El faro del fin del mundo / Jacinto Antón
Es como lo de aquel tipo del anuncio que va a casa con un coche ("a ver si lo entiendo bien, tú ibas a por pan, y vuelves con un coche"). Fui a la librería Gigamesh, templo del vicio y la subcultura, para dar cuenta de la celebración del 40º aniversario del establecimiento barcelonés y varias horas después salí de allí cargando una bolsa llena de un montón de cosas que me habían enchufado, entre ellas una chapa del Librero del Mal (Antonio Torrubia), un mazo de cartas del aniversario (al abrirlo, el naipe que me salió fue el de "Entra en Gigamesh a felicitar y acaba comprando media tienda"), la Enciclopedia galáctica, y la camiseta conmemorativa (negra con la ge azul de Gigamesh convertida en unos estantes con objeto alusivos dibujados, un cohete, unos dados, un dragón, el papa Alejo, el avatar fundador de la librería, alejo Cuervo; un tentáculo...). Puede parecer un gesto de gran generosidad, porque todo eso eran regalos, pero la bolsa contenía también una fortuna en libros que me habían hecho gastar los muy canallas.
Llevaba La maldición del tranvía 015, de P. Djèli Clarck (Duermevela), que me había recomendado efusivamente Alejo ("¿no lo has leído?, vaya hombre, si parece escrito para ti: una historia de embrujamiento de un tranvía aéreo en un Cairo steampunk mágico alternativo en 1912"); Ring Shout, del mismo autor y editorial, recomendado a su vez por Torrubia ("ah, te chiflará, una mezcla de el nacimiento de una nación con terror lovecraftiano"); El horror de réquiem, de Victor Negro y Marc Pastor (Runas), y Bienvenido a Arkham (Minotauro), una guía ilustrada para los que deseen visitar la ominosa ciudad. Total, una pasta larga. Y suerte que no me topé con Lluís Salvador, enredado en sus tesoros de segunda mano en la trastienda. La última vez me endosó el Lovecraft anotado de Klinger cuyas dimensiones y precio harían titubear hasta al Caos reptante. Así es Gigamesh: amigos y negocio, que no es fácil mantener girando el horror y las galaxias y hay que dar de comer a los dragones.
De hecho, yo iba al Templo de la calle Bailén, decía, a dar fe del aniversario, que ya es noticia que una librería dedicada a los géneros fantásticos no solo siga después de 40 años, sino que prospere (a base, sin duda, de generaciones de abnegados clientes como yo). Me encontré con que lo que había el martes era solo uno de los actos de una larga cadena de celebraciones que van a culminar el 12 de julio con la visita a la librería de Joe Abercrombie.
Ingresé a la sala Porrúa, y ya estaba en marcha una mesa redonda con Alejo rodeado de amigos. "Ahora ser friki es algo que mola", estaba diciendo el librero, con aspecto mezcla de Obi Wan Kenobi de Ewan MacGregor, caminante blanco y fremen (por los ojos). Reflexionó de su oficio de librero galáctico, que es importante "putear al cliente, cuanto más lo puteas más lo pillas", a lo que asentí desde el fondo de la sala trabando contacto visual con un señor mayor a mi lado que resultó ser (¡así es Gigamesh!) nada menos que Ian Watson, el autor de 82 años de Empotrados, leyenda viviente de la SF y al que entrevisté en 1989 en casa de Alejo.
Encontré en otro de los presentes, Cels Piñol, creador de Fanhunter, un alma gemela. "Cuando venía a comprar libros, Alejo me hacía comprar otros", evocó con el mismo síndrome desconcertado del anuncio de Skoda. "Él venía a por timunmasadas", apuntó Cuervo, "su conversión de lector fue extraordinaria, le educamos a conciencia, colocándole Desgraciadamente Philip K. Dick ha muerto, de Bishop, y La sombra de Hawksmoor, de Ackroyd". No obstante incluso al sufrido padawan Cels Piñol le pudo el peso de la nostalgia: "Gigamesh ha sido nuestra escuela, y nuestra casa, y Alejo nuestro segundo padre", dijo, y todos reprimimos una lagrimita como si estuviésemos en Arrakis. Hubo un momento también para acordarnos de la fiebre de las cartas Magic, o de la política de tolerancia cero con los bolsos en la primera Gigamesh.
El acto sirvió para que Alejo, que se jubila a sus 65 años, escenificara su traspaso de poderes a su hijo Iñigo, una sucesión digna de los Atreides. Hubo pastel y un brindis de cava, que se acabó rápidamente, así que Alejo y yo lo hicimos él con leche y yo con Fanta, ¡y que vivan el frikismo en la galaxia!
El Pais. Cultura Sábado 14 de junio de 2025
No hay comentarios:
Publicar un comentario