante éxito. Como explica Guiral, "cada tebeo podía ser leído por hasta diez personas, porque pasaba de mano en mano por toda la familia. Además, había lugares en ciudades como Madrid o Barcelona donde se alquilaban tebeos. Las barberías también eran como quioscos, Allí los hombres hojeaban, además de los periódicos, muchos tebeos. En resumen, las historias llegaban a mucha gente".
Quizá por esa popularidad, la mordaza a la libertad creativa se fue apretando y en consecuencia los tebeos sufrieron una progresiva infantilización, como coinciden en señalar Guiral y De Cos. "Desde su creación el carácter de esta serie de Vázquez es mucho más ácido que a partir de 1957 en que el efecto de la censura en los tebeos infantiles hace que todos los autores hayan de dulcificar sus temáticas", explica Guiral. "Vázquez era tan buen creador, que supo suplir las directrices de la censura, imprimiendo un sentido del ritmo y del gag, aún más perfecto si cabe que en la anterior etapa", añade De Cos.
El mayor legado de la serie es la figura del abuelo cebolleta, que aunque no fue concebido por su autor como el protagonista (lo era más su hijo Don Rosendo), es un personaje reconocido por varias generaciones y que con el paso del tiempo ha acabado por incorporarse al acervo cultural español. "El personaje se implantó profundamente en el imaginario del lector, hasta el punto que las famosas "batallitas" del abuelo aún son recordadas", reconoce el editor De Cos. "Es una mezcla entre su padre y el padre de su mujer. Su suegro también era un poco brasas", concluye el hijo de Vázquez.