miércoles, 12 de marzo de 2025

Muerte en el Coliseo: mito y realidad de los gladiadores

La expectación ante el estreno de ‘Gladiator II′ y numerosas novedades editoriales confirman la fascinación contemporánea por las matanzas en los anfiteatros de la antigua Roma

'Pollice Verso' (1872), cuadro de Jean-Léon Gérôme, conservado en el Phoenix Art Museum, que dio lugar a la leyenda del pulgar hacia abajo en los combates de gladiadores.

WIKIPEDIA

Guillermo Altares

14 NOV 2024

Los datos que han llegado hasta nosotros sobre el poeta romano Marco Valerio Marcial son muy escasos: nació en Bílbilis (cerca de Calatayud), vivió en Roma y regresó a su ciudad natal, donde murió en torno al año 103. Sabemos también, gracias al Libro de los espectáculos que forma parte de sus Epigramas, que asistió en el año 80 de nuestra era a uno de los momentos más memorables y brutales del Imperio romano: la inauguración bajo el emperador Tito del anfiteatro Flavio, lo que hoy conocemos como Coliseo de Roma, "el monumento más famoso e inmediatamente reconocible que se ha conservado del mundo clásico", escriben Keith Hopkins y Mary Beard en El Coliseo (Crítica). Los juegos se prolongaron durante 100 días en un edificio con capacidad para 45.000 espectadores.

Marcial narra las luchas entre animales -un rinoceronte contra un oso, un toro contra un elefante-, describe una batalla naval, naumaquia, "con sus barcos y las olas semejantes a las de los mares"- aunque no explica cómo se llenaba el Coliseo de agua- y relata un combate entre los gladiadores Prisco y Vero -la única descripción contemporánea que existe de una lucha- con un final insólito, ya que los dos fueron declarados vencedores. "Al prolongar el combate Prisco, al prolongarlo Vero y estar el Marte de ambos igualado por largo tiempo, insistentemente se pidió para estos varones a voces la retirada, pero César mismo obedeció a su propia ley -combatir sin escudos hasta levantar el dedo-" (Epigramas). No se refiere al pulgar, hacia abajo o hacia arriba, del emperador, sino a que el gladiador, para reconocer su derrota, debía levantar un dedo.

En Marcial ya aparecen todos los elementos que articulan Gladiator 2, de Ridley Scott. Este viernes se estrenó en España la segunda parte de Gladiator, un éxito descomunal de hace 24 años y que es utilizada por los entrenadores de fútbol para mostrar la importancia de la cohesión de un equipo en el campo. El discurso más famoso de la película, resuena en la eternidad de la historia del cine: "Me llamo Máximo Décimo Meridio. Comandante de los Ejércitos del Norte, general de las legiones Fénix, fiel servidor del verdadero emperador Marco Aurelio. Padre de un hijo asesinado, esposo de una esposa asesinada y juro que me vengaré, en esta vida o en la otra".

Leer a Marcial provoca una extraña sensación de cercanía. No solo por el descaro con el que Marcial se queja de que un amigo ya no le mande regalos por las Saturnales, una clara muestra de consumismo antes de la era de las compras masivas como forma de ocio -"El plato que me enviabas el día de Saturno se lo has enviado, Sextiliano, a tu fulana"-; por su humor directo y grosero- soltar carcajadas con cosas escritas hace 2.000 años tiene su mérito-, o por su reivindicación del derecho a reírse incluso de los poderosos -le dice al emperador en la presentación del libro: "No avergüenza al general ser blanco de pullas"-. Sino, también, porque sus descripciones del Coliseo no resultan tan remotas.

Los grandes partidos de fútbol y los conciertos masivos reúnen a personas de todo el planeta en torno a un espectáculo. Ocurría hace 20 siglos en Roma, ciudad multicultural con casi un millón de habitantes -ninguna otra urbe logró alcanzar esa cifra hasta Londres  en el siglo XIX-, en la que confluían pueblos, lenguas y religiones del inmenso Imperio. Escribió Marcial: "Suenan las voces de diferentes pueblos, pero solo hay una cuando se dice que eres el padre verdadero de la patria". Quienes adoran el Imperio Romano y, a la vez, rechazan la multiculturidad actual deberían leer más a los clásicos.

No asistimos ya a matanzas de gladiadores en la arena -pero sí con animales-, ni contemplamos condenados echados a las fieras- pese a que todavía existan ejecuciones públicas en varios países, incluyendo Arabia Saudí, que venera alguno de nuestros más insignes deportistas- Pero eso no significa que no disfrutemos con la contemplación en vivo de la violencia -boxeo, toros, rodeos o un partido de fútbol que se calienta mucho-. Como prueba el éxito de Gladiator y la expectación por Gladiator 2, de todas las historias de la antigua Roma, esa sigue poblando la imaginación contemporánea.

