Texto Jesús Palacios
Cómic, "bande dessinée", manga, historeita, "comix", monitos, "fumetti"... se llame como se llame, la literatura dibujada, una de las artes más propias y características del siglo XX, atraviesa una de sus crisis más difíciles. Tanto, que los más pesimistas se inclinan a pensar lo peor.
Sin necesidad de rebuscar antecedentes prehistóricos, tan del gusto de los eruditos, se puede afirmar que la historieta es un medio de comunicación propio del siglo XX. Nacido, según los expertos, gracias al Yellow Kid de Outcault, allá por el 1896, sus comienzos en la prensa, como lógico desarrollo del humor gráfico de finales del XIX, lo caracterizan como un arte ligado a la actualidad más rabiosa. De esas comic strips o tiras cómicas de los periódicos surgiría precisamente el genérico anglosajón de cómic, convertido en término que designa toda literatura dibujada sea o no cómico su contenido.
El salto de la prensa, sin abandonarla, ocurrió con la aparición de los llamados comic-books, revistas de historietas que surgieron al calor de los primeros superhéroes, Superman y Batman. Es imposible trazar una detallada historia el cómic en estas páginas, por lo que espero se me perdone que este simple bosquejo siga el hilo de la historieta norteamericana, ya que, al igual que ocurre con el cine, el cómic es (o fue) esencialmente un arte y una industrias americanos. Dicho esto, hay que añadir que el comic-book estaba, a diferencia de la comic strip, dirigido fundamentalmente al público juvenil.
Tras la época clásica americana, que ve los nombres de Alex Raymond, Harold Foster, Burne Hogarth, Milton Caniff, Will Eisner y tantos otros, llegan precisamente los europeos, allá por los años 60, y deciden que el cómic es más que un mero entretenimiento para niños. Con Umberto Eco a la cabeza aparece un movimiento de reivindicación, que analiza el cómic como forma de arte válida y especialmente apropiada, por su doble naturaleza literaria y visual, para nuestro tiempo. Pronto, unido a la revolución underground que viene de Estados Unidos, surge el concepto de cómic para adultos.
Sin embargo, los años 80 terminan marcados por una recesión de lo intelectual y lo euro, para volver a las fuentes originales: Estados Unidos y los superhéroes. Se necesitaba un equilibrio entre ambos conceptos, cómic adulto y cómic de aventuras, y lo aportan nuevos talentos ingleses y americanos. Pero este parece el canto del cisne.
El manga, el cómic japonés, aparece de repente y lo consume todo.
FUNDIDO EN NEGRO
Todos los aficionados y expertos están de acuerdo. La historieta está en crisis. Actualmente en España no existe ninguna revista, excepción hecha de El Vibora, dedicada al género (Kiss comix, también editada por La Cúpula, entra dentro de otra consideración puesto que está especializada en cómic erótico y porno). En pocos años han desaparecido publicaciones como Zona 84 (antes1984), Creepy, Totem, Blue Jeans, Cimoc, Bumerang, Vértigo, Madriz, Cairo, Medios Revueltos, Viñetas... No sobrevivieron a la invasión del comic-book americano, introducido por las ediciones españolas de los superhéroes Marvel a cargo de Planeta-DeAgostini y de la DC a cargo de Ediciones Zinco. Pero, sorpresa, tras un breve esplendor, Zinco pierde los derechos de la DC, y aunque Planeta continúa con su línea Marvel, las ventas de esta disminuyen brutalmente. ¡Echale la culpa al manga! Y ciertamente, todas las editoriales españolas, incluida la afrancesada Glénat, se vuelcan en el cómic japones, hasta el punto de que, finalmente, la saturación del mercado colapsa el fenómeno nipón. Entretanto, han desaparecido los álbumes clásicos europeos, demasiado caros y con mucho texto.
¿Más? Bueno: la historieta es lo peor pagado en España. El resultado es que muchos dibujantes se pasan a la publicidad, el cine y la prensa, mientras otros se deslizan al mercado americano y japonés. La cosa está muy, pero que muy negra.
EL OCASO DE LOS SUPERHÉROES
No toda la culpa es de los vaivenes del mercado. La triste verdad es que el cómic en sí vive sus peores horas a nivel creativo. Tras una segunda mitad de los 80 que vio la revolución del cómic de superhéroes, gracias a talentos como Frank Miller (Daredevil, Elektra, Batman Dark Knight), Alan Moore (La Cosa del Pantano, Watchmen) y otros como Neil Gaiman, John Byrne o Matt Wagner, nuestros amigos de los disfraces y los superpoderes se colapsan. Superman muere y resucita, y clásicos como Spiderman o los 4 Fantásticos se vuelven tan liosos y se dividen y subdividen en tantas series que hace falta una guía para seguir sus aventuras. Los guiones descienden a lo peor. A los intelectuales les bajan los humos con las pérdidas y les dan de vez en cuando alguna miniserie para que se luzcan. Pero hasta su tono gótico, apocalíptico y pesimista es ya cansado y repetitivo.
Lo cierto es que los superhéroes ya no saben qué hacer, y los lectores lo notan.
