Sin Perdón
El tebeo es soso y algo irritante: los protagonistas se mueven con velocidad de caracol a lo largo de interminables páginas de pretendido dinamismo que sólo consiguen demostrar su estupidez, carencia de personalidad y ausencia de historia. A lo largo de cuarenta páginas se limitan a pelear, correr o joder sin motivo real y sin que su historia personal venga o vaya a ninguna parte. Todos los tebeos que llevo leídos este mes son así; no encuentro algo que retenga mi atención una vez haya acabado la última página, algo que me haga volver atrás, pensar en lo que he leído, meditar en sus personajes, reflexionar sobre el trozo de vida ficticia con que sus autores me han obsequiado.
Triste, este mes no lo encuentro; tal vez el mes que viene.
Es un fenómeno común: cine, literatura y televisión lo comparten. Uno lee setenta páginas de una novela de ochocientas (de Stephen King, por ejemplo) y en ese espacio muere alguien y tres protagonistas han hablado por teléfono. Nada más: casi todas las páginas son paja inútil, no cuentan nada. En ese espacio, otros autores (John LeCarré, por ejemplo) nos habrían contado el pasado del protagonista, cómo realiza su trabajo, el dilema ético que tiene, el complejo de culpabilidad que le lleva a hacer algo que un año antes no habría hecho, cuál es su adversario.. consiguiendo además el milagro de que sus reacciones nos sorprenden durante el resto de la novela, porque el personaje se ha vuelto real para nosotros. El cine parece lleno de personajes igualmente vacíos, con tan poca entidad que los habrían matado en los primeros cinco minutos de una película negra de los años cuarenta. Y esto, por no hablar de las historias. Hay excepciones, claro. Siempre hay gente como Jonathan Demme, Ridley Scott o Erich Rohmer que hasta cuando meten la pata dan obras de gran densidad cinematográfica.
Un desconocido se sorprendía de mi afición al cómic japonés.
Mi respuesta fue que lo que me gustan son los tebeos, me da lo mismo que sean japoneses o italianos, siempre y cuando pueda leerlos. Y como me gustan los tebeos en general, me molesta que sea tan difícil encontrar tebeos que se puedan leer, que me duren, que no se me olviden apenas acabados, donde los diálogos de los personajes no sean intercambiables. No es que busque páginas llenas de viñetas, y viñetas llenas de texto (aunque tampoco me importa), sólo que las unas y lo otro tengan algún sentido. Cada vez que veo el SAMBRE lamento haberlo leído ya hace cuatro años. Es un ejemplo perfecto de lo que busco, quiero y me gusta leer. La historia es sencilla, que no simple; tanto ésta como los personajes tienen mucha fuerza; lo que no se cuenta pesa en todo el álbum y motiva la imaginación del lector tanto como lo que se cuenta.
Son constantes en la obra de su guionista Balac (alias Yann, alias Le Pennetier), y que su dibujante Yslaire, también guionista, apoya con un dibujo espléndido, de composición férrea y sugerente, que complementa el guión y lo potencia hasta convertir la historia en una obra casi magistral.
Lástima que SAMBRE haya uno cada tres años, Spirou uno al año, obras de Hermann dos al año, y que cueste conformarse con eso. Uno busca, lee y sigue buscando y, pese al ocasional Marc Hempel, el esquivo Felipe Hernández Cava o el último Berardi y Milazzo, sigue lamentándose de que, si bien hay grandes dibujantes en todos los países, los guionistas escasean y la mayoría parecen considerar interesante la historia del detective/chica liberada/super-héroe de turno cuyo principal y único rasgo definitorio es contar chistes mientras masacra lo que se le pone por delante.
Es que, saben, hay momentos en que me pone muy triste la muerte de Hergé. Nunca me gustó mucho, pero sabía contar historias que te compensaban el dinero invertido en comprarlas y te reconciliaban con el tebeo.
Revista Viñetas nº2 febrero 1994 Ediciones Glenat
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