El estreno ha venido acompañado por nuevos libros: el de Beard y Hopkins, cuya primera edición en inglés es de 2005; el estupendo y muy didáctico Gladiadores. Valor ante la muerte (Desperta Ferro), de Fernando Lillo y María Engracia Muñoz-Santos, o Populis. Vivir y morir en el humo, el lujo y el estrépito de la antigua Roma (Pasado y Presente), del prolífico Guy De la Bédoyère, siempre sólido y entretenido. Se suman a títulos como Gladiadores. El gran espectáculo de Roma (Ariel), de Alfonso Mañas; Animales in harena (Confluencias), de la citada Muñoz-Santos; Los olvidados de Roma (Ariel), del gran Robert C. Knapp, o Sexo y poder en Roma (Paidós), del fallecido Paul Veyne. En la pantalla se han multiplicado series que los retratan -la última, Those About to Die (Los que van a morir), digna de ser arrojada a las fieras-, aunque pocas obras sobreviven como Espartaco (1960), de Stanley Kubrick, magistral parábola sobre la libertad, protagonizada por el gladiador tracio que encabezó la mayor revuelta de esclavos que conoció Roma. Y, claro, Astérix y los cabreos monumentales de César, que acaban casi siempre enviando a alguien a los leones.

"Nos fascinan los juegos porque resumen la imagen popular de los romanos: más grandes que la vida, más excesivos, más crueles. Los romanos nos ayudan a vernos a nosotros mismos, pero de forma exagerada", explica por correo electrónico Mary Beard. "También nos permiten disfrutar de un sentimiento de superioridad moral. He oído a profesores preguntando a sus alumnos durante una visita al Coliseo: "¿Haríamos algo así ahora?". Los chavales, por supuesto, responden que no. Siempre tengo ganas de de acercarme y explicarles que a lo mejor sí hacemos cosas parecidas. Los combates de boxeo no son a muerte, pero sabemos que los boxeadores suelen ser jóvenes desfavorecidos que acaban con el cerebro dañado por las peleas. De todos modos, siempre he creído que nos gustan los gladiadores tanto o más que los romanos: no hay más que ver cuantos recuerdos de gladiadores se venden, cuántas series o películas se hacen".

Fernando Lillo, catedrático de Latín y novelista, y María Engracia Muñoz-Santos, doctora en Arqueología Clásica, se pronuncian en sentido parecido: "Al ser humano le fascina la contemplación de la violencia o el sufrimiento ajeno. Es conveniente no juzgar la Antigüedad con ojos de hoy, sino en su contexto. Los combates gladiatorios no eran una carnicería, sino un espectáculo reglado en el que el público quería disfrutar de la técnica de los combatientes y deseaba apoyar a sus luchadores. Había sangre, sí, pero no era lo más importante y en los enfrentamientos no se cortaban cabezas ni se seccionaban brazos y piernas".

Detrás del teatro del horror, de juegos que se prolongaban meses, de los edificios que definían la ciudad, de las bestias que se traían desde todos los rincones -capturar y transportar un rinoceronte o un elefante no debía ser una labor sencilla-, se escondía el valor clave para las élites: el poder y el control del pueblo. Fue Juvenal quien acuñó en Sátiras la expresión panem et circenses, "pan y circo", para resumir el estado de un pueblo narcotizado por los espectáculos.

"Debemos considerar que el Coliseo y otros anfiteatros eran un teatro político", señala Beard. "Representaban un microcosmos del Estado romano. La gente se sentaba vestida de etiqueta (toga) y siguiendo un estricto orden: los senadores en las primeras filas, las mujeres y los esclavos al fondo. El emperador estaba en su palco. Había que sentarse en el lugar que correspondía a su rango. En la arena, los combatientes eran los desposeídos, extranjeros, condenados y excluidos. Eran un símbolo del orden: contemplar el sufrimiento de los "no romanos". Era un microcosmos del mundo".

