Si las previsiones no fallan, ésta será un gran año para el anime. A finales de 2004 se habrán estrenado las últimas producciones de tres de sus realizadores más emblemáticos: Howl´s Moving Castle, de Hayao Miyazaki, Steamboy, de Katsuhiro Otomo e Innocence: Ghost in the Shell II, de Mamuro Oshii. Con semejante panorama, se impone revisar un género injustamente olvidado por cierta crítica, por lo menos hasta el triunfo de El viaje de Chihiro en el Festival de Berlín de 2002.
Con ésta, Miyazaki demostraba a las claras que el anime no es cosa (sólo) de niños, llegaba al gran público y echaba por tierra los cánones a los que nos tiene acostumbrados la animación convencional. Conciliar en una misma película las inquietudes de grandes y pequeños no es algo habitual en el cine, como tampoco lo es la complejidad de algunas series japonesas para la televisión, la otra gran plataforma de difusión del anime. El boom oriental de los noventa, sumado a la carrera de las televisiones por ganar audiencias juveniles, confluye en una generación que ha crecido con el anime como referente audiovisual. Para muchos, el cine ya es sinónimo de nombres como Ghibli, Gainax y Madhouse, estudios de animación dotados de una identidad y un estilo propios cuya estructura, paradigma del trabajo en equipo, no está reñida con la noción de autoría.
Con refinadas e hipnóticas imágenes unas veces, al amparo de cierto ensimismamiento nipón otras, pero siempre a base de una asombrosa inmunidad frente al descrédito de la ficción, el anime ha demostrado que entre sus filas se esconden algunos de los mejores realizadores del cine actual. La capacidad para construir universos conceptuales complejos aunque cercanos, el riesgo y la inventiva se hacen patente en muchas de las producciones. Pocos géneros afrontan con tanta ambición temáticas tan contemporáneas: basta pensar en las fábulas eco-animistas de Miyazaki, los asfixiantes delirios mecánicos de Anno o los mundos virtuales de Oshii, universos más cercanos de lo que parece a simple vista.
En su pulso con la actualidad, el anime se ha convertido en uno de sus codificadores en imágenes más certeros, tanto de nuestras mejores intenciones como de nuestras peores pesadillas, quizá por la urgencia de satisfacer a públicos tan cambiantes, o tal vez por su estatus particular: la angustiosa necesidad de que algo sea real.
Issac Monclús
1- Astro BoyOsuma Tezuka, 1963
Osamu Tezuka es el creador del anime moderno. Fija sus pautas de representación -la línea clara, el aire caricaturesco, los ojos grandes, la economía de planos-, así como un sinfín de géneros, desde las ensoñaciones tecnológicas hasta el erotismo. Con Astro Boy, un niño-robot de suave cadencia art decò, nace la primera serie para televisión.
Hayao Miyazaki, 2001
Hayao Miyazaki es el gran referente del anime actual, y El viaje de Chihiro es su última obra estrenada. La protagonista, una niña de diez años, tendrá que organizar un mundo que se le escapa de las manos. Brujas, dioses y animales mitológicos serán sus compañeros de viaje.
3- La tumba de las luciérnagas
Isao Takahata, 1988
Atípico realizador, marcadamente personal y profundamente humanista. Drama emotivo de un verismo casi documental, La tumba de las luciérnagas relata los últimos días de dos huérfanos a finales de la Segunda Guerra Mundial.
4- The End of Evangelion
Hideaki Anno, 1997
Mezcla de robots gigantes, mesianismo adolescente y sincretismo religioso, esta serie para televisión transformaría el panorama del anime en Japón y en medio mundo. Hideaki Anno, su creador, eligió la gran pantalla para concluirla.
5- Akira
Katsuhiro Otomo, 1988
Otomo redefinió el horizonte del anime con Akira, para muchos la Biblia de la animación japonesa. El espíritu contracultural que alentó esta trama de desasosiego milenarista, mezcla de manipulaciones militares, bandas juveniles y poderes paranormales, ha convertido a Otomo en uno de los mejores.
6- Ghost in the Shell
Mamuro Oshii, 1995
Ambientada en un universo urbano, tecnológico y deshumanizado, en Ghost in the Shell identidad, alma y cuerpo son las claves del discurso más inspirado sobre el mundo virtual. Hallazgos visuales y efectos digitales conviven en un largometraje sin el cual Matrix sería impensable.
7- Ninja Scroll
Yoshiaki Kawajiri, 1995
Adicto a las historias pulp, el veterano animador Yoshiaki Kawajiri reunía a ninjas y demonios, batallas de sables y erotismo de alto voltaje en Ninja Scroll, un ultraviolento chambara con el que daba la campanada en 1995.
8- Magnetic Rose (Memories)
Koji Morimoto, 1995
Un realizador a seguir muy de cerca, si su excentricidad no lo impide. Koji Morimoto deslumbró con Magnetic Rose, un relato sobre la pérdida y la memoria con ecos de Kubrick y Tarkovski.
9- Tokyo Godfathers
Satoshi Kon, 2002
Su dominio de los géneros lo señala como uno de los grandes renovadores. Lo demuestra con creces el ácido cuento de navidad Tokyo Godfather una sorprendente vuelta de tuerca a una carrera que empezó con Perfect Blue.
10- Metrópolis
Rin Taro, 2001
Es la gran obra de Rin Taro. Inspirado por el manga homónimo de Osuma Tezuka, el veterano animador construye una trama detectivesca de resonancias psicoanalíticas sobre las pulsiones inherentes a la ecuación de poder y alta tecnología.
ClubCultura #4 Otoño 2004
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