UNA LÍNEA POCO CLARA
Lo peor de todo es que el triunfo americano de los 80, por merecido que fuera, tuvo también como consecuencia hacer retroceder las ventas y, más aún, la sensibilidad que hacía posible que el cómic europeo, principalmente francobelga, fuera una alternativa viable al yanqui. Si a eso se le suma la muerte de bestias sagradas como Hergé, Goscinny, E.P. Jacobs, Charlier y otros, el clásico álbum europeo de historieta se queda casi huérfano. En España, ni que la editorial francesa Glénat se introduzca en el mercado consigue salvar la papeleta, aunque algunos de sus álbumes y de los de Norma Editorial hayan funcionado, si bien alternándose en inferioridad de condiciones con material americano y nipón. Naturalmente, quien tuvo retuvo, y la bande dessinee, con su Feria de Angulema, con su Museo de Bruselas, etcétera, se mantiene en regular estado de salud en sus países natales, especialmente si nos comparamos con ellos. Pero toda una nueva generación de lectores de tebeos ha nacido y crecido ajena al lenguaje del cómic europeo, lo que promete un futuro incierto para un estilo mucho más literario, intelectual y complejo que el de la mayoría de los mangas o de los cómics yanquis.
EL TRIUNFO DE LA MARGINACIÓN
No deja de ser curioso que la única revista de historieta que goza de buena salud en España sea El Víbora, un cómic que comenzó su andadura dentro del más rebelde underground, apostando tanto por publicar clásicos el género desconocidos en España. como Crumb, como por artistas españoles que ahora son ya historia: Nazario, Max, Gallardo, ect. Lo cierto es que difícilmente se puede considerar al Víbora underground hoy día, pero esto no es una crítica. Con una política abierta, radical pero inteligente, El Víbora está dando a conocer lo mejor del cómic y del cómix actual. Peter Bagge y su ya inmortal Odio, los Hermanos Hernández, Tank Girl... y jóvenes españoles como Juanjo Hoces, Iron, Miguel Ángel Martín, Mónica y Bea... Su serie Brut, formato comic-book y precio asequible, en la que publica a los citados y a otros como Burns, Sequeiros, Juaco... es lo más interesante de un panorama árido.
Hay, naturalmente, intentos editoriales independientes y entusiásticos como Camaleón o La Factoría de Ideas, pero su futuro es incierto y se mantiene solo gracias al entusiasmo de sus colaboradores.
TRISTE, SOLITARIO...¿Y FINAL?
¿Acaso ha llegado el cómic a dar ya el máximo de lo que podía dar? No es una pregunta retórica. Comparado con el cine y frente a nuevas tecnologías como el CD-Rom, los videojuegos, internet, etcétera, ¿puede sobrevivir la historieta, especialmente cuando parece que ha evolucionado en cien años tan deprisa como para hacerse adulta, envejecer, y volver a su infancia? No quiere esto decir que desaparezca, como no ha desaparecido la novela, pero sí que difícilmente pueda volver a convertirse en el medio lleno de posibilidades que fue en los años 60 y en la fuerza económica y comercial que ha sido durante muchos tiempo. La historieta ha tenido desde sus anónimos artesanos a sus Joyce, Henry James o Capote en un lapso de tiempo que es mucho menor que la décima parte de la historia de la literatura. Y lo cierto es que parece difícil que vuelva a tenerlos si no es mutando en otra cosa. No me pregunten en qué.
Ibañez y cía.
Quizá a la historieta en España le iría algo mejor si la prensa especializada le prestara la atención que se merece. Iniciativas como la exposición sobre el cómic español realizada en la Biblioteca Nacional de Madrid gracias a su director Luis Alberto de Cuenca, no son tan frecuentes como deberían. Y ninguna lista, ni la oficial de la Feria ni la de los libreros independientes, refleja la realidad del mayor superventas de esta y otros Ferias de Libros de Madrid anteriores: ni Gala, ni Terenci, ni Gaarder, ni Prada, ni ná: Francisco Ibáñez, historietista veterano, en estado puro, creador de Mortadelo y Filemón, Rompetechos, Pepe Gotera y Otilio, Botones Sacarino y La 13 Rue del Percebe. Lo suyo sí que eran firmas. solo que a nadie parece importarle, lo que no dice nada bueno sobre la consideración que merece uno de los mejores humoristas españoles de todos los tiempos... ¿quizá porque "solo" dibuja tebeos?
GALLARDO, EN LA BRECHA
Quizá una de las soluciones que se ofrece al cómic como forma de expresión sea la de fundirse con otros medios que gozan de mejor fortuna. Un buen ejemplo es Un largo silencio, un librito donde Miguel Ángel Gallardo mezcla la pura historieta y la ilustración clásica con un texto de su padre, Francisco Gallardo, que recoge sus recuerdos de la Guerra Civil. Un atractivo ejemplo de literatura, dibujo e historieta que, además de su explosiva carga histórica y sentimental apto para todos los públicos, los del cómic y los otros.
MÁS TEORÍA QUE PRÁCTICA
En España goza de mejor salud la crítica y el libro de referencia sobre el género que los propios cómics. Actualmente, una revista como U, el hijo de Urich puede vender lo mismo que algunos de los cómics books más conocidos, y las polémicas que suscitan sus páginas interesan más a los aficionados que los guiones de los cómics que se editan. Y no cesan de publicarse libros de referencia, como lo de Alberto Santos o Glénat, o ese estupendo Diccionario de uso de la historieta española (1873-1996), editado por Compañía Literaria ¿Asistimos a la autopsia de un género moribundo?
Qué leer, año 3, nº25. Septiembre 1998
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