viernes, 17 de noviembre de 2023

El viaje de Hayao Miyazaki

De cómo Miyazaki cambió nuestra imaginación. En el estreno de su nueva (¿y última?) película, especialistas y admiradores analizan su vasto legado.

Por Gregorio Belinchon

Ya no me interesa empezar las historias de una manera convencional. Las películas fáciles de entender son aburridas. Las tramas lógicas sacrifican la creatividad. Los niños lo entienden porque no funcionan con la lógica". Palabra de Hayao Miyazaki.

Cuando el próximo viernes se estrene en España El chico y la garza, el duodécimo largometraje de Miyazaki, la lógica de la edad (en enero cumplió 82 años) pronosticaría que esta será la última obra del animador japonés que llegue a salas comerciales. Sin embargo, en la carrera de Miyazaki nunca ha regido la lógica. Por eso, a cada anuncio previo de su retirada siempre le acompañó la duda. "Cuando no estás haciendo una película, echas de menos hacerlo", asegura en la serie documental 10 años con Hayao Miyazaki. En el pasado Festival de Toronto, antes de la proyección de El chico y la garza, Junichi Nishioka, uno de los vicepresidentes de Studio Ghibli, creado alrededor de Miyazaki, aseguró que el cineasta proseguía con su rutina de llegar al estudio a las diez de la mañana y ponerse a trabajar tras una idea, un hilo del que salga su siguiente filme. "Es la única forma en la que puede vivir. No puede cambiar ahora", cuenta en esa serie su primogénito, Gorö.

El estadounidense Steve Alpert es el primer gaijin (no japonés) que trabajó en Studio Ghibli, como responsable de 1996 a 2011 de ventas internacionales: en realidad, el embajador y el parachoques ante el resto del mundo. Ni el mismo Albert, al que reclutaron porqué trabajaba en la filial japonesa de Disney, logró aprehender todos sus vericuetos. De esa época levantó testimonio en el libro Compartir casa con el hombre interminable. y entre miles de pistas, explica cómo trabaja Miyazaki: "Él dibuja los storyboards, que en Ghibli recibe el nombre de ekonte, y allí se convertían en una combinación de storyboard y guión gráfico, menú completo para cada película. Miyazaki divide el ekonte en cinco partes: A, B, C, D, y E. No son como los actos de una obra teatral, pero cada parte era aproximadamente el 20% de la película. Cuando un filme se anunciaba, Miyazaki ya había hecho la A, con imágenes espléndidas y con todo detalle, y la mayor parte de la B la tenía en la cabeza (...). La película empezaba a producirse cuando Miyazaki empezaba a dibujar la parte C". Normalmente en la parte D, comenzaban las dudas. Y sin idea de cómo acabar, "el proceso se ralentizaba hasta convertirse en un goteo". Legaba la crisis, con cines reservados (el proceso ocupaba dos años y medio, para estrenar siempre en verano), y de repente aparecía la parte E, los animadores violaban las leyes laborales japonesas (ya de por sí laxas), el director incluso volvía hacia atrás a retocar dibujos, y al final se grababan las voces (al contrario que el resto del mundo, donde se registran primero para servir de guía a la animación; para Miyazaki, esos actores son como la banda sonora, meras herramientas). Estreno, promoción en Japón y un mes de vacaciones del creador en su cabaña con su familia. "Y no tardaba en empezar a pensar en el siguiente filme", escribe Albert. "Miyazaki cree en el estrés para hacer cine. A menudo decía que una persona solamente hace su mejor trabajo cuando tiene que enfrentarse a la posibilidad real de fracasar y sus consecuencias".


Hayao Miyazaki, en los estudios Ghibli, en octubre de 2013. Hiroji Kubota (Magnum photos/ contacto)


Miyazaki hace lo que quiere porque su talento y el productor Toshio Suzuki se lo permiten. Paco Roca, premio nacional del Cómic, define ese talento: "Recuerdo ver de pequeño Heidi, cuando ni sabía, claro, quién era Miyazaki ni en que trabajaba en ella, y sentir el placer de ver la vida dibujada. Veías cómo untaban queso fundido en el pan y así provocaban emociones como la placidez. Por eso Miyazaki es el maestro del costumbrismo, muy animista, en una mentalidad completamente alejada de Occidente. Cuando dibujé Arrugas pensé en cómo lo haría él". Con el tiempo, la versión de cine de Arrugas fue distribuida en Japón por Ghibli.

