lunes, 5 de agosto de 2024

Un megalodón en Formentera

El faro del fin del mundo / Jacinto Antón


Imagen de la película Megalodón 2.


Si hace dos años me releí durante las vacaciones en Formentera Tiburón, de Peter Benchley, la novela que dio pie a la película de Spielberg, este año he disparado por elevación y me he traído Megalodón, un sensacional ensayo sobre el supertiburón extinto (¿o no?), el depredador más grande que ha existido en nuestro planeta y que se podría haber zampado de un bocado al jefe de policía Brody, al oceanógrafo Hooper y al capitán Quint con su barco Orca incluido, y si me apuran al USS Indianapolis. Me había guardado el libro durante un par de meses pues es una obra que pedía a gritos ser leída en la isla escudriñando con un estremecimiento placentero (desde la playa, con un mojito) cualquier ondulación de la superficie del mar, a la espera de ver surgir la letal aleta, alta como una persona. Les adelanto que hay noticias importantes en la isla balear, una tan terrible como el ataque de un megalodón: todo apunta a que, si no se encuentra solución, es el último verano del restaurante chiringuito Pelayo, un lugar emblemático, último reducto de una forma libre de entender y vivir Formentera y cuya pérdida constituiría un letal atentado a la vida y al veraneo aquí.

Megalodón (GeoPlaneta, 2024), del paleontólogo, explorador y conservacionista australiano Tim Flannery, con la colaboración de su mujer, la científica y escritora Emma Flannery, es una amenísima historia de todo lo que sabemos y todavía ignoramos de esa criatura marina que se ha convertido en un icono del terror a partir de la estupenda novela Meg de Steve Alten (Ediciones B, 1997) y de las dos películas, malas pero taquillazos ambas, basadas en ella y en su primera secuela, Meg, la fosa. Jason Statham encarna al buzo Jonas Taylor de las novelas con tal estulticia que acabas poniéndote de parte del megalodón. La idea de un tiburón mucho, muchísimo más grande que el tiburón blanco de Spielberg es sugestivamente aterradora: las estimaciones de peso del megalodón van de 50 a 100 toneladas (el tiburón blanco actual más grande, dos); su tamaño, hasta 20 metros (tres veces más que el mayor blanco). La fuerza de su mordedura era, explica Flannery, la más poderosa de cualquier animal que haya existido, 14 veces la del tiburón blanco y hasta tres veces la del Tirannosaurus rex.

El libro está lleno de datos interesantísimos. Por ejemplo, que el megalodón -pese a la espectacular escena de arranque de la segunda película en la que se merienda a un tiranosaurio- no convivió con los dinosaurios: apareció en el Mioceno, 40 millones de años después de que se extinguieran estos. Y a su vez desapareció hace inquietantemente poco, quizá hace solo 2,5 millones de años.

Lo que más me ha gustado de Megalodón es la reivindicación entusiasta y teñida de melancolía paleontológica del animal. El libro deplora que se le reduzca hoy a una parodia de asesino cegado por su voracidad, y apunta que la película de 2018 marca el terrible apogeo del gran tiburón como monstruo unidimensional, cuando en realidad era una criatura fascinante, "un ser vivo, pensante y sensible, que se reproducía, comunicaba y nadaba, además de matar". Y dice con una extraña ternura: "Es casi seguro que tenía su propia estructura social, su propia conciencia de su lugar en el mundo".

Y ahora, las noticias de Formentera. Primero las buenas: la guacamaya Lola goza de buena salud. Martí Mayans, el joven que revolucionó el campo de la isla con su iniciativa de agricultura ecológica Agromartí, ha abierto su restaurante Can Martí en el antiguo Sol y Luna, propiedad de su familia, renovando el lugar. Se mantiene la estética y el ambiente del chiringuito Kiosko 62, ahora denominado Karai.

Y la mala noticia: El Pelayo, como les decía, con su gran y entrañable familia formetereñocolombiana, parece tener los días contados. No les quieren renovar el contrato. Así que todo apunta a que este será el último verano de un lugar para el que, por su autenticidad, cordialidad y campechanía, no hay recambio en una Formentera, isla que parece apostar por la exclusividad y la pasta, olvidando sus orígenes de sol, arena y fraternidad con un punto salvaje. Formentera sin el Pelayo: eso si sería, ay, un terrible mordisco.


El Pais . Sábado 27 de julio de 2024

No hay comentarios: