El faro del fin del mundo / Jacinto Antón
Una de mis posesiones más preciadas es un libro dedicado por Sandokán. Vale, la firma no es, desgraciadamente, del auténtico Tigre de Malasia, lo que sería difícil porque Salgari se inventó al personaje -aunque en sus memorias, publicadas en Renacimiento (2012) por ese gran sadonkanista que es Fernando Savater, el escritor italiano nos quiere hacer creer que lo conoció y que el pirata le ofreció incluso el mando de unos de sus prahos-. No, mi libro dedicado es Historias que debo contar (Amok ediciones, 2023), de Kabir Bedi, en el que el actor que mejor ha encarnado a Sandokán ("Sandokan, Sandokan / giallo il sole la forza mi dá") cuenta su vida prolijamente y con cierta vanidad pareja al fiero orgullo del destronado príncipe.
En fin, sea con las facciones de Kabir Bedi, de Steve Reeves o de Ray Danton, o las que le pongas cuando lees sus aventuras, volver a Sandokán, a Mompracem y a Salgari es como regresar a casa. A un mundo de aventuras y cosas que de verdad importan, como conquistar un amor allí a desmano: "¿Deseáis ser mía? ¡Yo haré de vos la reina de estos mares, la reina de Malasia! A una palabra vuestra, trescinetos hombres, más feroces que los tigres, que no temen ni al plomo, ni al acero, surgirán e invadirán los estados de Borneo para ofreceros un trono". Sí, sé que hoy ya no se liga así, como lo hacía Sandokán en Los tigres de Mompracem, pero, ay, quién pudiera dedicar su tiempo a cortejar a la Perla de Labuán, a vengar afrentas, a enfrentarse, kriss en mano, al rajá blanco James Brooke (a uno de cuyos descendientes, por cierto, cuenta Kabir Bedi que se encontró en la barra del Raffles, de Singapur).
En el interín (y a la vista de que hacerse un hueco en Mompracem está difícil), me he leído una aventura de Sandokan que tenía pendiente, Los dos rivales, que es en realidad la segunda parte de Los dos tigres (1904), una división arbitraria que se hizo aquí de la novela (la cuarta de las 11 del ciclo Piratas de Malasia). En la historia, tenemos a Sandokán y sus camaradas Yañez y Tremal-Naik en la India, donde tratan de rescatar a la hija del cazador hindú de manos de los thugs, la temible secta histórica de estranguladores que adoraban a la diosa Kali y con la que Salgari tenía una verdadera fijación. Sandokán y sus piratas -que odian al imperialismo colonial británico que los ha convertido en parias -se transforman aquí paradójicamente en aliados puntuales de los ingleses en la lucha por erradicar a los thugs, uno de los grandes enemigos de la India del Raj. A los thugs quien los eliminó de verdad, en 1839, fue un oficial británico viejo amigo nuestro, William Henry Slleman. Eso Salgari se lo pasa por el forro.
Lo de los dos rivales (y los dos tigres) tiene su explicación en que Sandokán, el Tigre de Malasia, se enfrenta a Suyodhana, el malvado y escurridizo líder de los thugs, el Tigre de la India. La pelea final tiene lugar en Delhi ¡en pleno asedio del ejército británico durante el célebre Motín de los cipayos!, el levantamiento que incendió la India en 1857. Salgari, y este es un atractivo añadido de la novela, ofrece una insólita visión de la insurrección, con el pirata y sus amigos pasando discretamente por en medio.
Pero esta no ha sido mi única incursión en Salgari de estos días. Me he leído también En las montañas del Atlas, una novela en la que no sale Sandokán pero trata sobre ¡la Legión Extranjera! En los predios de Beau Geste, el autor veronés nos entrega también, como en el ciclo de Piratti della Malasia, una historia en la que se desmitifica el poder colonial.
Kabir Bedy escribe en sus memorias que aunque desató la locura en su gira por Italia con Sandokán, el momento más emotivo lo tuvo visitando la casa de Salgari en Turín. Explica que se asomó a la ventana y saludó a sus numerosos fans pero "al pensar en Salgari se me humedecieron los ojos. Mi éxito se basaba en el legendario Sandokán creado por él, y yo no tenía manera de agradacerselo. Me retiré hacia el interior de la habitación para recomponerme, incliné la cabeza en señal de gratitud, y abracé a Salgari en mi corazón". No soy Kabir Bedi (y desde luego no tengo ni su porte ni ejecuté nunca como él el salto del tigre), pero entiendo sus sentimientos y su agradecimiento, y yo también, desde la modestia de quién jamás será un pirata de Mompracém en activo, me inclino ante el capitán Salgari y le abrazo jubiloso en mim henchido corazón, colmado de aventuras.
El Pais. Sábado 8 de febrero de 2025
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