Lo dicho: Hablemos de Daniel Clowes y de su extraño mundo de chicas feas, hombres horribles, adolescentes al borde de la oligofrenia, sectas desmandadas, fondonas strippers, paranoides con voz y voto, apocalípticos desatados, mongólicos lectores de tebeos y freaks con alma. En un reciente número del catálogo Advance Comics, nuestro hombre invertía dos páginas ciertamente impagables en intentar convencer a los lectores de la popular publicación de que comprasen EIGHTBALL, Su portentoso "comic book": el tebeo de superhéroes ha pasado a la historia y la alternativa es EIGHTBALL, decía más o menos el optimista Daniel Clowes, a las puertas de ese catálogo ocupado casi en un 95% por los empijamados justicieros de siempre. Clowes es un islote raro dentro de la actual historieta americana; uno de los más interesantes creadores de ese neo-underground que parece surgir en los márgenes de la historieta superventas, al tiempo que un incansable francotirador de lúcidas reflexiones sobre la rotunda miseria intelectual del lector medio de tebeos en su país y, por extensión, en el mundo entero.
Su personaje del joven Day Pussey, patético devorador de comic-books y trekkie fundamentalista con la frente perpetuamente perlada de sudor, supone una de las más despiadadas visiones del aficionado al medio que se han perpetrado desde los días del Jerry Lewis de "Artistas y modelos". Capaz de despertar las iras de una escultural "cita a ciegas" al confundir a Anton Chejov con el Chekov de Star Trek o de retirarle el saludo a quien no sabe distinguir a un "androide" de un "cyborg", Pussey -de oficio, (¿lo adivinan?) entintador de tebeos de superhéroes- es el reflejo especular de ese lector-basura que ha llevado al medio al estado de coma creativo que hoy conocemos. Es, pues, un personaje que ejemplifica una radical toma de postura por parte de Clowes con respecto a su oficio y a su mercado. Pussey es el miembro más destacado, por su condición autorreflexiva, de esa colección de alucinantes freaks que desfilan por sus páginas: Dickie, fetichista del acné; Grip Glutz y el calamar Shamrock, Needledick, follador de bichos, Fuckface y tantos otros.
Acomodándose entre el estilo "weird chic" de Charles Burns y la voracidad multirreferencial -anclada en lo que Carles Prats acuño como "pulp art"- de Miguel Gallardo, Daniel Clowes ha dado ya a la historieta americana un buen número de páginas inmortales, a través de cuya lectura puede apreciarse una línea evolutiva que parece augurar gigantescos logros en el futuro próximo. Su talento comenzó a brillar con la serie de aventuras de Lloyd Llewellyn -recogidas algunas de ellas en el álbum "#$@&! THE OFFICIAL LLOYD LLEWELLYN COLLECTION" (Fantagraphics Books)-, personaje que se erige en quintaesencia del espíritu "cool" y atraviesa imposibles aventuras ambientadas en un 1960 fuera del tiempo con muy poco de limbo arcádico. Las historietas de Lloyd Llewellyn, en ocasiones, parecen sacadas de una edición marciana de las publicaciones de la E.C. En este primer trabajo, el talento de Clowes preferirá irse puliendo en las distancias cortas, desnudando un estilo fundamentado en la síntesis visual del grafismo publicitario de la época. Lejos de la nostalgia amable de algunas relecturas de la mitología trash en clave post-moderna, Clowes muestra esa "zona crepuscular" a caballo de dos décadas bajo una luz que no tiene nada de clemente.
A partir de 1989, Clowes creará un nuevo comic book que marcará un radical paso adelante en su trayectoria. Libre de las servidumbres de contar con un personaje fijo, EIGHTBALL es, como gusta en definirlo el propio autor, un "one man show" en el que reune periódicamente las múltiples direcciones que está tomando su trabajo: un sabroso cóctel de historias cortas precedido por las hipnóticas entregas del serial "LIKE A VELVET GLOVE CAST IN IRON", que se prolongó hasta el número 10 de la publicación. Con ocasionales incursiones en el sombreado crumbiano, o la desnudez extrema de la animación UPA, su trazo pierde progresivamente la rigidez de las aventuras de Lloyd Llewellyn para mostrarse sorprendentemente camaleónico. El Clowes de EIGHTBALL es un tipo con sed de desafíos: capaz de plantear dos historietas en cámara subjetiva, inventar la tebeo-encuesta -especialidad en la que ha obtenido obras tan notables como "¿Por qué escupe la gente?" o "¿Cómo cree que sonaría la voz de George Washington?"-, darle nuevos bríos al comic confesional a lo Crumb y ejecutar una lobotomizada versión Hollywood de su caudaloso "Like a Velvet...", verdadera estrella de la función durante las diez primeras entregas de EIGHTBALL. Cuenta Clowes que dio comienzo al serial sin tener planificada su arquitectura: "Like a Velvet..." fue creciendo impremeditadamente, mientras su autor iba sumando densidad a la pesadilla, enigmas a los enigmas, inconsciente de que su viaje al final de la noche estaba regido por una implacable dinámica interna.
Sólo algunas obras de Martí y Burns han logrado transmitir la sensación de incómodo desconcierto, de ineludible zozobra que "Like a Velvet...", como un Lynch corregido y aumentado, deja en el lector: tras reconocer a su antigua novia en las imágenes de una película porno especialmente enfermiza, el protagonista del "Like a Velvet..." emprenderá un descenso a los infiernos que le llevará a entrar en estrecho contacto con enfermizas sectas, terribles teorías sobre el orígen de la vida, traficantes de snuff y una camarera de Diner de aspecto monstruoso pero alma delicada, entre otros peligros.
Todo lo expuesto se resume en una frase: a elegir entre "Hay que leer a Clowes" o "Hay que traducir a Clowes". Pero tanto quienes lo lean como quienes lo traduzcan deben tener bien clara una cosa: el autor de EIGHTBAlL no es manjar para todos los paladares. Hablando claro: No es para nenitas. Lo suyo es manduca para tipos duros, para quienes han dejado de vibrar con los caramelos de Roger Corman y Little Richard y han necesitado lanzarse a la droga dura de las películas de Jack Webb o los discos de Esquerita.
Revista Viñetas nº3 marzo 1994 Ediciones Glenat
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