domingo, 6 de octubre de 2024

Little Nemo un Slumberland / Winsor McCay



En los ránquings sobre los mejores cómics de la historia, Little Nemo suele ocupar los primeros puestos de la lista, cuando no el primero. Aunque este tipo de listas son siempre discutibles sí es indudable que Little Nemo es la primera obra maestra del cómic y una de las más bellas e imaginativas. Han pasado más de cien años desde su primera publicación y aún sigue siendo un ejemplo para la historieta de hoy y un estímulo para nuevos creadores. Más que un cómic, Little Nemo es una lección sobre lo que es y lo que puede ser el cómic. Y lo más sorprendente es que se publicó cuando el cómic era todavía un arte muy joven; casi recién nacido.

Little Nemo nació a finales del siglo XIX en las páginas del suple- mento de historietas del New York Herald, en un momento en el que estos suplementos eran un gancho comercial para aumentar las ventas de los periódicos. Dos periódicos dirigidos a las clases populares, el New York Journal y su rival el New York World, ofrecían a sus lectores unos cómics escritos en un inglés lleno de argot y cuyos argumentos hoy serían calificados como políticamente incorrectos. El tercero en discordia, el Herald, era distinto: se dirigía a las clases medias y necesitaba un tipo de historietas distintas para su suplemento. Sus responsables encargaron a McCay que ideara algo más refinado y éste respondió con una obra delicada y llena de ingenio, con un estilo que recuerda tanto la elegancia del art nouveau como el estilizado cartelismo de Alphonse Mucha.

El 15 de octubre de 1905 nacía Little Nemo in Slumberland sobre una inmensa página de cincuenta y seis centímetros de alto por cuarenta de ancho. En total, se publicarían cerca de seiscientas entregas en dos grandes períodos (de 1905 a 1914 y de 1924 a 1926). El cómic ya no volvería ser el mismo. La in- fluencia de McCay fue y sigue siendo inmensa: de Alan Moore a Neil Gaiman, desde dibujantes como Spiegelman, Otomo, Moebius o Schuiten, hasta cineastas como Federico Fellini se refieren a McCay como un maestro.

McCay fue tal vez el primero en darse cuenta que el cómic es un arte que lo permite todo y a muy bajo coste, basta con que el cerebro esté bien comunicado con la mano que dibuja. Lo que el cine ha logrado finalmente con presupuestos enormes (y una sofisticada tecnología) en el cómic solo necesita lápiz y papel. McCay dio rienda suelta a su imaginación y convirtió cada episodio de Nemo en un sueño, y cada sueño en un viaje adornado por una sugerente sinfonía de colores, formas, paisa- jes y arquitecturas. Imaginó palacios de hielo, caballos volado- res, ciudades infinitas, monstruos que transportan reyes en sus bocas y llantos que provocan terribles inundaciones.

Semana a semana, sueño a sueño, McCay reinventó el cómic. Dispuso de la página como de un tablero de juego y dotó las viñetas de una elasticidad excepcional. Creó páginas en forma de escalera o de espiral, composiciones simétricas y panorámi- cas inolvidables. Hizo oscilar los fondos de sus dibujos ante el asombro de los personajes que se movían en el primer plano. Y pese a tanta experimentación, estas páginas jamás perdieron su claridad de lectura y algunas de sus soluciones gráficas todavía no han sido superadas y continúan siendo admiradas. Difícil- mente encontraremos un libro sobre la historia del cómic que no contenga una imagen de Little Nemo, y si existe, debemos desconfiar de él.




Todo arte visual tiene imágenes que han logrado un estatus de símbolo. La imagen de un cohete en el ojo de la luna no solo evoca las películas de Méliès sino, por extensión, todo el arte del cine. De una forma similar, el cómic se ha representado una y otra vez con esas viñetas en donde la cama de Nemo, convertida en una especie de animal con largas patas, avanza por la ciudad dando grandes zancadas entre sus rascacielos. Méliès y McCay tienen el común algo más que el ser pioneros de dos artes jóvenes: McCay fue un pionero del cine —del cine de animación— cuando quiso dar vida a sus propios dibujos y creó las películas de un dinosaurio llamado Gertie. Si no lo conocen, búsquenlo en YouTube y descubrirán a un simpático antepasado de las criaturas de la factoría Disney.

De la vida real de Nemo solo sabemos lo que nos permite adivinar la última viñeta, y no es muy estimulante: una y otra vez, sus padres le apremian a levantarse o lo regañan. Es una vida vacía, como su nombre, que en latín significa «nadie». En cambio, su mundo soñado es radiante. En Slumberland, el país de los sueños, Nemo tiene a sus amigos Flip y Jungle Imp (figuras arquetípicamente masculinas), el Rey Morfeo (que actúa como un padre) y su hija, la princesa, que es el verdadero motor de los viajes de Nemo (y que por eso mismo algunos analistas los han calificado como viajes de iniciación sexual).

Puede parecer una interpretación exagerada pero ocurre que el mundo soñado por Nemo se presta a ser analizado desde la óptica del psicoanálisis. El propio Freud parece invitar a esta lectura ya que incorporó una página de McCay (aunque no de esta serie) en la segunda edición de su obra más famosa: La interpretación de los sueños, publicada en 1900.

Si no conocen a Little Nemo in Slumberland aprovechen que, por fin, se están realizando reediciones de estas páginas en un color restaurado y al mismo tamaño de su edición original en los periódicos norteamericanos. Los sueños de Little Nemo eran prodigiosos en 1905 y lo siguen siendo ahora. El pequeño Nemo es un clásico inmortal. Una obra de ensueño.

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