mondo bulldog
Dossier Kirby
Antes de proceder con mi acostumbrada turra mensual me gustaría lanzar una reflexión al vuelo: ¿ Debería llevarnos nuestra voluntad de secundar todo acto de radical transgresión creativa a generar una campaña de opinión en pro de Fofito y Rody?
Como no me siento con ánimos de desentrañar la respuesta y como tampoco estoy demasiado orgulloso de mis últimas lecturas - de las que, no obstante, extraigo con fórceps una frase inmortal para su deleite: "Yo... me estoy secando... y se me está disecando" (Miss 130, de Chiyoji. Colección X n° 70. Ediciones La Cúpula—), la presente entrega de MONDO BULLDOG va a apartarse de los cauces habituales, olvidando momentáneamente su confeso filo-rushdienismo y su condición de atalaya de joyas abisales, para adentrarse en territorios un tanto más esotéricos.
El otro día tuve un sueño. (Si, llegados a este punto, se temen lo peor, más vale que pasen la página y se abandonen a la recia sensatez del amigo Trashorras, porque en las líneas que siguen vamos a estar más cerca de Jiménez del Oso que del suelo terrestre). Soñé, pues, que, repantingado en mi sillón, un nuevo programa televisivo bombardeaba mi preocupante —y galopante-- sedentarismo: la sintonía era como la de Twilight Zone pero con arreglos nuevos —de hecho, era la misma sintonía que compuso Marius Constant para The Twilight Zone interpretada por una irritante orquesta de sonajeros—.
Al tiempo que aparecían los créditos, inquietantes objetos —chupetes, patitos de goma, botes de Cola-Cao — surcaban la pantalla con majestuosidad de naves romulanas, partiendo en dos las borrosas imágenes que latían en el centro del plano y permitían reconocer a algunos titanes contemporáneos en sus días párvulos: Miguel Angel Martín hojeando con avidez un catálogo de candados en alemán, Manuel Valencia entrando en la lavadora que su madre va a poner en marcha dos segundos después, Jorge Zentner dirigiéndose con paso firme y el cuerpo embadurnado de dulce de leche hacia la guarida de las feroces hormigas rojas patagónicas... Nombre del programa: "La Infancia de los Famosos". No llegué a ver el título del episodio, pero, a los pocos segundos, ya no me cabía la menor duda de que ese rechoncho niño, perseguido repetidamente por perros rabiosos y salesianos armados hasta los dientes, era mi entrañable amigo P.: lo supe, concretamente, en esa escena del logrado docudrama que lo mostraba, tras disfrutar de una generosa ración de búlgaros Cropán sentado ante un nuevo episodio de Galería Nocturna, dirigiéndose a su habitación, colocando un folio en blanco sobre el escritorio, dibujando dos minúsculos ojos en medio de la nada y, a partir de ese ínfimo gérmen, trazando el desmandado contorno de un monstruazo colosal que parecía desafiar los propios límites de la pantalla. En ese momento, la cámara se arrastraba, indolente, hasta el final del escritorio, reptaba hacia el suelo y allí descubría un desordenado montón de tebeos de Jack Kirby, el hombre que dibujaba monstruos.
Ni P. ni yo sabíamos en esos días quién demonios era Jack Kirby, pero teníamos muy claro que esas criaturas de cuerpos morrocotudos, grandes bocazas y formas redondeadas que a duras penas podían ser contenidas en una viñeta pertenecían a una misma familia. Y que esa "familia" tenía, en gran medida, la culpa de nuestro ya insostenible amor a los tebeos. Las rimas del azar suelen jugar malas pasadas y mi reencuentro con el joven P. se solapa en la memoria con la noticia del fallecimiento del viejo maestro, pérdida que no parece haber hecho profunda mella en la prensa nacional. Kirby exploró con maestría las potencialidades surrealistas de la historieta de superhéroes, que en su día desarrollara Jack Cole, acuñó un contundente "sensacionalismo expresionista" hecho de trazos certeros y sensaciones-límite en primer plano que dejó muchas imágenes de pánico grabadas con fuego en los cerebros adolescentes de medio planeta, firmó toneladas de páginas imperecederas en la historia del "comic-book", le sacó todo el partido posible a la más primitiva elementalidad del lenguaje de la historieta... pero, para el alma enferma que alimenta este MONDO BULLDOG y para su amigo P., fue, sobre todo y ante todo, el autor de unas inmortales historietas de monstruos, publicadas entre los últimos años 6o y los primeros 70, en las que los puntos de partida de las viejas «monster movies» de los 50 aparecían corregidos y aumentados. Con unos guiones de Stan Lee que rozaban continuamente la psicotronía y la colaboración de otros dibujantes como Dick Ayers, Bill Everett y, en el mejor de los casos, el sobresaliente Steve Ditko, Kirby realizó un buen puñado de "monster movies" dibujadas e imposibles: imposibles porque su trazo sucumbía a unos excesos que los viejos "hacedores de monstruos" del cine, ya fuera por prudencia —Ray Harryhausen — o incapacidad -Paul Blaisdell— jamás soñaron. Sus monstruos tenían nombres impronunciables y eficaces como Groot, Goom, Gorgolla, Fin Fang Foom, Kraa, Titan, Grottu, Gigantus, Sporr, Glop, Taboo, Krogarr, X y Zzutak, y a menudo Lee aliñaba sus desmanes con alguna descarada nota de humor: Glop, por ejemplo, mientras asolaba una pequeña población transilvana se tomaba un respiro para tomarse un pollo a l'ast. En Zzutak. The Thing That Shouldn't Exist, el mano a mano Kirby/Ditko alcanzó su sublimación en una viñeta horizontal —¿en panavisión?— que mostraba el reñido combate entre dos monstruos: una viñeta que, por sí sola, concentra más poesía extraña que toda la filmografía de Godzilla y que, en mi ciudad ideal, debería ser reproducida en un ciclópeo mosaico en la fachada de algún aeropuerto.Kirby ilustró, asimismo, el peculiar "8 y 1/2" de Stan Lee: la historieta What Was X, the Thing That Lived, en la que Charles Bentley, un guionista de comics, contempla con horror cómo todas sus ficciones se convierten en realidad a causa de los poderes de su máquina de escribir, comprada en una tienducha europea regida por un siniestro tipo de torva sonrisa. A Stan Lee, sus monstruos —sus fantasmas— también se le convirtieron en demasiado reales, permitiéndole levantar un rotundo imperio editorial que acabaría siendo una cárcel creativa. Estoy seguro de que P., cuando lograba la eclosión de un nuevo monstruo en su folio en blanco, tenía esa historieta en la cabeza: la posibilidad de que el monstruo atravesara la página y se zampara de un bocado perros y salesianos juntos era el motor de sus obsesivos trazos. Estoy seguro de que, esté donde esté, P. sigue dibujando monstruos. Y que Kirby, cuando llegue a donde tiene que llegar —cielo, infierno o twilight zone— intercederá para que alguno de esos bidimensionales gargantúas dé definitivamente el salto y se coma, de una vez, a los malos, si se tercia emparedados entre alfajor y alfajor.
Revista Viñetas nº4 Abril 1994
Ediciones Glenat. Barcelona
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