El faro del fin del mundo / Jacinto Antón
Lo que más te sorprende al tener enfrente a Twiggy, la modelo icónica de los setenta, los Swinging Sixties son sus ojos, los segundos ojos azules más bonitos que yo haya visto y que hacen pensar en los de Elfride Swancourt, la protagonista de, justamente, Unos ojos azules, de Thomas Hardy (Penguin Clásicos, 2017), y lo que apuntaba el novelista de ellos. "No se podían pasar por alto, eran como una sublimación de su persona; no era necesario buscar más allá: en los ojos estaba toda ella". Eran unos ojos, continuaba Hardy, y yo -por supuesto- no lo diría mejor, "azules como la lejanía otoñal, azules como el azul que vemos entre las formas cada vez más lejanas de las colinas y las laderas boscosas cualquier soleada mañana de septiembre. Un azul neblinoso y opaco, que no tenía principio ni superficie, y al que uno no dirigía la mirada, sino que la sumergía". A todas estas Twiggy (nacida Lesley Hornby) me observaba divertida (y nada oscura pese a la advocación de Hardy).
Twiggy, en Barcelona. Enric Fontcuberta (EFE)Tiene 75 años y han pasado muchos desde que saltó a la fama a los 16 como la chica emblemática de 1966, con sus largas pestañas, su cabello rubio platino muy corto y su figura andrógina. Pero hoy sigue teniendo un resplandor muy especial y conserva una vivacidad y un desparpajo que hacen que te sientas catapultado a Carnaby Street mientras suenan los Beatles, Donovan o el Rainy Day Women #12 & 35 de Bob Dylan. Precisamente está lamentándome Twiggy con un simpático mohín del día lluvioso que hace en Barcelona. Agradece que le recomiende ir a la Fundación Miró -mi lugar favorito-, que no conoce. Está muy contenta con el documental que ha hecho sobre ella Sadie Frost y que inauguró el miércoles la 9ª edición del Moritz Feed Dog.
Del apodo de Twiggy recuerda que se lo pusieron por sus piernecitas, que eran tan delgadas como ramitas. Fue por entonces cuando le cortaron el pelo, se lo tiñeron y le hicieron la foto con la que saltó a la fama. "Yo era lo contrario de lo que se estimaba: 1,68 de altura, muy delgada, pequeña. Y además era de clase obrera, cuando los modelos solían ser pijas. Lo que me pasó fue por suerte, pero cambió las reglas."
Twiggy se ríe (lo hace todo el rato, una risa franca y contagiosa) al preguntarle por su pasado mod. "¡Fui una mod, sí! Me gustaban la estética, las parkas y las motos, las Vespas". No estuvo en Brighton en el 64, cuando los mods y los rockers la liaron. "Era muy jovencita y mi padre me prohibió ir; era una mod a tiempo parcial; también me prohibía montar en escúter", añade con un guiño que casi me hace decirle que tengo aparcada fuera la Honda Vision. Le pregunto por cómo se sentía siendo tan delgada y menudita. "¡Era muy feliz con mi cuerpo! Toda mi vida era feliz, tenía una familia feliz. Era la pequeña y me cuidaban mucho. Me sentía bien, no sentía celos de otras chicas con más formas". ¿No era un hándicap ser entonces como era Twiggy? "Probablemente, ¡pero yo cambié eso!", recalca con una contagiosa risa estentórea. Le pregunto por cómo se sentía siendo tan delgada y menudita. "¡Era muy feliz con mi cuerpo! Toda mi vida era feliz, tenía una familia feliz. Era la pequeña y me cuidaban mucho. Me sentía bien, no sentía celos de otras chicas con más formas". ¿No era un hándicap ser entonces como era Twiggy? "Probablemente, ¡pero yo cambié eso!", recalca con una contagiosa risa estentórea. Le pregunto por otro icono de los sesenta, Françoise Hardy. "¡La adoraba!, bobre. Yo, quería ser como ella. Me encantaba su flequillo. Pero no me parecía". Twiggy se pone a tararear All Over the World y me quedo fascinado viéndola cantar mientras me superponen las imágenes de esas dos chicas con las que tanto soñamos. Qué pena que todas nuestras estrellas mueran, lamento. "Me temo que eso nos pasa a todos", dice Twiggy y suelta una risa liberadora. "¡Yo aún no estoy preparada!", advierte.
Le pregunto por su famoso favorito de todos los que ha conocido y no lo duda: "Fred Astaire. Fui a tomar el té con él a su casa en Los Ángeles". ¿Bailaron? "No, no", responde riendo. "Pero fue mágico". Seguimos conversando y ya era como si nos conociéramos de toda la vida, incluso hablamos de nuestros respectivos nietos. Le digo que tiene la misma sonrisa que de jovencita. Ríe encantada. "Un poco más vieja, más arrugas". No, no, de verdad. "Oh, gracias", dice halagada. Yo lo estoy mucho más porque mientras hablamos me ha tocado la rodilla. "¿Has visto A complete unknown?, ¡maravillosa!". Me cuenta que conoció a Bob Dylan. A mediados de los setenta, en un club de Los Ángeles. "Estaba en la mesa de al lado. Yo, que era muy fan le dije entusiasmada: "¡No puedo creer que esté conociendo a Bob Dylan!", y él me contestó con su voz gutural [lo imita]: "No puedo creer que esté conociendo a Twiggy".
Al acabar, Twiggy me presenta a su marido, el actor y director Leigh Lawson. Y entonces salta la sorpresa que cierra el círculo: Lawson, que interpretaba al malvado Alec d´Urberville, fue uno de los protagonistas con Nastassja Kinski y Peter Firth de Tess (1979), la adaptación de Polanski de la novela de Thomas Hardy, el autor de Unos ojos azules. Unos ojos de los que me despido cuando Twiggy me sonríe por última vez y se marcha, dejando un rastro de simpatía, inesperada proximidad y nostalgia.
El Pais. Sábado 22 de marzo de 2025
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