Pedro Rivera
Krazy Kat. 1916-1917
George Herriman
La Cúpula
EE. UU.
Cartoné
127 págs.
Blanco y negro
Traducción: Rubén Lardín
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Vivimos en los últimos años una suerte de carrera frenética por parte de las editoriales de cómic de nuestro país por añadir nuevas obras a su catálogo, y de la que no escapan las reediciones de materiales clásicos norteamericanos. Dentro de la gran cantidad de títulos que en esa categoría ha llegado a los anaqueles de las librerías le ha tocado el turno, de manos de La Cúpula, a una de las obras más importantes de la historia del noveno arte: el Krazy Kat de George Herriman.
Al lector que acude a esta reseña no será necesario explicarle que el cómic es un medio que, combinando la pintura, la literatura y el cine es capaz de ofrecernos auténticas obras maestras. Ni tampoco que el Krazy Kat de Herriman, considerado por The Comics Journal como el mejor cómic del siglo XX, es una de las piezas que más ha contribuido a la categorización del cómic como arte. Así lo entendieron los responsables del Museo Reina Sofía, que en 2017 le dedicaron una exposición y la calificaron como «la obra de un artista que gracias a sus hallazgos formales puede ser comparado con los principales protagonistas de las vanguardias históricas, coetáneas de sus viñetas».
Los antecedentes de Krazy Kat los encontramos en 1910, cuando Herriman entra a trabajar para el The New York Journal, de W. R. Hearst, dibujando la tira The Dingbat Family —si bien pronto pasaría a llamarse The Family Upstairs— que relataba las vivencias de una familia y su gato. En una de las tiras de la serie al gato se le suma un ratón que agrede al primero de distintas e imaginativas formas, pasándose, al poco, a narrar las peripecias de ambos en la parte inferior de la página hasta convertirse posteriormente, el 28 de octubre de 1913, en una tira independiente, ya con el título que la haría universal. Su primera página dominical —con ella arranca el volumen de La Cúpula— aparecería el 23 de abril de 1916 y seguiría publicándose de manera ininterrumpida hasta la muerte de Herriman en 1944.
Pero que su longevidad y prestigio no nos engañen: Krazy Kat no disfrutó del apoyo mayoritario del público, sino todo lo contrario: fueron muchos los lectores que mandaban cartas a los periódicos solicitando que dejara de publicarse, pues no acababan de entenderla. Por suerte contó con el apoyo incondicional de Hearst, seguidor apasionado de la obra de Herriman. El mismo Citizen Hearst capaz de inventarse una guerra para disparar las ventas de sus tabloides, se negó a eliminar de ellos las planchas de Herriman, pese a no contar con el fervor de sus lectores. Un apoyo que no solo le llevó a defender la publicación de sus tiras, sino que, a modo de mecenas renacentista, puso empeño personal en que fuera bien retribuido para que no se viera tentado de abandonar y dedicarse a la creación de otros personajes. Apoyo que se prolongó tras la muerte de Herriman, negándose a que otro autor continuara su obra.
Krazy Kat se ambienta en Coconino County, Arizona, y nos cuenta las aventuras de un particular e imposible triángulo amoroso, el conformado por el gato Krazy (de quien desconocemos si es gato o gata, indefinición con la que le gustaba jugar al autor) perdidamente enamorado del ratón Ignatz y a quien muestra su amor apasionado, pero que es contestado por el ratón lanzándole violentamente ladrillos y todo tipo de objetos. Mientras, Offissa Pupp, un perro policía, a su vez enamorado del primer personaje, trata de detener a Ignatz y encerrarlo en una cárcel construida con ladrillos. Un mundo al revés, pero lleno de ternura y lirismo.
Pese a la repetición incesante del mismo esquema una y otra vez, la imaginación desbordante de Herriman nos regala una obra de arte con cada una de sus planchas, en las que juega con el diseño, la perspectiva y el esquema de la página, ofreciéndonos un mundo mágico donde se combinan elementos surrealistas y oníricos con una gran riqueza plástica. Todo ello aderezado con un empleo del lenguaje plagado de juegos de palabras y dobles sentidos, críptico por momentos, que ha dado lugar a todo tipo de análisis sociales y psicológicos.
Han sido varias las editoriales que a lo largo de los años nos han ido ofreciendo ediciones llama- das a ser, sucesivamente, las definitivas. Pero es La Cúpula la que lo ha conseguido. Al cuidado exquisito en la reproducción de los materiales se unen la extraordinaria calidad del papel, sus completos materiales adicionales, la fantástica rotulación de Iris Bernárdez, que pareciera firmada por el mismísimo Herriman, y una prodigiosa labor de Rubén Lardín, que acomete el casi imposible reto de su traducción a nuestro idioma.
Krazy Kat es pura magia poética. Entren en su mundo y disfruten de esta maravilla, mas tengan cuidado, pues corren el riesgo de verse atrapados en sus páginas como si de una fantástica cárcel de papel se tratara...
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