La información sobre los gladiadores y los juegos romanos es inmensa, arqueológica y literaria, arqueológica y literaria. Se han encontrado armas, mosaicos, pinturas, existen testimonios, por no hablar de la cantidad de anfiteatros que se han conservado. También se sabe que algunos gladiadores eran esclavos, pero otros ejercían este oficio voluntariamente. Y está documentada la existencia de gladiadoras. Sin embargo, como ocurre siempre que algo salta a la cultura popular, resulta casi imposible separar realidad e imaginación. Los culpables no son Kubrick, ni Scott, ni los romanos disfrutando de las fieras comiéndose a cristianos en las versiones de Quo Vadis. Nadie ha moldeado tanto ese imaginario como el pintor y escultor francés Jean-Léon Gérôme (1824-1904).

En Gladiadores. El gran espectáculo de Roma, Alfonso Mañas trata de separar los hechos de la leyenda: "Los que van a morir te saludan" sí aparece en las fuentes romanas, concretamente Suetonio escribe que, durante la naumaquia dada por Claudio en el lago Fucino, los condenados a muerte (los morituri) que debían luchar hasta la muerte sobre los barcos saludaron al emperador gritando Have imperator, morituri te salutant (Ave emperador, los condenados a muerte te saludan). El título césar no se mencionó, sino el del emperador, quienes pronunciaron el saludo no fueron gladiadores, sino condenados a muerte, y el episodio ocurrió en un lago, no en un anfiteatro. Esa fue la única vez que se usó ese saludo. En 1859, Gérôme pintó un cuadro sobre gladiadores al que tituló Ave Caesar, morituri te salutant, alterando el saludo original y poniéndolo en boca de gladiadores, y desde entonces ese saludo inventado quedó asociado a los gladiadores".

Sobre los pulgares explica: "Empecemos por el pulgar hacia abajo. al condenar a muerte al gladiador vencido, las fuentes hablan de pollice verso (pulgar vuelto), sin especificar hacia dónde está vuelto. Probablemente hacia la garganta de quién hacía el gesto, pues era por degollación como ejecutaban al vencido. Pero el pintor Gérôme creyó que era "vuelto hacia el suelo", y pintó ese gesto en otro de sus cuadros, que tituló Pollice verso (1872), popularizando ese gesto. El origen del pulgar hacia arriba es aún más absurdo: para indultar al gladiador vencido los espectadores agitaban un pañuelo, pero cuando empiezan a hacerse películas de gladiadores decidieron que el indulto pidiese con el gesto del pulgar hacia arriba, en analogía al del pulgar hacia abajo famoso entonces por el cuadro de Gérôme".

Otro aspecto que provoca dudas entre los expertos es la magnitud de las matanzas de cristianos en los anfiteatros y, concretamente, en el Coliseo, que recibe a los visitantes con una inmensa cruz. La damnatio ad bestias consistía en hacer que los condenados fuesen despedazados por bestias salvajes. También se producían crucifixiones: Cruciarri ven(atio) et vela, "crucifixiones y venatio y toldos", reza una inscripción en Pompeya para animar a asistir, a la sombra, a la matanza de prisioneros como equivalente a los actuales teloneros.

"No existe ningún documento que demuestre que un cristiano fuera martirizado en el Coliseo", explica Beard. "Estoy segura de que algunos lo fueron, pero no podemos precisar nombres ni fechas, a diferencia de otros mártires conocidos ejecutados en el norte de África o en Lyon. Pero lo más importante es que la arena llegó a simbolizar el martirio y, en última instancia, el triunfo de los cristianos porque encarna su valentía frente a la persecución".

Cada detalle de estos juegos, desaparecidos con el final del Imperio, ha sido estudiado. Pero, a estas alturas, nadie se atrevería a hacer una película de gladiadores sin pulgares, sin saludos, sin miembros cercenados, sin combates salvajes: es muy difícil, ante unos hechos convertidos en leyenda, no imprimir la leyenda, y resistirse a la fascinación de los combates en la arena.

Lecturas

El Coliseo

Mary Beard y Keith Hopkins

Traducción de Silvia Furió.

Crítica, 2024

224 páginas. 21,90 euros

Gladiadores. Valor ante la muerte

Fernando Lillo y María Engracia Muñoz-Santos

Desperta Ferro, 2024.

140 páginas. 27,96 euros


Populus. Vivir y morir en el humo, el lujo y el estrépito de la antigua Roma

Guy De la Bédoyère

Traducción de Marc Figueras

Pasado y Presente, 2024.

488 páginas. 33 euros


Los olvidados de Roma

Robert C. Knapp

Traducción de Jorge Paredes 

Ático de los Libros, 2023

432 páginas. 26 euros

Gladiadores. El gran espectáculo de Roma

Alfonso Mañas

Ariel, 2018

584 páginas. 25,90 euros


El Pais. Babelia Núm. 1.721. Sábado 16 de noviembre de 2024

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