Los domingo, cuando no está trabajando, el chef francés Thibaud Villanova cocina en casa con su hijo de seis años recetas que han aparecido en las películas de Ghibli. "A mi crío le gustan mucho", cuenta desde su estudio multimedia. Villanova lleva 10 años publicando libros con platos que aparecen en películas y libros: de El Señor de los Anillos a Star Wars o Astérix. "Pero las películas de Ghibli me llegan al corazón, crecí con Miyazaki. Sus filmes te hacen ver la vida de otra manera", confiesa. Así nació La cocina en Ghibli, un volumen con 35 recetas. Su esposa ilustra y crea la parte artística de cada libro. "Yo investigo la receta, elaboro el plato y un fotógrafo lo retrata", continúa. Y precisa: "Los platos que ves en su cine son los que él cocina algunos viernes con su equipo de trabajo. Por eso sus dibujos son tan precisos. Yo lo que hago es, después de investigar los detalles, trasladar la receta a un proceso más popular, más sencillo". ¿Un plato favorito? "El ramen de Ponyo en el acantilado. Y todos lo que aparecen en La princesa Mononoke, porque es la primera que vi", ¿La más complicada? "La del banquete maldito de El viaje de Chihiro. Ya desde su concepción entendí que era muy difícil de elaborar en casa.

El Museo Ghibli abrió en 2001, y desde el pasado noviembre también hay un parque temático, todavía sin completar. A mediados de septiembre se anunció que la cadena Nippon TV había adquirido el 42,3% de las acciones de Ghibli, lo que garantiza su futuro financiero, y el acuerdo incluía su independencia artística. A sus 75 años, Suzuki -el único que le lleva la contraria a Miyazaki, que influye en sus decisiones y que incluso le señala temas para futuros trabajos- entiende que hay que proteger el futuro. Pero en esa búsqueda de traspasar el legado, fue el inductor de la creación de la gran figura trágica de esta historia, Gorö.

La primera palabra que dijo Gorö Miyazaki fue papá en japonés. Porque su progenitor pasaba mucho tiempo en casa. Era animador, pero todavía no habían llegado sus trabajos televisivos como Lupin III o Heidi, ni su debut como director con El castillo de Cagliostro (1979). Para ese filme, el padre desapareció de casa para volcarse en su trabajo. El hijo, que disfrutaba dibujando, lo dejó. Se convirtió en paisajista y acabó colaborando en la creación del Museo Ghibli. Un día, en una visita por las obras, Gorö dio su opinión sobre un proyecto incipiente, Cuentos de Terramar. Suzuki, atento, le empujó a dirigirlo: había encontrado un heredero perfecto. El padre, horrorizado, se opuso. En el estreno en 2006, Hayao Miyazaki se salió a mitad del pase a fumar. "Hizo un trabajo honesto, pero debió de sentirse obligado", adujo. Fue un éxito en taquilla, aunque acabó destrozada por los críticos.






De arriba abajo, los protagonistas de Mi Vecino Totoro (1988), fotograma de Ponyo en el acantilado (2008), la heroína de El viaje de Chihiro (2001), personaje alter ego de Miyazaki en El chico y la garza (2023) y otra imagen cedida en exclusiva para El Pais de este último filme.
Contacto/Alamy (Cordon Press)/ Vértigo Films


A Miyazaki no le gusta perder. Así que tiene aversión a las ceremonias de premios. En 2002, El viaje de Chihiro fue la primera película de animación que concursó en la Berlinale, y la primera que ganó, con su Oso de Oro, un festival de clase A. Miyazaki viajó a Alemania, aunque no se quedó para la gala de clausura. Tampoco fue en febrero de 2003 a los Oscar, a pesar de que John Lasseter, el genio de Pixar y su amigo, ideó cualquier solución imaginable para que viajara. Ganó El viaje de Chihiro, aunque las estrictas normas de entonces de la Academia impidieron que alguien que no fuera Miyazaki subiera a recogerlo. Desde uno de los bares del teatro Kodak, Lasseter y Alpert llamaron al móvil del asistente de Miyazaki para anunciárselo. Tarde: el cineasta lo había oído en la megafonía de una gasolinera camino del estudio.

En el estudio Toei, en los sesenta, Miyazaki conoció a una animadora excepcional, Akemi Ota. Con ella se casó en 1965. Tuvieron dos hijos. Siguieron trabajando. Un día, viendo cómo volvía cansado de la guardería el mayor, Miyazaki decidió que Ota se quedara en casa cuidando de la familia. "Con el tiempo se ha arrepentido, aunque ahí demostró que a veces no es tan feminista como aparenta", explica la ilustradora Amaia Arrazola, autora de Totoro y yo, una brillante biografía ilustrada de Miyazaki. "Me fascina su cerebro, los personajes que produce". Como Del Toro, Arrazola cree que la mejor manera de conocer a Miyazaki es ver su obra. "Es un pesimista optimista, preocupado por el medio ambiente, y que crea estupendos personajes femeninos, en contradicción con una educación machista", desgrana.

