lunes, 6 de noviembre de 2023

De paseo por el pasado nazi de Berlín por Jacinto Antón

 El faro del fin del mundo

Cabeza del águila monumental que adornaba el techo de la terminal del aeropuerto nazi en Berlín

Si hay algo más absurdo que visitar Wansee, el distrito al suroeste de Berlín en el que se encuentra la célebre villa en la que fue planificado el Holocausto, un día de lluvia y para encontrarte con la hoy casa museo cerrada, es recorrer caminando bajo un sol de justicia las interminables pistas del antiguo aeropuerto de Tempelhof, orgullo del III Reich, mientras todo el mundo lo hace mientras todo el mundo lo hace tan ricamente en bicicleta. Ambas cosas disparatadas las hice yo hace unos días durante una estancia en la capital alemana.

Siempre había querido visitar la villa Marlier, convertida en 1940 en casa de huéspedes de las SS (menos animada que el Salón Kitty) y donde Heydrich, el peor nazi después de Hitler, pespunteó junto a otros 14 representantes de distintos organismos y ministerios del III Reich, entre ellos Eichmann, la "solución final al problema judío", eufemismo para encubrir el genocidio. Se celebró la reunión, conocida como la Conferencia de Wansee, el 20 de enero de 1942, un martes. La villa se ha convertido en memorial, museo y centro de estudios. Ha aparecido en tres buenas películas sobre aquella cita atroz, la de 1984 de Heinz Schink, la de 2001 con Kenneth Branagh con Heydrich y Stanley Tucci con Eichmann, y la reciente de 2022.

Fui hasta allí en tren desde el aeropuerto, una larga tirada que me llevó a la estación de Wansee en medio de una tormenta. Tras esperar un buen rato tomé un autobús que me dejó en una solitaria parada a unos 100 metros de la entrada de la villa. Corrí hasta la mansión empapándome bajo la lluvia para darme de bruces con la verja exterior y un letrero que decía que la casa y los jardines permanecerían cerrados una semana por reformas. "Sentimos las molestias", ponía. Pensando retorcidamente que ya podían haber cerrado otro día, concretamente el 20 de enero de 1942, noté una presencia a mi espalda y me giré horrorizado ante la idea de que fueran Gestapo Müller o el Sturmbannführer Lange que llegaban tarde a la cita de exterminio. Era un joven cubierto con un chubasquero que aguantaba una bicicleta. Otro frustrado visitante. Llegaron otros dos ciclistas, suecos. Y una pareja de israelíes. Y un grupo en autocar. Éramos ya casi una multitud. Pero no abrieron. Me marché pensando en la frase de Branagh/Heydrich: "Me gusta esta villa, después de la guerra será mi casa". Pues mira, no, Reinhard. Lo que habrías rabiado de ver en la puerta un cartel con información en hebreo.

Al día siguiente al mediodía las cosas habían cambiado sustancialmente. Hacía un sol de justicia y se me ocurrió visitar otro lugar del Berlín nazi, uno que no iba a poder cerrarme. El viejo aeropuerto de Tempelhof. Es un sitio que tiene para mí un significado especial desde que leí de adolescente Armageddon, de León Uris (Bruguera, 1971). En la novela, una de las protagonistas, la joven alemana Hilde se enamora de un piloto estadounidense del airlift, la operación aérea para llevar suminstros en 1948 al Berlín Oeste bloqueado por los soviéticos (ese reverso luminoso del puente aéreo de Stalingrado).

Tempelhof es el gran aeropuerto histórico berlinés. Los nazis lo convirtieron en una instalación de apabullante grandiosidad. Ya no funciona como aeropuerto (desde 2008) y es ahora objeto de un gran proyecto de rehabilitación para convertirlo en centro cultural y lúdico que culminará en 2030. De momento, las antiguas pistas y su entorno son un inmenso espacio verde urbano (el Tempelhofer Feld) para actividades al aire libre de los berlineses.

Accedí a las pistas caminando desde la entrada por la Herrfurth Strasse y me lancé tan alegremente a recorrerlas a pie (3,5 kilómetros cuadrados). Tras el entusiasmo inicial, al cabo de un rato estaba agotado. Dando una vuelta enorme que me dejó al borde de un colapso rodeé los edificios colosales del aeropuerto nazi para llegar a la Eagle Square, donde se yergue una cabeza de águila de bronce impresionante.

La terminal de Tempelhof fue obra de Ernst Sagebiel (1892-1970), cuyo enfático estilo digamos Sig Fly, es tan parecido al de Speer. En el edificio funciona un centro de interpretación con una exposición que ofrece información sobre lo que fue y lo que será Tempelhof.

Con Tempelhof y Wansee (casi) en el bolsillo, me quedan menos sitios nazis para visitar, que ya es turismo. La Guarida del Lobo, el Nido del Águila y el castillo de Wewelsburg están en mi lista. Esperemos que no llueva, y que no haya que caminar mucho.


El Pais, sábado 1 de diciembre de 2022


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