El 22 de septiembre, Miyazaki recibió el Premio Donostia, el galardón honorífico del Festival de San Sebastián. El cineasta japonés ya no sale de su país: la última aparición pública en el extranjero la realizó en noviembre de 2014 al recoger en Los Ángeles el Oscar de honor. Para San Sebastián, el animador envió un video de 23 segundos con el trofeo a su lado. "Levamos mucho tiempo queriendo homenajearle, y esta vez conseguimos albergar su estreno europeo y que, además, aceptara el galardón", cuenta José Luis Rebordinos, director del certamen y uno de sus grandes fans: en su despacho hay un cartel de Mi vecino Totoro. "Para mí, Miyazaki es uno de los mejores directores de la historia, comparable a Dreyer o a Ozu", subraya.

El español que mejor conoce y más tiempo ha pasado con Miyazaki es el veterano animador Raúl García. "Estábamos a mitad de los ochenta con la animación de ¿Quién engañó a Roger Rabbit? en Londres y una noche un compañero alquiló una peli extraña en el videoclub japonés de la esquina. Era Mi vecino Totoro". A finales de esa década, García trabajaba en Disney cuando coincidió con el japonés en el Festival de Annecy, el más importante de animación, y quedaron en volverse a ver en Tokio. "En Ghibli comimos con él y nos enseñó el estudio. En su mesa había un dibujito, le preguntamos por él, y nos regateó: era el germen de El viaje de Chihiro". En el Annecy de 1993, incluso algún animador de peso estadounidense, como Glen Keane, se ofreció a trabajar en Ghibli y García recuerda la risa de Miyazaki, que estrenaba Porco Rosso: "Le dijo: Lo mismo no te voy a gustar como jefe porque soy muy duro".

El viaje puede que acabe con El chico y la garza, que resume todo su arte y sus intereses: leyendas, naturaleza, ingeniería, el animismo, bibliotecas como recintos de almacenamiento del saber, el ansia y el placer de volar, el doloroso rastro de la Segunda Guerra Mundial en la sociedad nipona y que tanto sufrió de niño, el amor por su madre, el desdoblamiento de mundos, el mensaje ecológico... Como hizo en El viaje de Chihiro, Miyazaki se ha autorretratado: en esta ocasión es el tío abuelo, un personaje que está buscando quien cuide su legado, una torre de piezas de diferentes formas colocadas en un equilibrio precario (vamos, Studio Ghibli). Miyazaki cree en el valor de la imaginación y de lo sagrado, de articular la fantasía en el día a día. Si El chico y la garza es su última obra, la despedida está a la altura de las emociones que ha desprendido su carrera.


LECTURAS

¿Cómo vives?

Genzaburo Yoshino

Traducción de Victor Illera

Montena, 2021. 282 páginas. 18 euros


Antes de mi vecino Miyazaki

Álvaro López Martín

Diábolo, 2023. 320 páginas. 27 euros


Compartir casa con el hombre interminable

Steve Alpert

Traducción de Luis Ali. Taketombo

Books, 2021. 306 páginas. 18 euros


Totoro y yo

Amaia Arrazola

Lunwerg, 2022. 200 páginas. 21,37 euros


El viaje de Shuna

Hayao Miyazaki. 

Traducción de Marc Bernabé.

Salamandra, 2023

160 páginas. 22,80 euros


La cocina en Ghibli

Thibaud Villanova. 

Traducción de Margarita Gómez.

Hachette Héroes, 2023

144 páginas. 23,70 euros


Biblioteca Studio Ghibli: La princesa Mononoke

Laura Montero.

Héroes de Papel, 2021

304 páginas. 22,80 euros


(ALGUNAS) PELICULAS DE STUDIO GUIBLI

La tumba de las luciérnagas

(1988), de Isao Takahata

Mi vecino Totoro

(1988), de Hayao Miyazaki

Porco Rosso

(1992), de Hayao Miyazaki

La princesa Mononoke

(1997), de Hayao Miyazaki

El viaje de Chihiro

(2001), de Hayao Miyazaki

El castillo ambulante

(2004), de Hayao Miyazaki

Ponyo en el acantilado

(2008), de Hayao Miyazaki

La tortuga roja

(2016), de Michaël Dudok de Wit


El Pais. Babelia nº 1.665. Sábado 21 de octubre de 2023

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